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Perú al pie del orbe
TRAS EL PARO NACIONAL ¿QUÉ SIGUE?
Enrique Fernández, Maldonado Mujica
Opinión
26/06/2019
        
El último paro nacional convocado por las centrales sindicales, 
el pasado 20 de junio, transcurrió discretamente, es decir, distante y 
ajeno a la opinión pública. No solo por la invisibilización a la que nos
 tienen acostumbrados los medios de comunicación,
 sometidos al libreto del poder económico, sino sobre todo por la 
incapacidad del propio movimiento sindical para paralizar realmente la 
economía nacional y regional. Constatación que no debiera extrañarnos, 
conocido el contexto. El paro lo convocaron organizaciones
 gremiales con escaso arraigo entre los trabajadores, dado el reducido 
peso del sindicalismo en la PEA, en un momento en que la pugna entre el 
Ejecutivo y el Legislativo por el futuro de la reforma 
político-electoral –cuestión de confianza de por medio– ocupa
 el centro de la agenda nacional. En paralelo, la economía sigue 
acumulando malestar en la base, con sus dificultades para crecer y 
generar empleo; el fundamentalismo conservador confabula contra las 
políticas públicas con enfoque de género; mientras otros
 conflictos (activos y latentes) siguen relegados en las prioridades de 
la política oficial.
        
Se trata de una coyuntura compleja para el movimiento sindical y 
social. Por un lado, el gobierno de Vizcarra busca aprobar reformas que 
apuntan a adecuar las reglas electorales, favoreciendo la participación y
 abriendo el sistema a una competencia democrática.
 Al frente, los partidos “franquicia” y la lumpen política buscan 
boicotear el proceso legislativo, pues con ello aseguran las ventajas y 
restricciones que cierran el acceso al poder. En este escenario, apostar
 por la reforma impulsada por el Ejecutivo supone
 empatar con el sentimiento de hartazgo contra los actores y formas que 
dominan la política local, esto es, con las expectativas de la población
 de avanzar hacia una mejor representación nacional. Sin embargo, sin el
 respaldo de la calle movilizada, probablemente
 las reformas terminen distorsionadas o encarpetadas, y con ello la 
posibilidad de renovar la política en el país.
        
Al mismo tiempo, este Gobierno apuesta por mantener un modelo 
económico que ha beneficiado a un grupo reducido de actividades 
económicas (minería, finanzas, agroexportación), excluyendo a los 
sectores más necesitados (pequeña agricultura, Mypes) de los
 beneficios y oportunidades del crecimiento. La última acción en esa 
dirección sería la Política Nacional de Competitividad y Productividad, 
diseñada en los predios de la gran empresa en coordinación con el MEF. 
Si bien la Ministra de Trabajo ha venido declarando
 que dicha política no eliminará derechos laborales, lo cierto es que la
 PNCP parte de un diagnóstico errado de la problemática laboral, al 
confundir los supuestos que explicarían los altos niveles de 
informalidad en el empleo, con una supuesta “rigidez” normativa
 que no se sustenta fácticamente; argumento a partir del cual se busca 
poner candado a un modelo de relaciones laborales sin ningún tipo de 
garantía para los trabajadores. Por esta razón, la PNCP ha sido 
cuestionada no solo por las centrales sindicales (que
 optaron por retirarse del Consejo Nacional del Trabajo luego de que el 
Gobierno desconociera su acuerdo del 9 de diciembre y la terminara 
aprobando entre gallos y medianoche el último 31 de diciembre). 
Especialistas y ex viceministros de empleo han demostrado
 su inconsistencia e intereses subalternos1. 
        
Lo que buscaría el eje quinto de la PNPC es instaurar el despido 
incausado o injustificado sin otra compensación que la indemnización 
económica. Alrededor de este objetivo se ha orquestado una intensa y 
sistemática campaña alentada por El Comercio y
 otros medios financiados por el gran capital, para quienes el 
predominio de la contratación temporal (en lugar de la de plazo 
indefinido) respondería a la famosa sentencia del Tribunal 
Constitucional que reconoció la reposición laboral como una adecuada 
protección
 frente al despido incausado. Las centrales y organizaciones sindicales 
han sido las primeras en señalarlo, con justa razón. No hay evidencia 
que vincule el auge de los contratos temporales como consecuencia de la 
jurisprudencia del TC (pues estos comenzaron
 a crecer con anterioridad), pero sí bastantes expedientes 
administrativos y judiciales relacionados con dirigentes sindicales 
despedidos por resultar incómodos a sus empleadores. En este objetivo, 
de flexibilización extrema, coinciden el oficialismo y el fujimorismo.
        
¿Cómo posicionarse, desde el movimiento sindical, en ese 
escenario? Por un lado, si el fujiaprismo parlamentario logra 
distorsionar el sentido de la reforma política (y de paso frenar el 
proceso anticorrupción en el ministerio público), el Ejecutivo
 estaría facultado para considerar una negación de la cuestión de 
confianza y cerrar constitucionalmente el Congreso. Tal medida podría 
contar con el apoyo de los trabajadores, considerando que la mayoría 
fujimorista ha bloqueado sistemáticamente la aprobación
 de iniciativas legislativas que buscaban restituir derechos laborales, 
aunque en no pocas veces de la mano con el oficialismo (es el caso, por 
ejemplo, del dictamen de negociación colectiva en el sector público, o 
del régimen de promoción de la actividad agraria).
        
En este escenario, cerrar filas con Vizcarra con miras a sacar 
adelante la reforma política y electoral (aspecto clave para el próximo 
proceso electoral), supondría no solo fortalecer la imagen del Gobierno y
 sumarle apoyo popular, pondría al movimiento
 sindical y social en una situación particular considerando que este 
mismo Gobierno buscaría aprobar una política nacional sin debate y 
participación de los actores implicados. Si no, cómo explicar que las 
“30 medidas propuestas para un empleo digno y formal
 en el marco del plan de competitividad y productividad” anunciadas por 
el MTPE2, permanezcan en el completo hermetismo, sin poderlas analizar y
 debatir, como corresponde.
        
Más allá de esta pulseada coyuntural, lo cierto es que, con la 
actual institucionalidad, la situación de los trabajadores seguirá 
siendo la misma. El Estado no podrá ejercer un papel promotor en la 
economía y su rol tutelar de los derechos laborales
 seguirá siendo marginal y accesorio. Desde esta perspectiva, el 
problema de fondo seguirá siendo el marco constitucional vigente. Pero 
cambiarlo constituye un objetivo “maximalista” que demanda otra 
correlación de fuerzas políticas y sociales, capaz de imponerse
 electoralmente el 2021 y generar las condiciones para una asamblea 
constituyente. ¿Están los sindicatos peruanos alineados con este 
objetivo?
Notas
1
 Cuadros, Fernando. “Rigidez laboral y contratación temporal en el Perú.
 Entre el mito y la falacia”. En Análisis Laboral. Nº 487, enero de 
2018, AELE, Lima, págs. 11 a 14. Disponible
 en: 
http://trabajodigno.pe/wp-content/uploads/2016/02/Rigidez-Laboral-y-Cont...
de: Alai-AmLatina <alai-amlatina@alai.info> a través de
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fecha: 26 jun. 2019 18:12
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