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NAN. Bolivia, entre la democracia participativa y el golpe de Estado
WASHINGTON NO DEJA DE
INTERVENIR EN SU TRASPATIO
*Julio Yao Villalaz
07/11/2019 00:00
        
Mientras que el pueblo ecuatoriano lucha por derrotar mínimos 
ajustes económicos propuestos por el Antilenín Moreno para apaciguar al 
FMI y engañar a su gente, en Chile, millones de ciudadanos 
-esencialmente estudiantes- sorprenden al mundo desde hace
 casi tres semanas con la mayor manifestación de su historia, no 
convocada ni liderada por los usuales movimientos progresistas.
        
El levantamiento, con rasgos insurreccionales, de Chile, 
sorprende a analistas de todos los pelajes por su originalidad, 
dimensión, espontaneidad y perseverancia y rompe con los moldes 
paradigmáticos tradicionales, dejando consternados a su presidente,
 Santiago Piñera (cuya renuncia piden) y a las fuerzas represivas, que 
no saben cómo enfrentar las oleadas de chilenos que ya despertaron y han
 dicho, “¡basta”! Después de proclamar a Chile como un “oasis de paz”, 
Piñera le declaró la guerra al más grande enemigo:
 su pueblo.
        
En 1973, Washington decidió derrocar al presidente Salvador 
Allende, a quien asesinaron en La Moneda, para recuperar los recursos 
naturales nacionalizados y equilibrar geopolíticamente al mundo tras la 
derrota infligida a EU en Vietnam.
        
La carnicería desatada en Chile dejó cientos de miles de 
asesinados, heridos, torturados, violados y desaparecidos e inauguró la 
más abominable dictadura, que abrió las puertas al modelo neoliberal e 
hizo de Chile una vitrina hacia el exterior, un éxito
 económico que ocultó la desigual distribución de sus riquezas.
        
Chile es el séptimo país más desigual del mundo (0.50), en tanto 
que Panamá es el sexto (0.51) y aún no hemos tomado conciencia de este 
trágico hecho: que en Panamá hay más desigualdad económica (pobreza) que
 en Chile, y en nuestro país apenas empezamos
 a rechazar las reformas constitucionales como paso previo a una 
Constituyente.
        
Para calmar los ánimos, ya el secretario de Estado, Mike Pompeo, ha amenazado con resucitar a Pinochet.
        
En Argentina, regresa el peronismo con la dupla Fernández 
para enfrentar la tarea del hambre, en el país que fue el más productivo
 de la región. En
Uruguay, esperamos el deslinde de una segunda vuelta entre Luis 
Martínez del Frente Amplio de izquierda y Luis Lacalle, del Partido 
Nacional.
        
Pero es en Bolivia donde se enfrenta la democracia 
participativa con el golpe de Estado. Según el Órgano Electoral 
Plurinacional, Evo Morales, del Movimiento al Socialismo, ganó las 
elecciones con el 47.08 % de los votos, frente a Carlos Mesa
 (Comunidad Ciudadana), con el 36.51 %, lo que pone a Morales con un 
margen superior al 10 % y no lo obliga a ir una segunda vuelta. A pesar 
de ello, ante los gritos de fraude, el primer presidente originario 
invitó a un recuento exhaustivo del proceso electoral.
        
No obstante, los seguidores de Mesa, a los que preceden y siguen 
intervenciones golpistas de Washington -centradas en feudos derechistas,
 racistas y xenófobos- han tenido una conducta contradictoria que revela
 una doble agenda.
        
Primero, gritaron fraude antes de las elecciones. Luego, pidieron
 recuento de votos y, posteriormente, exigieron la renuncia, sí o sí, al
 presidente Morales.
        
Fernando Camacho, presidente de los Comités Cívicos, se dio el 
tupé de darle un ultimátum al presidente de Bolivia para que renuncie en
 “48 horas”. Dijo que el 5 de noviembre le llevaría la carta en que le 
pide renunciar, además de la que el presidente
 Evo debe firmar.
        
Pero antes de este ultimátum, ya se habían iniciado actos de 
violencia, con el fin de paralizar las instituciones del Estado, para lo
 cual tocaron infructuosamente hasta las puertas de las Fuerzas Armadas,
 que (se le olvidaron) son antiimperialistas.
        
Carlos Mesa sueña con que la OEA (léase EU) voltee la tortilla a su favor.
        
¿Cómo entender que Bolivia haya obtenido los más altos 
índices de desarrollo humano a nivel regional y mundial y que, no 
obstante, sea víctima de intervenciones por parte de la potencia 
autoproclamada “paladín de la libertad”? (Julio Yao Villalaz,
 “Reelección e intervención de EE. UU. en Bolivia”, La Estrella de 
Panamá, 3 de mayo de 2019).
        
Pero la OEA tampoco puede violar su propia Carta, que prohíbe la 
“intervención colectiva” de sus miembros, como lo hizo el Grupo de Lima,
 hoy extinto por forfeit (descalificación) y como lo hace hoy (4 de 
noviembre) cuando 13 de sus miembros, incluido
 EU, piden en Bolivia un alto a la violencia entremezclado con conceptos
 intervencionistas y ofensivos al primer Estado Plurinacional del mundo.
        
No olvidemos que la OEA, organismo subordinado a la ONU, mucho 
menos puede violar su Carta Magna, especialmente el Artículo 103, que 
obliga a respetar, por encima de obligaciones regionales, la 
“Declaración sobre los Principios de Derecho Internacional
 referentes a las relaciones de amistad y a la cooperación entre los 
pueblos” (Resolución 2625 (XXV) de la Asamblea General de las Naciones 
Unidas), tales como la no intervención, la soberanía, la 
autodeterminación y la independencia política de los Estados.
        
Las intervenciones están a la orden del día: además de profundizar el bloqueo a
Cuba, EU obligó a El Salvador a romper relaciones con el Gobierno
 de Venezuela y, como si fuera poco, el propio embajador de EU declaró, 
sin ruborizarse, que su principal misión es “cortar las relaciones entre El Salvador y China Popular”.
        
Menos mal que todavía EU no tiene embajador en Panamá, porque, cuando venga, ¡que Dios nos agarre confesados!
*Analista internacional y exasesor de política
para: Julio Yao <julioyao1@gmail.com>
fecha: 7 nov. 2019 21:09
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Bolivia, entre la democracia participativa y el golpe de Estado
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11 de noviembre de 2019
 
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