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PERU. LA CANTUTA EN LA MEMORIA
Por Gustavo Espinoza M.
Diario UNO / Domingo 17 de julio 2022
Los
 ingleses suelen decir que “la sangre, es más densa que el agua”. Una 
manera de reconocer que los hechos de esa naturaleza perduran en la 
memoria de los pueblos, y que resulta virtualmente imposible prescindir 
de ellos pese al discurrir de la historia.
Este
 18 de julio se cumplen 30 años de uno de los episodios más horrendos de
 la administración fujimorista: el secuestro, tortura y posterior 
asesinato de un profesor y 9 estudiantes de la Universidad Nacional de 
Educación “Enrique Guzmán y Valle” de La Cantuta.
El
 hecho puntual resulta sin embargo enhebrado a una vieja realidad: el 
menosprecio que la clase dominante sintió siempre por la carrera 
docente, y que derivó en la subestimación a los Maestros. Esta 
deformación perversa, subsiste en nuestro tiempo.
No
 es en absoluto casual que uno de los pocos actos que pudo concretar 
José de San Martín cuando gobernó brevemente el Perú en sus primeros 
meses de Independencia; fue la creación de la primera Escuela Normal, 
fundada el 6 de julio de 1922. Con este gesto el Libertador dejo 
constancia de una idea: la libertad, es consustancial a la educación.
Un
 pueblo esclavo, será siempre ignorante y bárbaro. Cuando su 
inteligencia despierte, se convertirá en un pueblo libre porque habrá 
sentido la fuerza de su pensamiento y la capacidad de su proyección 
humana. Vale decir, tendrá conciencia de su cultura, y de su destino.
Los
 de “arriba”, lo saben por eso buscan mantener y perpetuar la ignorancia
 de las masas. Parodiando a la señora María del Carmen Alva, son 
conscientes que “un indio leído, es un indio perdido”. Y si uno de “los 
de abajo”, quisiera ser Maestro, peor aún.
Eso
 explica el que esa Escuela Normal no alcanzara vuelo nunca, y que 
tuviera siempre un funcionamiento accidental, irregular y episódico. 
Incluso en el siglo pasado sufrió siempre el ataque sostenido de la 
reacción.
Recordemos
 que en 1931 el Instituto Pedagógico Nacional -continuador de esa 
Escuela- fue cerrado bajo el argumento de ser “un nido de comunistas”. 
José Antonio Encinas fue una de las víctimas de la política de odio 
galopante que asomó desde la entraña de los Poderosos.
Ese
 Pedagógico –reabierto en 1951 con el nombre de Escuela Normal Central- 
se convirtió por imperio de la ley 15215 en una entidad superior con 
rango universitario gracias a una disposición arrancada por a un 
Parlamento de salida, en diciembre de 1955.
Cuando
 los que cortan el jamón de dieron cuenta de lo ocurrido, le declararon 
una guerra abierta, sustentada en su Cámara por un Parlamentario de 
horca y cuchillo don Celestino Manchego Muñoz, célebre por su incultura y
 destacado Gamonal huancavelicano que muy suelto de huesos se preguntó 
en su escaño “¿para qué quieren los maestros, ser doctores?”
Fue
 esa guerra –y ese odio contenido- el que llevó al Gobierno de “La 
Convivencia” a arrebatarle a La Cantuta su Categoría Universitaria y su 
Autonomía en abril de 1960 abriendo paso a la Primera Gran Huelga 
Nacional Universitaria que conoció el país.
Como
 se recuerda, en la coyuntura, el odio se impuso aunque no 
completamente, lo que permitió que en 1964 y gracias a la Segunda y 
última Huelga Nacional Universitaria, la ENS recuperara su status y se 
convirtiera luego en Universidad Nacional de Educación.
De
 por medio estuvo otra agresión incalificable: en octubre del 62 el 
gobierno militar de Pérez Godoy intervino La Cantuta y la declaró en 
“reorganización” luego de “descubrir” que era “un centro de agitación 
comunista”.
Ocupación
 policial y la expulsión de “el culpable” de ese accionar “perverso”, 
consumaron el propósito de quienes estaban empeñados en regimentar la 
educación para ponerla a su servicio.
También en el caso, fue como pretender endulzar el agua del mar con una cucharada de azúcar.
Pero
 fue el régimen de Fujimori el que consumó la afrenta mayor. Indignado 
porque los estudiantes lo silbaron cuando “visitó” la Universidad 
organizó su venganza, y se valió para ello de un Comando Militar 
Clandestino, el Grupo Colina, para el que había dispuesto una 
“preparación especial”.
Ella
 asomó la noche del 18 de julio de 1992 cuando los uniformados 
ingresaron a los dormitorios estudiantiles y docentes, y extrajeron 
violentamente al profesor Hugo Muñoz y a 9 estudiantes.
Como
 se pudo establecer después, ellos fueron conducidos por la variante 
Ramiro Prialé, forzados a descender del vehículo militar que los 
transportaba, golpeados y cruelmente torturados, y finalmente 
ejecutados.
La
 cobardía del régimen no tuvo límite. Sus portavoces, sabiendo 
perfectamente lo ocurrido, hablaron de un “auto-secuestro”, y 
sostuvieron cínicamente que los citados habían “huido para incorporarse a
 columnas senderistas”, que sólo existían en la febril imaginación de 
los gobernantes de entonces.
Fue
 la valentía de unos pobladores que vieron lo ocurrido; la pertinacia de
 periodistas como Edmund Cruz, que los investigaron; y la fuerza de 
familiares de las víctimas, como Raida Cóndor, Gisela Ortiz, Fedor Muñoz
 y otros; lo que permitió que tiempo después, asomara la verdad.
Hoy,
 el Perú entero sabe quiénes fueron los asesinos en este juego 
sangriento y solo se pregunta si aún estarán entre rejas. Porque la 
impunidad se ha enseñoreado una vez más en suelo peruano.
Más a allá de ello, los caídos el 18 de julio de 1992, viven en la memoria de nuestro pueblo, (fin)
 
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