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PERÚ. 199 AÑOS DE LA BATALLA DE AYACUCHO
La
 Batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, fue el último y 
decisivo episodio militar en el marco de las guerras por la 
Independencia de América, que se libraran en esta parte del mundo para 
liberar nuestras tierras del dominio colonial español. Abrió un nuevo 
ciclo histórico, que aun no se cierra.
Esta confrontación tuvo como escenario la Pampa de la Quinua, una amplia explanada que permitió el desplazamiento
 de ejércitos numerosos y compactos, que se batieron resueltamente 
teniendo plena conciencia que, de sus movimientos y acciones, pendía la 
suerte de todo un continente.
Diversos
 acontecimientos incidieron en el desarrollo de la conciencia de los 
pueblos americanos para liberarse del dominio hispánico. La 
Independencia de los Estados Unidos, alcanzada en 1776; la Revolución 
Francesa, 3 años más tarde; y la crisis de la monarquía española que se 
derrumbara ante la embestida napoleónica.
Todos
 ellos fueron, de distinta manera, el prolegómeno de la gesta 
emancipadora iniciada en 1810 por los ejércitos libertadores que, 
procedentes del sur y del norte, se dieron la mano en las pampas de 
Junín y Ayacucho, en 1824, para confirmar la libertad de América.
Antesala
 de ese escenario emancipador, fueron las insurrecciones que se 
sucedieron antes en diversos países, y las batallas que debieron 
librarse en condiciones adversas contra el poder colonial. Las gestas 
patrióticas quedaron impregnadas en la memoria de los pueblos y dejaron 
huella en la conciencia de millones.
Quienes
 se impusieron en Ayacucho en la hora decisiva, fueron las huestes 
patrióticas integradas por soldados de diversos países: argentinos, 
chilenos, bolivianos, ecuatorianos, colombianos, venezolanos y aún 
cubanos, unieron sus armas junto a peruanos que enfrentaron al ejército 
realista, que no estuvo tampoco, compuesto solamente por españoles.
La
 contienda no fue, entonces propiamente una confrontación local. Ni 
siquiera tuvo una connotación estrictamente nacional. Fue la culminación
 de una guerra que, iniciada en su última etapa en 1810, comenzó mucho 
antes, prácticamente desde los primeros años de la dominación española 
en América.
La 
insurrección de Manco II en el Valle del Cusco y la sublevación de “Los 
Marañones”, en la región amazónica en 1580, fueron eslabones 
fundamentales en una lucha que se inició desde los primeros años del 
régimen colonial.
Luego
 vendría la rebelión de Juan Santos Atahualpa, ubicada entre 1742 y 
1756, y que tuvo como escenario gran parte de la sierra central del 
Perú, desde los valles del Cusco hasta los contrafuertes andinos entre 
los ríos Vilcanota y Apurimac¸ y otra en Huarochirí, en las cercanías de
 la capital del Virreinato
Después
 tendría lugar la insurrección de José Gabriel Tupac Amaru, que puso en 
jaque a la Corona Español, y que fuera secundada vigorosamente por Túpac
 Katari en Bolivia, y amplios sectores de la población, particularmente 
quechua y aymara.
Esa 
lucha, que bien pudo haber culminado con éxito, fue decisiva para la 
afirmación de la conciencia americana. Demostró que era posible levantar
 en América una bandera libertadora, y mantener en alto una lucha capaz 
de aglutinar a muchos segmentos de la sociedad de entonces, uniendo 
pueblos en torno a una tarea definida: acabar con el colonialismo en 
América.
Como lo 
registra el historiador peruano Luis Antonio Eguiguren, desde los 
primeros años del siglo XIX arreció en nuestro suelo la acción 
emancipadora. 1805 marcó el sacrificio, en el Cusco, de dos valerosos 
patriotas, Aguilar y Ubalde, que se alzaron resueltamente contra el 
poder español; y en 1809 y 1810 ocurrieron las acciones de Pardo, 
Anchorís y Saravia en las proximidades de Lima.
De
 ese modo, el Perú siguió el ejemplo de las Juntas de Quito y 
Chuquisaca, expresiones ambas de un pensamiento propio signado por las 
ideas imperantes luego de la crisis europea del siglo precedente.
En
 ese mismo periodo, la insurrección -en 1811- de Francisco de Zela, en 
Tacna, y la sublevación de Juan José Crespo y Castillo, en 1812 en 
Huánuco, marcaron episodios singulares en la confrontación de entonces y
 abrieron cauce a una acción de mayor envergadura; la rebelión de Mateo 
Pumacahua y los Hermanos Angulo.
Esta
 acción, en 1814 remeció gran parte del sur andino. Después de cruentos 
enfrentamientos, los insurgentes fueron derrotados y diezmados. Crudo 
ejemplo de ello fue el fusilamiento de una de las figuras más 
descollantes de la lucha independentista en el Perú, el poeta Mariano 
Melgar, inmolado a los 25 años de edad en Humachiri, en marzo de 1815.
Aun
 se recuerda que, cuando los oficiales realistas intimaron a este 
valeroso juglar arequipeño a fin que “pidiera clemencia al Monarca” 
español para salvar su vida; él, les respondió enérgicamente: “serán 
ustedes, los que tendrán que pedir clemencia, para salvar sus vidas”,
Ya
 en ese entonces se había iniciado en todo el continente la lucha 
liberadora. Los ejércitos de San Martín y Bolívar habían puesto en 
marcha sus campañas patrióticas, batiendo a las poderosas huestes 
realistas en las primeras confrontaciones en Argentina, Chile, Venezuela
 y Colombia.
Cancha 
Rayada, Maipú, Chacabuco, Carabobo y Pichincha fueron, a partir de 
entonces, nombres emblemáticos que se alzaron como banderas confirmando 
la vigencia plena de los ideales libertarios.
Luego, la guerra se extendería hacia Ecuador para llegar al Perú a partir de 1820.
Ya
 en ese entonces estaban dadas las condiciones para proclamar la 
liberación de todo el continente, pero aún faltaban las batallas 
decisivas: Junín y Ayacucho, que ocurrirían, ambas hace 196 años, en 
1824.
El genio militar 
de los Libertadores, unido al valor de los soldados conscientes de su 
deber histórico, y a justa causa que enarbolaban los pendones 
patrióticos; hizo que ambas batallas culminaran exitosamente y coronaran
 lo que ya era una verdadera demanda americana.
Pocos
 dias antes de la epopeya de Ayacucho, y desde su Cuartel General 
instalado en Magdalena Vieja, Bolívar había suscrito su llamamiento 
dirigido a los gobiernos de Colombia, México, Río de la Plata, Chile y 
Guatemala, instándolos a reunirse en lo que se llamaría en la historia 
El Congreso Anfitiónico de Panamá; a fin de forjar allí una unidad “que 
sea el escudo de nuestro nuevo destino”.
Pocos
 días más tarde, el mismo Bolívar, en carta al genera Santander, diria 
aludiendo a los sucesos de Ayacucho: “La victoria me ha vuelto a mi 
primer estado de alegría y a mis primeros sentimientos”, para añadir 
después en homenaje al Mariscal de Ayacucho: “Sucre ha ganado la más 
brillante victoria de la guerra americana”.
El
 Ciclo que se inició en esa etapa de la historia, está vigente, y se 
proyecta hacia cada uno de los países de América. Hoy, se afirma en las 
jornadas victoriosas que se libran contra el nuevo opresor: el 
Imperialismo Norteamericano.
En
 cada rincón de América asoman retos cotidianos a los que es posible 
hacer frente a partir de la más amplia unidad de los pueblos. No hay que
 olvidar, entonces, lo que dijera Bolívar en 1812: “Nuestra división, y 
no las armas españolas; nos tornó a la esclavitud”.
Como
 en el viejo poema de los niños uruguayos de la escuela de Jesualdo, en 
esta tarea “cada cuál con su fe”; pero todos, unidos en el mismo 
propósito: afirmar la independencia y la soberanía de nuestros Estados, 
para construir sociedades compatibles con la dignidad y la justicia.
Será esa la manera de honrar con vigor el Legado de los Libertadores y la hazaña consagrada en las Pampas de Ayacucho.
 
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