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La Mentira. A quien le cae el guante,… que se lo chante
LOS LÍMITES DE LA ENUNCIACIÓN
*Fernando Buen Abad
15 octubre 2019|
        
Un zopenco “sentido común” reza, con desparpajo disfrazado de 
“librepensador”, que “todos pueden decir lo que se les de la gana”; que 
se es “libre de opinar” y que, al amparo del subjetivismo y el 
individualismo (“todo es según el color del cristal con
 que se mire”) se suelta la lengua bajo el capricho de conspiraciones o 
compulsiones.
Vivimos bajo el imperio de un verdadero torneo de irresponsabilidades lenguaraces.
 En especial cuando de detecta que, en una controversia asimétrica, el 
“más fuerte” procede con una ofensiva, grosera y ultrajante, que pasa 
del origen de una discusión
 al ataque -e insulto- personal.
        
Los Límites de la Enunciación
        
Si se pone en riesgo la vida, el bienestar, la salud, la 
integridad o los derechos humanos fundamentales… ¡no se puede soltar la 
lengua al antojo!.
Si se miente, se calumnia, se injuria… nadie tiene derecho a la pretendida “libertad” -a cualquier costo- con cualquier pretexto. Y no importa el “ingenio” que pongan, legos o expertos, para hacer pasar sus lancetazos hirientes y falaces contra personas,
 pueblos, movimientos o líderes sociales. El hecho concreto y claro es que quien suelta la lengua para herir o mentir debe ser sancionado. Así rezan cientos de Constituciones Políticas, morales, sociales y religiosas en todo el planeta.
La “Libertad de Expresión” no es un reducto para retóricas delincuenciales ni salvoconducto para cualquier barbaridad impune. Aunque la camuflen como Libertad de Empresa. Ni el “rating” justifica altisonancias o desvaríos expresivos, especialmente si
 la integridad de terceros indefensos queda en peligro tenue o grave.
        
Tampoco gozan de impunidad la “opinología” de mercado ni los 
“periodistas” mercachifles que, al amparo de “fuentes reservadas” o de 
pretendida “autoridad moral”, se despachan deyectando epítetos a cual 
más venenosos, parciales y tóxicos. Así exageren
 lo que exageren; así lloriqueen o se desgarren las vestiduras de sus 
camuflajes liberales. Es imperativo cultural establecer límites para 
diestras y siniestras porque
la integridad humana, su dignidad y honra, no pueden ser presa de la prosa con intereses espurios, por más que canturreen “libertades” que se reservan sólo para sus negociados. Aquí no hay ingenuos.
        
No tiene derecho el imperio yanqui de calumniar a ningún 
gobierno, ni a ningún líder o movimiento social como tampoco lo tienen 
sus adoradores, operen donde operen. No tiene derecho la ONU ni la OTAN 
ni cualquiera de sus empleados para envenenar con
 sus “comentarios” a destajo, si son incapaces de ofrecer pruebas 
materiales ni argumentos sólidos.
No nos acostumbremos a que el poder escupa cualquier basura ideológica contra los pueblos
 sólo porque no les gusta lo que hacen o lo que piensan. Aunque 
desplieguen todos sus medios, todas sus farándulas o todas sus maquinas 
de guerra psicológica.
        
Otra cosa es presentar un debate serio, una argumentación fundada
 en razonamientos consensuados y apoyos documentales. Para eso hay 
métodos, marcos de referencia científicos, jurídicos y políticos. 
Tribunales, foros, academias especializadas y, principalmente,
 pueblos en lucha que son fuente de credibilidad suficiente y que deben 
ser escuchados como requisito de toda controversia. Ningún diferendo, 
que implique a grupos sociales, puede resolverse a puertas cerradas ni a
 espaldas de los interesados. Mucho menos con
 epítetos “ingeniosos” fuera de contexto, de lugar y de personas. 
        
Todo el que “abre la boca” debe ser consciente de la responsabilidad que implica lo que diga.
 Sólo en el marco de tal advertencia es aceptable el desarrollo de un 
debate o de una contienda de enfoques o intereses. Incluso para asuntos 
bélicos
 entre naciones, existen marcos legales que, en medio de razones 
difíciles de aceptar, fijan límites y norman conductas. Especialmente 
fijan responsabilidades para los dichos y para los hechos. No se puede 
decir cualquier cosa por más fanáticos de la “libre
 expresión” que se crean o se autoproclamen. No es aceptable 
presentar como “argumento” el producto de un odio sedimentado cuya 
forma, acaso socarrona, sólo es un escondite de clase.
        
No es aceptable decir cualquier sandez y menos aceptable es su
 defensa desvergonzada. Aunque se tengan títulos o licencias. Aunque se 
digan en tono “culto” o con histrionismo de erudito. Es imperativo 
sostener mucha firmeza en este terreno. Nos
 han llenado con “estiércol verborrájico”, el campo didáctico del debate
 que es escenario de diputa del sentido y donde es indispensable “velar 
armas” para entrenar inteligencias, saberes, convicciones, principios y 
luchas. Permitir que nos lo secuestren nos
 condena al silencio y nos reduce a espectadores de la estulticia. No
 se trata de prohibir las ideas ni el derecho a sostenerlas libremente, 
de lo que se trata es de asegurarse de que tales ideas no deambulen 
impúdicamente para infligir más penurias a los
 más débiles, ni más opresión a los históricamente oprimidos.
        
Se puede ser enfático pero sin payasadas y sin exageraciones inútiles.
 Se puede ser vehemente pero sin emboscadas de palabrerío oscurantista 
ni desfiguración de datos. Se puede argumentar con números y con razones
 sin traficar los unos por las
 otras. Se puede pensar desde las minorías o navegando a contracorriente
 del “sentido común” más hegemónico…
lo que es inaceptable es vender la inteligencia y la saliva al mejor postor oligarca,
 bajo el pretexto de que se comparten las “ideas” cuando, en realidad, 
se trafica con intereses oligarcas. De eso hemos tenido hasta el 
hartazgo en las cámaras de representantes
 tanto como en las televisoras de los monopolios. Simplemente estamos hartos de que nos vendan su palabrerío envuelto en cháchara de “libertad”
 para hacernos silenciar con silogismos y sofismas mercantiles bañados 
con estiércol de mercado. Estamos hartos
 de no poder debatir con seriedad porque las formas de la censura, 
diversificadas y camufladas, se deslizan por todas partes incluso 
ofertadas como la Libertad de Expresión de unos cuantos.
*Fernando
 Buen Abad Domínguez es mexicano de nacimiento, (Ciudad de México, 1956)
 especialista en Filosofía de la Imagen, Filosofía de la Comunicación, 
Crítica de la Cultura, Estética
 y Semiótica
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fecha: 16 oct. 2019 11:17
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21 de octubre de 2019
 
 
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