martes, 1 de agosto de 2023

CUANDO DINA HABLA

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CUANDO DINA HABLA
El “mensaje a la nación” presentado el 28 de Julio por Dina Boluarte ante el Congreso de la República nos permite algunos comentarios. Precisemos:
Dina insistió, en su extensa perorata –“el Sermón de las tres horas”, lo han llamado–, en reivindicar al gobierno como “su” gobierno. Repitió como una letanía una misma expresión: “mi gobierno”.
Ocurre que la gente se ha habituado a considerar que éste es el gobierno de Otárola, que quien gobierna es Otárola y que Dina es algo así como un maniquí de mimbre al que suelen accionar eventualmente. El entusiasmo le duró a la señora exactamente 187 minutos. Parecía que Otárola le había dado cuerda. Y ella aprovechó la licencia para hablar, hablar, hablar…
Se proclamó "presidenta constitucional" e hizo valer su cargo arguyendo su condición de vicepresidenta del presidente depuesto. Pero sólo llegó a eso. Luego, hablando de Pedro Castillo afirmó que ese gobierno fue “inepto”, “errático”, “incapaz” y “corrupto”. Aseguró que había desconocido la ley, desprotegido la propiedad, ahuyentado la inversión privada nacional y extranjera, violentado derechos y defraudado al país. No dijo –claro- que ella había sido la vicepresidenta de ese tan denostado gobierno; ministra del mismo, en catorce de los dieciséis meses de gestión gubernativa; partícipe de todos los consejos de ministros y eventos descentralizados; que había trabajado de consuno con el primer ministro Aníbal Torres; y que había jurado públicamente irse del gobierno con Castillo, si este era vacado.
En la parte más “emotiva” de su disertación pidió “perdón” por lo ocurrido en los meses pasados. Habló de “los fallecidos” en esa circunstancia. Pero nadie le pedía que hablara de los fallecidos, que seguramente fueron muchos más. Unos fallecieron de cáncer u otras dolencias; otros, en accidentes de tránsito o vehiculares; también los hubo quienes fallecieron por mano ajena, como víctimas de la delincuencia. Pero nadie le pidió que hablara de ellos.
Debió hablar, más bien, de los asesinados en los días de la represión policial y militar registrada entre diciembre y febrero, y ordenada por su despacho. Pero sobre eso, calló. Hizo mutis por el foro. Hizo más bien “una finta”: pidió perdón “en nombre del Estado”. Debió hacerlo en su propio nombre, y en nombre de "su gobierno"; no el Estado. Se pide perdón en nombre del Estado cuando se habla de crímenes cometidos por gobiernos del pasado. El gobierno Argentino, por ejemplo, pidió en su momento perdón en nombre del Estado, por las víctimas de la represión militar registrada en ese país en los años de Videla. El gobierno de Chile hizo lo propio, por los crímenes de Pinochet. Pero un gobierno, por sus propios crímenes, debe pedir perdón en su propio nombre.
Adicionalmente, Dina registró en el número de caídos, al policía muerto por otro policía por motivaciones de otro orden; y a los soldados que perdieron la vida en Ilave, por negligencia de su propio mando. Sobre esto, las autoridades civiles y militares también hicieron mutis. Nadie ha dicho si se investigó el tema, ni si se deslindaron las responsabilidades del caso. Es claro que los asesinados fueron víctimas del accionar policial o militar. ¿Se puede ignorar el hecho? Dina dijo que se investigarían los hechos. Pero han pasado ocho meses y no se conoce de carpeta alguna, ni de acusados. En otros casos, la celeridad ha sido impresionante: ocurrido un hecho, se ha capturado al implicado y se le ha condenado a “prisión preliminar” y luego a “prisión preventiva”. Pero ahora, ¿qué?
No se puede soslayar que el discurso de Dina Boluarte fue calurosamente aplaudido… por sus ministros. Y también -cómo no- por algunos parlamentarios que hoy se asumen “oficialistas”. Pero fue firmemente rechazado por millares de personas que se movilizaron valerosamente por todo el Centro Histórico de Lima. Los férreos cordones policiales impidieron que la ciudadanía se acercara a la sede del Legislativo. Los mantuvieron por lo menos a kilómetro y medio de distancia para que “no importunaran la ceremonia cívica” que se desarrollaba en el Congreso. La Plaza de Armas y las calles aledañas estuvieron absolutamente vacías. No volaba una mosca. Los sabuesos se pusieron incluso ante la eventualidad de que algún insecto pudiese asomar por allí portando un cartel irreverente: “Dina asesina”, por ejemplo.
La plaza San Martin, la avenida Nicolás de Piérola, el parque Universitario y otras zonas de la ciudad, en cambio, fueron escenario de constantes enfrentamientos entre los manifestantes y la policía. Cabe preguntarse qué habría ocurrido si la policía no hubiese bloqueado esos espacios. Sin duda se habría producido una inmensa concentración cívica en la plaza San Martin en repudio al régimen. Lo que ocurre es que ahora esa plaza, antes ágora de grandes expresiones populares, sólo puede ser ocupada por la policía y, eventualmente, por “manifestaciones” alentadas por ella.

 

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