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LÁGRIMAS SOCIALES
Escribe: Milcíades Ruiz
Nuestro
 cuerpo llora por alguna razón. Los pobres son los que más lloran porque
 cargan muchos problemas por culpa ajena como las crisis y pandemias. 
Los ricos resuelven sus problemas con dinero
 y entonces casi nunca lloran. Sufrimos muchas desgracias que nos hacen 
votar lágrimas y reaccionamos positiva o negativamente frente a cada 
situación, pero a nadie se le ocurriría echarle la culpa a las lágrimas 
por lo que estamos pasando. Sin embargo, eso
 ocurre impensadamente.
Así,
 nadie ve las lágrimas sociales como el desempleo, delincuencia 
callejera, indigencia y otras, pero si las culpan de todo. La derecha 
llama a esto, lacra social. Sabemos que no hay llanto sin lágrimas.
 Ellas brotan de por sí porque nuestro organismo lo emana 
automáticamente y sobre esto, no hay discusión. Nunca preguntamos de 
dónde salen tantas lágrimas, porque es obvio que brotan de nuestro 
organismo. Es subproducto indeseable del mismo.
Siendo
 así, ¿Cómo no darse cuenta que, lo mismo sucede con una sociedad que 
sufre tanto como nuestro cuerpo? Vemos las lágrimas salir de los ojos de
 la gente dolida, pero no vemos las lágrimas que
 emana el conjunto social. Se ignora que la sociedad funciona como un 
organismo vivo. Este organismo colectivo también sufre y llora. Se 
enferma, reacciona, se defiende, tiene fiebre, hambre y sed de justicia.
Sabemos
 lo que sufre nuestro organismo cuando es maltratado. Pero igualmente, 
cuando las comunidades sociales son maltratadas, el sufrimiento las 
agobia. Un cuerpo mal nutrido se refleja en el semblante.
 La palidez, es indicativo de los males que padece. Tiene dolores, 
vómitos y emana sangre, cuando la situación es crítica. Eso mismo, 
sucede con los grupos y clases sociales cuyos aspectos denotan muchas 
carencias. Vemos la pandemia viral pero no la pandemia
 del capitalismo que succiona la sangre de los pobres.
Digo
 todo esto, porque es necesario comprender que los males sociales son 
consecuencia y no causa. Son lágrimas sociales que salen de por sí, 
cuando hay sufrimiento. En sociedades como la nuestra,
 el confinamiento social puede ser lacerante para los grupos sociales 
más desguarnecidos. Aguantan la cuarentena hasta que se les acaba el 
oxígeno pecuniario, pero se arriesgan a salir desacatándola, porque no 
les queda otra opción cuando los hijos piden pan.
 Esto no sucede con los grupos sociales que tienen reservas de sobra.
¿Quiénes
 son los que más necesitan salir de la cuarentena con urgencia? 
Obviamente los que se han quedado sin ingresos. Pero los que tienen el 
poder dicen, no. Saldrán primero los que el gobierno determine.
 Primero es el capital, segundo es el capital, a los que se subsidia con
 millones y al último, los que no tienen licencia de trabajo, porque han
 sido despedidos. Estos solo traen más contagio.
Echarle
 la culpa de la expansión de la pandemia a la gente que desacata la 
cuarentena por desesperación, es una canallada que oculta la ineptitud y
 el fracaso de las autoridades para controlar la pandemia,
 por medios directos. Todo tiene un límite, y hay una bomba de tiempo 
que, si explota, no habrá fuerza represiva que detenga el desbande. Las 
políticas públicas tienen responsables. Si no hay una salida bien 
calculada, el desborde social arrasará con todo.
La
 economía globalizada es sistémica. Si hay avería en los conductos 
principales se sentirá en el resto del sistema interconectado. Pero si 
por todas partes averiamos nuestros propios ductos debido
 a la cuarentena, entonces el daño se agranda colapsando el andamiaje 
global. Este descalabro destroza a los conglomerados sociales más 
débiles que se desangran rápidamente. Las cuarentenas han sido 
necesarias en su momento, pero las averías podrían ser más
 letales si no se maneja apropiadamente la reparación.
Está
 claro que la pandemia es un producto del orden mundial, que las 
consecuencias no las están pagando los manejadores de ese orden, sino 
sus víctimas. Que la crisis no la crearon los dominados sino
 los dominadores. Entonces, ¿Por qué no señalar directamente a los 
malhechores? ¿Es que tienen el derecho divino a la impunidad? ¿Es por 
cobardía? O debemos seguir aceptando el dogma de que, justos paguen por 
pecadores.
La
 verdad es que todo se reduce a una cuestión de poder. El que puede, 
puede. Si Donald Trump premeditadamente ordenó asesinar a un general 
iraní con ventaja y alevosía, sin que nada le pase por su
 crimen, es porque no hay poder que impida esa impunidad. Siendo así, no
 es de esperarse que el mundo cambie después de la pandemia sin 
autorización del poder mundial.
La
 dialéctica nos dice que una predominancia cesa cuando la resistencia 
adquiere capacidad para detenerla, vencerla y anularla. Si queremos un 
nuevo orden social, no será porque los dominadores lo
 admitan. Nadie acepta su muerte sin luchar por sobrevivir. Son los 
dominados los que tienen la obligación de construir un poder con la 
capacidad de derrotar a los dominadores.
Mientras
 tanto, hay que trabajar en esta dirección, construyendo ladrillo a 
ladrillo la fortaleza que necesitamos. No esperar cómodamente a que 
otros lo hagan por nosotros. No hay alternativa. O lo
 hacemos ahora, desde donde nos encontremos y como podamos; o 
perpetuamos nuestra sumisión, que nos denigra vergonzosamente ante 
nuestra descendencia. Más vale morir luchando que, sin hacer nada. Todos
 pongamos nuestro grano de arena. Hagamos el esfuerzo por
 superar nuestra quietud ante la desgracia social.
Lo
 que tengamos que hacer en la emergencia no es igual a lo que el 
gobierno dispone. Este, está más interesado en su estabilidad política 
que en resolver los problemas sociales. Nuestra emergencia
 particular nos obliga a desarrollar iniciativas distintas, en función a
 los intereses populares. Los intereses capitalistas buscan superar la 
crisis sin perjuicio de su codicia. A nosotros corresponde lo contrario.
 Equidad, para proteger a los indefensos y
 evitar que las clases privilegiadas trasladen los efectos de la crisis a
 los más débiles.
Es
 por nuestro propio bien. La avalancha arrastra a las clases medias 
hacia el precipicio de la pobreza, y muchos caerán en ella 
irremediablemente. Caerán junto con la familia y descendencia, que verá
 truncas sus aspiraciones. Si no tomamos consciencia de esta situación y
 solo esperamos que pase el temporal para volver a engancharnos, quizá 
tengamos que vivir y morir arrepentidos vergonzosamente. Lavarse las 
manos por precauciones antisépticas, sí. Lavarse
 las manos para ocultar ineptitudes, no.
Salvo mejor parecer.
Mayo, 2020
Otra información en 
https://republicaequitativa.wordpress.com/
| 
Escribe:
 Milcíades Ruiz. El próximo 15 de mayo, se cumple un aniversario más de 
la súbita desaparición del poeta revolucionario Javier Heraud Pérez, 
ocurrida en una incursión guerrillera desde la selva boliviana, en la 
frontera con Puerto Maldonado, en 1963. 
republicaequitativa.wordpress.com | 
 

 
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