Autor(es): Chesnais, François
 Chesnais,
 François. Investigador-militante marxista, economista, profesor emérito
 en la Universidad de París 13-Villetaneuse. 
Es parte del Consejo científico de ATTAC-Francia, director de Carré 
Rouge y miembro del Consejo asesor de Herramienta, con la que colabora 
asiduamente. 
Autor de una gran cantidad de artículos, ensayos y libros, entre los que
 elegimos mencionar La Mondialisation du capital y Les dettes 
illégitimes. Quand les banques font main base sur les politiques 
publiques. 
Es también uno de los autores de la obra colectiva Las finanzas 
capitalistas. Para comprender la crisis mundial, publicado por Ediciones
 Herramienta. E-mail: chesnaisf@free.fr.
Chesnais,
 François. Investigador-militante marxista, economista, profesor emérito
 en la Universidad de París 13-Villetaneuse. 
Es parte del Consejo científico de ATTAC-Francia, director de Carré 
Rouge y miembro del Consejo asesor de Herramienta, con la que colabora 
asiduamente. 
Autor de una gran cantidad de artículos, ensayos y libros, entre los que
 elegimos mencionar La Mondialisation du capital y Les dettes 
illégitimes. Quand les banques font main base sur les politiques 
publiques. 
Es también uno de los autores de la obra colectiva Las finanzas 
capitalistas. Para comprender la crisis mundial, publicado por Ediciones
 Herramienta. E-mail: chesnaisf@free.fr. 
Una fase específica de la historia económica y social sudamericana 
ha llegado a su fin. Esta fase fue testigo de la exportación de materias
 primas o productos semiprocesados en gran cantidad y a altos precios, 
que permitieron a sus economías tener tasas de crecimiento considerables
 y a sus gobiernos financiar una serie de programas sociales sin cambiar
 la distribución de la riqueza. El “modelo”, como así se lo llamó, 
dependía de la tasa de crecimiento y la demanda de commodities en
 otras partes de la economía mundial, especialmente en China. El fin de 
lo que terminó siendo un paréntesis de quince años despertará una 
agudización de las confrontaciones políticas y sociales en todas partes,
 cuyo preludio son hoy los acontecimientos en Brasil. Me complace 
contribuir a la discusión en Herramienta, en la cual tratar de 
explicar lo que considero que es un momento crucial en la historia 
mundial, en el que el capitalismo está alcanzando sus límites absolutos.
La crisis económica y financiera global pendiente
La crisis económica y financiera en curso dio fin a una fase muy 
larga de una acumulación que tuvo periódicamente altibajos (en 1949 para
 los EE.UU., y en 1974-1976 y 1981-1982 en todo el mundo), pero sin 
embargo ininterrumpida que se remonta hacia 1942 en el caso de los 
EE.UU., y hacia 1950 en el caso de Europa y Japón. El dinamismo inicial 
de la muy fuerte acumulación se debió a las grandes inversiones que se 
requerían para reconstruir la base material de las economías 
capitalistas luego de la larga depresión de la década de 1930, y las 
destrucciones masivas de la Segunda Guerra Mundial, así como también 
explotar las tecnologías creadas en la década de 1920 y por supuesto, 
como un resultado de la guerra.
Esta crisis comenzó como una crisis financiera, tras la cual se 
puso al descubierto una profunda crisis de sobreacumulación y 
sobreproducción, compuesta por una tasa decreciente de ganancias. La 
crisis estaba en ciernes desde la segunda mitad de la década de 1990, y 
se demoró por la creación masiva de crédito y la plena incorporación de 
China a la economía mundial. Dado que los EE.UU. son el principal centro
 financiero mundial, y donde el sistema de crédito había sido impulsado 
hasta su “límite extremo” (Marx, 1983, III: 568); fue allí que la 
crisis, en su dimensión financiera, estalló en julio de 2007 y alcanzó 
su paroxismo en septiembre de 2008. El crac que comenzó a fines de 2008 
fue de naturaleza global y no sólo una “Gran Recesión” norteamericana, 
golpeando inicialmente a las economías industrializadas. Los países 
emergentes, que pensaron que permanecerían mayormente inmunes a sus 
efectos, más tarde perderían esta ilusión. En 2008 el capitalismo 
mundial, dirigido por los EE.UU., determinó que la configuración 
combinada de las relaciones internas y políticas impidieran que la 
crisis destruyera el capital ficticio y productivo de la misma manera 
que ocurrió en la década de 1930. La velocidad y la escala de la 
intervención gubernamental en 2008 por parte de los EE.UU. y los 
principales países europeos para apoyar al sistema financiero, y 
también, en forma temporal y en un menor grado, a la industria 
automovilística, expresan la presión directa de los bancos en defensa de
 la riqueza financiera y de las automotrices estadounidenses y europeas 
para proteger su posición contra los competidores asiáticos. Pero 
también expresaron una considerable cautela política, tanto local como 
internacionalmente. El aparato estalinista-cum-capitalista y la élite 
social chinos compartieron estas preocupaciones y financiaron grandes 
inversiones a la manera keynesiana. China depende altamente de las 
exportaciones y su élite también tiene un genuino temor del 
proletariado.
Las medidas políticas promulgadas en 2008-2009 para contener la 
crisis ayudan a explicar la persistencia y el ulterior crecimiento de 
una masa de capital ficticio en la forma de títulos sobre el valor y el 
plusvalor implicados en innumerables operaciones especulativas, al mismo
 tiempo que una situación irresuelta de sobreacumulación y 
superproducción de una amplia gama de industrias. El continuo recurso de
 los gobiernos y los bancos centrales del G7 a la inyección de masivas 
cantidades de dinero nuevo en sus economías (quantitative easing,
 o “alivio cuantitativo”) ha provocado que enormes sumas nominales de 
capital ficticio ronden por los mercados financieros mundiales, 
volviéndolos altamente inestables.
La convergencia de muchas crisis y la situación de la clase obrera
La duración de la crisis mundial y la ausencia en la burguesía de 
un horizonte económico que no sea el de cortas recuperaciones cíclicas 
anuncian la convergencia y en última instancia la fusión de los efectos 
económicos y sociales de una prolongada crisis económica con los 
efectos, de dimensiones portentosas, del cambio climático. La primera 
advertencia sobre los peligros del cambio climático se remonta a la 
década de 1980, y obligó a las Naciones Unidas a crear el Panel 
Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC en inglés). El 
calentamiento global ha sido medido en forma cada vez más precisa y sus 
consecuencias fueron documentadas por los sucesivos informes del IPCC 
(1990, 1995, 2001, 2007 y 2014). Pero no han sido tomados en cuenta. El 
“escepticismo” sobre el cambio climático financiado por los lobbies petroleros ha cedido su lugar al reconocimiento formal y retórico por los gobiernos. Hace cinco años, The Economist publicó
 una síntesis muy bien informada anunciando que “se acabó la lucha para 
limitar el calentamiento global a niveles tolerados aceptables”.1
 Las cuatro principales conferencias internacionales que han tenido 
lugar desde entonces han sido básicamente costosas y cínicas operaciones
 de comunicación, con el objeto de engañar a los no informados. La 
convergencia y la fusión final de la crisis económica y la ambiental 
plantean simultáneamente dos cuestiones relacionadas: la del futuro del 
capitalismo y la de las perspectivas de vida para decenas de millones de
 personas en determinadas partes del mundo y para la existencia social 
civilizada en todo él.
Luego de la incorporación de China, hasta para los EE.UU. es cierto
 el fundamental comentario metodológico de Trotsky de que “una potente 
realidad con vida propia, creada por la división internacional del 
trabajo y el mercado mundial [...] impera en los tiempos que corremos 
sobre los mercados nacionales” (Trotsky, 1930: 3). La liberalización y 
la globalización también han desatado a “las fuerzas ciegas de la 
competencia” con un grado de brutalidad no sufrida antes y por cierto, 
no durante las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Para 
todas las burguesías locales, la pérdida del margen de control de la 
política económica que poseían cuando las economías nacionales tenían un
 cierto grado de autonomía es un importante componente de la crisis 
política que están sufriendo. Esto obliga a las principales potencias a 
compensar las nuevas situaciones no deseadas o agudizadas de dependencia
 económica del exterior por medios políticos y militares en el ámbito de
 su esfera de influencia. El malestar ante la globalización tal como lo 
expresa políticamente el neoconservadurismo estadounidense ayuda a 
comprender que la invasión de Irak, no es sólo por el control del 
petróleo. La política de Rusia en Siria es de la misma naturaleza. 
Detrás de la crisis de la Unión Europea también se halla la idea de que 
los gobiernos pueden recobrar el control de ciertos parámetros políticos
 y económicos.
Para la clase obrera las consecuencias de la liberalización y 
globalización del capital son aún más graves. La experiencia histórica 
acumulada de los trabajadores ha sido exclusivamente la de la lucha 
contra el capital en el ámbito de las fronteras nacionales. Las 
organizaciones de la clase obrera, los sindicatos y los partidos 
políticos pudieron “centralizar las múltiples luchas locales, que en 
todas partes poseen el mismo carácter, en una lucha nacional, en una 
lucha de las clases” (Marx y Engels, 2008: 36). Pero en las palabras de 
Marx y Engels, esta lucha era “quebrantada de nuevo a cada instante a 
través de la competencia entre los propios trabajadores” creada por los 
capitalistas en el mercado laboral. Hoy, los capitalistas pueden 
enfrentar entre sí a los trabajadores de diferentes países y 
continentes. El logro más grande del capital durante los últimos 40 años
 ha sido la creación de una “fuerza laboral mundial”, a través de la 
liberalización de las finanzas, el comercio y la inversión directa y la 
incorporación de China e India en el mercado mundial. A esto 
frecuentemente se lo llama la “gran duplicación de la reserva de trabajo
 mundial”,2 de
 la reserva industrial mundial potencial, con palabras de Marx. Su 
existencia crea las condiciones para aumentar la tasa de explotación y 
la configuración del ejército de reserva industrial en cada economía 
nacional. Las tecnologías de la información y la comunicación han 
llevado a una fragmentación cada vez mayor de los procesos de trabajo, a
 la que ahora se agrega el verdadero ingreso en la era de la 
robotización. 
La vacilante acumulación del capital
Un modo de producción es al mismo tiempo una forma específica de la
 organización de las relaciones sociales de producción, junto a las 
correspondientes relaciones de distribución, y un modo de dominación 
social organizado institucional y políticamente. Cuando el modo de 
producción qua relaciones sociales de producción comienza a 
vacilar y a paralizarse, y la reproducción ampliada se desacelera 
fuertemente, la experiencia histórica muestra que los componentes 
dominantes de las clases altas tendrán como su único objetivo y 
horizonte la preservación a toda costa de sus privilegios y su poder 
apoyados en determinadas instituciones. Rechazarán todo pedido de 
reforma, aunque provengan de miembros de sus propias filas. Así sucedió 
con la corte de la monarquía absoluta en Francia, con ministros como 
Turgot y nuevamente en la corte de la Rusia zarista. Ese fue el caso 
también cuando las híbridas relaciones sociales sui generis de 
producción de la Unión Soviética llegaron a su límite. La burguesía está
 hoy en esta situación. No tiene entre sus filas a un Roosevelt. Las 
expresiones de su crisis incluyen la extensión y la profundidad de la 
corrupción, el muy bajo nivel de debate político, el cinismo de las 
corporaciones y la parálisis de los gobiernos frente al cambio 
climático. La conferencia de Davos en 2016 eligió centrarse en la crisis
 de los bancos europeos y cuestiones similares, en lugar de discutir el 
informe que expresaba en términos diplomáticos:
La preocupación sobre los efectos de la 
desintermediación digital, la robótica avanzada y la economía 
colaborativa sobre el crecimiento de la productividad, la creación de 
empleos y el poder de compra. Es evidente que la generación del milenio 
experimentará en la próxima década un cambio tecnológico mayor que lo 
que hubo en los últimos 50 años, no dejando intacto a ningún aspecto de 
la sociedad global. Los grandes adelantos científicos y tecnológicos, 
desde la inteligencia artificial hasta la medicina de precisión, se 
plantean transformar nuestra identidad humana.3 
Un importante elemento de la situación actual es la ausencia de 
prerrequisitos exógenos, de los que anteriormente se disponía para una 
renovada acumulación a largo plazo. La reactivación de las “ondas 
largas” en el sentido que les daba Trotsky, y que reconocía de una 
manera complicada Mandel, la determinaban factores exógenos, como las 
guerras mundiales, las masivas ampliaciones del mercado debido a una 
expansión territorial (la “frontera” en la historia estadounidense) o la
 creación de nuevas industrias como resultado de importantes adelantos 
tecnológicos. Las condiciones políticas para una guerra mundial (una 
preparación ideológica del tipo de la que llevó a cabo el nazismo luego 
de 1933) no existe hoy en día. De modo que para la burguesía, el 
problema es hallar un factor capaz de impulsar la acumulación otra vez, 
luego de varias décadas. Desde que se incorporó a China en el mercado 
mundial, ya no quedan “fronteras”. La única posibilidad son las nuevas 
tecnologías. Solamente éstas, con una inversión extremadamente alta y 
sus efectos en los empleos, son capaces de impulsar una nueva onda larga
 de acumulación, asociada con la expansión a través de nuevos mercados. 
El rol de las Tecnologías de la Información y la Comunicación en la 
reconfiguración radical de la organización del trabajo y en la vida 
cotidiana es indudable. La gran cuestión es si ellas tienen las 
consecuencias en la inversión y en el empleo, capaces de impulsar una 
nueva onda larga de la acumulación. Sus impactos generalizados en el 
ahorro de fuerza de trabajo, junto a su efecto en incrementar el valor 
del capital constante invertido, sugieren lo contrario; en particular, 
si no está a la vista una “Cuarta Revolución Industrial”, o sea, un 
aumento radical de las tecnologías que surgieron en la “Tercer 
Revolución Industrial”, como la llamaban los teóricos 
neoschumpeterianos. La opinión dominante entre los economistas y 
sociólogos estadounidenses es que los factores que impulsaron el 
crecimiento económico durante la mayor parte de la historia 
norteamericana, se han gastado en gran medida. Dicen que se ha llegado a
 una “meseta tecnológica”, y apuntan a los “resultados más fáciles”, que
 tuvieron un rápido crecimiento, incluyendo el cultivo de muchas tierras
 antes no trabajadas, o de descubrimientos tecnológicos 
“trascendentales”, en especial en el transporte, la electricidad, las 
comunicaciones masivas, la refrigeración y los servicios sanitarios, y 
finalmente la educación masiva. Lo que las tecnologías de la información
 y la comunicación ofrecen al capital y al estado en la forma de “macro 
datos” es una capacidad sin precedentes para el control social y 
político. No ofrecen ninguna solución para el desempleo masivo4 y aumentan la composición orgánica del capital.
Una temprana reflexión sobre el futuro del capitalismo
En su introducción a la edición por Penguin del tomo III de El capital,
 Mandel (1981: 78) desarrolla una serie de elaboraciones teóricas sobre 
el “destino del capitalismo”. Al contrario que Sweezy, Mandel discute la
 teoría de Grossman sobre el colapso capitalista en forma respetuosa y 
seria. Esto lo lleva a analizar las consecuencias de lo que él llama en 
esa época el “robotismo”. Las nuevas tecnologías todavía estaban en su 
infancia cuando escribía esto, pero para Mandel ellas ya tenían 
potencialmente consecuencias portentosas. Teniendo en cuenta los 
pronósticos que hemos discutidos antes, es importante leerlas y 
discutirlas:
La extensión de la automatización más allá 
de un determinado límite conduce, inevitablemente, primero a una 
reducción del volumen total del valor producido, luego a una reducción 
del volumen total del plusvalor producido. Esto desata una “crisis del 
colapso” combinada en forma cuádruple: una enorme crisis de reducción en
 la tasa de ganancia; una enorme crisis de realización (el aumento en la
 productividad del trabajo que implica el robotismo expande la masa de 
valores de uso producida a un ritmo aún más alto que el ritmo de 
reducción de los salarios reales, y una creciente proporción de estos 
valores de uso se vuelve invendible); una masiva crisis social; y una 
inmensa crisis de “reconversión” [en otras palabras, de la capacidad del
 capitalismo para adaptarse] a través de la desvalorización; la formas 
específicas de la destrucción del capital amenazan no sólo a la 
supervivencia de la civilización humana, sino también la supervivencia 
de la humanidad o de la vida en nuestro planeta (ibíd.: 87).
Poco después, para que se lo entienda mejor, Mandel escribe:
Es evidente que esa tendencia hacia la 
modernización del trabajo en sectores productivos con el más alto 
desarrollo tecnológico debe, necesariamente, ser acompañado por su 
propia negación: un aumento en el desempleo masivo, en la ampliación de 
sectores marginalizados de la población, en la cantidad de quienes 
“abandonan” y de todos a quienes el desarrollo “final” de la tecnología 
capitalista los expulsa del proceso de producción. Esto significa que a 
los crecientes desafíos a las relaciones capitalistas de producción en 
el ámbito de la fábrica se suman crecientes desafíos a todas las 
relaciones y valores burgueses básicos en la sociedad de conjunto, y 
estos también constituyen un elemento importante y periódicamente 
explosivo de la tendencia del capitalismo al colapso final (ibíd.).
Y luego agrega:
No necesariamente es un colapso a favor de 
una forma superior de organización social o civilización. Precisamente 
como una función de la propia degeneración del capitalismo, los 
fenómenos de decadencia cultural, de retrogresión en las esferas de la 
ideología y el respeto a los derechos humanos, multiplican al mismo 
tiempo la sucesión ininterrumpida de crisis multiformes, con las que esa
 degeneración nos enfrentará (ya nos está enfrentando). La barbarie, 
como un posible resultado del colapso del sistema, es una perspectiva 
mucho más concreta y precisa hoy que lo que fue en las décadas de 1920 y
 1930. Hasta los horrores de Auschwitz e Hiroshima parecerán moderados 
comparados con los horrores con los que una continua decadencia del 
sistema confrontará a la humanidad. Bajo estas circunstancias, la lucha 
por un desenlace socialista asume el significado de una lucha por la 
propia supervivencia de la civilización humana y la raza humana (ibíd.: 
89).
Mandel modera su perspectiva ciertamente catastrófica con un mensaje de esperanza, adaptado de la problemática de El programa de transición:
El proletariado, como lo ha mostrado Marx, 
reúne todos los prerrequisitos objetivos para dirigir exitosamente esa 
lucha; y hoy, eso sigue siendo más cierto que nunca. Y tiene al menos el
 potencial para adquirir los prerrequisitos subjetivos también, para una
 victoria del socialismo mundial. Si ese potencial se hará 
verdaderamente realidad dependerá, en último análisis, de los esfuerzos 
conscientes de los marxistas revolucionarios organizados, integrándose 
con las periódicas luchas espontáneas del proletariado para reorganizar 
la sociedad siguiendo los lineamientos socialistas, y conduciéndolo a 
objetivos precisos: la conquista del poder estatal y la revolución 
social radical. No veo más motivos para ser pesimista hoy en cuanto al 
resultado de esa empresa, que los que había en la época en que Marx 
escribió El capital (ibíd.: 89 y s.).
Que una revolución social radical es la solución, es algo más 
cierto que nunca, pero la amenaza de las crisis ecológicas, algo que era
 imprevisible para Marx, como también el legado político del siglo XX, 
no nos inducen a ser tan optimistas como trataba ser Mandel en 1981. En 
la tradición revolucionaria a la que adherí, el socialismo era una 
“necesidad” en dos sentidos de la palabra: el de ser la única respuesta 
decisiva y duradera, no sólo para la situación de la clase obrera y los 
sumergidos, sino para la satisfacción de las necesidades humanas; y el 
de ser el resultado del movimiento del desarrollo capitalista. La 
burguesía no dejaría la escena sin luchar y los procesos 
contrarrevolucionarios como el nacimiento del estalinismo o el maoísmo 
podrían ocurrir, pero “la historia está de nuestro lado”. Los marxistas 
revolucionarios eran la “expresión consciente” de procesos económicos y 
sociales fundamentales. Esta visión del mundo estaba enraizada en la 
lectura de los numerosos párrafos de Marx y posteriormente, en los de 
los principales revolucionarios marxistas que parecían respaldarlo; en 
particular, Lenin, y en el caso de Trotsky, por una lectura unilateral 
de las dos primeras secciones del Programa de Transición, y con 
muy poca discusión de sus numerosos textos que expresaban preocupaciones
 enraizadas en los sucesos de la década de 1930 pero que contenían 
reflexiones más generales, como en sus escritos sobre el fascismo y el 
nazismo. Rosa Luxemburgo era objeto de sospechas, no sólo debido a sus 
advertencias sobre el posible curso de la revolución de octubre, sino 
por la angustia contenida en el grito de “socialismo o barbarie”. El 
hecho de que en sus últimos años esta angustia también pasó a ser la de 
Trotsky, jamás fue discutido.
Los procesos políticos de fines de la década de 1980 y principios 
de la de 1990, con consecuencias mundiales (en particular, el hecho de 
que no sucediera la revolución política en la URSS), y las divisiones 
organizativas vacías de perspectivas me volvieron cada vez más receptivo
 al pensamiento de filósofos de la Europa central. El primero fue 
Mészáros, con la siguiente afirmación de su libro originalmente 
publicado en 1995:
Todo sistema de reproducción metabólica 
social tiene sus límites intrínsecos o absolutos que no se pueden 
traspasar sin cambiar el modo de control prevaleciente en uno 
cualitativamente diferente. Cuando en el curso del desarrollo histórico 
se llega hasta esos límites se hace imperativo transformar los 
parámetros estructurales del orden establecido –o en otras palabras, sus
 “premisas prácticas” objetivas– que normalmente circunscriben el marco 
general de ajuste de las prácticas reproductivas factibles bajo esas 
circunstancias (Mészáros, 2000: 163).5
Y a este párrafo le sigue la siguiente afirmación de que en el caso del capitalismo,
el margen para el desplazamiento de las 
contradicciones del sistema se torna aún más estrecho y sus pretensiones
 de un estatus indesafiable de la causa sui se hacen palpablemente 
absurdas, a pesar del poder destructivo antes inimaginable a disposición
 de sus personificaciones. Porque a través del ejercicio de tal poder el
 capital puede destruir a la humanidad en general –que es precisamente a
 lo que parece estar en verdad encaminado (y con ello, de seguro, 
también a su propio sistema de control)– pero no selectivamente a su 
antagonista histórico [la clase obrera] (ibíd.: 166 y s.).
El otro autor que me ha alentado a investigar el concepto de los 
límites absolutos de la producción capitalista es el filósofo alemán 
Robert Kurz. Como Mandel, en una lectura de Marx que ha levantado muchas
 controversias,6 él
 apunta a los efectos en el ahorro de trabajo y en la mejora de la 
productividad de las tecnologías relacionadas con la tecnología de la 
información y la comunicación, y sus consecuencias en la agudización de 
las contradicciones de la producción capitalista.
Dado el nivel de las contradicciones que han
 alcanzado, nos enfrentamos desde ahora con la tarea de reformular la 
crítica de las formas capitalistas y en la de su abolición. Esta es 
simplemente la situación histórica en la que estamos, y sería fútil 
llorar sobre las batallas perdidas del pasado. Si el capitalismo llega 
ante los que son objetivamente sus límites históricos absolutos, sin 
embargo es cierto que, por falta de una consciencia crítica suficiente, 
la lucha por la emancipación también puede fracasar. El resultado sería 
entonces no una nueva primavera de la acumulación, sino como lo dijo 
Marx, la caída de todos en la barbarie.7
El advenimiento de una nueva barrera inmanente más formidable y sus consecuencias
En ausencia de los factores capaces de lanzar una nueva fase de 
acumulación sostenida, la perspectiva es la de una situación en la que 
las consecuencias del lento crecimiento y la endémica inestabilidad 
financiera, junto al caos político que ellos alimentan en ciertas 
regiones hoy y potencialmente en otras, convergería con los impactos 
sociales y políticos del cambio de clima. El concepto de barbarie, 
asociado con las dos guerras mundiales y el Holocausto y más 
recientemente con los genocidios contemporáneos también se hará 
aplicable entonces a ellos. El precedente de la vinculación de la 
cuestión ecológica con la caída de nuestra sociedad en la barbarie se lo
 debe atribuir otra vez a Mészáros:
En alguna medida Marx ya era consciente del 
“problema ecológico”, es decir, los problemas de la ecología bajo el 
dominio del capital y los peligros implícitos en él para la 
supervivencia humana. De hecho, fue el primero en conceptualizarlo. 
Habló sobre la contaminación e insistió en que la lógica del capital 
–que debe perseguir las ganancias, de acuerdo con la dinámica de la 
auto-expansión y la acumulación del capital– no puede tener ninguna 
consideración para los valores humanos e incluso para la supervivencia 
humana [...]. Por supuesto, lo que no se puede hallar en Marx, es una 
explicación de la mayor gravedad de la situación en la que nos 
encontramos. Para nosotros la supervivencia humana es una 
cuestión urgente (Mészáros, 2001: 99).
Cuando hablamos de amenaza a la supervivencia humana, por supuesto,
 queremos decir una amenaza a la civilización tal como la conocemos 
hasta ahora. Los seres humanos sobrevivirán, pero si no derriban al 
capitalismo, vivirán, a nivel mundial, en una sociedad del tipo de la 
que describió Jack London en su gran novela distópica, El talón de hierro.
 Hasta que tenga lugar el cambio revolucionario, estamos atrapados por 
las relaciones y las contradicciones específicas del modo capitalista de
 producción. Un modo de producción caracterizado por “el movimiento 
infatigable de la obtención de ganancias, el afán absoluto de 
enriquecimiento” (Marx, 1983: I, 187), no puede tomar en cuenta un 
mensaje que exige un fin al crecimiento, tal como se entiende 
tradicionalmente, y un uso negociado y planificado de los recursos 
restantes.
La acumulación del capital ha tomado la forma del desarrollo de 
industrias específicas. La combinación de la crisis global económica y 
la crisis ecológica del capitalismo es simultáneamente la de las 
relaciones sociales de producción y de un determinado modo de producción
 material, el consumo, el uso de la energía y los materiales o, 
nuevamente toda la base material en la que ha tenido lugar la 
acumulación, en particular durante los últimos 60 años, y las industrias
 asociadas con él –las energéticas, las automovilísticas, las 
infraestructuras viales y la construcción en particular, que conducen a 
modelos de ciudades intensivas en energía y de la producción de 
agroquímicos. La prolongación de este modo bajo el capitalismo implica 
formas cada vez más destructivas de minería, perforación petrolera (por ejemplo, la perforación de pozos a través de espesas capas de sal en aguas ultraprofundas en el Ártico),
 la producción agrícola (el uso altamente intensivo de ingredientes 
químicos y la expansión de la agricultura mediante la deforestación) y 
los recursos oceánicos. Esas formas representan “el esfuerzo del capital
 para revertir la desaceleración de la productividad a través de una 
serie de desesperadas batallas por las últimas migajas de los últimos 
restos baratos de la naturaleza” (Moore, 2014: 37). El agente de esta 
destrucción es la figura contemporánea del “capitalista, o sea como 
capital personificado, dotado de conciencia y voluntad” (Marx, 1983, I: 
187), a saber, la gran corporación industrial y minera y quienes la 
poseen y controlan.8
Ahora es evidente que el calentamiento global y el agotamiento 
ecológico se han convertido en una “barrera inmanente” para el capital, y
 no, como todavía se lee en obras anteriores de estudiosos 
estadounidenses, en una barrera exterior. En su libro, que recibí cuando
 estaba terminando con esta conclusión, Moore escribe que “los límites 
al crecimiento que enfrenta el capital son suficientemente reales: son 
‘límites’ coproducidos mediante el capitalismo. El límite ecológico 
mundial del capital es el propio capital” (Moore, 2015: 295). Esta 
coproducción se remonta a la época del capital mercantil, y en la época 
más reciente ha sido moldeada por la globalización y la 
financiarización. Esta es una barrera que no puede, como se expone en el
 tomo III de El capital, capítulo 15, ser resuelta temporalmente a
 través de “la desvalorización periódica del capital ya existente” o 
superándola en virtud de “medios que vuelven a alzar ante ella esos 
mismos límites, en escala aún más formidable” (Marx, 1983: III, 320 y 
s.). La barrera está allí para permanecer. Foster ha tomado el concepto 
del límite o barrera absoluta del capital y lo ha desarrollado en 
relación con el medio ambiente, agregando detallados comentarios a los 
textos pertinentes de Marx. Considera que el “precipicio ecológico que 
se aproxima” (Bellamy Foster, 2013: 1) como algo que cada vez está más 
cerca. El agotamiento de los recursos es irreversible, o sólo reversible
 en un largo tiempo, que podría tomar siglos. Tan profundamente 
intensivo en carbón es el actual régimen energético imbricado con los 
modos de producción y de vivir forjados por el capitalismo, que el ritmo
 del calentamiento global está fuera de control, al menos en la 
actualidad. En el “mejor escenario” (un escenario sin procesos de 
realimentación), la cuestión que se plantea es sobre la “adaptación” y 
de este modo, está determinada por las clases y la división entre países
 ricos y países pobres, que serán las que decidirán quiénes serán más 
perjudicados en el mundo .
Como subrayó Mandel más arriba, el hecho de que el capitalismo haya
 alcanzado sus límites absolutos no significa que cederá el paso a un 
nuevo modo de producción.9 Las
 élites y los gobiernos controlados por ellas prestan más atención que 
nunca a la preservación y reproducción del orden capitalista. De modo 
que a su progresivo hundimiento junto a los efectos previsibles e 
imprevisibles del cambio climático se sumarán guerras y regresiones 
ideológicas y culturales, tanto las provocadas por la mercantilización y
 la financiarización de la vida cotidiana como las que toman la forma 
del fundamentalismo y el fanatismo religioso de los tres monoteísmos. La
 mortalidad a causa a las guerras locales, las enfermedades, y las 
condiciones sanitarias y nutricionales debidas a la gran pobreza 
continúan siendo contadas en decenas, sino centenares, de millones.10 Los
 impactos del cambio climático aumentan en determinadas partes del mundo
 (el delta del Ganges, gran parte de África, las islas del Pacífico Sur)
 y ya ponen en peligro las mismas condiciones de reproducción social de 
los oprimidos (este tema fue central en Chesnais y Serfati, 2003). 
Necesariamente, ellos resistirán o procurarán sobrevivir lo mejor que 
puedan. Las consecuencias serán violentos conflictos sobre los recursos 
acuíferos, guerras civiles, prolongadas por la intervención extranjera 
en los países más pobres del mundo, enormes desplazamientos de 
refugiados causados por las guerras y el cambio climático (Dyer, 
2010). Quienes dominan y oprimen al orden mundial consideran esto como 
una amenaza a su “seguridad nacional”. En un informe reciente del 
Departamento de Defensa de los EE.UU. se afirma que el cambio climático 
global tendrá implicancias de amplio alcance para los intereses de la 
seguridad nacional del país.11 Moore
 escribe que “el giro hacia la financialización, y la cada vez más 
profunda capitalización en la esfera de la reproducción, ha sido una 
forma poderosa de posponer la rebelión inevitable. Esto ha permitido 
sobrevivir al capitalismo. Pero, ¿por cuánto tiempo más?” (Moore, 2015: 
305). Hay otras preguntas, que no son muy diferentes: “nosotros”, 
¿podremos liberarnos, derribar al capitalismo para establecer una 
“sociedad humana en relación con la naturaleza” totalmente diferente? Y 
si no podemos, ¿sobrevivirá la sociedad civilizada? Pues un modo de 
producción que está colapsando nos arrastrará a todos en su caída.
Las generaciones más jóvenes de hoy y quienes las seguirán se 
enfrentan y cada vez más se enfrentarán con problemas 
extraordinariamente difíciles. Hay importantes batallas en algunos 
países, pero también en todos los demás, una cantidad innumerable de 
luchas auto-organizadas a nivel local que demuestran su plena capacidad 
para enfrentar esos problemas. Visto desde el punto de vista de la lucha
 por la emancipación social, su única perspectiva es la que se resume en
 la palabra que dijo Marx durante su última conversación registrada que 
tenemos, precisamente una conversación con un joven periodista 
estadounidense: “lucha”.
“Durante la conversación, surgió en mi mente una pregunta relativa a
 la suprema ley de la vida. Mientras descendía a las profundidades del 
lenguaje, y se elevaba a las alturas de la solemnidad, durante un 
instante de silencio, interrumpí al revolucionario y filósofo con estas 
decisivas palabras, ‘¿Qué es?’. Parecía como si por un momento su mente 
diese marcha atrás mientras contemplaba bramar al mar ante él, así como a
 la inquieta multitud en la playa. ‘¿Qué es?’, había preguntado yo; a lo
 que en un tono profundo y solemne, replicó: ‘¡Lucha!’ Al principio creí
 haber oído el eco de la desesperación; pero por ventura, era la ley de 
la vida”.12
Los levantamientos en diferentes partes del mundo y las igualmente 
importantes innumerables luchas locales, muchas de las cuales son 
simultáneamente económicas y ecológicas, muestran que quienes participan
 en ellas lo comprenden. El inmenso desafío es el de centralizar esta 
latente energía revolucionaria en todo el mundo en formas políticas que 
no repitan las que tuvieron los desastrosos resultados del siglo pasado,
 y así crear realmente una fuerza que podría concebir y establecer las 
relaciones de la emancipación humana, y capaz también de detener el 
actual curso ecológico.
Bibliografía
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la reproduction sociale”. En: Harribey J.-M. / Löwy, Michael(eds.), Capital contre nature. París: Presses Universitaires de France / Actuel Marx Confrontation, 2003.
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Moore, Jason W, “The Crisis of Feudalism: An Enviromental History”. En: Organization and Environment 15/3 (septiembre de 2002).
–, “The Capitalocene, Part. I: On the Nature & Origins of Our Ecological Crisis”. En: http://www.jasonwmoore.com/Essays.html (último acceso: 11/5/2016).
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Trotsky, León, La revolución permanente (1930). En: http://www.espartaco.cjb.net (último acceso: 11/5/2016).
Wheen, Francis, Karl Marx. Buenos Aires: Debate, 2015.
Escrito  especialmente para su publicación en Herramienta. 
Traducción  de Francisco T. Sobrino.
1  “Adaptándose al cambio climático”, The Economist,
  25/11/2010. “Aunque se resisten a decirlo en público, la  
improbabilidad absoluta de ese logro ha hecho que muchos científicos  
del clima, defensores del medio ambiente y dirigentes políticos  hayan 
llegado a la conclusión en que, como dijo Bob Watson, quien  presidió el
 IPCC y ahora es el principal científico en el  Departamento Británico 
del Medio Ambiente, Alimentos y Asuntos  Rurales, ‘dos grados es una 
quimera’”.
2
  Freeman (2010) estima  un aumento en el tamaño de la “reserva de 
trabajo mundial”, de  aproximadamente 1,46 mil millones a 2,93 mil 
millones, usando la  expresión mucho más clara de la “duplicación 
efectiva de la  fuerza de trabajo mundial asociada actual”.
3  Ver: http://reports.weform.org/global-risks-2016/.
4
  Un estudio cuidadosamente investigado (Fey y Osborne, 2013) estima  
que el 47 por ciento de los empleos estadounidenses se encuentran  “en 
riesgo” de ser automatizados en los próximos 20 años.
5.
  Las posiciones políticas de Mészáros a fines de la primera década  del
 2000, apoyando el “Socialismo del siglo XXI” de Chávez no  descalifican
 a su obra teórica.
6
  Particularmente en su interpretación en la temprana obra de la  teoría
 del valor y el concepto del trabajo abstracto. Esto es muy  marginal en
 el libro de 2011 sobre la crisis. Ver su presentación  del libro en 
francés  (http://www.palim-psao.fr/article-theorie-de-marx-crise-et-depassement-du-capitalisme-a-propos-de-la-situacion-de-la-critique-social-108491159.html),  y el resumen de las principales discusiones en una revista francesa  (https://lectures.revues.org/7102).
8
  Mientras termino este texto, llegan noticias de la posiblemente más  
grande crisis ecológica provocada bajo el capitalismo por la  
corporación minera brasileña Vale, sobre el río Doce.
9  La visión optimista es la de Amin (2016) con su teoría de una  transición al socialismo que durará un siglo o incluso varios.
10
  Moore (2002: 301-322)  ha sintetizado datos históricos, que muestran 
que la transición  del feudalismo al capitalismo mercantil desde el 
período medieval  tardío hasta el siglo XVII fue económica y social pero
 también  ecológica en sus manifestaciones, extendiéndose desde las  
hambrunas recurrentes, la Peste Negra, y el agotamiento de los  suelos, 
hasta las revueltas campesinas y la intensificación de las  guerras.
11  Ver:  http://www.defense.gov/pubs/150724-Congressional-Report-on-National-Implications-of-Climate-Change.pdf.
12  John Swinton, “A conversation with Marx”, The Sun,
 Nueva  York, 6 de septiembre de 1880. Agradezco a Pierre Dardot y 
Christian  Laval (2012), quienes terminaron su libro sobre Marx de esta 
misma  manera [la conversación también fue en Wheen, 2015. Nota del  
trad.].
Fuente: Herramienta 
 
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