(Por Atilio A. Boron) Concluida la supuesta negociación entre la
 cúpula dirigente de la CONAIE y Lenin Moreno este 14 de Octubre quedó 
sentenciada la derrota del alzamiento popular. La movilización había 
comenzado, según un tuit oficial de la CONAIE, para poner fin a “las 
políticas económicas de muerte y miseria que genera el FMI y las 
políticas extractivistas que afectan a nuestros territorios.” En la muy 
completa y detallada “Declaratoria de Agenda de Lucha de Organizaciones 
de Pueblos, Nacionalidades y Comunidades Indígenas y Amazónicas en Apoyo
 a la Movilización Nacional y el Ejercicio de Nuestra 
Autodeterminación”, aprobada en Puyo (Pastaza), el 7 de Octubre de 2019 
destacaban como algunos de sus contenidos más sobresalientes el rechazo a
 “las medidas económicas, denominadas el ‘paquetazo’, y se agregaba que 
“demandamos la reversión íntegra de la carta de intención suscrita con 
el Fondo Monetario Internacional cuyo contenido no se ha hecho de 
carácter público violando la obligación de transparentar los actos del 
ejecutivo; así como la terminación de los intentos de privatización de 
las empresas públicas encubiertas bajo la figura de ‘concesión’.” La 
Agenda y otras declaraciones de la CONAIE también denunciaban “los 
enormes beneficios que la burguesía sigue recibiendo a través de 
múltiples políticas de reactivación económica” y diciendo que había 
llegado el “momento de una acción para conquistar reivindicaciones 
populares e impedir que la aplanadora de reformas pase sobre la economía
 de los hogares pobres”. Esto se traducía, según los líderes del 
movimiento, en escandalosas medidas a favor de los   bancos y grandes 
empresas que fueron exoneradas del pago de  4.295 millones de dólares en
 impuestos así como la “colonización” por parte de sus representantes de
 los principales cargos de la administración pública  así como la 
desregulación y precarización laboral exigida en el “paquetazo” del FMI.
 Recuérdese que las medidas anunciadas por Moreno el 1º de Octubre 
establecía que los trabajadores de las empresas públicas “deberían 
aportar cada mes un día de su salario” y que con el objeto de “reducir 
la masa salarial los contratos ocasionales se renovarían con un 20% 
menos de remuneración, al paso que el tiempo de sus vacaciones se baja 
de 30 a 15 días.” A esto había que añadirle el enorme aumento del precio
 de los combustibles ocasionado por la eliminación de unos subsidios 
establecidos hacía ya cuarenta años, lo que encarecería casi todas las 
mercancías de consumo popular y generaría un fuerte recorte en los 
ingresos de la población.[1]
Sorprende que esta frondosa agenda quedara por completo al margen de 
la discusión entre la dirigencia de los pueblos originarios y el 
presidente ecuatoriano. No se entiende, por consiguiente, el 
triunfalismo que trasuntan algunos protagonistas y observadores del 
conflicto al hablar de la “negociación” que puso fin a la revuelta. 
Salvo la cuestión del precio de la gasolina –sin duda importante- todo 
lo demás sigue intacto, como si la enorme movilización popular en contra
 de las imposiciones del FMI no hubiera ocurrido. Los temas que hacían 
al “paquetazo” asombrosamente quedaron fuera de la discusión, lo mismo 
que el reclamo, anteriormente expresado por la dirigencia indígena, de 
revertir la carta de intención firmada con el FMI “de manera 
inconsulta.” No sólo esto: también quedaron sepultados en el olvido, al 
menos por ahora, el hecho de que Moreno hubiera llegado al gobierno con 
el programa de la Revolución Ciudadana del ex presidente Rafael Correa 
que contemplaba continuar aplicando las medidas de corte pos-neoliberal 
que habían sido encarnizadamente combatidas por las elites económicas 
del Ecuador y con una agenda que reposicionaba a ese país en línea con 
los gobiernos progresistas de la región, pugnando por emanciparse de la 
pesada tutela que Washington tradicionalmente había ejercido sobre las 
naciones ubicadas en lo que con tanto respeto por nuestros pueblos 
denominan el “patio trasero” de Estados Unidos. Mediante una 
espectacular voltereta política Moreno malversó ese mandato con una 
velocidad y radicalidad pocas veces vistas al tiempo que convirtió a 
Rafael Correa -quien hasta el día de la toma de posesión no se cansaba 
de decir que había sido una de las más señeras figuras del Ecuador, sólo
 superado por Eloy Alfaro-  en un nefasto personaje causante de las 
mayores desgracias jamás padecidas por el Ecuador y a quien persiguió – y
 persigue- con enfermiza saña y sin tregua. Moreno no sólo revirtió el 
camino transitado por Correa sino que lo hizo sometiéndose vilmente a 
los mandatos de Washington: abandonó el ALBA; entregó una base militar 
en Galápagos (uno de los últimos refugios incontaminados de la 
humanidad); desalojó a las autoridades y funcionarios de la UNASUR del 
edificio construido en las afueras de Quito, precisamente sobre la línea
 ecuatorial; y se puso de rodillas ante Donald Trump para satisfacer con
 inigualada ignominia (en un continente pródigo en lamebotas del 
imperio) los menores caprichos del emperador Por empezar, tratar de 
destruir la Unasur y promover el nefasto Grupo de Lima para atacar a la 
Revolución Bolivariana. En suma, Ecuador pasó de la autodeterminación 
nacional conquistada por el gobierno de Correa a ser un  “proxy”, mejor 
dicho: un estado-peón que se limita a obedecer las órdenes emanadas de 
Washington y de las corruptas oligarquías dominantes en el Ecuador. 
Nada, absolutamente nada de esto, apareció en las “negociaciones” que la
 dirigencia de la CONAIE mantuvo con Moreno y que puso fin al conflicto.
 Tampoco hubo en esa peculiar “negociación” una condena de la brutalidad
 de la represión policial y militar, los muertos (mínimo diez), casi 100
 desaparecidos, centenares de heridos y encarcelados, estos últimos por 
millares, y nada se dijo sobe el pedido de dimisión de los 
ultra-reaccionarios ministros del Interior y Defensa y sobre los 
atropellos a los derechos humanos. ¿Toda la conmoción que sacudió al 
Ecuador fue tan sólo por el precio de la gasolina? ¿Y qué hay del 
“paquetazo” del FMI? Por lo visto los montes parieron un ratón.
Permítasenos ofrecer algunas conjeturas para tratar de desentrañar lo
 ocurrido y sus razones. Primero, lo que caracterizó esta revuelta fue 
su tremenda debilidad ideológica y política que mal podía ocultare bajo 
lo multitudinario de su convocatoria. Pero carecía de una dirección 
 política motivada por un genuino deseo de cambio y de oposición al 
régimen gobernante. En realidad, vistas las cosas con la ventaja que 
otorga el paso del tiempo, podría decirse con un cierto dejo de 
exageración que fue una disputa al interior del proyecto morenista y 
nada más, y que el espontaneísmo de la protesta gatillada por el decreto
 del 1º de Octubre fue visto con beneplácito por sus conductores, para 
nada interesados en una elevación del nivel de conciencia de las masas 
insurgentes. El resto era una hojarasca retórica que tenía por finalidad
 más confundir a las masas que clarificar su conciencia y el sentido de 
su lucha. Segundo, la traición de Moreno encuentra su espejo en la de 
algunos de los más connotados dirigentes de la CONAIE, en especial Jaime
 Vargas, que arrojó por la borda sus propios muertos y desaparecidos 
para obtener a cambio la promesa –entiéndase bien, “la promesa”- de un 
nuevo decreto que sólo un iluso, o un perverso cómplice, puede creer que
 significará desandar el camino del total sometimiento al FMI. Cabe 
esperar una profunda discusión en el seno de la CONAIE porque hay 
indicios de que un sector de la dirección, y no pocos en sus bases, no 
están de acuerdo con lo pactado con el régimen de Moreno. No sólo con lo
 acordado por Vargas sino también con el papel jugado por Salvador 
Quishpe, ex Prefecto de Morona y encarnizado enemigo de Correa y cuya 
animosidad hacia éste lo llevó a forjar un obsceno contubernio con 
Moreno. No es para nada arriesgado pronosticar que este conflicto 
latente no tardará en estallar. Tercero, el presidente se movió con 
astucia, bien aconsejado por Enrique Ayala Mora, presidente del Partido 
Socialista del Ecuador y algunos otros mercenarios de la política 
ecuatoriana (unidos por su enfermizo rencor que tienen con el ex 
presidente Correa) como Pablo Celi, Juan Sebastián Roldán y Gustavo 
Larrea, asiduos visitantes y correveidiles de “la embajada” (por no 
calificarlos de “agentes”) quienes le indicaron  de qué modo tenía que 
negociar con los indígenas: promesas, gestos simpáticos, fotos, un 
montaje televisivo, exaltación de la falsa unidad tipo “somos todos 
ecuatorianos”, una fraternidad de opereta a cargo del camaleón mayor de 
la política latinoamericana, Lenín Moreno, para hacer que los rebeldes 
se vuelvan a sus comunidades dejando el campo despejado para que luego 
el gobierno prosiga sin tropiezos con su proyecto. Cuarto, el éxito de 
la estrategia del gobierno se monta también en un hecho tan cierto como 
lamentable: la profunda penetración de las ideas de la “antipolítica” en
 la sociedad civil del Ecuador, que concibe a los partidos como 
incurables nidos de corrupción, amén del virulento y sostenido ataque 
contra el correísmo y todo lo que se le parezca, la complicidad del 
poder judicial en convalidar la sistemática violación del estado de 
derecho durante la gestión de Moreno y el papel manipulador de la 
oligarquía mediática que no cesó de (mal)informar y desinformar a lo 
largo del conflicto.  Quinto, que si bien la insurgencia indígena contó 
con el apoyo de amplios sectores de la población, éstos no fueron sino 
un coro que acompañó pasivamente las iniciativas de la dirigencia de la 
CONAIE. No de otro modo puede interpretarse el hecho anómalo de que sólo
 la dirigencia de esa organización (muy influida, es sabido, por algunas
 ONGs que actúan en el Ecuador y  que son los invisibles tentáculos del 
imperio e inclusive algunas agencias federales del gobierno de Estados 
Unidos) hubiera estado sentada en la mesa de las negociaciones. ¿Y los 
otros sectores del campo popular, qué? Nada. De golpe y porrazo se 
esfumaron todos sus otros componentes y todo aquello sólido “se disolvió
 en el aire”, sin dejar huellas en el conflicto. El debilitamiento de 
los partidos y sindicatos facilitó enormemente las cosas para el 
gobierno y para la dirigencia conservadora de la CONAIE. No deja de ser 
un dato vergonzoso y extravagante que el principal blanco de ataque de 
ésta hubiera sido Rafael Correa y no el verdugo que estaba asesinando a 
sus seguidores en las calles de Quito. Esto revela la hondura de un 
conflicto entre el ex presidente y aquella organización que en esta 
coyuntura sirvió para impedir que el correísmo, así como otras fuerzas 
políticas y sociales, pudieran converger en la conducción de la 
revuelta. Es más, el gobierno encarceló a varios de los más importantes 
líderes del correísmo, comenzando por nada menos que la Prefecta de 
Pichincha, Paola Pabón, sin que hubiese la menor protesta de la 
dirigencia de la CONAIE  ante semejante atropello.
Para concluir: lejos de haber triunfado lo que realmente ocurrió fue 
la consumación de una derrota de la insurgencia popular, cuyo enorme 
sacrificio fue ofrendado sin nada concreto a cambio y para colmo en una 
falsa mesa de negociaciones. Una dirigencia indígena que o bien es 
ingenua o si no corrupta porque, parafraseando lo que decía el Che a  
propósito del imperialismo, “¡a Moreno no se le puede creer ni un 
tantito así, nada»! Y esta dirigencia le creyó al “capo” de un régimen 
francamente dictatorial y corrupto hasta las vísceras. ¡Le creyó a un 
personaje como Moreno, traidor serial que si faltó a sus promesas cien 
veces lo hará ciento y una, sin escrúpulo alguno y muriéndose de risa de
 los negociadores indígenas! Claro que el presidente también salió 
debilitado del conflicto: tuyo que huir de Quito y montar una 
negociación, fraudulenta pero vistosa y eficaz ante las cámaras de 
televisión. El FMI le reprochará su actitud y volverá a la carga, 
obligándole a cumplir con lo que pactó, pese a las promesas que le 
hiciera a la CONAIE. No pasará mucho tiempo antes que las masas 
populares del Ecuador, no sólo los pueblos originarios sino también las 
capas pobres de la ciudad y el campo, los sectores medios empobrecidos y
 desempoderados, en fin, la mayoría de la población del Ecuador caiga en
 la cuenta de la gran estafa perpetrada por Moreno y sus torvos asesores
 con la imperdonable complicidad de la dirigencia de la CONAIE y decidan
 tomar las calles nuevamente. Es una venerable tradición del pueblo 
ecuatoriano que derrocó a varios presidentes reaccionarios y si esta 
vez, cuando hizo un esfuerzo increíble, las cosas salieron mal es 
probable que en su segura resurgencia los resultados sean muy distintos.
 Trazando un paralelo con la historia de la revolución rusa lo que vimos
 en Ecuador parecía ser un Octubre y resultó ser un Febrero. Por eso el 
“Kerenski” ecuatoriano todavía se mantiene en el poder, como se mantuvo 
el ruso hasta que le llegó su Octubre. Más pronto que tarde también al 
ecuatoriano le llegará su Octubre y, si las masas populares algo 
aprendieron de esta lección en el futuro no se equivocarán y cuando se 
rebelen se desembarazarán de su dirigencia entreguista y pondrán fin a 
un régimen cipayo, inmoral y retrógrado como pocos ha habido en la 
historia de Nuestra América.
[1] Cf. https://www.culturalsurvival.org/news/declaratoria-de-agenda-de-lucha-de-organizaciones-pueblos-nacionalidades-y-comunidades
 
 
             
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