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Brasil. Pensamiento critico
«EL INFIERNO DETRÁS DEL INCENDIO»
Por Rafael Bautista S.
Resumen Latinoamericano 27 de agosto de 2019
«La quema del Amazonas parece premeditada y tendría propósitos geopolíticos».
        
La expansión acelerada de la mancha térmica del incendio del 
Amazonas está provocando otro incendio semejante en la opinión pública. 
Pero este incendio, y la bruma que extiende, tiene la peculiaridad –como
 es usual en lógica militar– de distraer la atención
 mientras se ponen en acción otros propósitos que, al no ser 
considerados, logran una ventaja estratégica definitoria del desenlace 
mismo del asunto. Por eso, cuando las inculpaciones y las condenas 
atizan aún más un conflicto latente, hay que preguntarse:
 ¿a quién le interesa inflamar una región, además en periodo 
pre-electoral? ¿Qué propósitos encubiertos tienen el poder de provocar 
una desestabilización regional, incluso al amparo de banderas tan 
loables como la “defensa del pulmón del planeta”? 
        
Apliquemos un procedimiento inverso para entender la situación; 
de los efectos mediáticos vayamos a desentrañar al poder beneficiario 
del caos que pueda producirse. Redirigir las preguntas nos ayudaría a 
superar un maniqueísmo simplón que sólo lograría
 la destrucción mutua porque, en tal caso, todos coadyuvarían, sin 
proponérselo, a generar otro incendio con cara de infierno, que es, por 
ejemplo, lo que desataron las potencias occidentales en Irak, Siria o 
Libia, al amparo de “nobles causas” y con la complicidad
 de una opinión pública que creyó ingenuamente en tales ficciones.
        
Adónde nos conduce una situación de desestabilización regional, a
 las puertas de una definición electoral del cono sur, es una buena 
pregunta ante lo demasiado oportuno (“good timing” dirían los gringos) 
de un desastre ambiental que podría originar la
 declaratoria de “emergencia mundial” que ya la viene pregonando un 
anacrónico G7. En esto hay que ser claros, nunca una ayuda proveniente 
de los países ricos ha sido generosa sino parte de una política 
intervencionista e injerencista. Si esto es así, la hipótesis
 de la deliberada diseminación de los focos de incendio, cobra otros 
matices. No se puede olvidar que nos encontramos en un proceso de crisis
 civilizatoria y que las actuales guerras frías no declaradas expresan 
políticas de sobrevivencia que el sistema capitalista
 asume como últimos recursos para restaurar su hegemonía.
        
Entremos en contexto, el neoliberalismo no fue la expresión del 
triunfo del capitalismo sino la respuesta del poder financiero ante el 
fracaso del sistema económico; pues desde los setentas, el crecimiento 
global ha sido mediocre y no responde a las
 expectativas exponenciales del capital. Si el repunte de ganancias que 
se logra con el efímero auge del neoliberalismo provoca la crisis 
financiera del 2008 (porque se trata sólo de burbujas) y, 
paradójicamente, la globalización no logra controlar al mundo
 sino provoca un relevo que vira la economía al Oriente en desmedro del 
propio Occidente, resulta que el sistema-mundo moderno –que lo 
hegemoniza el dólar– se desintegra y se deshace en una suerte de 
demencia sistémica que apuesta incluso contra su propia sobrevivencia
 (Trump y Bolsonaro son la personificación de aquello; evangélicos 
ambos, declaran fidelidad a un milenarismo que recluta cruzados para 
desatar una nueva guerra “del bien contra el mal”; el ensañamiento 
contra inmigrantes e indígenas de ambos es fiel a la teología
 de conquista).
        
La lógica del capital es suicida, pero lo grave es que, en esa 
lógica, arrastra a toda el sistema económico a asumir apuestas 
irracionales, creyendo que son las más “racionales”. En ese sentido, lo 
que sucede en el Amazonas no tiene que ver directamente
 con los efectos del cambio climático sino con una apuesta demencial que
 optan los poderes fácticos mundiales por pura apuesta de sobrevivencia,
 incluso a costa de la propia base de existencia de la humanidad. La 
quema del Amazonas parece premeditada y tendría
 propósitos geopolíticos.
        
Si la geoeconomía del dólar se acostumbró a vivir provocando 
guerras en todo el mundo, ahora, por sobrevivir, apuesta por desatar 
“calculadamente” un infierno que le reditúe las ganancias que ya no 
puede lograr. No es sólo la reducción de los recursos
 energéticos y estratégicos sino que, poco a poco, estos se escapan a su
 control. Reponer ese control es asunto de sobrevivencia para la 
decadencia del orden unipolar que sostuvo al Imperio. Como ya no puede 
reponer su hegemonía, sólo le queda desatar escenarios
 que legitimen un “estado de emergencia,” como pretexto para imponerse 
como único garante de estabilidad regional.
        
Tomar como rehén al Amazonas sería el principio de una contención
 estratégica ante la expansión de la Nueva Ruta de la Seda en 
Sudamérica; esto significaría el aplazamiento del proyecto bioceánico 
que integre a Sudamérica con el pacífico, porque esta
 integración significaría, a mediano plazo, el desplazamiento del dólar 
y, en consecuencia, de la hegemonía imperial. No sólo de guerras se 
reaviva el dólar sino también de los desastres; es decir, generar una 
devastación apocalíptica constituye un “aprovechamiento
 de oportunidades” ideal para una hegemonía moribunda. Como en el 
auto-atentado a las torres gemelas, el desastre se convierte en negocio,
 no sólo porque justifica declarar una guerra sino por el cobro de los 
gastos de guerra, es decir, asaltar la riqueza del
 vencido.
        
Por eso no es nada casual que el presidente francés Macron 
(portavoz de la banca financiera) haga un llamado puntual a las 
potencias mundiales del ya fenecido G7 para “hacerse cargo” del 
Amazonas. Esto significaría, como segundo paso, la instauración
 de una instancia supra-nacional que tome decisiones por sobre la 
soberanía de los Estados involucrados en la declaratoria de “desastre 
ambiental”. Aquello no sólo en vistas a reponer el control sino de 
sembrar el “caos constructivo” en la región, ya que los
 planes de intervención en Venezuela fracasan.
        
El Amazonas, junto al acuífero guaraní y la cuenca del Orinoco, 
son las reservas globales de agua dulce más grandes del planeta. La 
última reunión de Bolsonaro y Benjamín Netanyahu ya tuvo como prioridad 
el deseo de “privatizar” el rio Amazonas para
 favorecer a empresas israelíes. Al Estado sionista ya no sólo le 
interesa la Patagonia sino que ahora mira al Amazonas. Lo mismo expresa 
el llamado de Macron, acorde al deseo financiero de monetizar todos los 
acuíferos, adelantándose así a las futuras crisis
 globales del agua. Allí también se mete Washington para despejar el 
norte amazónico colindante con la reserva petrolera más grande del 
planeta, es decir, Venezuela (el think tank “Foreign Policy” ya publicó 
un artículo donde Stephen Walt pregunta: “who will
 invade Brazil to sabe the Amazon?” y recuerda que la ONU considera la 
crisis ambiental como una amenaza a la paz y seguridad internacional). 
Todos quieren una parte del pastel amazónico y tienen los instrumentos 
legales, vía ONU (artículo 42 del Consejo de
 Seguridad), para declarar una “intervención humanitaria” acorde al 
clamor provocado de “ayuda internacional”; eso significaría la 
militarización de nuestra región y la agudización de los conflictos ya 
existentes. En ese sentido, la desidia de Bolsonaro no
 es insensata, tiene lógica; así como la hipótesis de una quema 
deliberada.
        
Como en la intervención militar a procesos democráticos en la 
región, la quema del Amazonas no significa sólo una quema forestal sino 
la destrucción sistemática de cualquier tipo de economía alternativa 
sostenible, que demuestre hasta la ineficiencia
 de los rendimientos productivos del capital. La complicidad del 
presidente brasilero con el capital agroindustrial para expulsar a los 
pueblos indígenas y apropiarse de tierras que, desde la lógica 
capitalista, aparecen como “improductivas”, expresa aquello.
 Es sintomático que este argumento se actualiza siempre en 
circunstancias de crecimiento negativo; pero la lógica capitalista no 
sabe ingeniarse el cómo cualificar su propia producción sino que busca 
nuevos nichos de explotación, donde desarrolle su lógica
 de despojo sistemático: destruir para producir.     
        
Entonces, el objetivo del otro incendio tendría como fin 
provocar, en la opinión pública, la justificación para desatar, en la 
región, un incendio mayor con cara de infierno; las redes sociales ya 
vienen promoviendo condenas, de todos contra todos, dando
 paso a una desestabilización impensada que apuntaría, no sólo a frenar 
los actos electorales, sino a legitimar una intervención con cara de 
“ayuda”. Partiendo de estas consecuencias probables, es que se puede 
desencubrir una digitación calculada que no es
 sopesada por una crítica ambientalista que deja de lado la ecuación 
geopolítica y es ingenua de la funcionalización que hace el sistema 
económico mundial, incluso del discurso del cambio climático, como 
generador de nuevos procesos de acumulación capitalista.
        
La última contienda electoral en Argentina repercutió 
negativamente en los mercados, porque aquello estaría reconfigurando un 
nuevo equilibrio geopolítico en Sudamérica. La tendencia creciente en 
Bolivia, Argentina y Uruguay, amenaza al propio Brasil,
 pues se rodea de gobiernos que influirían en su propio panorama 
político. Esto afecta a los intereses de los poderes fácticos globales 
que se encuentran en plena crisis de sentido vital y enfrentan el fin de
 su hegemonía centenaria. La expansión de la Nueva
 Ruta de la Seda que promueve China, tiene a Brasil y Bolivia como 
pivotes de la inclusión de Sudamérica en un proyecto de infraestructura 
de comercio global, que terminaría de desplazar al dólar y al atlántico 
como ejes de la economía mundial.
        
Si esto es así, una crisis medioambiental extendida pospone los 
planes de integración geoestratégica de Sudamérica hacia el pacífico. 
Curiosamente, no se trata de hechos casuales, ya que aunque los focos 
son aislados, la sincronía de estos y la configuración
 de una mancha compacta entre Brasil y Bolivia, confluye tres regiones 
estratégicas: el Pantanal, el Amazonas y la Chiquitanía, las cuales 
deberían ser conectadas por el tren bioceánico.
        
Las tres aportan una cantidad considerable de oxígeno al planeta,
 por encima del 25%, además de una absorción importante de CO2. Una 
catástrofe ambiental como la que estaría produciéndose, casa como anillo
 al dedo a la propuesta de que las potencias
 occidentales se “hagan cargo” del Amazonas, por encima del Estado 
brasilero; es decir, la promoción de una instancia supranacional que 
haga de guardabosques global, reduciendo las atribuciones estatales de 
nuestros países al mínimo (acorde al plan imperial
 de acabar con las soberanías de nuestros países).
        
La potestad y administración de los recursos hídricos (si 
finalmente pierden el petróleo) es fundamental para la sobrevivencia del
 dólar; desde Bush ya se ha sabido la importancia que le da la 
geoeconomía del dólar a los acuíferos del Amazonas, Orinoco
 y el Guaraní. Se trata de su sobrevivencia. La guerra fría (de divisas y
 aranceles) que promueve el dólar y que no resuelve su decadencia, se 
extendería ahora al monopolio de áreas estratégicas y esto entra en 
concordancia con la nueva colonización de la biodiversidad
 y la biomasa del planeta que se propone la economía verde.
        
Que el gobierno brasilero tenía toda la logística necesaria para 
contener la expansión del incendio (aun cuando se haya recortado más del
 40% al presupuesto de las FF.AA. brasileras), da cuenta de una 
complicidad que reafirma la hipótesis de la quema
 inducida. Bolsonaro ya anunció en campaña el despojo de reservas 
indígenas para beneficio de los agroindustriales. Pero, si las cosas se 
complican, entonces, como de costumbre en la historia colonial, ni 
siquiera estos saldrán beneficiados sino los poderes
 foráneos que desplacen a los capitales locales para, en su debido 
momento, iniciar un nuevo saqueo más perverso.
        
En el caso boliviano, si bien es simplona la referencia mecánica 
causa-efecto de disposiciones legales que viabilizan los chaqueos o 
“quemas controladas” y la extensión de la frontera agrícola, como 
detonantes del incendio de la Chiquitanía y del Pantanal
 (pues ningún gobierno socavaría su vigencia de modo tan explícito); hay
 que decir que las apuestas gubernamentales ya han sido funcionalizadas 
por una apuesta desarrollista que, en muchos casos, ha derechizado la 
política gubernamental (haciendo que adquiera
 compromisos que van en franca contradicción con la propia Constitución y
 con la enarbolada “defensa de los derechos de la Madre Tierra”). En los
 mismos discursos del jefe de Estado es ya notable la ausencia del 
“horizonte plurinacional” y del “vivir bien”;
 lo que se reitera es, más bien, una cándida apología de los criterios 
básicos del capitalismo, como son el crecimiento y el desarrollo.
        
Este viraje desarrollista que festeja el crecimiento como único 
fin económico, lleva al “gobierno del cambio”, inevitablemente, al pacto
 con los grupos de poder que influyen en el viraje de la producción 
nacional a la pura exportación. No es raro que
 el vicepresidente sea uno de los principales promotores de este viraje,
 pues representa a una izquierda, precisamente, “progresista”, fiel al 
dogma de una “economía del crecimiento”, que es justamente lo que ha 
entrado en crisis en el siglo XX.
        
No vamos a negar el carácter anti-imperialista del gobierno, pero
 también hay que decir que ese anti-imperialismo no significa 
necesariamente un anti-capitalismo. Todas las normativas señaladas 
responden a la apuesta pragmática que iguala, tanto al oficialismo
 como a la oposición, en una misma creencia: el progreso infinito, como 
base mítica del desarrollo y el crecimiento; ilusiones que sostienen al 
capitalismo y hace del crecimiento su forma de ser exponencial y que es,
 precisamente, lo que entra en conflicto
 con la base finita de la vida y del planeta.
        
Si se piensa desde el capital, se tiende a creer que el 
financiamiento es lo decisivo en una economía que funcionaliza la 
producción y el consumo para la exportación; en tal caso, la soberanía 
se hace relativa a las prerrogativas del mercado mundial
 que, de ese modo, restituye nuestra dependencia por transferencia 
sistemática de valor. De ese modo, nuestra humanidad y la naturaleza son
 subsumidas como mediaciones de esa transferencia. La obtención de 
recursos económicos, que debiera constituirse en una
 mediación, se convierte en la máxima prioridad, llevando al Estado a 
reorganizar las necesidades nacionales como simples atractores de 
inversión. Entonces, la lógica de la inversión se encarga también de 
restaurar relaciones capitalistas de dependencia estructural. 
        
Ahora bien, si el gobierno posee todavía la sensibilidad de 
atender, ya no sólo el desastre, sino la exigencia hasta natural de 
retornar a una agenda plurinacional y descolonizadora, el fuego –como 
purificador que es, en la cosmovisión indígena– habrá
 tenido un propósito simbólico; del cual se pueda promover un re-encause
 del diferido “proceso de cambio” (y hacer del “vivir bien” un auténtico
 referente mundial del sentido que debiera tener la transición 
civilizatoria). Esto incluso le serviría políticamente
 para revertir el desencantamiento actual e impedir definitivamente el 
retorno de la derecha al poder. Hay que decir que la derecha, en el 
parlamento, votó también unánimemente la ley de extensión de la frontera
 agrícola para beneficio de ganaderos, agroindustriales
 y terratenientes comprometidos con el capital transnacional.
        
El propio gobernador de Santa Cruz y su agrupación “Bolivia dijo 
no”, ligado a grupos empresariales como la CAINCO y la CAO, no se 
pronunció sino hasta cuando los incendios ya eran de una magnitud 
catastrófica. Tampoco sorprende el silencio de la otra
 agrupación de derecha “comunidad ciudadana”, que aspira derrocar a Evo 
Morales en las próximas elecciones. Por ello, el incendio en las redes 
sociales –promovido principalmente por la derecha pro-gringa– es 
funcional para desacreditar de forma maniquea toda
 la gestión gubernamental; al cual se suman ciertos ambientalistas 
radicales que no calculan su demasiada cercanía a los argumentos 
colonial-señoriales, cuya oposición se reduce al odio manifiesto contra 
el indio presidente.
        
A estos habría que señalarles que su decepción es también 
producto de un romanticismo que pretendía encajar, en el indio, la 
versión inventada del “bon savage” como adorno del paisaje. 
Desgraciadamente los purismos solo conducen a la pérdida del sentido
 de realidad. Si el líder se ha creído los mitos moderno-capitalistas 
que, a su vez, son constantemente alimentados por su círculo inmediato 
de socialistas ortodoxos, es consecuencia de la colonialidad imperante 
que los supuestos críticos debieran saber desentrañar
 (además en sí mismos), para superar su idilio no correspondido y no 
caer en la defenestración maniquea, que sólo favorece a los afanes 
regresivos de la derecha neoliberal, para terminar de destruir lo que 
tanto dicen defender.
        
Hoy llovió en la Chiquitanía. La realidad es simbólica. La 
PachaMama no es una entidad indiferente, le afecta la condición ética de
 quienes la habitan. Ella misma puede revertir un incendio y convertirlo
 en purificación. Todo depende del grado de conectividad
 del hijo e hija con la Madre. Por eso, la fuente de todo poder 
descansa, en última instancia, en la “qamasa” de la “Pacha”, es decir, 
en la energía que, como sustento vital, nutre la voluntad humana. 
Restaurar esta conectividad es la fuente del verdadero poder
 que significa la capacidad trascendental de crear, restaurar y renovar 
la vida.
        
El individuo moderno es el que ha olvidado esta sabiduría, por 
eso su inteligencia es ciega ante los desastres que produce la economía 
que ha creado para revolcarse en la riqueza, olvidando que la riqueza no
 es un fin humano sino lo que posterga siempre
 la posibilidad de vivir un mundo más digno y justo, donde nadie tenga 
que ser sacrificado para el beneficio inmerecido de otro.
La Paz, Chuquiago Marka, Bolivia, 26 de agosto del 2019
Rafael Bautista S.
autor de: “El tablero del siglo XXI.
Geopolítica des-colonial de un orden
global post-occidental”,
de próxima aparición.
Dirige “el taller de la descolonización”
de: Resumenrebel <resumenrebel@gmail.com> a través de
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fecha: 28 ago. 2019 1:51
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[Diariodeurgencia] 28 de AGOSTO de 2019: BRASIL / ARGENTINA / 
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4 de septiembre de 2019
 
 
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