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Ortodoxia y Heterodoxia en José Carlos Mariátegui. Por Julio Carmona
SEGUNDA PARTE
EN EL CASO DEL MARXISMO, que es una doctrina uniforme o unívoca, se tiene como principio
 la concepción de que no se puede ni se debe operar en la política de 
manera distinta que en el arte. Los principios de la doctrina se aplican
 a cada cual según su especificidad. De ahí que no haya contradicción ni
 «dogmatismo estéril» en JCM cuando, refiriéndose a Gorki, dice: «Su 
posición no había cambiado: su admiración a Lenin, de la cual dio fe en 
páginas archinotorias, se mantenía intacta» (1959-7: 88). Es decir, que 
Gorki era fiel a los principios del realismo en arte y asimismo al 
socialismo en la política. Y esto es aplicable a la ortodoxia de JCM.
Por
 otro lado, Alberto Tauro, en la misma obra que prologa, cita la 
clasificación que hace JCM de la poesía contemporánea «en tres líneas, 
tres especies, tres estirpes»: «épica revolucionaria, disparate 
absoluto, lirismo puro» (1959-6:  .
 Y la idea de JCM concluye así: «Todo lo que significa algo en la poesía
 actual es clasificable dentro de una de estas tres categorías que 
superan todos los límites de escuela y estilo» (op. cit.: 123). En esta 
conclusión está planteada la diferenciación que JCM siempre trata de 
establecer entre la teoría literaria, por un lado (con una serie de 
principios estéticos de permanencia insoslayable), y el trabajo poético,
 por otro (que puede —este último— pertenecer a una escuela o responder a
 un estilo, los cuales asimismo pueden cambiar y hasta fenecer, y serán 
estudiados por la crítica y la historia literarias). Es decir, que la 
teoría literaria puede —y hasta debe— trazar líneas de fuerza, 
generales, tendencias que orientan y explican la creación de los poetas,
 pero que no corren la misma suerte de los ‘límites de escuela o estilo’
 que le sean afines, porque estos límites le toca establecerlos a la 
crítica (o a la historia literaria), pero no definen a las tendencias o 
líneas de fuerza, que pueden ser dos o tres, pero nunca una, ni más de 
tres, y que son definidas por la teoría literaria.
.
 Y la idea de JCM concluye así: «Todo lo que significa algo en la poesía
 actual es clasificable dentro de una de estas tres categorías que 
superan todos los límites de escuela y estilo» (op. cit.: 123). En esta 
conclusión está planteada la diferenciación que JCM siempre trata de 
establecer entre la teoría literaria, por un lado (con una serie de 
principios estéticos de permanencia insoslayable), y el trabajo poético,
 por otro (que puede —este último— pertenecer a una escuela o responder a
 un estilo, los cuales asimismo pueden cambiar y hasta fenecer, y serán 
estudiados por la crítica y la historia literarias). Es decir, que la 
teoría literaria puede —y hasta debe— trazar líneas de fuerza, 
generales, tendencias que orientan y explican la creación de los poetas,
 pero que no corren la misma suerte de los ‘límites de escuela o estilo’
 que le sean afines, porque estos límites le toca establecerlos a la 
crítica (o a la historia literaria), pero no definen a las tendencias o 
líneas de fuerza, que pueden ser dos o tres, pero nunca una, ni más de 
tres, y que son definidas por la teoría literaria.
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 Y la idea de JCM concluye así: «Todo lo que significa algo en la poesía
 actual es clasificable dentro de una de estas tres categorías que 
superan todos los límites de escuela y estilo» (op. cit.: 123). En esta 
conclusión está planteada la diferenciación que JCM siempre trata de 
establecer entre la teoría literaria, por un lado (con una serie de 
principios estéticos de permanencia insoslayable), y el trabajo poético,
 por otro (que puede —este último— pertenecer a una escuela o responder a
 un estilo, los cuales asimismo pueden cambiar y hasta fenecer, y serán 
estudiados por la crítica y la historia literarias). Es decir, que la 
teoría literaria puede —y hasta debe— trazar líneas de fuerza, 
generales, tendencias que orientan y explican la creación de los poetas,
 pero que no corren la misma suerte de los ‘límites de escuela o estilo’
 que le sean afines, porque estos límites le toca establecerlos a la 
crítica (o a la historia literaria), pero no definen a las tendencias o 
líneas de fuerza, que pueden ser dos o tres, pero nunca una, ni más de 
tres, y que son definidas por la teoría literaria.
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 Y la idea de JCM concluye así: «Todo lo que significa algo en la poesía
 actual es clasificable dentro de una de estas tres categorías que 
superan todos los límites de escuela y estilo» (op. cit.: 123). En esta 
conclusión está planteada la diferenciación que JCM siempre trata de 
establecer entre la teoría literaria, por un lado (con una serie de 
principios estéticos de permanencia insoslayable), y el trabajo poético,
 por otro (que puede —este último— pertenecer a una escuela o responder a
 un estilo, los cuales asimismo pueden cambiar y hasta fenecer, y serán 
estudiados por la crítica y la historia literarias). Es decir, que la 
teoría literaria puede —y hasta debe— trazar líneas de fuerza, 
generales, tendencias que orientan y explican la creación de los poetas,
 pero que no corren la misma suerte de los ‘límites de escuela o estilo’
 que le sean afines, porque estos límites le toca establecerlos a la 
crítica (o a la historia literaria), pero no definen a las tendencias o 
líneas de fuerza, que pueden ser dos o tres, pero nunca una, ni más de 
tres, y que son definidas por la teoría literaria.Asimismo,
 es pertinente recordar la posición sostenida por un representante del 
idealismo italiano, Benedetto Croce (a quien JCM guardaba especial 
aprecio, se sabe incluso que llegó a conocerlo personalmente), posición 
que no solo recusa este tipo de tendencias opuestas, debido a que él, 
obviamente, cree que la poesía es una sola e indivisible. En una nota 
sobre «Realismo e idealismo en poesía», dice que:
Aun
 esta escisión de la poesía única en dos diversas o contrastantes 
poesías ha de ser dejada de lado con las otras que se le asemejan; y, 
por lo demás, si bien se mira, se reduce substancialmente a la 
precedente de clasicismo y romanticismo. Lo que desagrada en la 
denominada poesía «realista» son las impresiones inmediatas y rudas de 
la realidad, no acordadas y resueltas en un motivo poético; y, a la 
inversa, lo que desagrada en la denominada poesía «idealista» es la 
falta de nexo con la pasión, sustituida por esquemas convencionales; y 
por esto, contra la una y la otra, se requiere la imagen a la vez 
corpórea y aérea, que es la de la poesía entera y verdadera. Los 
sectarios de una y otra de esas tendencias unilaterales son, por lo 
común, intelectualistas, como eran, o pronto devinieron, los románticos.
 (CROCE, 1954: 322).
Está
 demás decir, que JCM, de haber conocido esta declaración croceana, 
habría hecho una elipsis de ella, por su fondo idealista, opuesto a su 
concepción materialista. Pero, volviendo a la propuesta hecha por 
Alberto Tauro, se debe advertir que, antes de la cita hecha por este, 
JCM ha precisado sentir desconfianza respecto de ese tipo de 
«triparticiones», y, refiriéndose a un trinomio planteado por Guillermo 
de Torre en relación con la literatura italiana (Pirandello, Papini, 
Soffici), dice: «No me siento muy lejos de la opinión de Torre sobre 
este trinomio, aunque desconfíe un poco de estas triadas o triángulos en
 que la crítica gusta a veces de concretar una época» (1959-6:118). Se 
debe entender de este último aserto que JCM, entonces, preferiría 
reducir su triada o tripartición, a una dicotomía o bipartición. Y esto 
se explica porque la tripartición planteada por el Amauta: «épica 
revolucionaria, disparate absoluto, lirismo puro», oscila entre dos 
extremos, lo épico y lo lírico, entre lo objetivo y lo subjetivo, y 
entre ambos ubica a la iconoclastia: el disparate absoluto. Y —cabe 
preguntarse— ¿por qué JCM rompe una lanza a favor del «disparate 
absoluto»? Y una explicación puede ser esta: No se olvide que, por esa 
época, en Amauta se han publicado los antisonetos o «disparates puros» 
de Martín Adán. Y en la nota de presentación que escribe JCM, se lee lo 
siguiente:
El
 alejandrino es un metro decadente. Si nuestro amigo [Martín Adán], ha 
dejado vivo aún el soneto endecasílabo, la nueva poesía debe mantenerse 
alerta. Hay que rematar la empresa de instalar al disparate puro en las 
hormas de la poesía clásica. (Revista Amauta N° 17, p. 76).
Se
 nota —con toda claridad— que JCM quiere inducir a la nueva poesía 
peruana a que asalte la Bastilla de la poesía clásica, instalando dentro
 de ella la herejía de un nuevo lenguaje. Martín Adán está usando la 
forma del soneto clásico con un lenguaje desenfadado y, si se quiere, 
antipoético; por eso JCM lo califica de antisoneto. Es la escaramuza de 
un poeta puro. Su actitud es rescatable. Por eso da la alerta: las dos 
vertientes (la épica revolucionaria y el lirismo puro) la pueden hacer 
suya. Para él es urgente acabar con la decadencia clásica, que alimenta a
 la decadencia moderna: y es de esta que hay que cuidarse y liberarse. 
Porque si se lleva esa tripartición a la confrontación clasista, se 
encontrará la objetividad proletaria frente a la subjetividad burguesa, y
 entre ambos polos está la ‘pequeña burguesía puramente iconoclasta y 
disolvente’, es decir aquella pequeña burguesía que está más cercana a 
la ideología burguesa. Por tanto, se nota con claridad que solo se trata
 de dos contrarios: la épica revolucionaria (ideología proletaria) y el 
lirismo puro (ideología burguesa), porque este último suele caer en el 
«disparate absoluto». Es obvio que por introducir este tercer elemento 
en su clasificación está forzando, aunque no clausurando su concepción 
dialéctica que ha relevado en otra ocasión: «El duelo, el conflicto 
entre la idea conservadora y la idea revolucionaria, ignora y rechaza un
 tercer término. La política, como todas las cosas, tiene únicamente dos
 polos. Las fuerzas que están haciendo la historia contemporánea son, 
también solamente dos» (1964-1: 59). Y otra cita aclara el asunto: «En 
la sociedad peruana distingo dos elementos fundamentales, dos fuerzas 
sustantivas. Esto no quiere decir que no distinga nada más. Quiere decir
 solamente que todo lo demás, cuya realidad no niego, es secundario» 
(1980-2: 205). Esta cita no solo sirve para sustentar el carácter 
dialéctico del razonamiento de JCM, sino, además, para ratificar lo que 
estamos observando a su esquema de “tres formas” literarias: «épica 
revolucionaria, disparate absoluto, lirismo puro», que puede reducirse a
 dos, integrando el «disparate absoluto» dentro del «lirismo puro». Se 
nota, pues, que JCM insinúa lo siguiente: que si de la tendencia 
contraria surge un impulso destructor de lo viejo (a pesar de su 
espíritu «iconoclasta y disolvente»), hay que rescatar su aspecto 
positivo, porque —al decir de Lenin— «… los monstruosos hechos relativos
 a la monstruosa dominación de la oligarquía financiera son tan 
evidentes, que en todos los países capitalistas ha surgido toda una 
literatura, escrita desde el punto de vista burgués, pero, no obstante, 
ofrece una imagen exacta y una crítica —pequeñoburguesa, por supuesto— 
de esta oligarquía». Y JCM, con sentido harto cercano a Lenin, dice: 
«Los intelectuales españoles denunciaron la incapacidad del régimen 
viejo y la corrupción de los partidos turnantes. Y propugnaron un 
régimen nuevo. Su actividad, voluntariamente o no, fue una actividad 
revolucionaria» (1959-7: 120-121).
Por
 eso, no debe extrañar el hecho de que JCM critique duramente al 
“realismo”, porque siempre se cuida de especificar que lo hace respecto 
del realismo del siglo XIX, y alude a un nuevo realismo, operante en el 
siglo XX —que aun perdura en el XXI— y que supera al decimonónico, 
incorporando aquellos elementos que —equivocadamente— se había dejado 
arrebatar por el arte formalista (como la fantasía, la imaginación, la 
magia, la innovación técnica, etc.) Caso similar manifestó Marx en 
relación con la filosofía idealista a la que el materialismo mecanicista
 le cedió terreno en el manejo de la subjetividad. Pero, en ambos casos,
 no dieron por clausurado el concepto de realismo o de materialismo, 
respectivamente. De tal suerte, pues, se ha de convenir que JCM es un 
ortodoxo en estética (la estética marxista) que es el terreno en el que 
se mueve. Se diría de él que fuera un «heterodoxo en arte», si actuase 
como artista y se analizara su obra artística. Y el hecho de que él 
(como estudioso de la literatura y el arte) reconozca los valores de 
artistas que no pertenecen a su concepción estética, y que él los 
califique de heterodoxos (como hemos visto lo hace con los dadaístas) no
 puede llevar a confundir los términos y aplicarle a él la calificación 
de heterodoxo. El mismo JCM aclara el asunto de la siguiente manera:
El
 tema que anteriormente enfocaba era el del realismo en la nueva 
literatura rusa. ¿Podrá pensarse que abandono demasiado arbitrariamente 
la línea de esta meditación, porque paso ahora a discurrir sobre Nadja 
de André Bretón? Es posible. Pero yo no me sentiré nunca lejano del 
nuevo realismo, en compañía de los suprarrealistas (…) Proponiendo a la 
literatura los caminos de la imaginación y del sueño, los 
suprarrealistas no la invitan verdaderamente sino al descubrimiento, a 
la re-creación de la realidad. (1959-6: 178).
Es
 más, no se puede convertir en «heterodoxo» a alguien que, en todo 
momento, declara ser un ortodoxo. Dice, por ejemplo: «Este aspecto de la
 colonización, como otros muchos de nuestra economía, no ha sido aún 
estudiado. Me ha correspondido a mí, marxista convicto y confeso, su 
constatación» (1980-2: 62). Y en otro libro, dice: «Hay que realizar 
simultáneamente por medio de un grupo de estudios marxistas, el estudio 
de la literatura marxista fundamental y la aplicación del método 
marxista al esclarecimiento de las cuestiones nacionales» (1984-II, pág.
 619). Y, precisamente, en relación con las cuestiones nacionales, dice:
 «El proceso leguiísta es la expresión política de nuestro proceso de 
crecimiento capitalista, y si algo se opone radicalmente, si algo es su 
antítesis y su negación, es justamente nuestro socialismo, nuestro 
marxismo, que pugnan por afirmar una política basada en los intereses y 
en los principios de las masas obreras y campesinas, del proletariado, 
no de la inestable pequeña burguesía» (op. cit.: 611). Sin embargo, un 
acercamiento a esa posición ortodoxa la hace Alberto Tauro cuando dice 
lo siguiente: «Animado por la pasión que imprimió en su vida, José 
Carlos Mariátegui aplicó sus mejores y más constantes esfuerzos al 
cumplimiento de su destino. Tuvo, para ello, una estrategia, dentro de 
la cual estaban considerados los objetivos finales y, las etapas 
intermedias, con precisos equivalentes en la ideología y el trabajo 
diario. La visión de los objetivos finales se encuentra, por ejemplo, en
 el respeto que profesaba a la ortodojia (sic) doctrinaria, así como en 
la honestidad de su conducta política. Y su estimación de las etapas 
intermedias aparece en cuanto afirma que sus jornadas eran sólo 
preparatorias, o en su reivindicación de la influencia que el 
conocimiento de la realidad puede tener en la dinámica social» (Tauro, 
1971, pág. 18). En esa misma línea de precisión política JCM dijo a los 
obreros en sus conferencias sobre la Historia de la crisis mundial:
Vosotros
 sabéis, compañeros, que las fuerzas proletarias europeas se hallan 
divididas en dos grandes bandos: reformistas y revolucionarios. Hay una 
Internacional Obrera reformista, colaboracionista, evolucionista y otra 
Internacional Obrera maximalista, anticolaboracionista, revolucionaria. 
Entre una y otra ha tratado de surgir una Internacional intermedia. Pero
 que ha concluido por hacer causa común con la primera contra la 
segunda. En uno y otro bando hay diversos matices; pero los bandos son 
neta e inconfundiblemente sólo dos. El bando de los que quieren realizar
 el socialismo colaborando políticamente con la burguesía; y el bando de
 los que quieren realizar el socialismo conquistando íntegramente para 
el proletariado el poder político (1964-8: 19).
Es
 obvio que JCM se ubica al lado de la Internacional «maximalista, 
anticolaboracionista, revolucionaria», en «el bando de los que quieren 
realizar el socialismo conquistando íntegramente para el proletariado el
 poder político», en el bando maximalista, ortodoxo, fiel a los 
principios del marxismo que son su guía para la acción, o como escribía 
el Amauta: «El dogma no es un itinerario sino una brújula en el viaje» 
(1964-5: 105). Y el hecho de que no se repita la letra magistral o 
ceñida literalmente a los textos clásicos, y se adopte una formulación 
distinta, aunque equivalente, no implica que se esté dejando de ser 
ortodoxo. Marx es el paradigma del marxista ortodoxo. Y él contradecía a
 quienes cuestionaban el uso de un vocabulario nuevo o de aplicaciones 
distintas de la doctrina a situaciones diferentes. En el primer caso, 
escribió:
La
 sociedad desea «eliminar todos los inconvenientes» que la atormentan; 
¡pues bien!, que elimine los términos malsonantes, que cambie de 
lenguaje, y para esto no tiene más que dirigirse a la Academia para 
pedirle una nueva edición de su diccionario (MARX, 1961: 289).
Y
 para el caso de adecuación de la doctrina con la práctica dijo que se 
pueden concertar «acuerdos que permitan alcanzar los objetivos prácticos
 del movimiento, pero que no se debe traficar con los principios, no 
hacer “concesiones” teóricas» (Crítica al Programa de Gotha). No se 
puede —por ejemplo— traficar con la estrategia de la toma del poder por 
el proletariado, estrategia que incluye todas las facetas (política, 
cultural, estética, etc.) del que adhiere a los principios del marxismo 
ortodoxo. Y, llevando esa ortodoxia al ámbito de la literatura y el 
arte, en otro escrito JCM agrega: «La revolución pura, la revolución en 
sí (…) no existe para la historia, y no existe tampoco para la poesía 
(…) No existe la revolución pura, como cosa histórica ni como tema 
poético» (1980-2: 306). Sirva esta cita para ilustrar lo dicho supra: 
que Mariátegui no acepta la concepción estética de la burguesía, 
relativa a la pureza del arte; no obstante, respeta su adopción en 
poetas como Adán o Eguren. Y hasta en el caso de Alberto Hidalgo, quien 
—no obstante su lirismo puro— ha escrito un poema a Lenin. Y el hecho de
 que resalte esa obra, hace ver que Hidalgo es el heterodoxo, no JCM. Él
 lo único que ha hecho es filiarlos, reconociendo que, en cada caso, ‘es
 la voz de un verdadero poeta’. Contra lo que suelen suponer quienes 
quieren hacer de Mariátegui un pensador marxista heterodoxo, nosotros 
postulamos lo contrario, que es un ortodoxo sin que eso implique 
sectarismo o «dogmatismo estéril». Y es pertinente resaltarlo, 
reiterarlo porque esa visión anti-ortodoxa que se supone se da en su 
pensamiento suele darse en autores cuya seriedad o ponderación se daba 
por descontada, tal es el caso del filósofo peruano David Sobrevilla. En
 uno de sus últimos libros dice que, después de la iniciativa de 
publicar las obras completas de JCM «comenzaron a publicarse sea en el 
Perú o en el extranjero las interpretaciones de Mariátegui que lo 
presentaban como un marxista heterodoxo: en el Perú sobresale la lectura
 de Augusto Salazar Bondy procedente de 1965, y en el extranjero las 
tesis de Robert Paris y de Diego Messeguer elaboradas ambas en París 
bajo la dirección de Ruggiero Romano a fines de los años 60» 
(Sobrevilla, 2012: 166). Y el mismo David Sobrevilla, de forma más o 
menos arbitraria, deja sentado que en JCM se da tal heterodoxia, pues 
escribe lo siguiente: «… el Amauta vivió el marxismo como una praxis 
orgánica y creadora y no como una ortodoxia dogmática, repetitiva y 
estéril» (op. cit.: 205). Y la pregunta obligada surge: ¿por qué oponer 
la «praxis orgánica y creadora» a «una ortodoxia dogmática, repetitiva y
 estéril» dando a entender que toda ortodoxia lo es? Pensar así y 
atribuirle esa concepción ideológica a JCM es desconocer lo más 
elemental de su pensamiento, que no concibe todos los hechos y los 
pensamientos como «absolutos», sino como bipartidos o encerrando en sí 
mismos la posibilidad de un contrario. Para JCM en la realidad siempre 
hay «conflicto entre dos mentalidades, entre dos épocas y entre dos 
métodos» (1964-1: 115). Para JCM, pues, se puede hablar de un dogmatismo
 reaccionario y de otro, revolucionario. Del mismo modo como se puede 
hablar del dogma (concepto que a muchos asusta); pues, conceptualmente, 
hay dos acepciones de la palabra «dogma» por cuyo uso ella no es 
desechable: 1. Proposición que se acepta por firme y cierta y como 
principio innegable de una ciencia, y 2. Fundamento o puntos capitales 
de todo sistema, ciencia o doctrina. Estas son dos acepciones del DRAE, y
 una tercera, inadmisible en esos órdenes, del mismo DRAE, es la 
siguiente: Doctrina de Dios revelada por Jesucristo a los hombres y 
testificada por la iglesia.
Ahora
 bien, volviendo al tema literario, pongamos dos ejemplos que ilustren 
esta aserción. Primero. JCM —hablando del futurismo— rompe lanzas a 
favor del arte realista ligado a la política, y contra el arte de 
invernadero o torremarfilesco. Pero, en tanto la escuela futurista 
italiana (JCM no se refiere al movimiento futurista) la escuela 
futurista de Marinetti —repetimos— había adherido al fascismo, lo que 
critica en ese futurismo —que había surgido con pretensiones de ser 
universal— es su adhesión a una secta. Su «política» dirá JCM pretende 
partir de su entorno. Por eso agrega:
No
 hay, pues, nada que reprochar a Marinetti por haber pensado que el 
artista debía tener un ideal político. Pero sí hay que reírse de él por 
haber supuesto que un comité de artistas podía improvisar de sobremesa 
una doctrina política. La ideología política de un artista no puede 
salir de las asambleas de estetas. Tiene que ser una ideología plena de 
vida, de emoción, de humanidad y de verdad. No una concepción 
artificial, literaria y falsa. Y falso, literario y artificial era el 
programa político del futurismo. Y ni siquiera podía llamarse 
legítimamente futurista, porque estaba saturado de sentimiento 
conservador, malgrado su retórica revolucionaria. Además, era un 
programa local. Un programa esencialmente italiano. Lo que no se 
compaginaba con algo esencial en el movimiento: su carácter universal. 
No era congruente juntar a una doctrina artística de horizonte 
internacional con una doctrina política de horizonte doméstico. Errores 
de dirección como éste sembraron el cisma en el futurismo. El público 
creyó, por ello, en su fracaso. Y cree en él hasta ahora. Pero tendrá 
que rectificar su juicio. Algunos iniciadores del futurismo —Papini, 
Govoni, Palazzeschi— no son ya futuristas oficiales. Pero continuarán 
siéndolo a su modo. No han renegado del futurismo; han roto con la 
escuela. Han disentido de la ortodoxia futurista. El fracaso es, pues, 
de la ortodoxia, del dogmatismo; no del movimiento. (1959-6: 58-59).
Es
 decir, para JCM el movimiento futurista, que tiene en sus filas no solo
 a las huestes de Marinetti tiene su dogma, tiene su ortodoxia: el ser 
«una doctrina artística de horizonte internacional», y esta no ha 
fracasado; por eso dice que se equivoca el público que así lo cree. La 
que ha fracasado es la escuela futurista italiana de Marinetti, que no 
compromete ni siquiera al movimiento futurista italiano (al que siguen 
adheridos Papini, Govoni, Palazzeschi); porque dicha escuela de 
Marinetti también tiene su dogma y su ortodoxia, y son estos: dogma y 
ortodoxia de la escuela de Marinetti, los que han fracasado. Y el 
segundo ejemplo por el cual se ve que JCM se pronuncia en contra del 
«dogmatismo estéril», es el siguiente:
Massis
 tiene, sin duda, razón contra estos heréticos sistemáticos, cuando 
afirma que sólo hay posibilidad de progreso y de libertad dentro del 
dogma. La aserción es falsa en lo que se refiere al dogma de Massis, que
 hace mucho tiempo dejó de ser susceptible de desarrollo, se petrificó 
en fórmulas eternas, se tornó extraño al devenir social e ideológico; 
pero adquiere validez si se le aplica a la doctrina de un movimiento 
social en marcha. La herejía individual es infecunda. En general, la 
fortuna de la herejía depende de sus elementos o de sus posibilidades de
 devenir un dogma o de incorporarse en un dogma. El dogma es entendido 
aquí como la doctrina de un cambio histórico. Y, como tal, mientras el 
cambio se opera, esto es, mientras el dogma no se transforma en un 
archivo o en un código de una ideología del pasado, nada garantiza como 
el dogma la libertad creadora, la función germinal del pensamiento. El 
intelectual necesita apoyarse, en su especulación, en una creencia, en 
un principio, que haga de él un factor de la historia y del progreso. Es
 entonces cuando su potencia de creación puede trabajar con la máxima 
libertad consentida por su tiempo (1964-5: 104).
Y,
 en la siguiente página de este texto citado, JCM escribe todavía: «El 
dogma no es un itinerario sino una brújula en el viaje», frase esta tan 
cercana a otra de Lenin cuando dice del marxismo que es «una guía para 
la acción», aun cuando esta sea la conclusión de una premisa 
antidogmática (es decir: una premisa contraria a ese «dogmatismo 
estéril» al que se refiere David Sobrevilla). Veamos completa la cita de
 Lenin:
La
 doctrina de Marx y Engels no es un dogma que aprendemos de memoria. Hay
 que tomarla como guía para la acción. Lo hemos dicho siempre y creo que
 hemos actuado en consonancia con ello, sin caer nunca en el 
oportunismo, sino modificando la táctica. Pero esto no es en modo alguno
 un abandono de la doctrina y de ningún modo se puede calificar de 
oportunismo. He dicho, y lo repito una y otra vez, que la doctrina no es
 un dogma, sino una guía para la acción. (LENIN, 1976, pág. 21).
____________
Referencias bibliográficas
Croce, Benedetto (1954). La poesía. Buenos Aires: EMECÉ.
Lenin, V. I. (1976). Acotaciones a la correspondencia entre Marx y Engels. Barcelona: Grijalbo.
Mariátegui, José Carlos (1959-6). El artista y la época. Lima: Amauta.
“ (1959-7). Signos y obras. Lima: Amauta.
“ (1964-1). La escena contemporánea. Lima: Amauta.
“ (1964-5). Defensa del Marxismo. Lima: Amauta.
“ (1964-8). Historia de la crisis mundial. Lima: Amauta.
“ (1980-2). 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana. Lima: Amauta.
“ (1984-II). Correspondencia. Lima: Amauta.
Marx, Carlos (1961). Miseria de la filosofía. México: Editora Nacional.
Sobrevilla, David (2012). Escritos mariateguianos. Lima: Universidad Inca Garcilaso de la Vega.
Tauro, Alberto (1971). Amauta y su influencia. Lima: Amauta.
Publicado por José Carlos Mariátegui en 15:53 
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