Novedades de Nueva Sociedad 279 (1-12)
EL FUTURO DEL TRABAJO
MITOS Y REALIDADES
O1 TEMA CENTRAL - ¿Del poscapitalismo al postrabajo?
El
 mundo del trabajo viene experimentando transformaciones a gran escala 
que ponen a prueba los marcos analíticos y las estrategias políticas 
progresistas. El capitalismo de plataformas
 está lejos de la economía colaborativa que a menudo proclama, y genera 
nuevos monopolios, formas de precarización y autoempleo, ganadores y 
perdedores. En este marco, la revolución tecnológica y la reflexión 
sobre el postrabajo aparecen como condiciones imprescindibles
 para pensar una sociedad más justa.
Por Joan Subirats Enero - Febrero 2019
PDF ¿Del poscapitalismo al postrabajo?
El
 capitalismo digital de plataformas modifica las estructuras del mundo 
laboral. La tarea urgente es politizar la revolución tecnológica. De lo 
que se trata, ahora, es de explorar
 alternativas progresistas para el nuevo paradigma. ¿La socialdemocracia
 tiene todavía algo para ofrecer? Uno de los últimos informes del 
gobierno de Barack Obama fue dedicado a los impactos de la inteligencia 
artificial en la economía y en la propia concepción
 del trabajo1. Y este informe se suma a otros muchos que, desde 
organismos multilaterales (la Organización para la Cooperación y el 
Desarrollo Económico, el Fondo Monetario Internacional, la Organización 
Internacional del Trabajo), han comenzado a enfrentar
 la incertidumbre que rodea a muchos puestos de trabajo, hoy amenazados 
por la creciente automatización y digitalización de procesos 
productivos, relaciones de intercambio y servicios de todo tipo. Hay 
quienes opinan que estamos a las puertas de una total reconsideración
 del trabajo tal como lo hemos entendido en los tres últimos siglos, 
mientras que otros apuntan a más continuidades que a rupturas.
Un
 elemento clave en este debate es si se acepta o no que la gran 
transformación tecnológica que estamos atravesando es una nueva vuelta 
de tuerca de la propia evolución del capitalismo
 industrial que dominó el escenario económico del siglo xx, o si se 
trata del inicio de un nuevo régimen de acumulación. Una nueva versión 
del capitalismo2 o el capitalismo digital de plataformas3; una nueva 
época, con un régimen de acumulación distinto, con
 otra concepción del trabajo, con sus propias contradicciones y 
estructuras sociales y, por tanto, con un escenario político distinto de
 aquel del que venimos.
Esta
 no es una cuestión menor para quien busque construir una sociedad más 
justa e igualitaria que la que nos ofrece el capitalismo neoliberal en 
sus distintas versiones. Podemos
 imaginar que sigue siendo posible aplicar recetas socialdemócratas y 
políticas keynesianas, buscar el pleno empleo y mantener políticas 
redistributivas (lo cual no resulta sencillo en el escenario actual), o 
podemos, en cambio, imaginar un futuro en el que
 la concepción del trabajo sea distinta y el papel del Estado y de los 
agentes sociales varíe radicalmente. En el primer caso, no deberemos 
cambiar sustancialmente los paradigmas de análisis que nos han venido 
acompañando a lo largo del siglo xx. Si, por el
 contrario, aceptamos que ya no será posible volver atrás (por mucho que
 haya dirigentes políticos que aprovechen la incertidumbre y la 
sensación de desprotección para prometer que su país volverá a ser 
grande de nuevo, sobre todo si cierra las fronteras),
 deberemos construir una estrategia de respuesta adecuada al nuevo 
escenario. El tema no permite simplificaciones. Pero, al mismo tiempo, 
exige abordarlo con prontitud desde posiciones progresistas, ya que el 
avance del capitalismo digital es muy veloz y está
 modificando el entorno productivo, económico y social en que nos 
movemos con inusitada aceleración. Pero esa gran disrupción puede 
hacernos avanzar hacia sociedades con menos carga de trabajo impuesto, 
con menos escasez, con democracia económica y con mayor
 capacidad para evitar desastres ambientales plenamente previsibles, o 
seguir reforzando, desde nuevas coordenadas, las carencias e injusticias
 actuales. En este artículo trataremos de abordar esta problemática de 
manera exploratoria, buscando desentrañar algunas
 de las claves y apuntando asimismo ciertas líneas para avanzar.
        
Los antecedentes de la ruptura digital
Una
 de las características esenciales del nuevo régimen de acumulación que 
promueve el capitalismo digital de plataformas está en el control de los
 datos, aprovechando los flujos
 de información que circulan por sus nuevos espacios de intermediación. 
Podría no ser algo distinto de lo que ha sido una constante en la 
evolución del capitalismo desde sus inicios, es decir, su capacidad para
 relacionar la carrera competitiva por el excedente
 con la innovación tecnológica, de tal manera que, como afirmaba Joseph 
Schumpeter, cualquier crisis acaba generando innovación y nuevas 
dinámicas de acumulación, destruyendo base productiva y generando otra 
nueva de manera continua. Pero, esta vez, los cambios
 de fondo parecen más sustantivos que los habituales en las crisis 
cíclicas del sistema.
Es
 bien conocido el proceso por el cual el tránsito de la economía 
precapitalista a la economía capitalista originaria se produjo separando
 trabajo y subsistencia. Las personas tenían
 acceso directo al elemento básico, la tierra, que les permitía cultivar
 y construir su vivienda. Bajo el sistema capitalista, eso cambia. Para 
acceder a los bienes básicos, es necesario acudir al mercado, y es en 
ese mercado donde se ofrece el trabajo. Ese
 trabajo no proporciona directamente la subsistencia, sino que es el 
salario el que la facilita. Como explica Karl Polanyi, no es que el 
mercado no existiera antes, sino que la gran transformación que se 
genera es la conversión de toda relación económica y
 social en mercantil4. Se produce para el mercado y es a través del 
mercado y de sus relaciones como se consigue lo necesario para la 
subsistencia. En esa situación, la clave es reducir costos de producción
 para mejorar la capacidad de vender a precios más
 competitivos. Y esto se consigue reduciendo salarios y/o mejorando la 
capacidad productiva mediante el cambio tecnológico constante. En este 
sentido, ha sido siempre importante para el sistema que hubiera gente 
buscando empleo de manera permanente, ya que
 ese «ejército de reserva» generaba la posibilidad de reemplazar a 
trabajadores demasiado exigentes o conflictivos. Podríamos decir que 
antes del capitalismo no existía el desempleo, ya que todos podían tener
 acceso a un pedazo de tierra para subsistir. Pero
 en la economía de mercado capitalista ocurre que, como afirmó la 
economista Joan Robinson, «solo hay una cosa peor que ser explotado por 
capitalistas y es no ser explotado en absoluto»5. El desempleo, el «no 
trabajo» (hablando «mercantilmente», ya que hay
 mucho trabajo socialmente útil no reconocido como tal por el mercado), 
es la peor de las situaciones, ya que implica la imposibilidad de la 
subsistencia autónoma.
El
 fordismo fue el resultado de la voluntad de reducir la dependencia de 
trabajadores con conocimientos tales que condicionaban la continuidad 
productiva y de aprovechar la mejora
 de las capacidades técnicas que el taylorismo ofrecía para ampliar el 
volumen de la oferta, incorporando mano de obra sin calificación, que al
 mismo tiempo constituiría la base de consumo necesaria para mantener la
 tasa de ganancia. Pero, al mismo tiempo,
 la gran acumulación de trabajadores en un mismo espacio generó, como 
sabemos, la capacidad de equilibrar en parte la lógica jerárquica y 
maquinal inherente al modelo, y permitió el surgimiento de una identidad
 colectiva entre trabajadores –entre pares– y,
 por tanto, su organización sindical y de clase. El resultado de esa 
capacidad de agencia colectiva fueron mejores salarios, puestos más 
estables y garantía de pensiones. El periodo de la segunda posguerra, 
entre 1945 y 1975, se ha convertido en el paradigma
 –de carácter excepcional, según Thomas Piketty6– de la lógica 
socialdemócrata en la que capital y trabajo conciliaban intereses, 
gracias al papel regulador-protector del Estado en el funcionamiento del
 mercado (y a su capacidad de protección frente a intercambios
 internacionales) y a la capacidad redistributiva que ejercían sus 
políticas financiadas con sistemas fiscales progresivos. Esa situación, 
básicamente localizada en Europa occidental, conseguía resultados 
win-win a partir del mantenimiento de mecanismos de
 intercambio desigual con el resto del mundo. La crisis de los años 70 
se debió a diversos factores: sobreproducción, poca capacidad 
innovadora, aumento de precios de la energía. Todo ello se produjo en un
 escenario en el que los sindicatos mantenían posiciones
 de fuerza muy significativas. Al mismo tiempo que se constataba una 
reducción de la tasa de beneficio, se manifestaba asimismo una demanda 
de personalización insatisfecha que no encontraba en la lógica 
estandarizada del fordismo respuesta a inquietudes de
 identidad y diferenciación7. La larga preparación del ideario 
neoliberal encontró en esa crisis la oportunidad esperada8. El 
keynesianismo no tenía respuesta a la combinación de inflación y 
desempleo, y allí estaban los neoliberales con su receta de austeridad
 y política monetaria como solución. La inflación, sostenían, era el 
resultado lógico de la rigidez de precios y salarios. No era un 
diagnóstico inevitable, ya que existían otras hipótesis plausibles de lo
 que estaba ocurriendo9, entre las que se destacaba
 la desregulación financiera. Pero la larga preparación de la hegemonía 
neoliberal encontró entonces su gran oportunidad y, como dijo Milton 
Friedman, no se puede desaprovechar una crisis para lograr que lo que 
parecía políticamente imposible acabe siendo inevitable10.
 Lo que vino después es cosa sabida.
La
 hegemonía neoliberal se manifiesta en un nuevo sentido común por el 
cual se reclama libertad y no intervención del Estado, pero se requiere 
constantemente al Estado para mantener
 el funcionamiento del sistema. Y al mismo tiempo, esto convierte a los 
sujetos en personas básicamente competitivas y diversas que se mueven 
libres en el mercado buscando su mejor interés, más allá de las 
rigideces y jerarquías de las administraciones y de
 los políticos, despreciando a quienes viven de las ayudas públicas y 
«se aprovechan» de los que realmente trabajan. Con ese relato y de esta 
manera, el neoliberalismo ha establecido sus profundas raíces en la 
sociedad actual11.
Se
 combinaron así el ideario neoliberal –con su firme voluntad de romper 
con la capacidad de negociación de los trabajadores– y la innovación 
tecnológica, que permitía una gran mejora
 de las comunicaciones y una mayor facilidad para trasladar espacios 
productivos complejos a países con menos costos laborales, a partir de 
procesos de diferenciación de diseño y creación que seguían siendo 
centralizados, y labores de producción y ensamblaje
 que se dispersaban y fragmentaban. Y esto generó en pocos años un 
cambio drástico en la estructura de un capitalismo que incorporaba la 
competitividad (también del trabajo) a escala global. Fue asimismo 
importante la ruptura con la lógica de «todo en casa»,
 y la externalización de muchos servicios fuera del core (núcleo) de la 
labor productiva. De esta manera se va generando lo que hoy es ya una 
realidad: bajos salarios, inestabilidad-precariedad en el empleo, alta 
presencia de «falsos autónomos» y notable capacidad
 de marcar las condiciones laborales desde la dirección de las empresas,
 dadas la fragmentación de tareas y la constante rotación de empleados. 
La tendencia a la erosión y la precarización de las condiciones 
laborales siguió a finales de siglo con la rápida
 financiarización de la economía, a caballo de la desregulación bancaria
 y de la reducción drástica de los tipos de interés. Esa política 
monetaria es la que generó la burbuja inmobiliaria que estalló en 
2007-2008, sin que a pesar de los graves impactos que
 produjo (que demandaron una fortísima intervención de los Estados para 
salvar las instituciones financieras) se hayan impulsado cambios 
sustantivos en la ortodoxia de austeridad y de prioridad del pago de la 
deuda de países fuertemente atrapados por sus déficits.
 Al mismo tiempo, siguieron aumentando el volumen de capital situado en 
paraísos fiscales y las dinámicas de elusión y evasión fiscal que los 
sistemas de información y de circulación de capitales facilitan 
enormemente.
Evasión
 fiscal, políticas de austeridad y políticas monetarias consideradas 
urgentes y extraordinarias se alimentan mutuamente. ¿Qué sucede en ese 
escenario con el empleo? En los
 últimos años, el crecimiento neto de empleo a escala global ha ido 
aumentando. A partir de los datos proporcionados por la Organización 
Internacional del Trabajo (oit), se puede estimar que la población 
laboral se incrementó en 20% entre 1990 y 2010, aunque
 luego esa tendencia se acabara con la llegada de la crisis. En los 
países «emergentes» se incrementó en alrededor de 80% en el mismo 
periodo. El proceso de tercerización ha sido también evidente, reforzado
 por el paso de tareas antes internalizadas en las
 industrias a ser subcontratadas externamente. Por consiguiente, el 
valor final de un determinado producto incorpora el valor producido por 
una multiplicidad de figuras laborales que no forman parte de una misma 
organización: desde las que extraen las materias
 primas hasta las que las transforman inicialmente, las que diseñan o 
ensamblan, las que produjeron el software que alimenta la robotización o
 la logística de distribución, etc. La financiarización de todo el 
proceso obliga asimismo a integrar en el esquema
 de análisis los distintos intereses financieros que se asignan a cada 
fase productiva, y todo ello cruzado además por fronteras nacionales en 
las que se sitúan esas distintas fases de 
extracción-diseño-producción-distribución-financiarización. Lo que antes
 quedaba integrado en el universo “fábrica-empresa” queda ahora 
tremendamente fragmentado y segmentado, combinando distintos regímenes 
laborales, distintos tipos de contrato y distintos salarios, lo que 
produce, por tanto, una muy difícil articulación de los
 trabajadores frente a los intereses corporativos o patronales, a su vez
 fragmentados y diversificados, pero todos ellos financieramente 
dependientes. En las economías más desarrolladas, el resultado de este 
proceso ha conducido a un gran aumento del desempleo,
 a una precarización del empleo existente y a una erosión significativa 
de los salarios. No puede decirse que ello haya sido igual en todas 
partes ni que haya tenido la misma intensidad en Alemania que en España,
 por ejemplo, pero en general esa es la tendencia.
 Que viene acompañada, además, de un aumento importante del paro de 
larga duración y de la caída en la capacidad de ahorro de gran parte de 
los asalariados. El resultado final es una sensación generalizada de 
desprotección frente a los cambios que se van produciendo12.
        
Capitalismo de plataformas
Si
 esas han ido siendo las tendencias, el efecto disruptivo del cambio 
tecnológico se percibe de manera más intensa en la progresiva 
consolidación del modelo de plataformas como
 el que mejor condensa las potencialidades y también los efectos que 
genera la digitalización en nuestras vidas. El ruido y la atención que 
se generan son evidentes, y no dejamos de vincular smart a cualquier 
cosa, o hablamos de e-administration, de gig economy
 o de lo prometedora que resulta la «economía colaborativa», sin que 
sepamos aún muy bien a qué nos referimos con todo ello. Lo que algunos 
denominan la «cuarta Revolución Industrial» despierta pasiones y 
recelos, y seguramente es en la esfera laboral donde
 estos últimos son más frecuentes. Una de las claves de esta ebullición 
está en el gran cambio que implica ir pasando de una economía que basaba
 todo su valor en la producción a otra que empieza a situar la 
información como el elemento clave. Y ello se combina
 asimismo con una notable facilidad para poner en jaque viejas 
intermediaciones, al crear atajos y nuevas maneras de relacionarse y 
consumir, sin pasar por los canales establecidos. Y esto se hace, 
además, con bajos costos de acceso y de instalación. La materia
 prima con que se opera son los datos, y a partir de ellos puede 
construirse información que acaba siendo valiosa por lo que puede 
aportar en términos de identificación de potenciales clientes, cambios 
en los deseos de la gente, elección de emplazamiento, control
 de los empleados, etc. No es que la información no fuera antes 
relevante, sino que era más bien periférica en relación con el core 
business, y en cambio ahora es más relevante (desde el punto de vista 
del profiling o la determinación de perfiles de usuario)
 saber qué libros quiere comprar o compra la gente que la venta misma de
 esos libros. El sistema capitalista, tal como ha ido evolucionando, no 
ha estado especialmente preparado para aprovechar el valor del caudal de
 información que iban generando los propios
 procesos de producción, distribución y venta. Es cierto que el énfasis 
se situó primero en la configuración «científica» del proceso 
productivo, y luego ha habido grandes avances en la logística para 
mejorar la distribución. Asimismo, los estudios de mercado
 han tratado de acercar lo máximo posible deseos y productos, pero, en 
general, esos procesos se hacían de manera jerárquica, desde el 
conocimiento experto. La capacidad actual de las distintas plataformas 
que operan proporcionando información y monitoreando
 los movimientos reales de usuarios permite saber lo que pasa en tiempo 
real y generar cambios que pueden evaluarse inmediatamente. Se aprende 
directa e inmediatamente del uso. Nos referimos entonces a otro tipo de 
«negocio». Y, por tanto, a otro tipo de capitalismo.
 De lo que estamos hablando es de plataformas como infraestructuras 
digitales que permiten la interacción entre personas o grupos13. Se 
trata de espacios de intermediación cuyo valor reside en que permiten 
que sus usuarios obtengan algún tipo de información
 o servicio que creen precisar. Pero, al mismo tiempo, permiten que los 
gestores de la plataforma utilicen el goteo constante de datos que los 
usuarios generan con sus demandas, intereses y acciones, para trabajar 
con esos datos y extraer una información que
 acaba teniendo valor por sí misma. Hemos de recordar además que, por 
definición, las plataformas operan de manera global y superan fronteras,
 legislaciones o peculiaridades locales, lo que sin duda aporta un nuevo
 valor a lo ya mencionado. Cuanta más gente
 use cada plataforma, más valor añadido acumulará esta, ya que más gente
 estará interesada en interactuar en un espacio en el que sabe que se 
acumulan muchas personas, informaciones, productos, servicios, conceptos
 o saberes. Por tanto, el interés de la plataforma
 estará situado en facilitar el acceso a su uso y a que se articulen en 
ella otras ideas e iniciativas, ya que eso refuerza su propio perfil y, 
lo que es más importante, aumenta su capacidad de acumular datos. En el 
fondo, es la propia plataforma la que, a
 pesar de su apariencia abierta y libre, controla las operaciones, 
filtra accesos si lo cree necesario y, en consecuencia, gobierna el 
sistema. Se trata de plataformas que permiten colaboración, desarrollos 
autónomos, y facilitan acceso a informaciones o interacciones
 antes imposibles o muy difíciles, y ese es aparentemente su gran valor;
 pero desde el punto de vista que aquí nos interesa, lo que realmente 
acaban siendo son espacios centralizados de extracción de datos14.
        
Los efectos en el trabajo
Tenemos
 abundantes ejemplos históricos de los efectos que cualquier cambio 
tecnológico importante genera en lo que se llama «mercado de trabajo». 
En algunos casos, el cambio tecnológico
 favorece a quienes tienen un menor nivel educativo y menos habilidades 
para esgrimir, mientras que en otras ocasiones, como en nuestros días, 
parece suceder lo contrario. En efecto, como subraya el informe del 
gobierno de Obama antes mencionado, el maquinismo
 del siglo xix propició una mayor productividad de los trabajadores con 
menos capacidades. Lo hizo al propiciar que labores antes solo 
accesibles a artesanos muy dotados y experimentados pudieran ser 
llevadas adelante por máquinas que los sustituían y multiplicaban
 su productividad. Máquinas que, además, podían ser manejadas por 
operarios menos habilidosos y experimentados. Lo que sucede ahora va, en
 parte, en sentido contrario. La revolución tecnológica actual parece 
beneficiar a quienes tienen más capacidades cognitivas
 y mejor se manejan en entornos digitales. Las labores más rutinarias 
son más fáciles de programar y dejan poco espacio a muchos trabajadores 
que ocupaban esas posiciones, mientras que pueden verse favorecidos 
aquellos más creativos y capaces de replantearse
 procesos. Los más formados incrementan su ventaja y salen perjudicados 
aquellos que ya ocupaban las posiciones peor retribuidas. La desigualdad
 aumenta, ya que la distribución de costos y beneficios de los efectos 
que genera el cambio digital no se produce
 de manera equitativa. La revolución tecnológica actual presenta un 
sesgo en favor de quienes tienen más capacidades cognitivas y mejor se 
manejan en entornos digitales. ¿Cuántos puestos de trabajo pueden 
desaparecer?
Como
 casi siempre, las previsiones recorren desde el más puro pesimismo al 
más ingenuo optimismo. No es fácil acertar, ya que no hablamos de 
cambios en un determinado proceso productivo,
 sino de un conjunto de transformaciones tecnológicas que van de la 
comunicación personal hasta el funcionamiento del hogar, pasando por el 
consumo, las transacciones financieras, el transporte o la seguridad en 
las ciudades. Tampoco está claro si lo que resulta
 afectado son tareas concretas (como transmitir información y 
conocimiento a los alumnos, por ejemplo), o la propia ocupación en su 
conjunto (ser profesor). La automatización requiere partir de pautas 
para poder generar supuestos de acción futura y puede no
 ser capaz de sustituir la inteligencia social, la creatividad y la 
capacidad de juicio que muchas profesiones o tareas requieren. Pero ese 
tipo de cualidades no son necesarias en cualquier tipo de trabajo. Y no 
acaban ahí los posibles efectos del cambio digital
 en la esfera laboral. Hemos de incorporar en el análisis el papel de 
las plataformas. Las de carácter aparentemente informativo (Google) o de
 interacción social (Facebook) son de hecho instrumentos muy potentes de
 extracción de datos de los usuarios, quienes
 «trabajan» para las plataformas de manera gratuita generando 
constantemente datos y contenidos que serán usados para canalizar la 
publicidad. 90% de los ingresos de Google y 96% de los de Facebook 
provienen de la publicidad y, para poder encauzarla debidamente,
 resulta clave la «minería» de datos (data mining) que debe hacerse para
 focalizar formatos y contenidos de la publicidad y canalizarlos hacia 
los usuarios de estas plataformas cada vez que las usan. La pregunta que
 podemos hacernos es si realmente lo que hacen
 los usuarios de estas plataformas es «trabajo». Es evidente que no 
todas nuestras interacciones son rastreables ni pueden convertirse en 
«valor» a vender o negociar. Pero algunas de ellas sí, y esa capacidad 
extractiva y «rastreadora» o «vigilante»15 de las
 plataformas convierte en algo mercantilizable acciones nuestras no 
pensadas como «trabajo». Al pedir comida mediante una plataforma que 
facilita el envío a domicilio, no solo estamos aprovechando el 
«excedente de capacidad» que tiene el restaurante al que
 pedimos el servicio, o el «excedente de capacidad» que tiene la persona
 que con su bicicleta o moto nos va a acercar a casa el producto, sino 
que también estamos dando algo más. Estamos generando una información 
clave que, añadida a las de otros muchos usuarios
 del servicio de Deliveroo o Glovo, por ejemplo, va a proporcionarles 
los mejores datos disponibles, en tiempo real, sobre los deseos 
culinarios de bonaerenses, neoyorkinos o madrileños. Esa es una 
información que puede acabar siendo más valiosa que el beneficio
 obtenido por la labor de intermediación y de delivery en sentido 
estricto. Por otro lado, interactuando a través de esas plataformas con 
múltiples servicios, estamos descartando intermediarios que antes se 
ocupaban de gestionar nuestras demandas y que ahora,
 al verse desbordados por dinámicas digitales que los hacen 
prescindibles, se ven obligados a despedir empleados o directamente a 
cerrar sus puertas.
Hacemos
 un «trabajo» que hace prescindibles trabajos que antes eran necesarios.
 Esa dinámica de intervención «productiva» de quien antes era 
simplemente consumidor favorece la figura
 del «prosumidor», en la que se mezclan los roles. En algunos casos ello
 redunda en beneficio común (como en el caso de Wikipedia, donde la 
ampliación y solidez de los conceptos incluidos en la enciclopedia 
dependen de la actividad de sus usuarios y contribuyentes),
 pero en otros casos (los más frecuentes) el valor de esa «producción» o
 colaboración acaba siendo esencialmente extraído por la plataforma en 
su propio beneficio. Es evidente que el conjunto de datos que van 
captándose de la actividad online que las plataformas
 canalizan constituye la materia prima con la que será posible construir
 información. Es decir, no es algo estrictamente automático, sino que en
 el proceso que va de los datos a la información hay un conjunto de 
actividades, de trabajo a desplegar. En la medida
 en que las plataformas consigan ampliar su utilización por parte de los
 usuarios, y ampliar asimismo los momentos vitales en que las personas 
estén en contacto con las plataformas (en forma de wearables o elementos
 que uno viste o simplemente carga encima,
 pero que emiten señales y datos de lo que hacemos: caminar, correr, 
dormir, comprar, etc.), la capacidad de construir valor sobre ese uso se
 irá ampliando y se reforzará su posición en el mercado de la 
información, el control y el conocimiento.
El
 aumento en cantidad y calidad de los sensores o de los objetos o 
instrumentos que cargan en su propia estructura emisores de información 
constituye asimismo un potencial importante
 para la mejora de los procesos productivos, de las actividades de 
logística, de los tiempos de trabajo y distribución, del consumo de 
energía, etc.16. En este sentido, la denominada «industria 4.0» permite 
controlar con algoritmos las labores de producción,
 almacenamiento y distribución de los empleados. En algunos casos, como 
el de Uber, se logra monitorizar por completo el desempeño de la labor 
de sus empleados «autónomos». Y ese nivel de automatización y de control
 favorece además el que puedan ser fácilmente
 sustituidos o que se puedan externalizar esas labores a empresas que 
dispongan de personas peor retribuidas o con menores costos sociales, lo
 que favorece la precarización general de muchos lugares de trabajo. En 
un mismo lugar de trabajo pueden coexistir
 personas con situaciones salariales y condiciones de empleo muy 
distintas, sea de forma permanente o estacional, cuando picos de demanda
 lo hagan necesario. Entramos pues en situaciones híbridas de empleo en 
las que en un mismo lugar de trabajo pueden darse
 asimetrías muy importantes de poder, de acceso a la información y de 
condiciones laborales. Los efectos más directos sobre las condiciones de
 trabajo se observan al comprobar el funcionamiento de plataformas que 
simplemente actúan como intermediarias entre
 personas que ofrecen productos y servicios y potenciales clientes. 
Hemos ya mencionado el caso de Deliveroo, pero podemos añadir los de 
Uber, Airbnb o Mechanical Turk. La función esencial que realiza la 
plataforma es la de conectar, servir de intermediario.
 Las bicicletas, los coches, las casas, los conocimientos y los 
productos no son suyos, ni tampoco pertenecen a la empresa los empleados
 o personas que pedalean, conducen, mantienen o proveen información o 
cualquier servicio. Todo está externalizado. Por su
 función de intermediación, la empresa que administra la plataforma 
percibe un canon que extrae de la transacción principal entre proveedor y
 cliente. Las personas que transportan alimentos, las que conducen, las 
que limpian los apartamentos y los mantienen
 o las que realizan servicios son «emprendedores autónomos»; por lo 
tanto, no son aparentemente trabajadores por cuenta ajena –cuando de 
hecho sí lo son–17. Eso permite, lógicamente, competir mucho más 
favorablemente en el mercado con empresas que deben asumir
 los costos laborales establecidos por la legislación. La relación dura 
lo que tarda en producirse la transacción que se lleva a cabo. La 
conexión laboral es el celular. No es extraño pues que haya aumentado en
 todo el mundo el número de autoempleados, ante
 el gran crecimiento que están teniendo estas fórmulas de 
externalización. Los efectos más directos del nuevo capitalismo sobre 
las condiciones de trabajo se vuelven fácilmente visibles al observar el
 funcionamiento de plataformas que simplemente actúan como
 intermediarias entre personas que ofrecen productos y servicios y 
potenciales clientes. Pero es importante recalcar que también en estos 
casos acaba siendo más importante la capacidad de extraer información y 
conocimientos sensibles sobre el funcionamiento
 del mercado y su evolución a través de la acumulación de datos.
Por
 su posición de intermediación, estas empresas acumulan una información 
que es totalmente asimétrica en relación con los otros participantes en 
las transacciones. Tienen información
 precisa sobre los gustos e intereses de los consumidores. Disponen 
asimismo de información sobre lo que ofrecen propietarios, restaurantes o
 choferes. Los demás actores no disponen de esos datos. Esa información,
 tratada con algoritmos que solo esas empresas
 controlan, determina precios y transacciones. El sistema de rating o de
 estrellas que se usa para determinar el grado de satisfacción sobre el 
servicio no permite saber si hay sesgos (sobre diversidad étnica, de 
género o de otro tipo) en las consideraciones
 finales. A fin de cuentas, es precisamente la información de que 
disponen las plataformas la que genera su capacidad extractiva sobre la 
colaboración entre ofertantes y demandantes de servicios. Esa 
intermediación, lejos de ser «colaborativa», es claramente
 extractiva y coloca en situación de privilegio a la plataforma en 
virtud de la asimetría en la información, que le acaba permitiendo 
determinar precios u opciones, o castigar o premiar a los que establecen
 la transacción.
Las
 instituciones públicas están reaccionando de manera tardía y parcial 
respecto del funcionamiento de las plataformas. Ha habido sanciones por 
«posición de monopolio» en relación
 con Google. El gobierno de la India no permitió que Facebook usara el 
señuelo de ofrecer gratis el acceso a internet a través de su 
plataforma. A finales de junio de 2017, se publicó una resolución del 
Parlamento Europeo en la que, tras constatar que 17% de
 los ciudadanos europeos incluye estas plataformas en sus hábitos de 
consumo, se reclama mayor implicación en un sistema que, de mover 10.000
 millones de euros en 2013, superó largamente los 30.000 millones en 
2016 (y cuyas expectativas de aumento son muy significativas)18,
 con un beneficio que se multiplicó por cinco para las plataformas en 
ese periodo (de 1.000 millones a 5.000 millones). Y estamos empezando. 
En la resolución del Parlamento, se pide asegurar los derechos laborales
 y sindicales de los «emprendedores autónomos»
 y que exista un control sobre el rating o la evaluación de cada uno, ya
 que al final será eso lo que determine su valor profesional o mercantil
 (es muy importante el tema de la reputación online como mecanismo de 
control que, además, condiciona la vida laboral
 futura de los sometidos al sistema19). Mientras se mantenga la 
asimetría de información antes mencionada, las plataformas practican un 
abuso de posición dominante que dista mucho de los ideales de 
competitividad de la Unión Europea que le han servido de guía
 en estos años de austeridad.
        
Tecnología y trabajo: politizar el debate
Más
 allá del debate sobre los efectos que tendrá el capitalismo digital 
sobre la esfera laboral, deberíamos preocuparnos por establecer un 
control democrático sobre un conjunto de
 poderosísimos instrumentos de centralización y monitoreo del conjunto 
de actividades sociales (y por tanto, económicas). El núcleo duro de las
 infraestructuras sobre las que circula y funciona la economía está 
siendo objeto de un proceso notable de concentración,
 sin que las instituciones políticas representativas sean capaces de 
asegurarnos un uso correcto del manejo de datos y de la información que 
se extrae de ellas. Y el debate sobre la soberanía, que tantos 
quebraderos de cabeza y conflictos ha supuesto históricamente,
 ahora debería plantearse en relación con el espacio digital y el 
control de los datos. Hay evidentes ganadores y perdedores en esa 
acelerada transformación económica. Los Estados pueden y deben plantear 
sus estrategias al respecto construyendo sus propias
 plataformas públicas20. Pero también deben regular para evitar 
posiciones de monopolio, establecer normativas concretas que impidan la 
explotación de trabajadores sin control ni garantía alguna, imponer 
mejores reglas para asegurar la privacidad de determinadas
 acciones y llevar adelante acciones coordinadas para evitar la evasión 
generalizada de capitales. No deberíamos estar en contra de las 
plataformas colaborativas, si son abiertas y democráticamente 
gobernadas, sino de la captura extractiva que se está produciendo
 de las oportunidades de intercambio que ofrece la economía digital.
En
 una época en que estamos aprendiendo a marchas forzadas que no todas 
las evidencias son aceptadas como tales y que los más variados 
argumentos pueden acabar conduciéndonos a decisiones
 irracionales, hablar de trabajo y dignidad resulta aventurado. Llevamos
 muchos años de crisis económica y vemos que estamos entrando en otra 
época. El trabajo y su relación con las trayectorias personales, con la 
construcción de carácter e identidad o como
 puerta a la emancipación y la construcción estable de nuevos núcleos 
familiares han ido deteriorándose y se ha ido perdiendo buena parte de 
su condición vital nuclear. Es por tanto legítimo empezar a preguntarse 
por el postrabajo, por una sociedad en la que
 se aseguren las condiciones mínimas de subsistencia y se puedan reducir
 sensiblemente las jornadas laborales y se faciliten espacios de mayor 
creatividad personal y colectiva aprovechando las indudables ventajas 
que, a pesar de todo, puede tener la revolución
 digital en marcha. Esa será, probablemente, una de las grandes 
problemáticas en los próximos años. La propia oit se preguntó hace poco 
en una conferencia internacional en Ginebra acerca del fin del trabajo. 
Lo que parece claro es que nos podemos ir olvidando
 de una concepción del trabajo como la que manejábamos a lo largo del 
siglo xx. Y también está claro que de las filas del neoliberalismo no 
podemos esperar una versión emancipadora sobre el tema. Es en ese 
escenario donde el debate político, la politización
 de la revolución tecnológica, aparece como imprescindible.
        
Nota: la versión original de este artículo se publicó en Nueva Revista Socialista, 10/2017
1.
 Joan Subirats: es doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de 
Barcelona. Fue
 el fundador del Instituto de Gobierno y Políticas Públicas (igop) de la
 Universidad Autónoma de Barcelona. Actualmente se desempeña como 
comisionado de Cultura del Ayuntamiento de Barcelona. Acumula una larga 
trayectoria en el estudio de los cambios políticos
 y sociales. Sus últimos libros son Otra sociedad, ¿otra política? De 
«no nos representan» a la democracia de lo común (Icaria, Barcelona, 
2011) y España / Reset. Herramientas para un cambio de sistema (con 
Fernando Vallespín, Ariel, Barcelona, 2015).Palabras
 claves: capitalismo, plataformas, postrabajo, regulación, 
socialdemocracia.
Nota:
 este artículo se publicó en Nueva Revista Socialista, 10/2017.. Oficina
 Ejecutiva del Presidente de Estados Unidos: «Artificial Intelligence, 
Automation, and the Economy»,
 12/2016, disponible en 
2. J. Subirats: Otra sociedad. ¿Otra política?, Icaria, Barcelona, 2011.
3. Nick Srnicek: Capitalismo de plataformas, Caja Negra, Buenos Aires, 2018.
4. K. Polanyi: La gran transformación, fce, Ciudad de México, 2004.
5. J. Robinson: Filosofía económica, Gredos, Madrid, 1966.
6. T. Piketty: El capital en el siglo xxi, fce, Madrid, 2014.
7. Luc Boltanski y Ève Chiapello: El nuevo espíritu del capitalismo, Akal, Madrid, 2002.
8. Ver Christian Laval y Pierre Dardot: La nueva razón del mundo. Ensayo sobre la razón
 neoliberal, Gedisa, Barcelona, 2014; David Harvey: Breve historia del neoliberalismo, Akal, Madrid, 2007.
9. Ver Ann Pettifor: «The Power to Create Money Out of ‘Thin Air’» en Open Democracy,
 18/1/2013.
10. M. Friedman: Capitalismo y libertad. Ensayos sobre política monetaria, Síntesis,
 Madrid, 2012.
11. N. Srnicek y Alex Williams: Inventar el futuro, Malpaso, Barcelona, 2016.
12. Luca Ricolfi: Sinistra e popolo, Longanesi, Milán, 2017.
13. N. Srnicek: Capitalismo de plataformas, cit.
14. Ver Evgeny Morozov: «Socialize the Data Centres!» en New Left Review No 91, 1-2/2015
 y «Tech Titans are Busy Privatising our Data» en The Guardian, 24/4/2015.
15. Shoshana Zuboff: «Big Other: Surveillance Capitalism and the Prospects of an Information
 Technology» en Journal of Information Technology No 30, 2015.
16. Foro Económico Mundial: «Industrial Internet of Things. Unleashing the Potencial
 of Connected Products and Services», disponible en http:
17. Adrián Todolí: El trabajo en la era de la economía colaborativa, Tirant Lo Blanch,
 Valencia, 2017.
18. Parlamento Europeo: «Una agenda europea para la economía colaborativa», swd (2016)
 184 final, Bruselas, 2/6/2016.
19. A. Todolí: ob. Cit.
20. Mariana Mazuccatto: El Estado emprendedor, rba, Barcelona, 2014.
-.o0o.-
COLECTIVO PERÚ INTEGRAL
 
 
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