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EL PERFIL DE HUGO CHAVEZ
Del
 comandante Hugo Chávez Frías, el líder de la Revolución Bolivariana 
enraizada ya en la Venezuela de nuestro tiempo, se puede decir que tuvo 
muchas facetas, pero un solo perfil.
Una de sus
 facetas la mostró el 4 de febrero de 1992, cuando debió invocar 
públicamente a sus compañeros de acción a que depusieran las armas por 
cuanto los objetivos que se habían propuesto en la insurgencia iniciada,
 no se habían logrado “por ahora”.
Una
 segunda faceta, siete años después: en 1999 el “por ahora” se convirtió
 en un “llegó la hora”, cuando asumió el gobierno de su país luego al 
ser ungido presidente de la república por mandato popular. En esa 
circunstancia, dio comienzo a las profundas transformaciones económicas y
 sociales que cambiaron el rostro a la patria de Francisco de Miranda.
Una
 tercera, fue en abril del 2003, cuando retornó triunfante al Palacio de
 Miraflores luego de vencer con las masas el intento de golpe generado 
por la ultraderecha, en complicidad con el embajador de los Estados 
Unidos, Walter Shapiro.
Otra
 faceta -la cuarta- fue cuando ante la Asamblea General de Naciones 
Unidas, ahuyentó el azufre que había percibido desde el podio frente al 
que se encontraba, porque poco antes había hablado desde allí George W. 
Bush el presidente de EEUU al que consideraba algo así como la 
encarnación suprema del Maligno. 
Y
 una quinta -para no citar más- fue la que mostró el 4 de octubre del 
2012 ante tres millones de personas congregadas en Caracas para el 
“cierre” de la campaña electoral que ese año le diera su última 
victoria. Fue esa, una apoteósica jornada en la que hizo un discurso de 
45 minutos bajo un aguacero descomunal. Quienes estuvimos allí, 
apreciamos muy de cerca la fuerza de su corazón y su lúcido empeño por 
entregar la vida por la causa de su pueblo.
Pero
 más allá de sus facetas asoma su único perfil: el de un revolucionario 
cabal y consecuente que consagró su vida a la causa de su pueblo y que 
hoy anida en la memoria de millones de seres humanos.
Al
 evocarse, el 5 de marzo, once años de su partida física, constituye un 
deber elemental el recordarlo. En particular, es un deber nuestro, de 
los peruanos, porque fue aquí, en la Pampa de la Quinua, cuando tenía 
apenas veintiún años, que adquirió conciencia de su responsabilidad 
continental al asistir a las celebraciones del 150º Aniversario de la 
Batalla de Ayacucho, en diciembre de 1974, a la sombra revolucionaria de
 Juan Velasco.
En
 verdad, Hugo Chávez vino más de una vez a nuestro país. Y siempre lo 
hizo convencido de la necesidad de sumar fuerzas en el empeño por 
concretar en América los sueños de Bolívar, frustrados en la región por 
el predominio de una aristocracia criolla que se apoderó de las 
repúblicas en los primeros años del siglo XIX y construyó en ellas 
sociedades domesticadas, genuflexas y serviles.
Es
 bueno recordar que Hugo Chávez tuvo un largo proceso de formación 
política, vinculada estrechamente a las vicisitudes de su pueblo. 
Militar de carrera, fue ganando posiciones de ascenso en el marco de una
 aguda confrontación social: la que vivió su país luego del derrumbe de 
la siniestra dictadura de Pérez Jiménez, entre los años 60 y 90. En ese 
marco -prisiones de por medio- fue la vida la que le enseñó a percibir 
los dolores de su pueblo y avizorar un camino, que finalmente alcanzó a 
concretar.
El
 líder no nació hecho. No fue como Palas Atenea, que emergió de la 
cabeza de Júpiter tronante acabadita y compuesta. Fue forjándose en la 
confrontación cotidiana; pero tuvo siempre lineamientos básicos, ungidos
 como principios esenciales. Y nunca se aparto de ellos. La solidaridad 
fue uno, y la modestia para recoger el mensaje de “los de abajo”, quizá 
el otro.
Fueron
 esas las nociones las que lo ayudaron siempre a percibir el escenario 
de la confrontación que tenía ante sus ojos. Y hallar en él la piedra de
 toque que le permitiría distinguir a amigos de enemigos. Por eso le 
bastó levantar la mirada más allá de las fronteras de Venezuela, para 
encontrar el esplendoroso fulgor de la Revolución cubana. Y se hizo 
amigo de Fidel, lo que constituyó el secreto de su victoria
No
 fue fácil avanzar en la tarea que se había propuesto. Logró hacerlo 
porque supo priorizar sus objetivos: forjar la unidad de su pueblo, 
organizar a las masas para colocarlas en disposición de combate, elevar 
la conciencia política de millones de personas y alentar las luchas 
sociales diseñando una certera política de acumulación de fuerzas.
«Ustedes
 saben que varias veces incluso he estado a punto de morir por ser fiel 
al pueblo venezolano, y ese es mi camino, yo no les fallaré, seré fiel 
para siempre al pueblo de Venezuela», fue su compromiso aquel 4 de 
octubre del año 2012, que sería finalmente el preludio de su partida. En
 efecto, seis meses más tarde ofrendó su vida por la causa enarbolada 
ante los ojos del mundo.
Desde
 el 5 de marzo del 2013, Chávez y Bolívar pudieron repetir al unísono 
las palabras del Libertador: “Huí de la tiranía, no para ir a salvar mi 
vida ni esconderla en la oscuridad, sino para exponerla en el campo de 
batalla en busca de la gloria y de la libertad”.
 
 
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