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EL FUTURO DEL TRABAJO
MITOS Y REALIDADES
Tema 03.- Trabajo del futuro y futuro del trabajo
Por una transición progresista
¿Cómo
 será el trabajo del futuro en América Latina? ¿Será el fin del trabajo 
tal como lo conocemos? ¿Exportará el subcontinente aún menos productos 
industriales y más materias primas?
 ¿Aumentarán los niveles de informalidad? ¿Crecerá el número de personas
 afectadas por modalidades de empleo precarias? ¿O, por el contrario, se
 establecerán nuevos sectores que generen empleo de calidad para un 
número importante de trabajadores y trabajadoras
 que todavía no saben si podrán beneficiarse de los dividendos 
tecnológicos?
Por Uta Dirksen Enero - Febrero 2019
PDF Trabajo del futuro y futuro del trabajo / Por una transición progresista
        
No es el fin del trabajo
Estamos
 atravesando un momento de cambios tecnológicos, de modos de producción y
 de trabajo. Sin duda este proceso implica la destrucción, la creación y
 la mutación de puestos de
 trabajo. Las imágenes y los relatos utilizados para hablar de un futuro
 de robots, drones e inteligencia artificial invitan a imaginar un mundo
 de ciencia ficción. Se trata de utopías o distopías –según los puntos 
de vista– en las que el trabajo ya no es un
 dominio humano. De este modo, se va imponiendo un cierto sentido común 
basado en la convicción de que los robots van a reemplazar más temprano 
que tarde a los seres humanos, y que aterrizaremos así en un nuevo mundo
 poslaboral. Sin embargo, no parece tan cierto
 que el saldo de estas mutaciones en el mundo del trabajo vaya a ser tan
 inapelablemente negativo. Algunos estudios recientes en Alemania 
sugieren que el empleo está aumentando con la utilización de la nueva 
tecnología.
Por
 el momento, disponemos de datos muy limitados sobre el impacto del 
cambio tecnológico en América Latina, de manera que en los debates 
regionales se suelen usar los referidos
 a las tendencias globales. Escasean los estudios sobre los efectos que 
tendrán las megatendencias definidas por la Organización Internacional 
del Trabajo (oit) sobre las economías nacionales, los mercados laborales
 y las sociedades latinoamericanas. No obstante,
 es posible afirmar que América Latina se verá afectada por los cambios 
en curso. En todo el mundo cambian las cadenas de valor internacionales,
 los procesos de producción, los tipos de trabajo y, por consiguiente, 
también la relación entre quien emplea y quien
 vende su fuerza de trabajo. Aun así, la idea de que la mayoría de los 
seres humanos serán plenamente sustituidos por robots pertenece al mundo
 de la ciencia ficción. El Banco Mundial señala que 67% de los empleos 
de América Latina podrían ser automatizados;
 sin embargo, es importante notar que se habla de un potencial teórico 
de automatización. No todos los empleos que pueden ser automatizados lo 
serán efectivamente. En algunos casos, los bajos costos del trabajo 
operarán en contra de la automatización; en otros,
 el límite será la escasa capacidad de adaptación e innovación de las 
empresas, los déficits en materia de infraestructura, cuestiones de 
escala o de calidad o las preferencias de consumo dominantes.
Además
 del estudio ya citado, desde el campo de la economía son numerosos los 
cuestionamientos, sostenidos en estudios empíricos, a los pronósticos 
sobre la destrucción del empleo
 por la tecnología. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo 
Económico (ocde) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
 (Cepal) calculan que hasta 2030 el cambio tecnológico eliminará 1% o 2%
 de los puestos de trabajo en América Latina.
 Esto equivaldría a 3,38 millones de empleos. Entonces, la cuestión 
central no es si habrá trabajo, sino qué tipo de trabajo habrá, para 
quién y en qué condiciones.
La
 tecnología, los sensores, la interconexión y las mayores velocidades de
 procesamiento de datos permiten un inédito control sobre los procesos 
de trabajo y las personas que los
 ejecutan. Esto conlleva la posibilidad de una mayor exigencia de 
eficiencia y de un aumento de la intensidad del trabajo. La sustitución 
de tareas rutinarias por procesos automatizados puede disminuir el tedio
 de algunas ocupaciones, pero en otros casos puede
 disminuir o eliminar los momentos de descanso, lo que aumentaría la 
carga y el estrés asociado al trabajo. Es importante tener en cuenta que
 el cambio tecnológico no afecta solo a la industria avanzada y la 
economía de plataformas; no es únicamente cuestión
 de drones y de robots. La «industria 4.0» es apenas una parte del 
fenómeno, al igual que las plataformas. Son una nueva forma empresarial 
que ha venido expandiéndose, pero que no va a constituir la mayoría de 
los empleos.
La
 economía de plataformas aún juega un papel comparativamente menor en 
América Latina. A pesar del ingreso de gigantes como Uber y Airbnb, que 
captaron importantes segmentos del
 mercado en poco tiempo, y de las personas que ya empezaron a trabajar 
en plataformas internacionales colaborativas, los expertos coinciden en 
que la participación de esos nuevos empleos en el mercado de trabajo 
sigue siendo mínima. En Estados Unidos, donde
 surgieron las plataformas, la oficina de estadística laboral estima que
 los empleos en ellas constituían alrededor de 1% del total en mayo de 
2017, en contra de pronósticos expertos sobre la rápida expansión de 
esta forma de empleo. Las estimaciones para las
 grandes economías europeas se sitúan en alrededor de 5% de los empleos.
El
 impacto de la digitalización, la interconexión y los avances 
tecnológicos será transversal e irá más allá de la industria y de las 
plataformas. La digitalización atraviesa casi
 todos los sectores de la economía, los servicios, la agricultura y la 
industria y se manifiesta de muchas maneras, algunas evidentes, otras 
más sutiles. Según el estudio de la Cepal antes citado, las mayores 
pérdidas se pronostican para la industria manufacturera,
 la administración y la minería. En cambio, el informe identifica un 
potencial para la creación de nuevos puestos de trabajo en el comercio 
mayorista y minorista y en el sector del transporte, es decir, en 
sectores con niveles generalmente bajos de productividad
 y salarios reducidos. De modo que la principal amenaza no sería la 
agudización del desempleo, sino la extensión de los ingresos bajos y una
 mayor precarización.
        
Las causas de la vulnerabilidad de América Latina
La
 estructura de la economía y del trabajo de América Latina difiere de 
otras regiones del mundo debido a la dependencia de la región de las 
materias primas y los productos agropecuarios,
 una industrialización concentrada en pocos países y un sector informal 
que ocupa en promedio a 48% de la población económicamente activa. El 
modelo económico actual de la mayoría de los países latinoamericanos 
apuesta principalmente a la exportación de materias
 primas y productos agropecuarios, es decir, exportaciones con bajo 
contenido tecnológico. Los puestos de trabajo se concentran sobre todo 
en áreas con baja calificación profesional. Es un hecho que en América 
Latina existen fuertes déficits en materia de educación
 y formación profesional. Si bien según el Banco Mundial se han logrado 
avances importantes en la educación primaria y secundaria, el porcentaje
 de estudiantes terciarios sigue siendo bajo. Apenas uno de cada cinco 
estudiantes cursa una de las llamadas carreras
 ctim (ciencia, tecnología, ingeniería y matemática). Los sistemas 
educativos no califican adecuadamente, no estimulan suficientemente la 
creatividad, la capacidad de resolver problemas y otras capacidades que 
van ganando importancia en el nuevo mundo del trabajo.
 En el contexto internacional, las ofertas de capacitación y 
perfeccionamiento de la región resultan sumamente deficitarias. Y debido
 a la creciente mercantilización de la educación, el acceso a una 
educación de calidad depende cada vez más del capital material
 y social de los hogares de origen.
El
 insuficiente desarrollo de la infraestructura digital constituye otro 
déficit de América Latina. En 2014, apenas 40% de la población del 
continente tenía acceso a internet, con
 una fuerte heterogeneidad tanto entre los países como entre los 
diferentes estratos sociales. Como precursor latinoamericano, Uruguay 
ocupa el puesto 42 de 176 en el índice mundial de desarrollo de 
tecnologías de la información y la comunicación (tic), pero
 en muchos indicadores la región se ubica muy por debajo de América del 
Norte, Europa y Asia. Es cierto que en los últimos años se han logrado 
avances que se deben a la expansión y modernización del acceso a 
internet, pero estos están orientados sobre todo
 al consumo. En cambio, la ampliación de la internet industrial y su uso
 con fines productivos se encuentran aún en una fase inicial.
Debido
 a estos y otros déficits de infraestructura y dado el reducido 
porcentaje de personas calificadas, existe el peligro de que las 
industrias que aún permanecen emigren a otras
 regiones del mundo. Contribuye a esta tendencia la expansión continua 
de los acuerdos de libre comercio, porque la reducción de las barreras 
arancelarias a la importación y exportación facilita el acceso a las 
mercaderías, mientras la ubicación de los emprendimientos
 productivos pierde importancia.
        
El cambio tecnológico y los cambios en trabajo
La
 tecnología no impone una única forma de utilizarla ni tiene un impacto 
que siempre se pueda anticipar. Como escribe el historiador económico 
Luis Hyman: «El cambio social es típicamente
 impulsado por las decisiones que tomamos sobre cómo organizar nuestro 
mundo. Solo después llega la tecnología para acelerar y consolidar estos
 cambios».En el caso del mundo del trabajo, la precarización y los 
intentos de desmontar los derechos laborales tanto
 a escala nacional como global empezaron mucho antes del auge de las 
plataformas o de la industria 4.0. Fue parte de la transnacionalización 
de las cadenas de producción, de la agenda neoliberal y de las 
mutaciones del capitalismo en su fase financiarizada.
 Ese proceso, y no la tecnología, es la razón por la cual ahora se 
acepta que en la oit se hable del trabajo «atípico» en lugar de llamarlo
 precario, o que el trabajo mediante plataformas sea llamado «autónomo»,
 «independiente» o «por cuenta propia», a pesar
 de que sus protagonistas tienen poco margen para negociar las 
condiciones de su trabajo.
Se
 están produciendo cambios tecnológicos importantes, pero el impacto del
 cambio tecnológico sobre los mercados laborales y sobre las economías y
 las sociedades latinoamericanas
 es también una cuestión de opciones políticas. En efecto, el impacto 
socioeconómico del cambio tecnológico dependerá esencialmente de las 
decisiones sobre inserción internacional y política económica y social, 
cuyos márgenes de acción deben ser aprovechados
 por los gobiernos progresistas, los sindicatos y el empresariado con 
sentido de responsabilidad. Si todo sigue como está, el cambio 
tecnológico va a funcionar como amplificador de las tendencias de 
desigualdad.
En
 los últimos años, varios gobiernos latinoamericanos apostaron a la 
creación de nuevos sectores en el área de los servicios. En Uruguay, se 
fomentó específicamente el sector de
 la informática, un enfoque que ha llevado al incremento de las 
actividades cognitivas y la reducción de las manuales, lo que reduce el 
«riesgo de automatización». Pero aun en los países precursores como 
Costa Rica y Uruguay, el empleo en el sector informático
 no supera el 2,5% del total. Los nuevos empleos son accesibles solo 
para personas con buena formación, mientras el resto va quedando 
rezagado. El mercado de trabajo latinoamericano ya está fragmentado: 
enclaves modernos en el interior de la economía que ofrecen
 condiciones laborales más favorables y salarios más altos para 
trabajadoras y trabajadores más calificados conviven con un mercado de 
trabajo que se caracteriza por altos niveles de informalidad y 
condiciones laborales precarias.
Existe
 un serio riesgo de que las nuevas tecnologías profundicen las brechas. 
El cambio tecnológico y las altas exigencias relativas a las 
calificaciones amenazan especialmente los
 empleos «medios». Estos todavía conforman el espacio entre los empleos 
altamente calificados y aquellos para los cuales no es necesaria una 
gran calificación. La coyuntura política actual, con sus políticas 
neoliberales y de reducción de derechos laborales,
 hace prever que las condiciones laborales empeoren también en los 
sectores más modernos, y esto significa más trabajo precario y una 
flexibilización creciente, que beneficia sobre todo a quien emplea.
Como
 es sabido, América Latina se caracteriza por la desigualdad: la 
distribución desigual del ingreso y la riqueza y la fuerte concentración
 del capital. Los aumentos de productividad
 casi no se trasladan a los trabajadores a través de aumentos 
salariales. A modo de ejemplo, en los últimos años los salarios de la 
industria automotriz mexicana se mantuvieron estancados, al tiempo que 
se produjo un marcado aumento de la productividad. De
 ahí surge el temor de que el dividendo tecnológico beneficie solamente 
al capital y no a la masa trabajadora. Pero las nuevas tecnologías 
también podrían servir para mejorar la vida de la mayoría. Por ejemplo, 
con mejores condiciones de trabajo, mejores salarios,
 reducción de la jornada de trabajo, reorganización de la distribución 
del trabajo, remunerado y no remunerado. También pueden ser el puntapié 
para impulsar un cambio de la matriz productiva, un cambio que sea 
social y ecológico a la vez. En síntesis, pueden
 dar oxígeno a nuevas formas de organizar la producción y el trabajo.
Los
 cambios tecnológicos ocurridos en el pasado modificaron nuestra manera 
de vivir y contribuyeron a mejorar el bienestar de la mayoría. El 
capitalismo manchesteriano era explotador,
 brutal. Pero de ahí nacieron los sindicatos y a lo largo de la historia
 vimos surgir los Estados de Bienestar y mejoraron claramente los 
niveles de vida de una gran parte de la población mundial. Es deseable 
que no pasemos por tiempos tan duros como los de
 esta fase. Es posible pensar que mediante la lucha política y social se
 puede ganar una vida mejor para quienes viven de su trabajo. Lo que 
está en disputa es quién se lleva el beneficio de este cambio 
tecnológico.
        
Componentes de un buen trabajo del futuro
El
 cambio tecnológico es un proceso complejo y muchas veces 
contradictorio. Sus efectos sobrepasan el mundo estricto del trabajo y 
afectan a las sociedades mucho más allá de lo económico.
 Por esto las 
respuestas deben tener varias dimensiones, para aprovechar las oportunidades, prevenir efectos negativos y dar forma al futuro.
        
Nuevas estrategias de desarrollo.
Este
 cambio tecnológico podría dar oxígeno a nuevas formas de organizar la 
producción y el trabajo, formas más justas, más igualitarias, más 
inclusivas y más sostenibles. Frente
 a las nuevas realidades de la producción, hay que reevaluar las 
estrategias de desarrollo económico y de inserción internacional. Hay 
que encontrar nuevas estrategias centradas en la creación de trabajos 
dignos para la mayoría, cuidando a la vez los bienes
 naturales y comunes.
A
 escala regional, América Latina y el Caribe debe replantearse la 
urgencia de revigorizar la integración regional, hoy fragmentada y 
debilitada, para usarla como instrumento de
 diversificación productiva y construcción de capacidades. En el plano 
nacional, se requiere de una nueva generación de políticas sociales, de 
educación y de desarrollo productivo que inserten a la región en la 
nueva revolución tecnológica, en la que converjan
 la innovación, la inclusión social y la protección del medio ambiente.
        
Innovación, inclusión y sustentabilidad.
Nada
 de lo que se haga en el frente externo reducirá la vulnerabilidad de la
 región si no se acompaña de un gran esfuerzo interno por reducir la 
brecha en las capacidades tecnológicas.
 Los ejes ambientales y de inclusión social deben articularse en torno 
de la incorporación, la adaptación y el desarrollo de innovaciones 
incrementales en las nuevas tecnologías. Los índices de la región en 
educación, investigación, innovación y desarrollo
 son incompatibles con el objetivo de generación de empleos de mayor 
calidad y productividad. Hay espacio para que América Latina y el Caribe
 avance rápidamente en esas áreas. Por ejemplo, la región tiene 
capacidad para desarrollar tecnología propia en energías
 renovables, así como para el diseño y la producción de vehículos que 
utilicen ese tipo de energías, tanto para el transporte de carga como de
 personas. Algunos países han mostrado la viabilidad del cambio de la 
matriz energética, como ocurre en el sector eléctrico
 en Brasil, Chile, Costa Rica, Ecuador, México y Uruguay. En el mismo 
sentido, hay un amplio espacio para desarrollar tecnologías relacionadas
 con el uso de los bienes naturales, donde también convergen los temas 
ambientales y de inclusión. Se trata de avanzar
 hacia un nuevo patrón energético y productivo mediante un conjunto 
coordinado de inversiones, en que converjan las dimensiones de empleo, 
tecnología y ambiente. Educación, formación profesional y capacitación. 
El nuevo mundo del trabajo exige nuevas calificaciones.
 Este desafío debe ser encarado conjuntamente por el Estado, las 
empresas y los sindicatos. Se debe trabajar en la solución de los 
problemas de los sistemas educativos para asegurar que las instituciones
 públicas ofrezcan una educación de calidad y que las
 calificaciones requeridas para el empleo se estén fomentando en niñas y
 varones por igual. La educación debe ser concebida como una política 
para el desarrollo y fomentar aquellos conocimientos que las nuevas 
actividades requieran. Se debe profundizar en capacitación
 y perfeccionamiento para ofrecer nuevas opciones a quienes ya tengan un
 empleo. Los mercados de trabajo de América Latina se caracterizan por 
una alta fluctuación, bajos salarios y bajas inversiones para 
perfeccionar las capacidades laborales. En la actualidad,
 solo 10% de los trabajadores y las trabajadoras recibe capacitaciones 
en la empresa. Esto debe cambiar.
        
Previsión social.
Se
 necesita un sistema de seguridad social efectivo para contrarrestar el 
impacto de las rupturas en el mercado de trabajo sobre varones y 
mujeres, atendiendo las diferencias por
 género. Ello debe incluir atender los diferentes proyectos de vida, la 
salud propia y de dependientes, así como la educación de hijos e hijas. 
Apenas seis países latinoamericanos tienen seguros contra el desempleo 
que, además, cubren como máximo a 20% de los
 asalariados. Los desafíos relativos a la sostenibilidad de los sistemas
 de previsión social se superponen y se retroalimentan: los problemas 
estructurales del modelo económico, la falta de puestos de trabajo, la 
recesión y el lento crecimiento restringen el
 margen de acción de los institutos de seguridad social. Por esto se 
deben encontrar nuevas soluciones para el financiamiento y la 
sostenibilidad, que combinen de manera inteligente el financiamiento 
contributivo con el tributario. La regulación de las nuevas
 modalidades de trabajo debe asegurar asimismo que las empresas 
empleadoras realicen los aportes sociales y que garanticen el 
cumplimiento de los derechos de varones y mujeres empleados.
        
Nuevas ideas para la reforma del mercado de trabajo.
Las
 nuevas realidades del trabajo requieren un nuevo marco legal. En la 
actualidad, se aprovecha el cambio tecnológico sobre todo para 
desempolvar las propuestas neoliberales de
 antaño. El «futuro del trabajo» consistiría en una vuelta radical al 
pasado, en el que la reducción de los derechos, la flexibilización y la 
racionalización actuarían como garantes de competitividad. Tanto la 
reforma del mercado laboral de Brasil como la propuesta
 de reforma en Argentina contienen definiciones nuevas y amplias sobre 
el trabajo autónomo, aplicables incluso en casos de evidente relación de
 dependencia. En realidad, se necesitan nuevas disposiciones que 
defiendan y amplíen los derechos recientemente conquistados;
 que protejan también en situaciones atípicas, previniendo antiguas y 
nuevas formas de discriminación. Es urgente asegurar que se cumpla con 
las obligaciones empresariales de invertir en actualización y 
calificación permanentes para que todas las personas puedan
 aprovechar la aplicación de las nuevas tecnologías.
        
Negociaciones colectivas sólidas y diálogo social.
La
 negociación de los nuevos parámetros del mercado de trabajo no puede 
restringirse exclusivamente a la legislación laboral. En los contextos 
más diversos, el diálogo social ha
 dado muestras de su eficacia como instrumento para la superación de 
crisis y la preparación de soluciones para desafíos complejos.
Muchos
 temas deben ser encarados desde la empresa o el sector. El diálogo 
social y las negociaciones colectivas –y, por lo tanto, también los 
sindicatos– tendrán un papel decisivo
 en la configuración del trabajo del futuro. Las empresas 
transnacionales juegan un rol clave en los procesos de innovación y de 
implementación del cambio tecnológico. Por eso las organizaciones 
sindicales regionales e internacionales van a tener un papel fundamental
 en brindar su apoyo a los sindicatos nacionales durante las 
negociaciones, organizar el intercambio de experiencias, así como 
desarrollar e implementar estrategias transnacionales. En este contexto,
 las nuevas tecnologías pueden contribuir para que la organización
 sindical pueda analizar las condiciones de producción con mayor 
precisión, supervisar el respeto de las pausas y los horarios de trabajo
 o superar el acceso desigual a la información frente a las empresas. Al
 mismo tiempo, los sindicatos tienen el reto de
 implementar nuevas estrategias y formas de organización para intervenir
 en la regulación de estas nuevas realidades laborales
        
¡Hay que definir el trabajo del futuro ahora!
Para
 lograr un «buen trabajo» del futuro en América Latina, los países del 
continente deben adaptar sus modelos económicos a las nuevas realidades y
 apostar –sobre la base de políticas
 de innovación y educación– a la expansión de los sectores que sean 
capaces de generar un crecimiento económico sostenible y crear trabajo 
de calidad. Ese trabajo seguirá necesitando protección y regulación. Es 
central la lucha por el acceso a una formación
 y capacitación de buena calidad, y los sistemas de previsión social 
deben apoyar a quienes no encuentren un lugar en el mercado de trabajo. 
Desde su posición de participantes fuertes del diálogo social y de las 
negociaciones colectivas, los sindicatos cumplirán
 un papel clave en la definición de las soluciones a escala nacional e 
internacional.
Las
 cuatro dimensiones mencionadas anteriormente no pueden estar aisladas 
de otras políticas públicas, ya que el desarrollo social es una 
inversión con réditos positivos para el
 crecimiento económico y el cuidado del medio ambiente. Invertir en 
desarrollo e inclusión social (educación, nutrición, salud, previsión 
social, formación y desarrollo de capacidades para el trabajo, entre 
otros) aumenta la productividad de los trabajadores
 y posibilita un mayor conocimiento y cuidado del medio ambiente y la 
resiliencia de la población ante disrupciones importantes, como crisis 
económicas o ambientales. A la inversa, no hacerlo limita las 
posibilidades de inversión productiva y aumenta los costos
 de producción.
La
 generación, el acceso y el control de datos son las claves de este 
nuevo mundo digitalizado. Urgen la protección de datos y la soberanía 
sobre datos en el plano internacional,
 pero también a escala nacional, para combatir el «imperialismo de 
datos». América Latina tendrá que participar más en el debate 
internacional sobre el futuro del trabajo y buscar más ideas de otras 
regiones del mundo acerca de cómo se podría estructurar el
 cambio. Todos los acuerdos, reglamentaciones y procesos de definición 
política globales deben tomar en cuenta las realidades de América 
Latina, y por esto es importante que se hagan escuchar las 
colectividades políticas y sociales, especialmente las de orientación
 progresista.
Por
 último, se debe mejorar la interconexión de los esfuerzos existentes, 
al tiempo que estos deben intensificarse para no perder el impulso para 
la configuración activa y progresista
 del futuro. Esto incluye que el progresismo de la región establezca el 
predominio interpretativo sobre la terminología de este cambio y 
transmita su propia visión del futuro. El «relato» actual del futuro del
 trabajo es enteramente neoliberal, individualista
 y capitalista. El concepto de economía colaborativa suele utilizarse 
para enmascarar el desequilibrio de poder entre capital y trabajo y así 
incumplir obligaciones. La precarización se presenta como flexibilidad y
 el futuro digital se convierte en el paraíso
 del consumo. Se trata entonces de contrarrestar esto mediante un 
discurso alternativo y la visión de una modernidad digitalizada, 
emancipadora, incluyente y sostenible.
Uta Dirksen Enero - Febrero 2019
COLECTIVO PERÚ INTEGRAL
 
 
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