domingo, 17 de diciembre de 2017

La victoria: El lema fue: “paz, pan y tierra


Los sindicatos exigen el paso de todas las fábricas a la república soviética.
En la aurora del 7 de noviembre de 1917 amaneció un nuevo mundo de luchas y esperanzas. En la pluma de Trotsky aparece ese parto inaudito:
“Trotsky comunica: desde el frente mandan fuerzas contra Petrogrado; es necesario enviar inmediatamente comisarios del Soviet al frente, y a todo el país, para dar cuenta de la revolución efectuada. Del escaso sector de la derecha surgen algunas voces: ‘¡Está usted adelantándose a la voluntad del Congreso de los soviets!’. El ponente contesta: ‘La voluntad del Congreso está predeterminada por el inmenso hecho de la insurrección de los obreros y soldados de Petrogrado. Ahora, lo único que debemos hacer es desarrollar nuestra victoria’. El autor del presente libro escribe en su autobiografía: ‘Cuando di cuenta del cambio de régimen llevado a cabo durante la noche, reinó por espacio de algunos segundos un silencio tenso… Al entusiasmo irrazonable sucedió la reflexión inquieta. En esto se puso asimismo de manifiesto el certero instinto histórico de los reunidos. Todavía podían esperarnos la resistencia encarnizada del viejo mundo, la lucha, el hambre, el frío, la ruina, la sangre, la muerte. ¿Venceremos?, se preguntaban muchos mentalmente. De ahí el minuto de reflexión inquieta. ¡Venceremos!, contestaban todos. Los nuevos peligros aparecían en una lejana perspectiva. Pero en aquel instante teníamos la sensación de una gran victoria, y esta sensación, que hervía en la sangre, se expansionó en la tempestuosa ovación que se tributó a Lenin cuando, al cabo de casi cuatro meses de ausencia, apareció por primera vez en esta asamblea”.
“En su discurso, Lenin trazó brevemente el programa de la revolución: destruir el viejo aparato estatal; crear un nuevo sistema administrativo a través de los soviets; tomar medidas para la terminación inmediata de la guerra, apoyándose en el movimiento revolucionario de los demás países; abolir la gran propiedad agraria y conquistar con ello la confianza de los campesinos; instituir el control obrero de la producción. ‘La tercera revolución rusa debe conducir, en fin de cuentas, a la victoria del socialismo’”.
Lenin había retornado a Rusia tras superar un episodio que parece de novela. El 21 de marzo de 1917, en la frontera entre Suecia y Finlandia, en el tren que lo conducía a Rusia, un agente británico, Harold Gruner, interrogó durante seis horas al personaje que se declaraba periodista. Gruner sabía quién era ese señor -Lenin-, pero no tenía orden del gobierno provincial ruso de Kerenshi para apresarlo, y tuvo que dejarlo partir.
Después, triunfante la revolución, las potencias que luchaban contra Alemania en la primera guerra mundial, temían al líder revolucionario que reclamaba paz, pan y tierra. Si los bolcheviques tomaban el poder, Rusia ya no sería la aliada de ese bloque.
En realidad, esas potencias soñaban con apoderarse de las riquezas de Rusia. En diciembre de ese mismo año 1917, en una reunión del Consejo Inter Aliado, se acordó que Inglaterra, interesada en el petróleo, se adueñaría del Cáucaso, mientras que Francia se apoderaría de Rumania y Besarabia. Los Estados Unidos codiciaban Siberia, por su enorme potencial minero. Winston Churchill, furibundo anticomunista, era ministro de guerra de Inglaterra y soñaba con destruir el régimen soviético.
Abril de 1917. Soldados hacen cola para llevar diarios revolucionarios a sus cuarteles.
Abril de 1917. Soldados hacen cola para llevar diarios revolucionarios a sus cuarteles.
Los generales zaristas aliados con invasores extranjeros se estrellaron contra el poder de la nueva Rusia. De entre las ruinas y el atraso, surgió ahí una gran potencia industrial, que con el tiempo iba a asombrar con su ciencia, incluida la espacial.
La revolución resolvió los problemas dejados por el zarismo y la nobleza y los capitalistas retrógrados.
No sólo en lo material soplaron nuevos vientos. En la poesía sonó, junto con la voz del gigante Vladimir Maiakovski, las de Aleksander Blok, Sergio Essenin, Ana Ajmátova, quienes, entre tragedias y polémicas, enriquecieron la lírica y la épica del siglo. En el teatro, nacieron nuevos métodos y técnicas: a comienzos de los años 20, Vsévolov Meyerhold montó obras con miles de actores (pareció inspirado en el prólogo del Fausto del poeta alemán Goethe: a las masas de espectadores hay que oponerles las masas de actores). Sergio Eisenstein inventó el montaje en el cine, para provecho no solo de cineastas, sino también de escritores. En la pintura nacieron ahí algunos de los artistas plásticos más revolucionarios del siglo, entre ellos Marc Chagall, el que pintó novios volando en el espacio (¿quién que ha estado enamorado no sabe que eso es realismo: sentir el vuelo del ensueño?).
Los planes económicos quinquenales inspiraron cambios en la economía capitalista. Sin ellos, Rusia no habría podido, entre otras cosas, ayudar a la revolución china y apoyar la resistencia contra el fascismo y el imperialismo. En su Historia del siglo XX, Hobsbawm señala que sin el ejército rojo soviético hubiera sido imposible derrotar a Hitler.
La Rusia soviética ha desaparecido gracias a una guerra que libraba para proteger a su aliado en Afganistán. Mucho dinero y muchos muertos costó eso a Moscú. El imperialismo yanqui apoyaba a los guerrilleros islámicos con armas cortas. En una entrevista, Henry Kissinger expresó que las muertes de esa contienda habían valido la pena porque el malestar del pueblo soviético había causado la crisis y la caída del régimen.
Pero el ejemplo, la posibilidad y la esperanza en el socialismo están al acecho en el mundo entero. Es un anhelo sin tiempo.
Hoy, más que nunca, el dilema es: SOCIALISMO O BARBARIE.

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