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NAN. Bolivia, Argentina, Uruguay,Chile, Ecuador
LAS VENAS ORGÁNICAS DE AMÉRICA LATINA
Y EL DESAFÍO 
LAS RECETAS NEOLIBERALES
*Javier Tolcachier
22/10/2019
            
Ganó Evo. Ganó el Proceso de Cambio. Por una diferencia exigua, luego de
 totalizado el conteo, el binomio oficialista superó la barrera de los 
diez puntos porcentuales sobre el segundo, Carlos Mesa. El representante
 del neoliberalismo fue ex vicepresidente
 de “Goñi”, Gonzalo Sánchez de Lozada, responsable de la virulenta 
represión a los movimientos sociales en el Octubre Negro de 2003, desde 
entonces prófugo en los Estados Unidos. Luego de su precipitada renuncia
 ocupó el Ejecutivo durante los siguientes veinte
 meses.
            
Como era previsible, la oposición no respeta los resultados y convoca 
por estas horas a sus adeptos a desconocer el triunfo y la reelección de
 Morales Ayma. Invocan fraude, que igualmente vociferarían ante 
cualquier resultado adverso, en primera o segunda vuelta.
 Al escapárseles esta última de las manos, el tenor se vuelve violento y
 golpista.
            
En el legislativo, el Gobierno pierde su amplia supremacía de dos tercios, pero conserva la mayoría en ambas cámaras.
            
Con esta victoria ganan los sectores más pobres de Bolivia, el 
campesinado, los trabajadores y la clase media baja en proceso de 
empoderamiento social. Celebran también con júbilos en los distintos 
rincones de América Latina y el Caribe las fuerzas de la izquierda
 y el progresismo.
            
Luego del lógico desgaste de un período de más de trece años de 
gobierno, la emergencia de una nueva generación en Bolivia, la guerra 
sucia de noticias falsas de muy mal gusto, la exacerbación secesionista y
 racista, la aparición de un candidato evangelista
 de ultraderecha y el trabajo de zapa conspirativo de los tentáculos de 
Estados Unidos, ¿cuál es la clave del nuevo triunfo del primer 
presidente de origen indígena y campesino de Bolivia?
            
Las venas orgánicas del Proceso de Cambio
            
La legitimidad democrática de la victoria del binomio gubernamental no 
está sólo dada por la matemática electoral exigida (más del 40% y 
diferencia de 10% con el segundo) sino por el apoyo y representatividad 
que confieren al gobierno las organizaciones sociales
 campesino-indígena y obreras. Las primeras, agrupadas inicialmente en 
el Pacto de Unidad, luego en la CONALCAM, representan al arco íntegro de
 la ruralidad discriminada, alejada hasta el 2006 de toda decisión e 
incidencia en las políticas públicas.
            
Estas fueron las fuerzas que constituyeron el grueso de la resistencia 
al último tramo -neoliberal - de una explotación de siglos. Constituyen a
 su vez, el complejo organismo popular que dio vida a una revolución 
plurinacional y soberana, que devolvió dignidad
 cultural en el intento de ampliar las fronteras democráticas de un 
estado racista y plutocrático, enajenado por la oligarquía y servil al 
interés multinacional.
            
La potencia de las organizaciones campesino-indígenas está relacionada 
con una matriz demográfica cuyo modo de vida y memoria histórica exhibe 
fuertes trazos comunitarios. Si bien hoy ya el 70% de la población 
boliviana vive en medios urbanos, la migración
 interna ha trasladado aquella estructura mental a los sectores 
periféricos de las ciudades.
            
Por su parte los obreros, mayoritariamente representados por la 
Confederación Obrera Boliviana (COB), son la memoria viva de la larga y 
dolorosa lucha de mineros y otros sectores fabriles para superar la 
vejación y adquirir los más elementales derechos humanos.
 Herederos de la Revolución nacionalista del ’52, completan el 
conglomerado de sublevados que, con apoyo a veces muy crítico, forman 
parte del entramado popular que sustenta al Proceso de Cambio.
            
La legitimidad popular de Evo Morales tiene mucha relación con sus 
orígenes pobres y campesinos, pero se funda sobre todo en su trayectoria
 como dirigente social cocalero y constructor de la unidad 
campesino-indígena de todas las regiones y su instrumento político
 MAS-IPSP. Herramienta a través de la cual estas orgánicas lograron 
ocupar espacio institucional y tener incidencia en las políticas 
públicas.
            
Asimismo, Evo Morales ha cumplido el papel de mediar en la tensión 
urbano-rural y establecer un equilibrio inestable entre la cultura 
originaria del Buen Vivir y las ansias de desarrollo humano dependientes
 del avance de una economía anteriormente muy precaria.
 Paradoja que aumenta si se piensa que esta inédita revolución basó el 
triunfo electoral de este domingo en premisas de estabilidad y 
crecimiento.
            
Urnas blanquicelestes
            
La inmensa mayoría de las y los argentinos ansía el triunfo de la 
fórmula opositora encabezada por Alberto Fernández secundado, desde una 
centralidad política innegable, por la ex presidenta Cristina Fernández.
 La debacle social producida por el neoliberalismo
 de una banda delincuencial les da la razón.
            
La victoria del Frente de Todos será producto de la unidad de (casi) 
todos los sectores (casi) opuestos a las políticas macristas. El doble 
“casi” expresa el eterno aislacionismo trotskista, cuya razón política 
suele alimentarse de la autoreferenciación vanguardista,
 legado del asesinado fundador de esta corriente, Lev “Trotsky” 
Bronstein. Tampoco forman parte de este frente los gobernadores 
justicialistas de Salta y Córdoba.
            
El segundo “casi” hace referencia a un cúmulo de dirigentes, 
legisladores, gobernadores y hasta organizaciones que, por voluntad 
propia o por extorsión, apoyó largamente al macrismo o al menos no lo 
confrontó explícitamente.
            
Lo cierto es que la unidad de esta configuración política electoral de 
coyuntura expresa la voluntad popular, hecho que se verá reflejado en el
 amplio margen (de alrededor de un 20% o más) que resultará de las urnas
 el domingo 27, concluyendo así con este período
 nefasto y devolviendo las esperanzas a un hoy asfixiado pueblo 
argentino. Un pueblo dispuesto a afrontar las consecuencias de sus 
errores políticos anteriores y “tirar para adelante”.
            
La unidad de fuerzas que incluye a diversos sectores políticos (de la 
Teología de la Liberación, de izquierda nacional, comunistas, 
humanistas, bolivarianos, radicales alfonsinistas, pequeño y mediano 
empresariado, campesinos, entre otros), está vertebrada
 alrededor del movimiento peronista. Movimiento cuya estructura se 
entronca desde sus inicios laboristas con el sindicalismo –en ocasiones 
más burocrático, otras veces más reivindicativo– y cuenta con una base 
política significativa de gobiernos provinciales
 y municipales. Estos gobiernos son los que en provincias y municipios 
menos favorecidos proveen muchos puestos de trabajo que, combinados con 
una imprescindible estructura de asistencia social configuran un esquema
 de poder innegable. De ellos emana un importante
 caudal de votos y de movilización, pero también contrapeso federalista 
al omnipresente centralismo portuario heredado de la historia colonial, 
centralismo que condensa el macrismo en símbolo y presencia política.
            
A estas formas políticas orgánicas, se agregan movimientos populares, 
que actúan generalmente en las periferias donde la miseria hace 
estragos. La combinación de reivindicaciones de urgencia (hábitat, 
programas de trabajo y autoconstrucción, salarios sociales,
 fortalecimiento de la economía popular) en conjunto con una 
multiplicidad de acciones directas de desarrollo humano han proyectado a
 estos movimientos a constituirse a su vez en columnas importantes de 
expresión y acción popular.
            
También han proliferado con fuerza en Argentina otras expresiones 
orgánicas. Iniciativas y redes feministas, activismos en defensa del 
medioambiente, coaliciones de comunicación democrática, organismos de 
derechos humanos, articulaciones de la cultura, que
 junto a las innumerables actividades sociales, culturales y deportivas 
tradicionales extienden un mapa orgánico que vertebra en profundidad a 
la Argentina.
            
La banda oriental
            
El caso uruguayo, similar demográficamente al argentino en cuanto a la 
influencia de la inmigración europea, presenta un mapa político 
diferente. Uruguay fue pionero en la realización de la confluencia de 
fuerzas de izquierda con otros sectores progresistas.
 El Frente Amplio, actualmente en el gobierno, condensa las luchas de 
trabajadores organizados en la central sindical única CNT (hoy PIT-CNT) y
 la sedimentación del movimiento estudiantil uruguayo -unido en la FEUU 
ya desde 1929-. Agrupa en su heterogeneidad
 el esforzado trabajo político de los partidos de izquierda y del brazo 
político del MLN-Tupamaros, y a través de la complementación de 
esfuerzos contra la dictadura, incluye a algunos sectores colorados y 
blancos en defensa de las libertades democráticas,
 de fuerte arraigo en la sociedad uruguaya.
            
Este entramado permitió al Frente Amplio conquistar sucesivamente 
territorio político que antes estaba capturado por el batllismo 
colorado. Sin embargo, la heterogeneidad en su interior, necesaria para 
la acumulación de fuerzas, constituye no sólo la explicación
 de su fortaleza sino también de su vaivén ideológico y las 
contradicciones en su rumbo.
            
Hoy la disputa política en Uruguay viró a la derecha. Tres mandatos 
consecutivos en el gobierno del FA, la paradoja de una sociedad 
avejentada y una juventud en dialéctica con una memoria posneoliberal, 
propician que la derecha gane terreno con el discurso
 de la seguridad ciudadana y la antipolítica. Por su parte, el Frente 
Amplio hace valer el peso de una situación objetiva de relativa 
estabilidad económica.
            
El peligro de derrumbe social que muestra Argentina no es plenamente 
identificado con lo que podría suceder si un ultraliberal toma las 
riendas, porque el FA emprendió hace tiempo un rumbo poco inquisidor de 
las estructuras sistémicas. Por otra parte, el giro
 conservador del mundo y la región también afecta el escenario de los 
sentidos comunes, restando oxígeno a la agenda progresista, sobre todo 
si esta resulta desteñida.
            
La reactivación de la prosapia Lacalle en el Partido Nacional, el 
intento del Partido Colorado de recuperar o mantener terreno y la 
reaparición castrense en la escena política bajo la sigla de Cabildo 
Abierto, en la figura del destituido y ahora procesado ex
 comandante en jefe del ejército Manini Ríos, configuran la constelación
 conservadora. Para lograr impedir la continuidad de la coalición 
progresista en el Ejecutivo, la oposición debería presentar, en una casi
 segura segunda vuelta, una unidad difícil pero
 no improbable. Todo indica, sin embargo, que el FA será la fuerza más 
votada en la primera vuelta, prolongando una probable mayoría 
legislativa.
            
Si bien el pronóstico es aún incierto, la activación de la fibra social 
organizada y quizás los ecos del triunfo frentetodista en Argentina, 
serán de suma importancia.
            
De la opresión a la rebelión
            
Los levantamientos populares se suceden en América Latina y el Caribe, 
producto de la aplicación de programas fondomonetaristas de dudosa 
eficiencia fiscal, recorte a prestaciones sociales y aumento del costo 
de vida. La multiplicación de expresiones masivas
 de descontento popular se desprende de un contexto globalizado de 
economía financiarizada que anula las demandas de bienestar social de 
una población con creciente conciencia de sus derechos.
            
En Ecuador, el protagonismo inicial del sector transportista y los 
estudiantes y la imponente movilización indígena posterior encarnaron un
 reclamo popular que luego se extendió a otros sectores sociales.
            
En Haití, el grave desamparo humano de un país en manos de una élite 
corrupta y ocupado militarmente por fuerzas multinacionales, provoca 
recurrentes alzamientos de la población. La ficción de gobierno 
democrático que encarna el empresario Jovenel Moise se
 sostiene apenas por la voluntad de los personeros del “Core Group”, 
compuesto por representantes de la ONU, la OEA, la Unión Europea y las 
embajadas de Estados Unidos, Francia, Canadá, Alemania, España y Brasil.
            
Frente a la ignominia, el proyecto de unidad de agrupaciones campesinas y
 populares aglutinadas en el Foro Patriótico asume la propuesta de una 
transformación institucional y económica soberana, sin tutelas externas.
            
En Chile, los jóvenes estudiantes secundarios -tal como ocurrió en la 
Revolución de los Pingüinos en 2006- encabezaron la revuelta de la 
“Evasión masiva” ante el aumento de los pasajes en el transporte 
subterráneo, concitando el decidido apoyo de la población
 hastiado ya de una dictadura neoliberal de cuatro décadas.
            
La fuerte orgánica social chilena que llevó a Salvador Allende a la 
presidencia y fue destruida o exiliada por el régimen asesino de 
Pinochet, se ha comenzado a reconstruir. La resistencia se asienta en el
 estudiantado, en la articulación de sectores sindicales
 y actores sectoriales contra el expolio medioambiental, el sistema de 
pensiones, agrupaciones feministas, de Derechos Humanos y de la 
diversidad. El agotamiento del bipartidismo como fórmula de conservación
 ha dado pie además a un conglomerado frenteamplista
 cuya inserción social será puesta a prueba en las próximas elecciones 
municipales y de gobernadores regionales (2020).
            
El pueblo sigue movilizado desafiando la represión y la Unidad Social, 
un conglomerado constituido por más de cien organizaciones y movimientos
 sociales, llamó a Huelga General. Además de la exigencia de 
levantamiento del estado de excepción y descriminalización
 de la protesta, hay demandas de renuncia gubernamental y vuelve a 
reivindicarse la convocatoria a una Asamblea Constituyente con 
participación popular, para relevar a la Constitución impuesta por la 
dictadura pinochetista en 1980.
            
Las orgánicas reaccionarias
            
Tanto en Ecuador como en Chile, como respuesta violenta a la justa 
protesta, los gobiernos de Moreno y Piñera sacaron el ejército a la 
calle, decretaron el estado de excepción y el toque de queda propios de 
épocas dictatoriales.
            
En Honduras continúa la movilización popular antigolpista liderada por 
el partido Libre en consonancia con el Partido Liberal y el ex candidato
 Nasralla, ante la represión de un gobierno ilícito y ligado a mafias 
del narcotráfico. En Perú el aparato político
 y judicial está en quiebra. En Colombia, la violencia institucional y 
paramilitar, el asesinato y amenaza permanente a líderes y lideresas 
sociales, la concentración económica y el faccionalismo opositor 
prolongan una agonía popular de décadas. En Brasil un
 títere sin partido es apenas la fachada institucional de la tutela 
militar y norteamericana. En Guatemala, el fraude político y la falta de
 alternativas populares sólidas ahogan de momento las expectativas de 
cambio, al igual que en el Paraguay.
            
Las iglesias pentecostales y la jerarquía católica actúan como elementos
 regresivos decisivos en el sentir de las franjas suabalternizadas de la
 población. Entre los pliegues de una religiosidad que conecta con el 
desamparo y la vacuidad de sentido, van envueltos
 falsos discursos moralizantes y una influencia colonialista que 
carcomen las posibilidades de reales y profundas transformaciones 
sociales y humanas.
            
Por su parte, los medios hegemónicos operan en el campo de la 
subjetividad con un aceitado sistema de censura, desinformación y 
tergiversación. Las redes sociales digitales monopólicas se vuelven un 
campo de disputa comunicacional, en el que junto a indispensables
 coberturas informativas alternativas, pululan las noticias falsas, el 
troleo contrainsurgente y los ataques dirigidos.
            
El aparato de la extrema derecha republicana ha hecho de la guerra 
multiforme contra Cuba, Venezuela, Nicaragua y todos los procesos 
progresistas de América Latina, el centro de sus acciones, junto a una 
ofensiva agresiva mundial contra las naciones que no
 obedecen a las pretensiones hegemónicas de la potencia en declive.
            
El aparato “orgánico” de la acción conspirativa local en América Latina y
 el Caribe son un conglomerado de fundaciones y organizaciones (¿No?) 
gubernamentales, financiadas por agencias estadounidenses, que 
construyen y entrenan liderazgos, operan guerras de
 sentidos e intrigas contrarias a los procesos emancipadores en la 
región.
            
Neoliberalismo, un disolvente orgánico en un mundo en descomposición
            
Las rebeliones requieren un grupo de activistas disparadores y la 
adhesión de una amplia mayoría popular alrededor de sentidos comunes 
simples e indubitables. Las revoluciones, si bien derivan habitualmente 
de desbordes coyunturales, implican además visiones,
 liderazgo y una estructura orgánica consistente, capaz de proyectar la 
inmediatez al mediano plazo y sostener la segura avalancha 
contrarrevolucionaria del poder establecido.
            
De allí que el poder sitúe entre sus objetivos primarios aniquilar 
preventivamente las imágenes de posibles alternativas, descabezar y 
deslegitimar a las rebeldías y desestructurar todo posible movimiento 
que amenace con constituirse en eje de las transformaciones.
            
El neoliberalismo, lejos de ser sólo un esquema económico, es un vector 
ideológico que apunta a desconectar al individuo de su medio social, 
cultivando significados de competencia, acumulación, meritocracia y 
estratificación social. Esta estrategia, pretende
 relevar todo componente colectivo indispensable para una transformación
 social consistente y de cierta permanencia.
            
Sin embargo, la penetración de esta ideología, que se presenta como 
némesis de lo ideológico, no se debe solamente a los refinados y 
omnipresentes dispositivos acuñados para instalarla. Es la 
desestructuración creciente de la época lo que lo facilita.
            
La dinámica de un sistema que ha llegado a sus límites planetarios 
promueve su propia descomposición. La aceleración del cambio tecnológico
 y sus implicancias chocan con los hábitos y memoria de un conjunto 
humano con tendencia a la ancianización, abriendo
 profundas grietas generacionales. Los antiguos lazos pierden 
consistencia y la fragmentación se expande.
            
Revolución y recomposición del tejido social
            
Ante los ojos humanos se evidencia la imperiosa necesidad de nuevos 
horizontes que recojan lo mejor del trajín histórico anterior y que 
profundicen la construcción humilde y sentida de “una revolución social 
que cambie drásticamente las condiciones de vida
 del pueblo, una revolución política que modifique la estructura del 
poder y, en definitiva, una revolución humana que cree sus propios 
paradigmas en reemplazo de los decadentes valores actuales.”1[1]
            
Las revoluciones presentes y futuras habrán de abordar necesariamente 
entre sus primarios la reconstrucción del tejido social deteriorado. 
Para hacer frente a la ola de nacionalismos xenófobos, el 
fundamentalismo, la misoginia, el disciplinamiento social y
 la exclusión, promovidos por el sistema a través de sus vehículos de 
derecha, dicha reconstrucción podrá colocar como premisa fundamental de 
su escala de valores el reconocimiento pleno de la humanidad en cada uno
 y las derivaciones de este hecho en la vida
 personal, interpersonal y colectiva.
            
Este vínculo de humanidad primordial, esta actitud de reconocimiento de 
una posible “comunidad en la diversidad”, puede representar en el mundo 
actual un núcleo orientador para avanzar en la lucha por la justicia 
social, la liberación política y la realización
 efectiva de los Derechos Humanos para todas y todos.
            
*Javier Tolcachier es investigador del Centro de Estudios 
Humanistas de Córdoba, Argentina y comunicador en agencia internacional 
de noticias Pressenza.
1[1] Silo. Cartas a mis amigos. Séptima Carta. Ed. Centaurus. 1era. Edición (1994) Buenos Aires.
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12/08/2019
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25 de octubre de 2019                   
 
 
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