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PERÚ. LA PELEA CONTINÚA
Por Gustavo Espinoza M.
diario UNO / Domingo 23 de julio 2023
El pasado
 19 se reinició la pelea entre el pueblo y la camarilla oligárquica 
aupada en el poder. Fue una jornada difícil, dura, que arroga lecciones 
al movimiento popular, pero también al régimen. Y que, sobre todo, pone 
en evidencia un hecho incontrovertible: la pelea continúa. El Gobierno 
no puede cantar victoria.
El
 movimiento popular en esta nueva etapa, buscó centralizar sus acciones y
 organizarlas de un modo más apropiado para tornarlas efectivas. Por eso
 surgió un comando unitario de lucha que buscó eslabonar iniciativas y 
orientar la batalla en un sentido estratégico. La idea fue forjar un 
movimiento más organizado capaz de ganar fuerza y aislar al enemigo 
principal. Esto se logró, aunque de manera parcial.
La
 movilización fue nacional. No se circunscribió a Lima. Virtualmente en 
todas las ciudades y en muchas otras poblaciones del interior, se 
produjeron acciones que impactaron a la ciudadanía. En el exterior: 
Barcelona, Berlín, París, New York y otras capitales, ocurrió lo mismo.
Como
 era previsible, las manifestaciones fueron pacíficas. Como antes, la 
violencia no salió del pueblo, si no de la represión policial. Y por eso
 los heridos, lo fueron, por el accionar del aparato represivo del 
Estado. No obstante, las concentraciones fueron numerosas y concurridas.
 Decenas de miles de personas se movilizaron. En todos los casos, 
demandaron lo mismo: la renuncia de Dina y el cierre del Congreso. Estas
 exigencias contaron con una inmensa adhesión ciudadana.
El
 Gobierno, por su parte, se mostró temeroso y débil. Por miedo movilizó a
 casi 30 mil efectivos policiales para enfrentar a las poblaciones. En 
la víspera, desfilaron por el Paseo de los Héroes Navales agresivas 
columnas de uniformados entonando consignas de ataque. La semejanza de 
las mismas con los escuadrones hitlerianos de los años 30’s del siglo 
pasado, resultó evidente. Pero fue, además, el distintivo de un 
fenómeno: el renacimiento del fascismo en nuestro suelo.
Hay
 que añadir, adicionalmente las medidas pre cautelatorias: el control 
migratorio, el terruqueo, la campaña de prensa, el uso de 3600 cámaras 
de identificación personal y el control de las carreteras; medidas todas
 destinadas a intimidar a la población.
Para
 que no quede duda de eso, este fenómeno fue adelantado por la recepción
 que se dio en el Ministerio de Cultura a los escuadrones urbanos que 
operan la violencia bajo este mismo signo. La permanencia de la Titular 
del portafolio en su cargo –pese a que dio la orden de ese encuentro-, 
confirma el vínculo entre estas estructuras del terror y la cúpula del 
poder.
El
 miedo del Gobierno se expresó también de otra manera. Aunque los medios
 no lo publicitaron, circuló un Decreto Supremo autorizando a las 
Fuerzas Armadas el uso de armas de guerra, para controlar presuntos 
“disturbios”. Estos, nunca se produjeron, de tal modo que la disposición
 no fue efectiva. No obstante, la intención se hizo patente y fue 
notable como un modo de comprometer al poder central en la presunta 
colusión de crímenes, a fin de que no se libere de responsabilidades.
Aquí
 hubo una diferencia con relación a diciembre pasado, cuando esas 
órdenes se dieron de manera verbal. En esta circunstancia los mandos 
castrenses quisieron curarse en salud para que no recaiga sobre ellos la
 culpa de crímenes aviesos. El tema puso de relieve un hecho 
inobjetable: hasta hoy nadie sabe cómo marchan las investigaciones 
referidas a los 70 muertos de las primeras jornadas. Nadie asumió la 
responsabilidad de los hechos; y nadie, tampoco, fue imputado por los 
mismos. Al parecer, lo que se busca son crímenes sin castigo.
Eso
 se explica también por una circunstancia episódica: la relación que une
 a Dina Boluarte con Alberto Otárola. La primera está protegida por una 
decisión parlamentaria: el Congreso la hizo Presidente de la República. 
El
 segundo –salvo un antejuicio- vive en virtual desamparo, y quedará en 
él apenas pierda su cargo de Ministro. Si la precaria inquilina de 
Palacio prescinde hoy de sus servicios, mañana podría estar preso. 
Carece de toda protección legal. Por eso se aferra al cargo con uñas y 
dientes.
A
 la inversa, la Dama depende también de él. Otárola podría declarar 
oficialmente que fue Dina la que ordenó el uso de las armas en Ayacucho y
 en Lave. Este testimonio sería demoledor. Allí, estriba su peso: el 
valor del chantaje.
Hay
 quienes suponen que Dina podría “beneficiarse” con lo ocurrido el 19 y 
“tomar distancia” del Congreso. Craso error. Están unidos por el mismo 
proyecto. Se necesitan mutuamente. Son la alianza del hambre con la 
necesidad.
Dina
 y Otárola, soslayaron en sus exposiciones el tema de la presencia 
militar Norteamericana en el Perú. Presentaron el hecho como una acción 
de rutina. Ocultaron la verdad. En otras ocasiones se trató, en efecto, 
de “asesorías” puntuales. Ahora se trata de más de 1200 soldados que aun
 operan en el país y permanecerán aquí hasta el 31 de diciembre. 
Pero,
 además al inaudito hecho que el Gobierno autorizó el funcionamiento de 
Laboratorios de experimentación bioquímica de los Estados Unidos en 
nuestro país. Antes, esto ocurrió en Ucrania. Pero, por primera vez 
acontece en nuestro suelo. El silencio del Congreso de la República y de
 los proclamados “defensores de la Patria”, es ignominioso e 
imperdonable.
Por eso, y por todo lo demás, la pelea continúa. (Fin)
 
 
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