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NTENOR
 ORREGO ESPINOZA (1959). "DISCURSO PRONUNCIADO POR EL Dr. ANTENOR ORREGO
 DIRIGIDO AL GRUPO TRILCE, TEATRO MUNICIPAL DE TRUJILLO, 8-XI-1959. EN: 
"PUEBLO CONTIENTE. REVISTA OFICIAL DE LA UNIVERSIDAD PARTICULAR ANTENOR 
ORREGO". TRUJILLO, Vol. 20, Nº1, I-VI-2009, pp. 24-26)
“Queridos amigos del Grupo Trilce:
Vuelvo
 después de algún tiempo al hogar trujillano, llamado por la juventud, a
 este materno hogar en que nacieron y crecieron las inquietudes que han 
constituido, a lo largo de toda
 mi vida, la trama permanente de mi existencia como hombre. Aquí nació 
mi vocación de escritor y de pensador. Aquí se nutrió con las esencias 
imponderables de esta tierra, de ella extrajo el sentido vital de su 
tarea, de ese que hacer que se ha desenvuelto a lo largo de 40 años y 
que ha sido el axe modesto que he ofrendado a la patria. 
He
 vuelto a mis raíces, como decía Goethe, a mis raíces permanentes, 
porque el hombre, en realidad, nunca puede arrancarse de ellas; porque 
allí reside el núcleo central e inspirador de su obra, cualquiera que 
sea. He vuelto a estas raíces maternas para extraer nuevas energías de 
esta tierra que encierra el acervo ingente de nuestro destino. 
Cada
 vez que vuelvo a asentar las plantas en el suelo trujillano siento un 
renacimiento en todo mi ser, una suerte de rejuvenecimiento que me hace 
percibir con claridad la faena inmediata que debo realizar; percibo 
renovado el soplo creador que determinó como designio el ya largo camino
 de una obra difícil, en verdad, de una obra bronca, dolorosa y acerba 
en la múltiple modulación de su carrera, pero, también esplendorosa; 
también sembrada de innumerables horizontes de felicidad al verla 
sucesivamente consumada en la vida de nuestro pueblo y en la historia 
que será mañana. Esta visión nos conforta porque comprendemos que es el 
testimonio irrecusable de que hemos cumplido, de alguna manera, nuestra 
misión humana.
El retorno al hogar y a la tierra
He
 vuelto a la tierra trujillana porque el destino siempre me empuja hacia
 ella con un impulso irresistible y enigmático; he vuelto de nuevo y 
cuando el avión cerníase sobre Huanchaco y las ruinas de Chan-Chan, 
resurgieron en mi espíritu unas ansias tremendas y apremiantes de 
persistir en la continuación y culminación de aquella jornada que 
empecé, que empezamos un grupo de jóvenes hace 40 años. He visto que hay
 necesidad de renovar ese mensaje y proyectarlo con todo su 
estremecimiento primigenio hacia las nuevas generaciones que comienzan 
también a buscar y articular el suyo, y que necesitan iluminarlo con las
 experiencias y el pensamiento de la jornada anterior.
He
 vuelto a las raíces de mi hogar materno y cual no habrá sido mi 
sorpresa que Trujillo me recibe con el amor encendido, con el homenaje 
conmovido, con la belleza sutil y extraordinaria de sus poetas y 
escritores nuevos, que esta mañana han dicho sus palabras y sus versos 
que han tocado lo más íntimo y acendrado de mi ser. Es sin duda la voz 
de este amado suelo nuestro que comienza a modularse otra vez en los 
labios de los jóvenes.
Hay
 en la tierra un mandato que es preciso tener el oído fino y el corazón 
abierto para captarlo en toda su esencial profundidad, porque ese 
mandato constituye la obra que los hombres debemos proyectar hacia la 
historia. Es el llamado del pueblo, el recóndito llamado de nuestro 
pueblo que debe consumarse en pensamiento, en belleza, en acción, en 
proeza histórica, porque cada época y cada generación reclama una proeza
 nueva que realizar, y la esencia de esa proeza es el mandato de nuestro
 pueblo. Todo valor nuevo es un mensaje. Todo hombre que viene a dar 
algo positivo a su pueblo es un hombre que entiende el mandato que le da
 su propia tierra, surgiendo de sí misma.
El aplauso de Córdoba en Argentina
La
 certidumbre de que mi vida no había sido enteramente vana la percibí 
últimamente en la ciudad de Córdoba, cuando hablé de la poesía de César 
Vallejo, definiendo su sentido americano y universal. Frente a mí tenía 
un gran ventanal que miraba a las sierras de la ciudad y las siluetas de
 más de mil estudiantes que rayaban con sus imágenes inquietas el 
paisaje que se me ofrecía a los ojos. 
Las
 montañas argentinas me trajeron x trasposición la visión de las 
montañas de Santiago de Chuco, su áspera grandeza, y las escarpas que 
tajaban las rocas me dieron toda la bronca dureza del escenario 
santiaguino. También por trasposición del recuerdo vi ante mí las 
montañas que circundan la ciudad de Trujillo, como un inmenso anfiteatro
 cósmico, y las cúpulas de Córdoba se me antojaron las torres de 
nuestras iglesias trujillanas. Por unos momentos trasladé un pedazo del 
Perú a la inmensidad de la pampa argentina y con esta visión permanente 
ante mis pupilas hablé de la obra de Vallejo; tuve la necesaria 
inspiración para que mis palabras asumieran la dimensión de la proeza 
histórica que se realizó en Trujillo hace 4 décadas.
No
 sé qué expresión y entonación adquirieron las palabras que dije 
entonces porque cuando hube terminado, esas mil personas, que horas 
antes desconocía completamente, prorrumpieron en frenéticos aplausos, 
luego me estrecharon estremecidas las manos y numerosos de esos rostros 
estaban literalmente cubiertos de lágrimas. Me quedé sorprendido y 
comprendí que había llevado el profundo mensaje histórico de esta tierra
 y que este mensaje había encendido sus corazones.
Y
 cuando me pidieron, hombres y mujeres, que firmara sus tarjetas y 
pusiera alguna frase, escribí las siguientes palabras: Por el Perú, por 
Trujillo, por César Vallejo y Haya de la Torre. Nunca tuve una emoción 
parecida porque ella emergía de un pasado ya sumergido desde hacía 
muchos años en la historia peruana.
Una encrucijada de caminos históricos
Si
 quisiera dar una imagen global y sintética de la misión que le tocó 
desempeñar al Grupo de Trujillo que surgió hacia el año de 1915, habría 
que delinear en rápido bosquejo la realidad inmediata que la envolvía y 
en la que parecía anclada para siempre. 
La
 ciudad era como una encrucijada de caminos históricos que no tenía ya 
ninguna salida hacia el presente, era como una vida colectiva que había 
quedado retrasada en el tiempo sin poder marchar hacia adelante. La 
misma ubicación de la ciudad contribuía a acentuar esta impresión 
extemporánea como si se hubiera sumido en un ensueño pretérito y 
perdurable.
Por un 
lado, la prodigiosa ciudad de Chan-Chan, ciudad muerta y enigmática de 
edades pasadas, recinto urbano tentacular el más grande de la América 
prehistórica, cuyo misterio aún no ha sido aclarado por la ciencia 
arqueológica. Allí existió congelado un pasado remoto que ni aun la 
imaginación más potente podía resucitar e imprimirle vida y que no tenía
 ya ninguna relación visible con el quehacer y los afanes cotidianos de 
las gentes que ambulaban en la ciudad trujillana.
A
 esta soledad en que residía un silencio elocuente, en que vibraban 
voces mudas, que no las escuchábamos con los oídos, pero que las 
percibíamos con la fantasía juvenil, veníamos muchas veces a modelar 
nuestros sueños de renovación, a plasmar en realidad anticipada las 
esperanzas que bullían indómitas, acezantes de creación, de acción y de 
futuro. 
Allí en 
Chan-Chan estuvimos muchas noches de plenilunio todo el grupo de mozos, 
como si quisiéramos adivinar entre las ruinas fantasmales de ese pasado,
 toda la tremenda responsabilidad de la tarea que nos aguardaba. 
Sumergidos en este escenario de espectros estuvimos Una encrucijada de 
caminos históricos muchas veces conversando y proyectando nuestra faena 
del porvenir, César Vallejo, Víctor Raúl Haya de la Torre, Alcides 
Spelucín, Macedonio de la Torre, Oscar Imaña, Juan Espejo, tantos 
jóvenes más.
En este 
escenario espectral con su voz de poeta alucinado Francisco Xandóval 
revivía dramas y tragedias remotas, reconstruía arquitecturas que se 
habían roto hacía millares de siglos, resucitaba con su palabra 
embrujada vidas lejanas y desconocidas que habían deambulado su alegría y
 su desventura por estos parajes.
Por otro lado estaba la Colonia asentada en el recinto urbano mismo de la ciudad trujillana.
Los
 templos eran –y lo son todavía– relicarios preciosos del Virreinato y 
las grandes casonas y solares de las antiguas familias dispersas en sus 
calles le daban una fisonomía singular que ya no se encontraba en el 
mundo moderno. Caprichosos arabescos y escudos nobiliarios presidían los
 xtones de las moradas aristocráticas y daban testimonio de su prosapia.
 Los salones artesonados, cubiertos de alfombras antiguas y de brocados 
lujosos en las puertas eran verdaderas urnas de muebles antiguos, de 
grandes espejos, de retratos de nobles personajes con espléndidos marcos
 dorados.
Eran la 
Colonia y el recuerdo del Virreinato que estaba como congelado y que 
quería vivir todavía contra el tiempo. Toda la vida y el pensamiento 
contemporáneo estaban ausentes de esta sociedad que realmente vivía en 
el sueño de los tiempos pretéritos.
Por
 último, estaba presente también la República, pero, una República 
deformada, inmadura, hechizada aún por la influencia de la Conquista. 
Todos los problemas sociales y económicos se intentaba resolverlos con 
criterio feudalista y colonial. Cuando se producía una reclamación de 
salarios o cualquier otro conflicto social, la República estaba allí con
 sus batallones armados y la solución era un saldo trágico en que corría
 la sangre de centenares de trabajadores. La Constitución democrática no
 era sino una hipótesis que no tenía ninguna realidad positiva. 
No
 había sino un foco de inquietud contemporánea y éste era la 
Universidad. Allí comenzaron a resonar todas las inquietudes del 
pensamiento, de la acción y del arte moderno. De ese foco debía surgir 
el grupo de jóvenes que constituyó el llamado Grupo de Trujillo, que 
tomó resueltamente su camino histórico y que hasta este momento está 
esforzándose por cumplirlo. Fue la primera generación con intensa 
emoción social. 
Hacia la conciencia de la Nueva América
Fuimos
 contra ese pasado que nos circundaba por todos los lados y que 
gravitaba con tremenda pesadumbre sobre nuestro pueblo. Sentimos el 
llamado de la tierra trujillana que quería resurgir hacia una nueva vida
 y cada uno x su lado se alistó en la nueva jornada que debía cumplirse.
De
 esta tremenda encrucijada de caminos históricos congelados, de este 
cruce de rutas petrificadas que carecían de curso vigente en la vida 
actual, debía partir un nuevo camino que se abriera al porvenir. Tuvimos
 que crear nuestro propio camino.
Estamos
 en el año 1914 en que se desencadena la primera conflagración mundial. 
Los valores fundamentales en que se asentaba la vida europea pierden su 
vigencia. Desaparece el hechizo que Europa ejercía sobre nuestros 
pueblos y América se vuelve sobre sí misma buscando su ser más original y
 genuino. Del tremendo choque de dos orbes culturales diferentes debía 
emerger la Nueva América con una nueva conciencia histórica. Esa tensa 
inquietud que los mozos del grupo juvenil sentían dentro de sí mismos 
para salir del pasado que les circundaba, era nada menos que la nueva 
conciencia del Continente que buscaba los instrumentos adecuados para su
 expresión. 
Así fue 
cómo César Vallejo saltó a la busca de una nueva estética que se plasmó 
con carácter universal; así fue cómo Víctor Raúl Haya de la Torre forjó 
un nuevo pensamiento y una nueva acción políticos que abrazaron la vasta
 realidad americana, abriendo inmensos y originales horizontes; así fue 
cómo el que habla intentó una explicación filosófica adecuada para el 
proceso cultural del Nuevo Mundo; así fue cómo Macedonio de la Torre se 
esforzó por buscar y encontrar la genuina expresión artística de América
 con esencias universales también. Así fue cómo todos los componentes 
del grupo se buscaron a sí mismos, cada uno por su lado, y buscándose a 
sí mismos se encontraron con la nueva vida histórica de nuestros 
pueblos.
Hay que estar con el pueblo
Las
 inquietudes y los pensamientos de estos mozos comenzaron a irradiar al 
país entero, determinando una nueva época en el arte, en el pensamiento 
cultural, y en el pensamiento político, en la acción social.
Este
 es el mensaje que trasmitimos a las generaciones que vienen. Los nuevos
 grupos intelectuales de Trujillo tienen la responsabilidad de recibir 
en sus manos este mensaje. Responsabilidad de continuarlo, de 
acrecentarlo, de superarlo, llevándolo a sus últimas consecuencias 
históricas y culturales. 
La
 nuestra fue una faena de coraje aguerrido porque nos acompañó con su 
acción, con su lealtad, con su corazón, el pueblo de Trujillo. De esta 
tierra extrajimos las energías necesarias para lograrlo; de ella 
extrajimos las esencias más profundas de nuestra voluntad y de nuestro 
pensamiento, las raíces más poderosas de nuestra existencia histórica 
como luchadores por la nueva América. Hay que estar con el pueblo.
A
 las nuevas generaciones intelectuales les decimos, para que su obra sea
 duradera y valiosa tienen que estar siempre con su pueblo, tienen que 
estar ligadas entrañablemente con esta tierra, tienen que extraer cada 
día de sus raíces las fuerzas necesarias para lograrlo. Esta tierra es 
pródiga para quien sepa amarla y comprenderla: posee un vigor misterioso
 que lo entrega a quienes se convierten en los instrumentos veraces de 
su gran destino histórico.
Para
 agradecer este homenaje que estremece la totalidad de mi ser y que lo 
acepto como el homenaje a mi generación porque ninguno de nosotros puede
 aisladamente monopolizar una tarea de tal proyección histórica, no 
poseo las palabras que puedan llevar en su seno la expresión de mi 
agradecimiento. Necesitaría un verbo de tal poder que fuera capaz de 
trasmitiros directamente el golpe emotivo que me sacude en estos 
momentos y que conmueve unas raíces de vida que brotaron ya bastante 
lejanas en el tiempo. De nuevo vuelvo a sentir frente a ustedes la 
certidumbre de que mi vida personal y las vidas de todos los jóvenes que
 hace 40 años salieron a realizar la magnífica aventura histórica de un 
sueño valeroso, no han sido vanas y que hemos cumplido, en la medida de 
nuestras fuerzas, la misión que el destino y el mandato de esta tierra 
trujillana puso, en nuestras manos. La vuelvo a sentir, como hace pocos 
meses en Córdoba, pero esta vez más concreta, más poderosa, más prendida
 en la realidad misma porque ustedes, porque el pueblo de Trujillo, que 
son ustedes, han sido los testigos insobornables de estas vidas que 
nunca traicionaron su propio destino y el destino de su pueblo.
Debo
 expresar mi agradecimiento en esta circunstancia al Grupo Trilce, que 
ha hecho posible mi presencia, una vez más, en esta amada tierra de 
Trujillo. No en vano lleva como lema de su faena el nombre del libro de 
nuestro gran poeta, que es ya una palabra que circula por el mundo 
entero, que se ha incorporado ya a todas las lenguas vivientes de hoy y 
cuyas sílabas se modularon por vez primera en las calles trujillanas. 
Y
 con el nombre del célebre libro también ha puesto sobre sus espaldas su
 enorme responsabilidad por el porvenir. Debo expresar mi agradecimiento
 de modo especial a Teodoro Rivero-Ayllón y al poeta Julio Garrido 
Malaver que han tenido frases tan delicadas para mí, y a los poetas que 
acaban de recitar sus magníficos versos en mi honor. Les renuevo mi 
gratitud por este cordialísimo homenaje, hermanos jóvenes de Trujillo, y
 antes de que mi emoción irrumpa a través de los ojos, antes de que las 
lágrimas empapen mis pupilas, les digo de nuevo, gracias muchas 
gracias”.
 
 
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