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TEMAS DEL BICENTENARIO (01)
 
UN DISCURSO Y UNA TESIS DE MARIÁTEGUI
 
(12 de setiembre de 2020)
 
Presentación de Miguel Aragón
 
Nos encontramos en los inicios de la  conmemoración del bicentenario de la revolución de la independencia, evento que  nuestro pueblo lo desarrollará durante el quinquenio 1920-1924.
 
Para participar activamente, en esta lucha “entre dos concepciones y dos caminos”,  es necesario documentarnos para fortalecer nuestra conciencia y potenciar nuestra acción práctica.
 
En esta primera entrega, publicamos dos textos de Mariátegui.
 
1.- El primer texto  es  el  “Discurso de Mariátegui en el III Congreso Indígena”, del  29 de agosto de 1923. En ese trascendental discurso, Mariátegui afirmó   “la revolución de la independencia fue una revolución criolla, política, no social”. 
 
De esa manera tan clara, definió con precisión  el carácter de la revolución de la independencia (revolución política), y el camino que tiene trazado el  pueblo peruano (revolución social).
 
2.- El segundo texto es “Tesis sobre la situación económica”, escrito en mayo de 1929, como tesis adjunta  a la “propuesta de Programa del Partido Socialista del Perú”.
 
En esa tesis, Mariátegui afirmó: “Un formal capitalismo está ya establecido. Aunque no se ha logrado aún la liquidación  de
 la feudalidad y nuestra incipiente y mediocre burguesía se muestra 
incapaz de realizarla, el Perú está en un periodo de crecimiento 
capitalista”. 
 
Acertada conclusión, que muchos intelectuales continúan negando, y por eso mismo no llegan a comprender las acciones  tácticas propuestas y desarrolladas por Mariátegui. 
 
En
 esa tesis, Mariátegui también afirmó “es muy posible que el destino del
 socialismo en el Perú sea en parte el de realizar, según el ritmo 
histórico a que se acompase, ciertas tareas teóricamente capitalistas”.
 
Otra acertada conclusión que continúa  plenamente
 vigente, y que algunos intelectuales nacionalistas se niegan a 
reconocer. Mariátegui, a diferencia de Ravines y de Haya,  nunca propuso una  “revolución
 antiimperialista” o de “liberación nacional”. Mariátegui, después de 
interpretar a profundidad la evolución de la realidad peruana,  llegó a la conclusión que, la revolución que se estaba desarrollando en Perú era una revolución socialista, revolución en  dos etapas. En su primera etapa,   tenemos
 que continuar luchando por cumplir tareas democráticas pendientes 
(revisar punto 5° de los Principios Programáticos), y en la segunda 
etapa tareas propiamente socialistas (revisar punto 8° de los Principios
 Programáticos), con lo cual, a su vez, deslindó con algunos 
“doctrinarios” superficiales. 
 
Más
 adelante, continuaremos publicando otros textos seleccionados, sobre la
 pasada revolución de la independencia, y sobre la presente revolución 
social. 
 
 
DISCURSO DE MARIÁTEGUI  EN  EL  III CONGRESO INDÍGENA
 
(29 de agosto de 1923) (*)
 
Por José Carlos Mariátegui
 
El instante es de transformación mundial. También la raza indígena se despereza. Hay que ayudarla  a comprender su problema y encontrar su camino.
 
No
 pretendo definir en esta noche el problema indígena que es nuestro 
problema nacional. Es el problema de las cuatro quintas partes de los 
trabajadores de la tierra. No se concibe sin su liberación la de los 
trabajadores de la costa. 
 
El indio no es  siquiera
 un proletario; es un siervo. La independencia fue una revolución 
criolla, política, no social. El régimen republicano no ha sido sino un 
régimen de predominio del criollo capitalista sobre el indio. 
 
La
 conquista despojó al indio de sus tierras, pero le dejó una parte de 
ellas. Le impuso servidumbres, que también la república le ha impuesto. 
La república, además, le ha privado poco a poco de sus tierras. Ha 
empobrecido, aniquilado poco a poco a los trabajadores. Los gamonales 
son señores feudales. Se ha llegado a concebir tesis feroces: la tesis 
de que es posible aniquilar la raza india. Se ha dicho que el indio es 
improductivo, siendo así que el indio no produce más porque lo cohíbe el
 temor de ser despojado. Análogo proceso fue el de México [revolución 
mexicana iniciada en 1910], ahí produjo finalmente la revolución 
indígena destinada a dar tierras a todos los que no las tenían. Del 
fondo del mal brota el bien. La civilización que une los centros 
poblados, que abrevia las distancias, aproxima al indio, lo pone en 
contacto, crea la posibilidad de su organización. El congreso indígena 
es un ejemplo [Mariátegui se refiere al III Congreso Indígena, que en 
ese momento, entre fines de agosto y setiembre de 1923, se estaba 
desarrollando en Lima].
 
Maduran
 las circunstancias históricas necesarias para que esta raza se libere. 
Su liberación será obra de ella misma. Así como la voz de un hindú 
[Gandhi] alza y resucita a la raza india así será la voz de un quechua 
la que saque de su letargo a la raza quechua. Pero la cuestión 
[indígena] no es toda nuestra cuestión nacional. Queda fuera de ella una
 cuestión que importa a una quinta parte de la población peruana: la del
 proletariado de la costa. La unión entre unos y otros  es necesaria. 
 
Cumplid
 vuestra misión, indígenas, despertando a vuestros hermanos. Algunos 
creen que esta raza ha muerto. Una raza no muere jamás. Puede caer en 
colapso, en sopor, para despertarse después; pero no puede morir. 
Mientras haya cinco millones de indios, la raza estará viva.         
 
(*) Nota informativa de Miguel Aragón (29 de agosto  de 2020).-
 
Entre el 29 de agosto, y mediados de setiembre del año  1923,
 se realizó el III Congreso Indígena, en el local de la “Federación de 
Estudiantes del Perú” (actual local del Museo de Arte de Lima, ubicado 
en el Paseo Colón).
 
Asistieron
 numerosas delegaciones de representantes indígenas de todo el país. 
Entre el público estuvieron presentes dos intelectuales identificados 
con la causa indígena: José Carlos Mariátegui y Pedro Zulen. 
 
Mariátegui
 preparó estas notas para su Discurso de saludo al congreso indígena. 
Este texto permaneció inédito durante 74 años. Por primera vez, recién 
se publicó en la revista “Anuario Mariateguiano” N° 09, correspondiente 
al año 1997. En los apuntes dejados por Mariátegui aparece el título 
general “NOTAS DE TRES DISCURSOS O CHARLAS. 1.-Sobre el Indio, 2.-La 
Universidad Popular y el dogma, 3.- Deber de la juventud contemporánea”.
 
Por
 el contenido del texto, yo he deducido que estas notas fueron para 
saludar personalmente el desarrollo del congreso. Mariátegui utilizó 
varios términos coloquiales, como “no pretendo definir en esta noche”, 
“El congreso indígena es un ejemplo”, “Cumplid vuestra misión, 
indígenas, despertando a vuestros hermanos”. 
 
Ahora,  que estamos en vísperas del  bicentenario
 de la revolución de la independencia, es necesario conocer la opinión 
de Mariátegui sobre ese hecho histórico, y deslindar con los errores y 
las  groseras tergiversaciones.  
 
Por
 un lado, para los intelectuales tradicionalistas la independencia fue 
“una revolución política y a la vez social”; y por otro lado,  para
 algunos “doctrinarios de izquierda”, lo ocurrido hace 200 años “no 
significó una revolución” y no debe ser motivo de recordación. 
 
Por
 el contrario, para Mariátegui, y para los socialistas peruanos que 
seguimos su camino, “La independencia fue una revolución criolla, 
política, no social”.
 
En
 el desarrollo del congreso, Mariátegui se vinculó y conoció a varios 
dirigentes indígenas, entre ellos Ezequiel Urviola, quien comenzó a 
visitar a Mariátegui y sostener largas conversaciones sobre las 
condiciones de trabajo y de vida de la población indígena, Urviola murió
 al comenzar el año 1925, en el mismo día que murió  Pedro Zulen (revisar Peruanicemos al Perú, pp. 47).
 
 
 
TESIS SOBRE LA SITUACION ECONOMICA
Respuestas al Cuestionario N° 4 del
SEMINARIO DE CULTURA PERUANA
(Mayo de 1929) 
Por José Carlos Mariátegui
Mi respuesta a algunas de estas preguntas está en 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana.
 Y trato las cuestiones netamente políticas en un libro, en el cual 
trabajo en la actualidad y que aparecerá, dentro de pocos meses, en las 
ediciones de “Historia Nueva” de Madrid. Creo que las encuestas de 
seminario no son realmente útiles sino cuando se proponen 
investigaciones concretas, precisas, de datos y hechos. Los temas 
generales no pueden ser abordados eficazmente en unas pocas cuartillas 
por grande que sea el poder de síntesis del estudio. Me voy a limitar a 
algunas proposiciones esquemáticas, cuya ilustración encontrará el 
“Seminario de Cultura Peruana” en los estudios indicados.  
I. ¿Cuáles son las manifestaciones de la supervivencia de la feudalidad?
-- La supervivencia de la feudalidad no debe ser buscada, ciertamente, en la subsistencia de  instituciones
 y formas políticas o jurídicas del orden feudal. Formalmente el Perú es
 un estado republicano y demoburgués. La feudalidad o semi-feudalidad 
supervive en la estructura de nuestra economía agraria. Y, por ser el 
Perú un país principalmente agrícola, las condiciones de su economía 
agraria, en las que todavía es visible la herencia colonial, se reflejan
 de modo decisivo en su práctica e instituciones políticas. No 
ocurriría, por cierto, lo mismo, si la industria, el comercio, la urbe 
fueran más fuertes que la agricultura. El latifundismo no es la sola 
prueba de la feudalidad o semifeudalidad agraria. En la sierra, tenemos 
la prueba concluyente de su típica expresión  económica: la
 servidumbre. En las relaciones de la producción y el trabajo, el 
salariado señala el tránsito al capitalismo. No hay régimen capitalista 
propiamente dicho allí donde no hay, en el trabajo, régimen de salario. 
La concentración capitalista crea también, con la absorción de la 
pequeña propiedad por las grandes empresas, su latifundismo. Pero en el 
latifundio capitalista, explotado conforme a un principio de 
productividad y no de rentabilidad, rige el salariado, hecho que lo 
diferencia  fundamentalmente del latifundio feudal. El 
estudio y la clasificación de las formas, de las variaciones de 
servidumbre; he ahí el tema de una encuesta posible y práctica. El valor
 de la hacienda de la sierra no depende de nada tanto como de su 
población, de sus fuerzas de trabajo propias. El latifundista dispone de
 las masas campesinas porque dispone de la tierra. El instrumento 
capital es ínfimo. El bracero que recibe un magro pedazo de tierra, con 
la obligación de trabajar en las tierras del señor, sin otra paga, no es
 otra cosa que un siervo. ¿Y no subsiste acaso la servidumbre en la 
cruda y característica forma del “pongazgo”? Ninguna ley autoriza, 
ciertamente, la servidumbre. Pero la servidumbre está ahí evidente, 
viva, casi intacta. Se han abolido muchas veces los servicios gratuitos;
 pero los servicios gratuitos subsisten, porque no se ha abolido, 
económicamente, la feudalidad. El señor Luís Carranza, propugnaba una 
medida capitalista que, estrictamente aplicada, habría arruinado el 
gamonalismo feudal: la fijación de un salario mínimo de un sol para las 
haciendas de la sierra. El latifundista no habría podido aceptar esta 
medida. Si el Estado se la hubiese impuesto, el latifundista se habría 
rebelado reivindicando su derecho absoluto de propietario. Los indios 
sin tierras se habrían visto conminados por la amenaza del hambre, a 
ocupar por la fuerza los latifundios. Habríamos tenido nuestra 
revolución agraria. Todo esto en el plano de la hipótesis. Porque en el 
de la historia, ¿cuál de los gobiernos que se han sucedido en este siglo
 de República, se habría sentido bastante fuerte para atacar tan 
resueltamente al gamonalismo?
            En
 las haciendas de la costa, rige el salariado. Por la técnica de la 
producción y por el régimen de trabajo, nuestras haciendas de azúcar y 
algodón, son empresas capitalistas. Pero el hacendado no se siente menos
 absoluto en su dominio. Dentro de su feudo cobra arbitrios, controla y 
regula el comercio, gobierna la vida colectiva. La población del 
latifundio carece de3 derechos civiles. No compone socialmente un 
pueblo, una comunidad, sino la peonada de la hacienda. La obediencia a 
las leyes y autoridades del Estado está subordinada totalmente a la 
voluntad del hacendado. Los trabajadores no tienen el derecho de 
organizarse como ciudadanos en comunas o municipios; menos aun tienen el
 derecho de organizarse como proletarios en sindicatos de empresa o de 
valle. La autoridad estatal llega apenas al latifundio. El latifundista 
conserva el espíritu del “encomendero”. Preservando a sus masas 
campesinas de toda contaminación de doctrinas y reivindicaciones 
proletarias, cuida a su modo de la salud de las almas; traficando con su
 abastecimiento por medio de tambos y contratistas, cuida a su modo de 
la salud de los cuerpos. El “yanaconazgo” y el “enganche” conservan 
también, en las haciendas de la costa, cierto carácter de rezagos 
feudales. 
II.- ¿Históricamente, no es posible el establecimiento de un formal capitalismo?             
            Un formal capitalismo está ya establecido. Aunque no se ha logrado aún la liquidación  de
 la feudalidad y nuestra incipiente y mediocre burguesía se muestra 
incapaz de realizarla, el Perú está en un periodo de crecimiento 
capitalista.
            El
 Perú era, al emanciparse políticamente de España, un país de economía 
agraria feudal. Su minería, a la que debía su prestigio de riqueza 
fabulosa, se encontraba en crisis. Los españoles habían dedicado su 
mayor esfuerzo a la explotación de las minas; pero incapaces de 
organizarla técnica y financieramente en forma que asegurara su 
desarrollo, dejaron extinguirse los centros productores que, por razones
 geográficas, cesaban de ser los más fácil y ventajosamente explotables.
 La enorme distancia que separaba al Perú de los mercados europeos 
dificultaba la exportación de otros productos peruanos al Viejo 
Continente. Inglaterra, sin embargo, había tomado ya en el Perú sus 
primeras posiciones comerciales y financieras. En Londres había colocado
 la República sus primeros empréstitos. Los comienzos de la república 
transcurrieron en medio de la estrechez fiscal. La explotación de los 
yacimientos de guano y salitre del litoral sur abrió de pronto, a 
mediados de siglo, una era de abundancia. El Estado empezó a disponer de
 cuantiosos recursos. Pero no supo administrar su hacienda con 
prudencia: se sintió rico, comprometió su crédito, recurrió sin medida a
 los empréstitos, vivió en el desorden y el derroche. La explotación del
 guano y del salitre enriquecía, en tanto, a un número de especuladores y
 contratistas, salidos en parte de la antigua casta colonial. Ésta se 
transformaba, por la agregación de no pocos nuevos ricos, en burguesía 
capitalista. La guerra del Pacífico, en la que el Perú perdió los 
territorios del salitre, codiciados por Chile, sorprendió al país 
cuando, abrumado por el servicio de su deuda pública, que había 
intentado regularizar el contrato con Dreyfus, entregando a una firma 
francesa la exportación de dichos preciados productos, la hacienda 
pública se encontraba en crisis.
            Con
 la guerra, la economía del Perú cayó en profunda postración. Los 
recursos fiscales quedaron reducidos al escaso rendimiento de las 
aduanas y de los impuestos al consumo. El servicio de la deuda pública 
no podía ser atendido en lo absoluto; el crédito del estado estaba 
anulado por las consecuencias de esta bancarrota. La deuda extranjera se
 encontraba en su mayor parte en poder de tenedores ingleses que 
entraron en negociaciones con el gobierno, a fin de obtener un arreglo. 
Se llegó, después de estas negociaciones, al contrato Grace, que 
entregaba a una compañía constituida por los tenedores de la deuda 
peruana, la Peruvian Corporation, la explotación de los ferrocarriles 
del Estado y del guano de las islas. El fisco se comprometía así mismo a
 iniciar el servicio anual de la deuda en armadas que fueron fijadas en 
un arreglo posterior en 80.000 libras esterlinas.
            En
 este periodo, comenzó a adquirir importancia la producción de azúcar, 
en los valles cálidos de la costa, que desde antes de la guerra habíase 
mostrado susceptible de desenvolvimiento. El Perú tenía en Chile y 
Bolivia seguros mercados de su producción azucarera; y encontraba para 
el sobrante colocación ventajosa en Inglaterra.
            La
 Peruvian Corporation, en cumplimiento de su contrato, concluyó las 
líneas del Centro, primero, y del Sur, después, favoreciendo la primera 
la explotación de las minas del departamento de Junín. La minería cobró 
de nuevo importancia. Se estableció en el Cerro de Pasco y Morococha 
(los dos principales centros mineros del departamento de Junín) una 
compañía americana, la Cerro de Pasco Mining Company, convertida más 
tarde en Cerro de Pasco Copper Corporation. Con  el 
establecimiento de esta compañía y el de la compañía petrolera, 
dependiente de la Estándar, propietaria de los yacimientos de Negritos, 
en el Norte, se inicia la penetración en gran escala del capitalismo 
yanqui, estrechamente vinculado, en sus primeras etapas, a la actividad 
del capitalismo inglés, dominante en la economía del Perú, a través de 
la Peruvian Corporation y de las principales casas de exportación e 
importación.
            En
 los primeros lustros del siglo actual, se clasifican como los 
principales productos de exportación del Perú: el azúcar, el algodón 
(cuyo cultivo se extiende, al estímulo de los buenos precios, en las 
haciendas de la costa), el cobre y otros minerales, el petróleo, las 
lanas. El caucho tuvo su período de prosperidad a principios del siglo, 
antes de que los ingleses desarrollaran en sus colonias el cultivo de 
este árbol; pero, extraído de regiones boscosas difícilmente accesibles,
 el caucho peruano se vio pronto en la imposibilidad de competir con el 
caucho de las plantaciones coloniales inglesas. El petróleo, en cambio, 
siguió una línea ascendente. La International Petroleum Company, 
principal productora, filial de la Standard, tuvo un conflicto con el 
Estado, a consecuencia de la contribución pagada por los yacimientos de 
La Brea y Pariñas, irregularmente inscritos, desde remoto tiempo, con un
 número de “pertenencias” muy inferior al real. Esta empresa debía haber
 pagado al fisco una suma enormemente mayor a la que, gracias a esta 
irregularidad, satisfacía, pero, con la amenaza de suspender el trabajo y
 con la colaboración de gobernantes y legisladores, realizó una 
transacción favorable a sus intereses.
            La
 guerra europea hizo pasar al capitalismo peruano de la moratoria y la 
emisión de billetes bancarios, recibida con alguna resistencia por el 
recuerdo poco grato del billete fiscal, a la capitalización y las 
sobreutilidades. Pero la burguesía nacional que, constituida a base de 
una aristocracia inclinad al ocio y dominada por los prejuicios, ha 
carecido siempre de un verdadero espíritu capitalista, desperdició esta 
oportunidad de emplear inesperados recursos en asegurarse, frente a los 
prestamistas y habilitadores extranjeros, una situación más 
independiente, y frente a las eventuales depresiones de los precios de 
los productos de exportación, una posición más segura y estable. Se 
imaginó que las sobreutilidades no se acabarían y que los precios del 
algodón y del azúcar se mantendrían indefinidamente altos. Las tierras 
de cultivo de la costa se cotizaban a altos precios, los hacendados 
extendían sin previsión sus cultivos; el lujo y el dispendio consumían 
una parte de las sobreutilidades. Cuando los precios del algodón y el 
azúcar, después de la guerra, cayeron bruscamente, los hacendados de la 
costa se vieron en la imposibilidad de hacer frente a los créditos que 
habían contraído ensanchando incontroladamente sus cultivos y 
cuadruplicando sus gastos. Un gran número de ellos quedó, desde 
entonces, en manos de sus acreedores: las casas exportadoras que 
financian nuestra agricultura costeña y que le imprimen, regulando su 
producción según las necesidades de los mercados europeos y 
norteamericanos, una fisonomía característicamente colonial. Muchas 
haciendas de la costa han pasado a ser propiedad de las grandes firmas 
exportadoras: Grace, Duncan Fox, etc.; no pocos latifundistas han 
quedado reducidos a la condición de administradores o fiduciarios de 
éstas. En el valle de Chicama se ha producido un proceso de absorción de
 las negociaciones nacionales agrícolas –y aun del comercio de la ciudad
 de Trujillo — por la poderosa empresa azucarera alemana, propietaria de
 las tierras y central de “Casa Grande”. Esta empresa dispone de un 
puerto propio, Puerto Chicama, donde cargan y descargan los barcos 
destinados a sus importaciones y exportaciones. 
            La
 explotación de las minas de cobre y plata y otros minerales y de los 
yacimientos petrolíferos ha crecido enormemente. El petróleo se ha 
convertido en el principal producto de exportación del Perú. Se anuncia 
el establecimiento en el departamento de Junín de una nueva empresa 
norteamericana. La Cerro de Pasco Copper Corporation, propietaria de la 
central de La Oroya y de las minas de Carro de Pasco, Morococha y 
Goyllarisquisga, se encuentra en condición tan próspera por el alto 
precio del cobre, que ha acordado últimamente a sus obreros y empleados 
un 10% de aumento de sus salarios y sueldos, que durarán mientras el 
cobre se mantenga en el mercado de New York en su actual cotización. 
Pero las utilidades del cobre y el petróleo enriquecen a compañías  extranjeras,
 no dejándose en el país sino la parte correspondiente a los impuestos 
fiscales. En Talara, la International Petroleum Company, dueña del 
puerto y barcos propios importa de Norteamérica lo necesario para el 
consumo de la población que trabaja en la región petrolera, sin 
exceptuar comestibles. Toda la vida económica de la región se encuentra 
en manos de la empresa y no impulsa, por tanto, el desenvolvimiento de 
las regiones agrícolas vecinas. 
            La
 industria es todavía muy pequeña en el Perú. Sus posibilidades de 
desarrollo están limitadas por la situación, estructura y carácter de la
 economía nacional, pero las limita más aun la dependencia de la vida 
económica a los intereses del capitalismo extranjero. Las firmas 
importadoras son, en muchos casos, las propietarias o accionistas de las
 fábricas nacionales. Lógicamente, no les interesa sino la existencia de
 aquella industria que razones de arancel, materias primas o mano de 
obra aconsejan; tienden, en general, a conservar al Perú como mercado 
consumidor de la manufactura extranjera y productor de materias brutas. 
            La
 política de empréstitos permite al Estado atenuar los efectos de esta 
situación en la economía general. Los empréstitos se aplican a la 
ejecución de algunos trabajos públicos, que evitan un estado de sensible
 desocupación, al sostenimiento de una numerosa burocracia, al 
balanceamiento de presupuestos. Los contratos de obras públicas 
enriquecen a una numerosa categoría de especuladores, que compensan a la
 burguesía nacional de la baja de los latifundistas algodoneros y 
azucareros. El eje de nuestro capitalismo comienza a ser, en virtud de 
este proceso, la burguesía mercantil. La aristocracia latifundista sufre
 un visible desplazamiento. 
            La
 Peruvian Corporation obtuvo últimamente del gobierno un contrato que le
 entrega definitivamente los ferrocarriles que tenía en administración. 
El fisco ha quedado, en cambio, exonerado de las armadas de 80,000 
esterlinas anuales que aún le falta cubrir, y ha recuperado el guano 
(recibiendo además una pequeña indemnización por la diferencia), pero ha
 cedido la propiedad de los ferrocarriles, apreciada en 18 000,000 de 
libras. Esta ha sido una concesión importante al capitalismo inglés, en 
una época de crecientes relaciones y compromisos con el capitalismo 
norteamericano.       
III. ¿Permite la economía de la costa el establecimiento de formas económicas socialistas?    
            En
 la medida en que es capitalista, la economía de la costa crea las 
condiciones de la producción socialista. Los latifundios azucareros y 
algodoneros no podrían ser parcelados para dar paso a la pequeña 
propiedad –solución liberal y capitalista del problema agrario—sin 
perjuicio de su rendimiento y de su mecanismo de empresas orgánicas, 
basadas en la industrialización de la agricultura. La gestión colectiva o
 estatal de esas empresas es, en cambio, perfectamente posible. No se 
objetará que se trata de una agricultura que prospera vigorosamente bajo
 la iniciativa y la administración privadas. Ha debido su efímera 
prosperidad a las vacas gordas de la guerra. La industria azucarera se 
confiesa casi en quiebra. No cree poder afrontar su crisis sin los 
subsidios del Estado. Hoy mismo, con caracteres de actualidad urgente y 
concreta, se plantea, así, la cuestión de la nacionalización o 
socialización de esta rama de la agricultura. Los azucareros peruanos 
han fracasado lamentablemente en la gestión privada de la industria 
azucarera peruana. Las más grandes compañías azucareras no son ya 
nacionales.
IV. No permitiendo la estructura económica  la formación de un proletariado con orientación clasista, ¿no es posible el resurgimiento de una etapa económica liberal? 
Estos
 problemas no se resuelven en la teoría sino en la práctica. ¿Qué 
posible etapa liberal prevé la pregunta? Si como etapa liberal se 
entiende la etapa capitalista, estamos asistiendo ya a su desarrollo. No
 espera el acuerdo de los investigadores. Política capitalista es la 
política de irrigación, hasta por su conflicto con los intereses de los 
grandes terratenientes azucareros y civilistas. Sutton representa el 
avance capitalista, con su demagogia y sus arrestos. Es probable que, en
 la historia del Perú, su significación llegue a ser análoga a la de 
Meiggs. Si como política liberal se entiende una que asegúrasela 
legalidad en las relaciones entre el capital y el trabajo y la autoridad
 del Estado en la campiña hoy feudalizada, garantizando a las masas 
trabajadoras sus derechos de asociación y cultura, es evidente que esa 
política conduciría, por vías normales, a la formación de un 
proletariado con orientación clasista. La formación de este proletariado
 se producirá aun sin un capitalismo que importe, administrativa y 
políticamente, liberalismo. El proletariado urbano e industrial, el de 
los transportes, etc., no puede dejar de darse  cuenta de 
sus deberes de solidaridad con el campesinado de las haciendas, a pesar 
de todas las murallas , como ha penetrado hasta ahora. Más fácilmente de
 cómo ha penetrado hasta ahora, desde que el tráfico automovilístico 
abre una vía al contacto entre la hacienda y la ciudad. ¿Y acaso el 
proletariado de las haciendas no ha luchado muchas veces por sus 
reivindicaciones económicas? Basta recordar las huelgas de Chicama, que 
se cuentan entre las más importantes manifestaciones de la lucha 
clasista en el Perú, para convencerse de que el proletariado campesino, 
sin organización y orientación  clasista, tiene antecedentes de combate.
V. ¿Sobre qué bases y con qué elementos sociales debería implantarse el régimen capitalista?
VI. ¿Qué características distinguirían el movimiento capitalista?
            Las preguntas 5 y 6 están contestadas o descartadas por la anterior respuesta.
VII. Cumplida, históricamente, la etapa económica liberal, ¿no adviene fatalmente el socialismo?
El
 advenimiento político del socialismo no presupone el cumplimiento 
perfecto y exacto de la etapa económica liberal, según un itinerario 
universal. Ya he dicho en otra parte (*) que es muy posible que el 
destino del socialismo en el Perú sea en parte el de realizar, según el 
ritmo histórico a que se acompase, ciertas tareas teóricamente 
capitalistas.  
Editado por Miguel Aragón
07 de junio de 2013
(*)
 La “otra parte”, a la cual se refiere José Carlos Mariátegui, en la 
cual había adelantado una propuesta similar, es el Prólogo al libro Tempestad en los Andes (escrito en junio de 1927). A continuación trascribimos  dos párrafos, de este prólogo. 
DEL PRÓLOGO A TEMPESTAD EN LOS ANDES
El
 pensamiento revolucionario, y aún el reformista, no puede ser ya 
liberal sino socialista. El socialismo aparece en nuestra historia no 
por una razón de azar, de imitación o de moda, como espíritus 
superficiales suponen, sino como una fatalidad histórica. Y sucede que 
mientras, de un lado, los que profesamos el socialismo propugnamos 
lógica y coherentemente la reorganización del país sobre bases 
socialistas y –constatando que el régimen económico y político que 
combatimos se ha convertido gradualmente en una fuerza de colonización 
del país por los capitalismos imperialistas extranjeros—proclamamos que 
este es un instante de nuestra historia en que no es posible ser 
efectivamente nacionalista y revolucionario sin ser socialista; de otro 
lado no existe en el Perú, como no ha existido nunca, una burguesía 
progresista, con sentido nacional, que se profeses liberal y democrática
 y que inspire su política en los postulados de su doctrina. Con la 
excepción única de los elementos tradicionalmente conservadores, no haya
 en el Perú quien, con mayor o menor sinceridad, no se atribuya cierta 
dosis de socialismo.
Mentes
 poco críticas y profundas pueden suponer que la liquidación de la 
feudalidad es empresa típica y específicamente liberal y burguesa y que 
pretender convertirla en función socialista es torcer románticamente las
 leyes de la historia. Este criterio simplista de teóricos de poco 
calado, se opone al socialismo sin más argumento que3 el de que el 
capitalismo no ha agotado su misión en el Perú. La sorpresa de sus 
sustentadores será extraordinaria cuando se enteren que la función del 
socialismo en el gobierno de la nación, según la hora y el compás 
histórico a que tenga que ajustarse, será en gran parte la de realizar 
el capitalismo –vale decir, las posibilidades históricamente vitales 
todavía del capitalismo-- en el sentido que convenga a los intereses del
 progreso social.