| 
Fuente: Pikara Magazine 
Por
                  Jaime Giménez / Sarayaku (Ecuador) 
En la
                    Amazonia sur ecuatoriana, mujeres indígenas de
                    Sarayaku narran sus experiencias de lucha contra la
                    explotación petrolera de su territorio y el
                    patriarcado ancestral en su comunidad  Se
                    acerca la hora del almuerzo y a Rita no le queda
                    leña para cocinar. Armada con un hacha y una gran
                    cesta, esta mujer kichwa de alrededor de 30 años
                    camina cinco minutos en la espesura de la selva
                    amazónica ecuatoriana en busca de un árbol que
                    talar. Tras varias decenas de poderosos golpes, el
                    tronco del árbol cede ante la fuerza de la mujer.
                    Con la frente empapada en sudor pero con un rostro
                    que apenas refleja el esfuerzo, Rita continúa
                    tajando la madera para obtener leña que pueda
                    transportar de vuelta a casa. Una vez terminada la
                    faena, cuelga la cesta en su cabeza y, ayudada de
                    los fornidos músculos de su cuello y espalda, carga
                    la pesada madera a través del camino que serpentea
                    entre ríos, quebradas y demás obstáculos selváticos.
                    Al llegar de vuelta a su vivienda, prende el fuego
                    para cocinar, no sin antes haber recogido suficiente
                    agua del río para preparar la sopa de pescado con
                    que alimentará hoy a sus hijas, a su marido, a sus
                    suegros y a sus huéspedes. Rita, además, se ha
                    ocupado de mantener limpia su casa y de ir a la
                    chacka a recoger yuca para elaborar chicha, la
                    bebida preferida de los habitantes de su comunidad. Aparte de todas
                      sus obligaciones cotidianas, Rita también ocupa un
                      cargo político: es una de las líderes de
                    las mujeres de Sarayaku,
                    una localidad de la Amazonia sur de Ecuador que
                    resiste frente a la explotación petrolera desde hace
                    más de 30 años. 
 
Las
                    mujeres del Pueblo
                      Originario Kichwa de Sarayaku han
                    jugado un papel crucial en la resistencia de su
                    comunidad frente a los intentos de extracción de la
                    riqueza energética escondida en las entrañas de su
                    territorio ancestral. Situadas siempre en la primera
                    línea de las marchas, cargando a sus bebés en sus
                    espaldas o en sus úteros, las warmis (mujeres en
                    lengua kichwa) han alzado su voz para decir “¡No!”
                    al extractivismo y al patriarcado. Es la doble lucha
                    de las mujeres indígenas de Sarayaku, decididas a
                    resistir tanto a la explotación petrolera pretendida
                    por el Estado ecuatoriano como al patriarcado
                    ancestral que enfrentan en su comunidad. 
“Las
                    mujeres tenemos el mismo corazón y el mismo cuerpo
                    que los hombres, lo único que no tenemos es barba”,
                    afirma Corina Montalvo, moradora de Sarayaku de 83
                    años. “Antes nos llamaban warmi sami, es decir,
                    mujeres que no pueden hacer nada. Pero eso fue hace
                    mucho tiempo, en un tiempo de ignorantes”, recuerda
                    esta mujer cuyas arrugas de la frente esconden la
                    sabiduría de quien ha contemplado en primera persona
                    el paso del tiempo. “Decían que las mujeres eran
                    para cocinar, para lavar, para hacer chicha y leña,
                    que eso era trabajo de mujeres. Pero después
                    nosotras supimos que no era así y dijimos que los
                    hombres también tenían que trabajar. Los hijos son
                    de los dos, así que ellos también tienen que
                    criarlos”, remata. 
Esta aguerrida
                      y veterana luchadora de Sarayaku fue una de las
                      impulsoras de la primera gran movilización de la
                      comunidad. Corría
                    1992 y, como en toda América Latina, en el ambiente
                    sobrevolaba la sombra del 500 aniversario del inicio
                    de la conquista española. Varios pueblos amazónicos
                    de Ecuador marcharon caminando desde Puyo hasta
                    Quito para reclamar al Gobierno del entonces
                    presidente Rodrigo Borja la legalización de sus
                    títulos de propiedad sobre los territorios que
                    ocupaban. Fueron las
                      mujeres las que convencieron a los hombres de
                      caminar los casi 250 kilómetros de distancia y
                      2.000 metros de desnivel que separan la capital de
                      la oriental provincia de Pastaza de la urbe andina
                      donde tiene su sede el Gobierno de Ecuador.  
“Largo
                    tiempo pasamos para llegar a Quito, duro era
                    caminar. Fuimos 5.000 personas, muchas mujeres,
                    algunas viejitas, otras llevaron a sus hijos y otras
                    estaban con su barriga”, cuenta Montalvo, una de las
                    1.600 habitantes de Sarayaku, comunidad a la que
                    solo se puede acceder navegando durante más de tres
                    horas por el río Bobonaza o mediante avioneta. 
Una de
                    las mujeres que caminó sosteniendo a su hijo fue
                    Narcisa Gualinga, quien hoy tiene 72 años. “Los
                    hombres querían ir en bus, pero no teníamos dinero,
                    no querían caminar. Las mujeres los convencimos para
                    andar. En el camino, los urkorunas (kichwas de los
                    Andes) nos apoyaron, nos dieron comida y mantas”,
                    rememora esta mujer de esbelta figura y mirada
                    profunda, una de las fundadoras de la pionera
                    Asociación de Mujeres Indígenas de Sarayaku (AMIS).
                    Fue la hermana mayor de Narcisa, la histórica líder
                    Beatriz Gualinga, quien alzó su voz frente al
                    mandatario Borja. “Tanta gente que eran estudiados y
                    sabían hablar muy bien el castellano, ella no sabía
                    bien, pero ella habló con el gobierno”, declara
                    Narcisa. “Beatriz habló muy fuerte. Le dijo al
                    presidente, en kichwa y todo, que solo para ganar
                    votos ustedes hacen algo. Fuerte le gritó”, asegura
                    Montalvo. RESISTENCIA CONTRA EL EXTRACTIVISMO
El
                    liderazgo de las mujeres de
                      Sarayakuse mantuvo a lo largo del tiempo. De
                    poco sirvieron los títulos de tierra conseguidos en
                    1992 cuando, una década más tarde, la petrolera
                    argentina Compañía General de Combustibles (CGC)
                    ingresó al territorio comunal sin permiso de sus
                    habitantes para iniciar la exploración sísmica en
                    busca de crudo. La compañía, con la connivencia del
                    Estado ecuatoriano, colocó 1.400 kilos de explosivos
                    en diferentes puntos del territorio, con el objetivo
                    de abrir líneas que permitieran dilucidar dónde se
                    encontraba el petróleo. Al detectar la presencia
                    extraña, las mujeres y los hombres de Sarayaku se
                    pusieron en marcha.  “Cuando entró la empresa
                    petrolera en 2002 nos fuimos a luchar. Las mujeres
                    nos reunimos para decidir quiénes íbamos a ir y
                    quiénes se iban a quedar. Nos tocó abandonar a
                    nuestros hijos en casa. Descuidamos las chacras y
                    toda la cosecha se perdió en la lucha”, cuenta Ena
                    Santi, actual dirigente de la Mujer en el Consejo
                    del Gobierno Autónomo de Sarayaku, conocido como TAYJASARUTA.
                    “Yo justo en ese tiempo estaba embarazada de nueve
                    meses de mi hija Misha, pero igual caminé”,
                    manifiesta sentada en su casa de madera, situada en
                    un extremo de la plaza central de la comunidad. “Entre 20
                      mujeres agarramos una canoa y nos fuimos al lugar
                      donde había aterrizado un helicóptero con
                      trabajadores de la empresa. Agarramos a los
                      trabajadores y los trajimos al centro de la
                      comunidad. También cogimos a unos militares y les
                      quitamos las armas. Nosotras solamente teníamos
                      lanzas”, explica Santi, que anteriormente
                    fue secretaria de AMIS, organización que más tarde
                    pasó a llamarse Kuri Ñampi (Camino de Oro, en
                    kichwa). 
Finalmente,
                    la comunidad consiguió expulsar a la petrolera de su
                    territorio, pero no se quedó ahí. Sarayaku denunció
                    al Estado frente a la Corte Interamericana de
                    Derechos Humanos por haber permitido la entrada de
                    CGC sin realizar una consulta a la comunidad. En
                    2012, el Tribunal falló a favor
                    de los kichwas, obligando
                      al Estado a pedir disculpas públicas y a llevar a
                      cabo una consulta previa, libre e informada a los
                      habitantes de la comunidad antes de iniciar
                      cualquier proyecto petrolero en su territorio. 
Aunque
                    Sarayaku ganó la batalla, sus mujeres han continuado
                    con su lucha tanto dentro como fuera de la
                    comunidad. El pasado 8 de marzo de 2016,
                    coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer,
                    cientos de warmis de siete nacionalidades indígenas salieron a
                      las calles de Puyopara protestar contra la reciente
                      concesión de
                    los bloques petroleros 79 y 83, que afectan
                    parcialmente al territorio de Sarayaku, al consorcio
                    chino Andes Petroleum. 
 
Mujeres
                      kichwas, waoranis, záparas, shiwiar, andoas,
                      achuar y shuar dejaron clara su intención de
                      combatir las aspiraciones extractivistas del
                      Ejecutivo de Rafael Correa y de las petroleras
                      chinas Sinopec y CNPC. “Estamos
                    dispuestas a proteger, defender y morir por nuestra
                    selva, familias y nación”, declararon las mujeres
                    zápara, representadas aquel día por una de sus
                    lideresas, Gloria Ushigua. 
Pese a
                    que durante sus primeros meses en el Gobierno se
                    alineó con el movimiento indígena y las
                    organizaciones ecologistas, Correa no tardó en
                    alejarse de ellas y continuar con el legado
                    extractivista de sus antecesores. El fin de la
                    iniciativa Yasuní-ITT en
                    2013, que pretendía mantener el petróleo bajo tierra
                    en una de las regiones más biodiversas del mundo, y
                    la apuesta decidida por la minería a gran escala en
                    la cordillera
                      del Cóndor, el valle de Íntag o en
                    los páramos de Kimsakocha han
                    marcado los últimos años en el poder del líder de la
                    “Revolución ciudadana”. 
Desde 2015,
                      además, se ha recrudecido la represión de la
                      protesta indígena. En
                    agosto de ese año tuvo lugar el paro nacional
                    promovido, entre otras organizaciones, por la Confederación de
                      Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), que se
                    saldó con más de un centenar de personas detenidas.
                    Solo en Saraguro,
                    una comunidad kichwa andina, 12 mujeres
                      indígenas fueron arrestadas y procesadas por haber
                      participado presuntamente en el corte de una
                      carretera. 
Asimismo,
                    el Estado ecuatoriano también ha actuado contra las
                    oenegés aliadas con los pueblos indígenas frente al
                    extractivismo. En diciembre de 2013, el Ministerio
                    del Ambiente disolvió la Fundación Pachamama acusandoa
                    sus integrantes de haber instigado una protesta
                    violenta en el marco de la XI Ronda Petrolera del
                    Sur Oriente. En la cordillera del Cóndor, una región
                    ubicada entre las provincias amazónicas de Zamora
                    Chinchipe y Morona Santiago, el Ejército desalojó
                    las comunidades shuar de Tundayme y Nankints para
                    dar paso a dos megaproyectos mineros. En diciembre
                    de 2016, el conflicto entre
                    los shuar y el Gobierno escaló tras la muerte de un
                    policía en un campamento minero de la empresa china
                    ExplorCobres S.A. (EXSA). El Ejecutivo
                    responsabilizó a los shuar del asesinato y declaró
                    el estado de emergencia en la provincia de Morona
                    Santiago, iniciando una campaña de detenciones a
                    varios líderes indígenas de la zona y promoviendo
                    sin éxito el cierre de la histórica ONG Acción
                      Ecológica. UNA LUCHA DIARIA
En su
                    revuelta cotidiana contra el patriarcado ancestral,
                    las mujeres de Sarayaku han logrado prohibir la
                    venta de alcohol dentro del territorio. Como en
                    muchas comunidades indígenas de América Latina, el
                    alcoholismo supone un grave problema que no solo
                    atenta contra la salud de los hombres que lo
                    padecen, sino también contra la integridad de las
                    mujeres que reciben los golpes de sus ebrios
                    maridos. Siguiendo el ejemplo de las mujeres
                      zapatistas de Chiapasy su Ley Revolucionaria
                    de Mujeres, las warmis de Sarayaku consiguieron
                    restringir la distribución de alcohol, exceptuando
                    la chicha, la bebida tradicional de yuca que ellas
                    mismas fermentan con su saliva.  “Los hombres toman trago y empiezan
                      a agredir a las mujeres porque no tienen
                      conocimiento. Por eso se puso el reglamento de que
                      no vendan aquí alcohol. Las mujeres tuvieron que
                      luchar mucho en las asambleas para que los hombres
                      lo aceptaran”, narra Abigail Gualinga,
                    una joven de 20 años que pertenece a la nueva
                    generación de mujeres luchadoras de Sarayaku. Su
                    madre, Marina Gualinga, asevera que no van a
                    permitir que se consuma alcohol porque “las mujeres
                    sufren y quedan con los ojos morados”. 
“Una
                    vez, las mujeres encontraron una caja con cinco
                    galones de trago, lo llevaron al frente de toda la
                    comunidad y lo tiraron al suelo, prendieron un
                    fósforo y lo quemaron todo”, relata Marina, de 59
                    años. 
 
Las
                    mujeres de Sarayaku, al igual que las mujeres mayas
                    bases de apoyo zapatistas, consideran una importante
                    victoria la prohibición del alcohol en sus
                    comunidades. Aunque esta
                      restricción no ataja las desigualdades derivadas
                      del sistema patriarcal, sí mejora sustancialmente
                      las condiciones de vida de las warmis. En su
                    libro Mujeres de maíz escrito desde la selva
                    Lacandona, Guiomar Rovira expone que “los malos
                    tratos a las mujeres están directamente relacionados
                    con el alto consumo de alcohol”. La misma autora
                    recoge también el uso que se ha dado
                    tradicionalmente al licor en América Latina: “El alcohol ha
                      sido junto con la religión y las armas una forma
                      de control y subyugamiento de los campesinos e
                      indígenas pobres. Su consumo ha sido celosamente
                      cultivado por patronos, caciques y demás
                      explotadores”. 
Gran
                    parte de los esfuerzos de las mujeres indígenas
                    organizadas tiene como objetivo resistir frente al
                    patriarcado originario ancestral que pauta los roles
                    de género en sus comunidades. Según Lorena Cabnal,
                    indígena xinca de Guatemala y teórica del feminismo
                    comunitario, el patriarcado
                      ancestral es “un sistema milenario estructural
                    de opresión contra las mujeres originarias o
                    indígenas”.  El caso de Sarayaku no es el
                    único en Ecuador en el que las mujeres han tomado un
                    rol protagónico en la defensa de sus cuerpos y de
                    sus territorios ancestrales. En un país donde seis de cada
                      diez mujeres han sufrido violencia machista, otros
                    pueblos amazónicos como el waorani o elzápara también
                    han visto cómo sus féminas han dado un paso al
                    frente. Desde su puesto como dirigente de mujeres de
                    la CONAIE, Katy B. Machoa revela la razón principal
                    por la cual las mujeres amazónicas están tan
                    decididas a luchar. “Tenemos una relación muy
                    cotidiana, diaria, de pertenencia con la tierra. En
                    la selva todo sale de la tierra, es nuestra fuente
                    de vida, no tenemos otra fuente de ingreso. El hecho
                    de que todo el desarrollo y el mantenimiento de la
                    familia dependa del territorio provoca que cuando
                    todo eso se ha visto amenazado, las mujeres nos
                    hemos organizado para salir a demandar respeto por
                    nuestra forma de vida”, revela. 
Mientras
                    las mujeres tienen esa relación muy cercana con la
                    tierra por ser las encargadas de cuidar la chakra y
                    criar a sus hijos, muchos hombres han tenido menos
                    problemas para renunciar a su estilo de vida y
                    aceptar un trabajo asalariado. “En la Amazonia, los
                    hombres se van a trabajar a las petroleras o a las
                    mineras, lo que ha significado una fuerte división
                    en el núcleo familiar y en la organización política
                    indígena. Esta situación afecta mucho a la mujer
                    porque cuando el hombre migra, la mujer queda como
                    cabeza de familia”, expresa Anamaría Varea,
                    coordinadora delPrograma de
                      Pequeñas Donaciones del PNUD en
                    Ecuador. 
 
En
                    Sarayaku, tanto mujeres como hombres han participado
                    activamente en la protección de su territorio frente
                    a las iniciativas extractivistas. No obstante,
                    existe todavía desigualdad en el acceso a cargos
                    políticos. A
                      pesar de que la lucha de Sarayaku dura ya más de
                      tres décadas, solo en los últimos años las mujeres
                      han tenido acceso al consejo de gobierno
                      comunitario. Asimismo,
                    pese al liderazgo que han tenido las warmis en la
                    resistencia contra la explotación petrolera, apenas
                    una mujer ha sido elegida hasta ahora como
                    presidenta del gobierno autónomo de la comunidad.
                    Así pues, tanto en la lucha política como en la
                    lucha cotidiana, a las mujeres les queda todavía
                    mucha batalla que dar. 
Mientras
                    tanto, mujeres como Rita continúan levantándose a
                    las cuatro de la madrugada para preparar el desayuno
                    a sus criaturas y mandarles al colegio, caminar
                    hasta sus chakras para quitar las malas hierbas y
                    regresar cargando cestas llenas de yuca, plátano o
                    papaya. Rita, como
                      tantas otras warmis, sigue preparando la chicha y
                      saliendo a la ciudad a manifestarse contra las
                      injerencias del Estado y de las empresas
                      petroleras en su territorio. Rita, cuya placenta
                      está enterrada en la tierra de Sarayaku que la vio
                      nacer, no ceja en su empeño de defender el
                      territorio que sus abuelas le legaron y que ella
                      aspira a ceder intacto a sus nietas. Y Rita,
                    además, ansía dejar de tener miedo cuando vuelve de
                    una marcha porque, como recuerda Machoa, “los
                    hombres no tienen el temor de que alguien les espere
                    en la casa después de su actividad política y las
                    golpee, pero las mujeres sí”. 
Versión PDF: Descargar
                      artículo en PDF |
                    Enlace permanente: info.nodo50.org/5852 | 
PRENSA
▼
DICCIONARIOS
▼
 




No hay comentarios:
Publicar un comentario