17:26 10/09/2014
Vicky Peláez
Estamos en el mundo, pero con los ojos en la noche (Jacobo Fijman, 1898-1970)
Aquel 11 de setiembre del 2001 cuando esta periodista corría junto con otros hombres de prensa hacia la monstruosa nube negra producida por el desplome de las Torres Gemelas en Manhattan, Nueva York, nunca pensó que las consecuencias de la “madre de todos los atentados terroristas” no solamente costaría los tres mil muertos del World Trade Center (WTC) como dijeron, sino que ya ha llevado al desastre a tres países en el Medio Oriente y ha causado la muerte de cientos de miles de personas en una guerra que hasta el momento no solamente no ha parado sino que 13 años después está tomando un nuevo impulso.
En todo este tiempo han surgido más 
preguntas que respuestas sobre quiénes fueron los autores de aquel 
terrible atentado. Según la historia oficial, 19 extremistas árabes, la 
mayoría sauditas, sin ser pilotos profesionales lograron secuestrar 
cuatro aviones comerciales e hicieron estrellarse dos de ellos contra 
las Torres Gemelas en Nueva York. El tercer avión impactó en un edificio
 del servicio de inteligencia del Pentágono y del cuarto no se sabe 
exactamente si se estrelló o fue derribado.
Todos vimos que la tercera torre del WTC 7 
que no recibió ningún impacto aéreo se desintegró por si sola después de
 producirse en el octavo piso una explosión, según el testigo Barry 
Jennings, empleado del Departamento de Vivienda quien murió 
misteriosamente en vísperas de la presentación del Informe Oficial del 
National Institute of Standarts and Technology sobre WTC 7. La 
conclusión final fue que el WTC 7 se colapsó debido al fuego cuya 
procedencia jamás fue aclarada. Lo curioso fue que unos 23 minutos antes
 de la desintegración del WTC 7, la BBC informó sobre su colapso.
Resulta completamente extraño que las 16 agencias de inteligencia que tiene EE.UU., con el presupuesto de 75 mil millones de dólares, incluyendo la poderosa Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y las 51 organizaciones federales y mandos militares que operan en 15 ciudades norteamericanas, además del servicio de inteligencia de Israel, Mossad y los organismos similares de los países integrantes de la OTAN fallaron en prevenir aquellos atentados. A la vez, ni el presidente del país ni los miembros del Capitolio o del Pentágono exigieron una exhausta investigación sobre aquel suceso. Solamente la presión de los familiares de las víctimas de esa tragedia obligó al presidente George W. Bush a nombrar una comisión política sin incluir los especialistas para iniciar una indagación, un año después de lo ocurrido.
Resulta completamente extraño que las 16 agencias de inteligencia que tiene EE.UU., con el presupuesto de 75 mil millones de dólares, incluyendo la poderosa Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y las 51 organizaciones federales y mandos militares que operan en 15 ciudades norteamericanas, además del servicio de inteligencia de Israel, Mossad y los organismos similares de los países integrantes de la OTAN fallaron en prevenir aquellos atentados. A la vez, ni el presidente del país ni los miembros del Capitolio o del Pentágono exigieron una exhausta investigación sobre aquel suceso. Solamente la presión de los familiares de las víctimas de esa tragedia obligó al presidente George W. Bush a nombrar una comisión política sin incluir los especialistas para iniciar una indagación, un año después de lo ocurrido.
En estos 13 años se han escrito muchos 
libros y artículos refutando las conclusiones de la Comisión 9-11. 
Inclusive dos de sus co-presidentes, Thomas Kean y Lee Hamilton 
declararon en 2008 que “la CIA falló en dar respuestas a la Comisión y 
obstruyó la investigación”. A la vez, varios ingenieros, especialistas 
en demolición, arquitectos, físicos como Steven Jones de la Universidad 
Brigham Young (Utah) declararon que las Torres Gemelas no fueron 
destruidas por el impacto de los aviones sino con explosivos. El 
científico químico Niels Harrit de la Universidad de Copenhage 
(Dinamarca) remarcó en su informe que su equipo de investigación 
encontró la presencia de nanotermitas entre las ruinas de las torres del
 WTC. El material nanotérmico es utilizado en los explosivos de alta 
potencia para los fines militares.
Este artículo puede ser demasiado extenso presentando un sinnúmero de
 cosas extrañas que se produjeron en vísperas, durante o después de la 
tragedia, como por ejemplo la subida repentina de las acciones de 
American Airlines un día antes del atentado o el sórdido cobro del 
seguro de las Torres Gemelas por el banco de inversiones Blackstone. 
Todo puede ser un campo abierto para los especialistas en la teoría de 
la conspiración. Las 3,000 inocentes víctimas duelen mucho pero lo que 
más estremece todavía son las cientos de miles de víctimas como 
resultado de la política de Washington que utilizó aquel atentado para 
dar rienda suelta a sus ambiciones guardadas.
Para ponerlas en marcha vincularon el 
atentado a Osama bin Laden, su estrecho colaborador durante la lucha de 
mujahidines, creados y financiados por los EE.UU., para combatir la 
presencia soviética en Afganistán. Aquel contratista saudita que en una 
época era inclusive amigo de George Bush padre y prestamista de George 
W. Bush fue designado por Washington como el enemigo número uno por ser 
el “cerebro del atentado”. A nadie le importó que existían testimonios 
de su deceso en diciembre de 2001, confirmado inclusive por la ex primer
 ministra de Paquistán, Benazir Bhutto. Se necesitaba simplemente un 
pretexto para entrar en Afganistán y “detener a Osama bin Laden”.
De la misma manera implicaron al presidente
 de Irak, Sadam Hussein en la tragedia del WTC. El periodista 
norteamericano de investigación, Jeremy Scahill, señaló en su libro, 
“Guerras Sucias” que “aquellos momentos posteriores al 11 de setiembre 
permitieron que Rumsfeld (Donald), Cheney (Dick) y sus aliados 
republicanos hicieran realidad sus tan ansiadas aspiraciones de un poder
 ejecutivo omnipotente que gozara del derecho virtualmente ilimitado de 
librar guerras allende cualquier frontera”. También el autor cita a 
Richard Clarke ( encargado de la oficina antiterrorista de EE.UU.) quien
 declaró que “el 12 de setiembre el presidente Bush le ordenó tres veces
 que buscara hasta el más mínimo indicio que conectara a Irak con el 
atentado”.
Ya es de dominio público que si los 
indicios no existían se los inventaba Washington para llegar al petróleo
 iraquí. En 2003 las tropas norteamericanas invadieron y destruyeron 
Irak. Igualmente en el 2011 Washington delegó este trabajo sucio a sus 
satélites incondicionales de la OTAN para bombardear  Libia y asesinar a
 su líder Muamar Gadafi. Todo esto era parte de un plan concebido muchos
 años antes del atentado contra WTC. La economía norteamericana 
necesitaba guerras para mantenerse a flote, según los economistas del 
gobierno y también recursos energéticos del Medio Oriente para 
fortalecer su hegemonía mundial.
Para estos fines aplicaron la política 
“divide y reina” en la región auspiciando al grupo terrorista radical 
al-Qaeda para desatar la guerra interna en el Medio Oriente entre 
sunitas y chiitas. Supuestamente el fundador de esta organización de 
resistencia islámica había sido Osama bin Laden pero sus auspiciadores 
financieros y militares fueron Estados Unidos, Arabia Saudita y Qatar. 
En recientes declaraciones, Hillary Clinton reconoció la participación 
de Norteamérica en la financiación de al-Qaeda. Precisamente esta 
organización ha sido implicada en la desestabilización de Siria y 
posteriormente la guerra civil.
En la percepción de los globalizadores, 
cada organización terrorista creada, tiene su tiempo y su propósito. Así
 al-Qaeda ha sido necesaria para dividir a base de la religión el Medio 
Oriente. Ahora Washington necesita crear un estado unificado a base de 
la misma religión para facilitar su dominio en la región. Así en 2006, 
de acuerdo a la publicación Global Research, apareció el movimiento el 
Estado Islámico en Irak y Levante (EIIL)- DAESH en árabe. Según la misma
 fuente, su fundadora fue la ex secretaria de Estado Condoleezza Rice. 
Igual que EIIL, el frente Al-Nustra de Siria y el Ejército Libre de 
Siria eran consecuencias de la política de Rice.
En 2013, el EIIL rompió con al-Qaeda y 
cambió de nombre convirtiéndose en la organización Estado Islámico (EI),
 cuyo propósito es formar un califato en la región. De acuerdo al 
semanario American Free Press, “su jefe es Abu Bakr al-Baghdadi 
doctorado en estudios islámicos, se considera ser un operativo de Mossad
 y su nombre real es Elliot Shimon”.
Según las revelaciones del ex agente 
norteamericano Edward Snowden, EE.UU., Israel y Arabia Saudita 
participan en la financiación de la organización EI, cuyo blanco no es 
solamente el Medio Oriente sino el mundo entero. Por eso no es de 
extrañar que después de divulgar por medios virtuales la decapitación de
 dos periodistas, al-Baghdadi declaró que su próxima víctima va a ser el
 presidente de Rusia Vladimir Putin. Lo más extraño es que el EI tiene 
un gran aparato propagandístico, armamento sofisticado y  es considerada
 la más despiadada en las técnicas de tortura.
Así es la política de los globalizadores. 
Primero, forman a sus terroristas y después, utilizan su existencia para
 desatar guerras. Hace poco el presidente Obama declaró que ya existe 
una coalición de 40 países para detener el avance del EI en Irak. ¿Será 
una nueva guerra preventiva o qué? Solamente el tiempo lo aclarará.
Fuente: Novosti 
 

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