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Nuestra América Nativa
¿SE TERMINA EL NEOLIBERALISMO?
por Marcelo Colussi
        
Las recientes elecciones primarias de Argentina fueron 
categóricas, contundentes: la población ya no quiere más políticas 
neoliberales. Pero en realidad, para ser estrictos, no es que no las 
quiera: no las soporta, no puede seguir viviendo bajo ese yugo
 monumental.
        
El mensaje enviado por la masa votante fue de claro y absoluto 
repudio a las iniciativas de capitalismo salvaje (eufemísticamente 
llamado "neoliberalismo"): la gente de a pie, que es la abrumadora 
mayoría, vive cada vez peor, con hambre, con enfermedades,
 sin trabajos dignos, falta de proyecto a futuro. Mauricio Macri, un 
acaudalado de Argentina, es un peón, un operador de esas políticas que 
hace unos 50 años vienen manejando el mundo.
        
El llamado neoliberalismo es una estrategia de hiper control 
planetario por el que unos pocos megacapitales fijan el ritmo del mundo,
 trazando su obligada arquitectura global. El mismo surge en la década 
del 70 del pasado siglo (la dictadura de Pinochet,
 en Chile, fue el primer laboratorio de ensayo), como una estrategia 
económica sin dudas (volver más ricos a los ya tremendamente ricos), 
pero definitivamente también como una política de contención social. 
Durante toda la primera mitad del siglo XX, hasta
 entrada su séptima década, el campo popular y las ideas marxistas 
impulsoras de la revolución socialista fueron cobrando fuerza. De esa 
cuenta, a lo largo de los años se llegó a procesos revolucionarios en 
Rusia (1917), China (1949), Cuba (1959), Nicaragua
 (1979), y a la paulatina ampliación de beneficios por parte de la clase
 trabajadora global (jornada de ocho horas, importante legislación 
laboral, derechos de la mujer trabajadora en relación a la maternidad, 
organización sindical genuina). Entrada la década
 de los 70 del siglo pasado, movimientos guerrilleros de izquierda, 
procesos populares varios, iglesia católica con su opción preferencial 
por los pobres y distintas luchas sociales (mujeres, estudiantes, 
diversidad sexual) marcaban el espacio. La derecha reaccionó.
        
A partir de esa reacción, para dicha época la represión (policial
 y militar) puso fin a toda la referida movilización. Pero junto a ese 
parate brutal, descarnado, surgen los planes neoliberales. Los mismos 
fueron tan efectivos, o quizá más, que las montañas
 de cadáveres y ríos de sangre que enlutaron a los pueblos. Esos planes 
nacieron de los grandes capitales. Sus brazos operativos fueron, y 
siguen siendo al día de hoy, el Fondo Monetario Internacional y el Banco
 Mundial (virtuales extensiones del Sistema de
 Reserva Federal de Estados Unidos, comúnmente conocido como FED, por 
sus siglas en inglés). El supuesto "banco central" del país del norte en
 realidad no es una institución gubernamental sino que nuclea a los más 
grandes capitales mundiales (bancas Rockefeller,
 Rotschild, Morgan, Goldman, Sachs, Lehman, Lazard y otras), 
estadounidenses en lo fundamental, los cuales establecen el curso de la 
política mundial más allá de las soberanías nacionales.
        
Esa vuelta brutal al primado del mercado (la famosa "mano 
invisible" de Adam Smith que, supuestamente, todo lo arregla) en contra 
de las políticas de fortalecimiento del Estado, tuvieron como 
principales íconos políticos a Ronald Reagan en Estados Unidos
 y Margaret Tatcher en Gran Bretaña, siendo Milton Friedman su 
intelectual orgánico por excelencia, junto a una pléyade de economistas 
de la Universidad de Chicago.
        
Tales políticas, además de concentrar de un modo grotesco las 
riquezas mundiales en muy pocas manos con primacía del capital 
financiero, sirvieron para desmovilizar completamente al campo popular y
 a todo intento progresista. A tales efectos, se mostraron
 tan efectivas como los campos de concentración clandestinos y las salas
 de tortura, o más. Achicamiento de los Estados, privatización de 
absolutamente todo, endeudamiento forzado de los países con las 
instituciones crediticias el Norte, precarización de la
 fuerza de trabajo, contratos laborales ignominiosos, pérdida de avances
 sociales, empobrecimiento y brutalización de las poblaciones, derrota 
de toda acción de protesta... la fuerza de los planes fondomonetaristas 
fue avasalladora. "No hay alternativa" ante
 ellos, se permitió decir sin vergüenza la Dama de Hierro, la Primera 
Ministra británica Margaret Tatcher. O capitalismo salvaje y sin 
anestesia... ¡o capitalismo salvaje y sin anestesia! La protesta quedó 
descartada. O, al menos, eso pretendió la clase dominante
 global.
        
Latinoamérica se vio envuelta con todas estas recetas, 
endeudándose con los organismos financieros internacionales -los brazos 
operativos de esos megacapitales- de un modo infame: deudas técnicamente
 impagables que hipotecan las naciones por varias generaciones.
 La postración de nuestros pueblos, y también de sus autoridades, fue 
total. A su turno, todos los presidentes de la región tuvieron 
"relaciones carnales" con los organismos crediticios (el argentino Menem
 fue uno más de tantos). Y eso fue no solo en el subcontinente:
 el neoliberalismo se extendió por todo el globo, destruyendo los 
Estados de bienestar socialdemócratas así como cualquier posición 
estatista. El dios mercado se entronizó de manera monumental, 
aparentemente ¡sin alternativas! Se logró la sumisión de la masa
 trabajadora mundial a los dictados de las empresas, cada vez más 
rapaces, más explotadoras. ¿Dónde habrá quedado el amor cristiano 
entonces? No lo hay, ni nunca lo hubo. Lo único que cuenta son las frías
 cuentas gobernadas por la rentabilidad. El dios dinero
 se impuso triunfal, despiadado, brutal. Eso es el capitalismo: el 
actual neoliberalismo no es sino su versión corregida y aumentada. Dicho
 de otro modo: no hay capitalismo "bueno". No puede haberlo, eso es una 
contradicción en sí misma.
        
Tras décadas de estas estrategias, se cambió profundamente la 
dinámica del mundo y de las luchas populares: ya no hubo revoluciones, 
ni guerrillas, ni Teología de la Liberación, ni sindicatos combativos. 
Hablar de marxismo, de luchas de clases, de revolución
 o antiimperialismo pasó a ser rémora de un pasado pretendidamente 
extinguido para siempre. "Fin de la historia y de las ideologías" llegó a
 decir otro intelectual orgánico de esta derecha triunfal, Francis 
Fukuyama. El sistema, sabiamente para mantener su
 estabilidad, permitió sí luchas parciales, fragmentarias, sin atacar el
 todo; surgieron así corrientes centradas solo en temas de género, o 
étnicas, o relacionadas a la diversidad sexual, o a problemas 
medioambientales. Sin restarle el valor incalculable que
 tienen estas luchas -que deberían integrarse todas en propuestas por un
 mundo mejor donde se articulen igualmente con el tema de lucha de 
clases- se las impulsó en la lógica de cambiar algo para que no cambie 
nada. Las benditas y ubicuas ONG's reemplazaron
 a las organizaciones de base.
        
Tras esas décadas de este capitalismo salvajemente brutal, las 
clases trabajadoras mundiales (obreros industriales urbanos, 
proletariado rural, campesinado, amas de casa, estudiantes y jóvenes 
buscando ocupación) se empobrecieron de un modo patético.
 Tener un puesto fijo de trabajo pasó a ser un lujo, una joya a 
conservar. Las filas interminables de desocupados aseguraron, chantaje 
mediante, salarios cada vez más bajos y pérdida de derechos adquiridos 
en luchas históricas. Las esperanzas de cambio quedaron
 bastante sepultadas, adormecidas, relegadas. La infinita profusión de 
iglesias neo-evangélicas que barrieron la región completa el cuadro de 
embrutecimiento y control de la población.
        
En medio de esa debacle general, por supuesto hubo reacciones de 
los pueblos empobrecidos. En Latinoamérica, una de las más notorias fue 
el Caracazo, en Venezuela, en el año 1989, que dejó un saldo de muertos 
nunca claramente establecido, pero que no
 bajó de varios miles. Montándose en ese descontento fenomenal y en esa 
rebelión de energía popular, años después aparece la figura de un líder 
carismático que ejercería como principal baluarte contra las políticas 
neoliberales: Hugo Chávez.
        
Su llegada y lo que ello significó como retorno de un discurso 
olvidado -volvió a hablar de socialismo y de antiimperialismo: "Huele a 
azufre", dijo refiriéndose al entonces presidente estadounidense George 
Bush hijo- junto a la coincidencia de un auge
 exportador de materias primas por parte de los países latinoamericanos,
 en general con destino a China, permitieron un despertar 
anti-neoliberal. En ese marco, buena cantidad de países de la región 
aparecieron con gobiernos progresistas, de lo que podría llamarse
 centro-izquierda: Brasil (Lula y Dilma Roussef), Argentina (Néstor 
Kirchner y Cristina Fernández), Ecuador (Rafael Correa), Bolivia (Evo 
Morales), Uruguay (Pepe Mujica), Paraguay (Fernando Lugo), El Salvador 
(el FSLN ya desmovilizado), Nicaragua (Daniel Ortega).
        
Todos esos procesos -Bolivia quizá sea la excepción- no pudieron 
transitar de modelos capitalistas a esquemas superadores, socialistas. 
Por diversos motivos (tal vez porque no estaba en el ADN de ninguno de 
ellos), nadie rompió con el capitalismo, pero
 sí intentaron planteos socialdemócratas, capitalismo "con rostro 
humano" (Estado benefactor de Keynes, o engendros parecidos). 
"Capitalismo serio" pudo decir la mandataria argentina Cristina 
Fernández. Los megacapitales y las impagables deudas externas, sin
 embargo (¡más allá de la "seriedad") siguieron mandando.
        
Ese ciclo progresista logró importantes avances, más cupulares 
que para la gente de carne y hueso de los pueblos hambreados y 
sobreexplotados, pero importantes al fin. Surgieron así, en América 
Latina, interesantes intentos integracionistas y todo un
 conjunto de iniciativas antiimperialistas: ALBA, CELAC, UNASUR, 
Petrocaribe, Telesur, Radio del Sur, buscando escapar de la égida de 
Washington.
        
El golpe recibido por el campo popular fue tan terrible 
(capitalismo salvaje, brutal, sin anestesia, sin Estado regulador) que 
hablar de capitalismos suaves y planteos anti neoliberales se pudo 
sentir como un bálsamo. Todos esos planteos social-populares
 trataron de tomar distancia de las políticas neoliberales, sin 
conseguirlo de un modo contundente. El cáncer neoliberal ya había hecho 
metástasis, y el enfermo seguía muy grave. Sin dudas con el ciclo 
progresista hubo mejoras para las clases populares en todos
 esos países, pero las deudas externas se siguieron pagando fielmente y 
las condiciones laborales no mejoraron en lo sustancial. En otros 
términos: capitalismos no tan salvajes…., pero capitalismos al fin.
        
Pero esa primavera socialdemócrata se esfumó. La crisis 
capitalista del 2008, que aún persiste, pasó factura, las exportaciones 
bajaron, el precio del petróleo se derrumbó y la muerte de Hugo Chávez 
(dudosa, envuelta en la sospecha de un atentado en
 su contra) contribuyó en mucho a ese final. En esta última década 
asistimos a un reposicionamiento de propuestas de ultra derecha, 
alineándose enteramente con las políticas de Estados Unidos, 
revitalizando los planes neoliberales -que, en realidad, nunca habían
 desaparecido-.
        
Hoy Latinoamérica sigue patéticamente empobrecida, con algunas 
islas de esplendor en barrios amurallado alejados de la "chusma" y 
gobiernos serviles a los dictados de la Casa Blanca.. Cuba, en 
solitario, sigue su proceso socialista, buscando las vías
 más pertinentes para sobrevivir (¿socialismo con modelo chino quizá?) 
Bolivia, también en solitario, profundiza como puede su construcción 
socialista, no exenta de dificultades, mientras que Venezuela sobrevive a
 duras penas en medio del bloqueo y la continua
 amenaza de invasión.
        
Del ciclo progresista queda muy poco. Los intentos 
integracionistas languidecen, y las deudas públicas de los Estados 
constituyen una sangría imparable que sigue postergado el desarrollo 
genuino de la región (cada niño latinoamericano nace teniendo ya
 una deuda con los organismos crediticios de Bretton Woods de 2,500 
dólares, deuda que no pidió pero que le marca su destino).
        
El retorno de las propuestas de derecha fue terminante, furioso. 
Ahora ya no son necesarios ejércitos represores, pues ese "trabajo 
sucio" está hecho, con consecuencias que aún persisten, y que 
seguramente lo seguirán haciendo por algún tiempo más. La
 desorganización, la pulverización de la protesta, el retraso de la 
lucha popular se ha cumplido a cabalidad. Los actuales mandatarios 
siguen fielmente las políticas neoliberales y cumplen disciplinadamente 
los dictados de Washington. Jair Bolsonaro, Mauricio
 Macri, Miguel Piñera, Iván Duque, son todos neonazis, derechosos 
ultraconservadores alineados de un modo vergonzoso con lo que ordena el 
presidente Donald Trump, abriendo de par en par las puertas a los 
capitales internacionales y a las tropas de Estados Unidos.
 Su ideología es furiosamente anticomunista, y no temen en decirlo 
poniéndolo en práctica. En la Casa Blanca sin dudas están frotándose las
 manos con este nuevo reacomodo -del que, por supuesto, son artífices-. 
De momento el imperio no ha podido con Venezuela
 ni con Bolivia, y Cuba es capítulo aparte, porque sigue intocable con 
su revolución. Pero los intentos continúan en forma creciente. ¿Se 
atreverá a invadir la Patria de Bolívar? La base militar más grande y 
equipada en toda la región se está construyendo en
 Honduras, con miras a las cuantiosas reservas petroleras venezolanas. 
El imperialismo -y sus planteos neoliberales- en modo alguno están 
derrotados.
        
El caso de Argentina es patético: después de haber estado entre 
las diez primeras economías mundiales terminada la Segunda Guerra 
Mundial en 1945 aportando la mitad del producto bruto de toda 
Latinoamérica con una pujante industria nacional, las políticas
 monetaristas -iniciadas durante la dictadura de Jorge Rafael Videla con
 el oligarca ministro plenipotenciario José Alfredo Martínez de Hoz y 
continuadas ininterrumpidamente por todos los mandatarios posteriores- 
convirtieron al otrora "país de las vacas" en
 un árido desierto de desolación, destinado a la monoproducción sojera, 
desindustrializado, con niveles de delincuencia antes desconocidos, 
invadido por el consumo de drogas y la desesperanza y sin perspectiva de
 cambio en lo inmediato (hoy día 1 de cada 4
 argentinos vive bajo el nivel de pobreza). La "primavera" kirchnerista 
no pudo modificar esa situación.
        
Mauricio Macri, ufanado de ser un buen perrito faldero de Estados
 Unidos, profundizó de un modo monstruoso los niveles de explotación y 
sumisión a la banca internacional. "No hay que olvidar que hasta la 
dictadura de Onganía los bancos extranjeros sólo
 podían tener una sola sucursal en la ciudad de Buenos Aires. Ninguna en
 el interior. Hoy, la mayoría de la banca es privada y extranjera, y es 
la gran autopista de la fuga de divisas", explica Carlos Larriera. La 
pobreza que viene acrecentándose desde 1976,
 año en que comienzan las iniciativas fondomonetaristas con el triunfo 
del golpe de Estado, con el actual presidente Macri alcanzaron cotas 
impresionantes. No es infrecuente que pobladores del alguna vez país 
próspero coman hoy restos de los tarros de basura.
 Por supuesto, la gente ya no aguanta más esta infame situación. Las 
recientes elecciones lo dejaron ver de un modo palmario.. No se votó 
tanto por la propuesta de Alberto Fernández y Cristina Fernández viuda 
de Kirchner, sino en contra de la actual postración,
 del hambre, de la miseria espantosa.
        
¿Qué sigue ahora? Seguramente Mauricio Macri se va, pese a la 
desazón del imperio que lo apuntaló como uno de sus principales 
operadores en la región, y regresa un gobierno peronista. ¿Se termina el
 neoliberalismo? ¡En absoluto! Está visto que todas
 las opciones de capitalismo "humanizado" no pasan de buenas 
intenciones. Néstor Kirchner y luego Cristina Fernández administraron 
con un sentido algo más social la bancarrota. Si regresa ahora un 
gobierno peronista, ¡¡que claramente no es de izquierda, y mucho
 menos revolucionario!!, con buena suerte implementará programas 
asistenciales, pero las políticas neoliberales seguirán.
        
¿Por qué no seguirían? Estos esquemas, trazado por poderosas 
fuerzas que sobrepasan en mucho a los Estados nacionales, diseñan los 
pasos de la arquitectura global, de los que los gobiernos elegidos en 
las elecciones democrático-burguesas no pueden (¿ni
 quieren?) escapar. Sucede que el campo popular y los ideales de 
transformación socialista quedaron tan pero tan golpeados estos pasados 
años que cualquier movimiento con tinte medianamente progresista puede 
sonar a "revolución".. Es como para el hambriento
 que por días no probó bocado: un pedazo de pan duro le sabe a 
pantagruélico festín. Pero ¡cuidado!, la experiencia lo enseña 
amargamente: las elecciones en el marco del capitalismo no pueden 
transformar nada. A lo sumo, superficial gatopardismo. Y en tal caso,
 siempre, la reacción de la derecha es brutal cuando se cobra sus 
cuentas.
        
¿Cómo enfrentarse a los planes neoliberales? que, digámoslo 
francamente, siguen vigentes, aunque la gente vote contra un gerente de 
turno (gerente muy maligno, por cierto) como el millonario Macri. ¡El 
Caracazo marca el camino! (alguna vez se leyó en
 una pinta callejera en algún sitio de Latinoamérica: "La violencia en 
manos del pueblo no es violencia. ¡Es justicia!") Recordemos que el 
Caracazo fue lo que posibilitó la llegada de un Chávez, y así se 
inauguró el ciclo progresista de la región.
        
¡Qué bueno que se irá ese indecoroso presidente que hizo su 
fortuna a base de estafas, apoyado por el Estado al que tanto critica!, 
pero para la mayoría silenciosa eso, a lo sumo, podrá ser el inicio de 
una larga lucha que está pendiente. Que quede claro:
 el problema de fondo no son las actuales políticas neoliberales; el 
problema toral sigue siendo el capitalismo como sistema.
de: Martín Guedez
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fecha: 22 ago. 2019 18:49
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30 de Agosto de 2019
 
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