miércoles, 5 de julio de 2023

EL MÁRTIR PESCADOR JOSÉ SILVERIO OLAYA

                                                                              -0-
EL MÁRTIR PESCADOR JOSÉ SILVERIO OLAYA
‼️
." Era 1823. Habían transcurrido dos años de la proclamación de la Independencia peruana, pero no estaba totalmente asegurada. De hecho, el 19 de junio de 1823, las fuerzas realistas recuperaron Lima. Los patriotas se atrincheraron en los castillos del Real Felipe, en el Callao. Por lo que era urgente establecer comunicación entre ellos. Esa fue la labor de José Silverio Olaya Balandra (1782-1823). Así, Antonio José de Sucre, patriota, podía tener exacta cuenta de los movimientos, fuerzas y planes de Rodil, realista, en Lima.
Pero Olaya cayó prisionero.
Rodil le prometió fortunas, además de un grado militar.
No habló.
Entonces fue torturado. Perdió el conocimiento muchas veces.
* Luis Antonio Eguiguren (1887-1967), historiador y político peruano, en su libro El mártir pescador José Silverio Olaya (1945), narra que recibió “doscientos palos y otros tantos latigazos”, “se le arrancaron las uñas”, “se le apretaron terriblemente los pulgares en la llave de un fusil”. Y no dijo nada.
Desmesurada escena: condujeron a su madre, doña Melchora, a su lado. “Olaya contempló a su madre que lloraba y gemía ante él, impelida por el amor materno y viendo las ferocidades de que iba a ser objeto”. Siguió sin hablar.
Finalmente, Olaya fue ejecutado el 29 de junio de 1823, frente a la Plaza de Armas.
Ello lo cuenta Eguiguren en su citado libro, del cual se transcriben los más resaltantes párrafos. Además de detalles pocos conocidos como la palabra que Olaya repitió, constantemente, durante el recorrido que hizo al patíbulo y, sobre todo, el objeto con el que solicitó que lo enterrasen, como último deseo.
Imagen 1:
gil_castro_olaya
El famoso retrato de José Olaya, con la típica vestimenta del pescador del siglo XIX. El óleo fue elaborado por José Gil de Castro (1785-1841).
***
José Silverio Olaya asombró a los próceres de la libertad, sobreponiéndose a los dolores más acerbos, a los suplicios más inhumanos, para guardar incólume su secreto, que era el secreto de la libertad y el secreto de la vida de muchos, y del éxito de la campaña libertadora.
El carnífice era un hombre de un temple inhumano famoso; un hombre duro y acerado que no conocía la piedad ni se doblegaba ante ningún sentimiento: que creía su deber echar mano de todos los medios para beneficiar su causa. Ese hombre, a quien venció el valor y el sacrificio de Olaya, era el Brigadier Ramón Rodil.
Terrible y a la vez sublime escena… Quedaba aún rezagos de inquisición en los procedimientos. No es extraño esto en 1800, cuando muy entrado el siglo XX, se han visto casi las mismas atrocidades. Quedaban aún vigentes los suplicios y las barbaries de una legislación o costumbre en materia penal que hoy nos horroriza. Y toda esa infame artificiosidad de medios fue usada con el mártir. Bajó con su secreto al sepulcro. Le habría bastado decir los nombres de las personas afectas a la Independencia, a quienes dirigía sus letras, al Mariscal Antonio José de Sucre, para estar libre de tan feroces tormentos con que se le amenazaba. Pero era una roca que apenas se mellaba con el golpe del acero, se mellaba para tener más lustre y para lanzar chispas luminosas en nuestra historia, chispas que harían falta en un país tan horroroso de grandes caracteres.
Diéronsele doscientos palos y otros tantos latigazos; sangrante y extenuado, se le arrancaron las uñas; se le apretaron terriblemente los pulgares en la llave de un fusil. Tras de tan espantosos martirios se le llevó ante la presencia del despiadado gobernador hispano, quien no logró arrancar una sola palabra al indefenso mártir. No habló palabra, ni entregó las misivas, ni incurrió en aquel feo vicio que cunde entre nosotros, como la mala hierba en campo eriazo: la delación.
El mismo día del Santo Patrono de los Chorrillanos, San Pedro, fue conducido al patíbulo el patriota. Allí se presentó vencedor del cohecho por promesas y halagos, y vencedor de la brutalidad del tirano.
En el tétrico palacio de Pizarro presentose, conducido ante Rodil, por un espía encapado: allí tuvo lugar la última tentativa para arrancarle la delación; y allí fracaso el férreo soldado ante esta fortaleza inexpugnable, de un corazón patriota y listo para sacrificarse. Nada logró Rodil: ni nombres, ni comunicaciones, ni partes confiados a Olaya por los jefes del ejército independiente, desde las fortalezas del Callao, a los patriotas que en la capital desafiaban la ferocidad de Rodil.
***
Don Andrés Riquero, Contador Mayor de la Contaduría de Valores, hallábase en el Callao con Sucre y otros patriotas. Tenía una sobrina, doña Juana de Dios Manrique de Luna, la cual conocía a Olaya y sabía perfectamente de los muchos servicios que había prestado el modesto pescador a la causa de la patria. Lo mismo que su padre don José Apolinario Olaya, había conducido correspondencia desde Chorrillos hasta los buques de los patriotas, siempre con buen resultado. Doña Juana lo recomendó eficazmente. Por medio de José Silverio Olaya, Sucre se daba exacta cuenta de los movimientos y planes de Rodil en Lima. Este viéndose objeto de una vigilancia tan activa, de golpes certeros, destacó a las portadas de la Capital a los expertos espías y hombres sin escrúpulos, de que se hallaba rodeado, para averiguar, quién o quiénes servían tan diligentemente a los patriotas. Necesitaba descubrir el enlace que existía entre los buques y fortalezas del Callao, ocupados por los patriotas y sus adherentes de Lima que habían caído de nuevo en su poder, por excesiva confianza, grave descuido, y terrible y hórrida traición.
Pero nada se podía descubrir. Olaya con su modestísimo traje de pescador, unos cuantos pescados en su bolsa de malla, iba y venía de Lima conduciendo la valiosa correspondencia. No fue la casualidad la que lo llevó a la calle de la “Acequia Alta”. Debía, sin duda, distribuir cartas y llevar mensajes a la casa de doña Agueda de Tagle, en la calle de San Marcelo. Llevaba el pescado al rancho de doña Manuela Briebe, natural de los Chorrillos y propietaria, en la vecina calle de la Pampilla. Inmediata a la casa panadería de don Domingo Ramírez de Arellano, en la calle de la Acequia Alta, precisamente esquina de la pulpería de los Padres de la Buena Muerte, echaron mano del insigne patriota, los esbirros de Rodil. Halláronle encima una comunicación y una clave sin firma ni dirección. La señora Manrique de Luna, en diligencia de confesión, ante el Juez Olivares, en 1861, declaró que su destinatario era don Narciso Colina, natural de Pataz y de 28 años de edad, hermano de don Luis de la Colina, capellán del Virrey La Serna. Aquel patriota había escrito al comandante Urbiola, para que trasmitiese a Bolívar las sospechosas conferencias que Berindoaga tenía con los españoles, las que no se limitaban a capitulación o armisticios, como imaginaban algunos historiadores.
Era frecuente ver entrar a Olaya, en Lima, por el “nuevo camino del Callao”, abierto por los años de 1806. El gobierno comisionó a don Antonio Elizalde, Regidor Perpetuo del Cabildo de Lima para dicha obra. Entonces se dividió la nombrada chacra La Legua, propiedad de don José Antonio Pando. Quedó excedente, un pequeño lote que adquirió Fray Juan Meza de la Orden de N. O. S. Juan de Dios para dedicarlo al culto de Nuestra Señora del Carmen que se venera en la capilla que estaba a cargo de aquella religión en el paraje de La Legua. Comprendía, desde la rambla inmediata a la Cruz situada frente a la casa de La Legua, y salía al camino viejo, en una línea tortuosa llegaba hasta los linderos de la chacra de Baquíjano, mirando hacia la chacra de Aguilar, o sea una fanegada, más cinco almudes y doscientas sesenta y ocho varas, que adquirió dicho religioso. Allí hacía su primera pascana el mártir Olaya, en su peregrinaje hacia Lima, orando al pie de la devota imagen.
Otras veces, se le veía salir, en una vuelta maratonesca, por el pueblo del Cercado, en inmediaciones a la otra portada de Maravillas, en donde ingresaba a orar en la capilla del Cercado de la milagrosa imagen de Nuestra Sra. de Copacabana, tomando de dicha portada por el centro del pueblo. El Coronel don Antonio de Cañete y Castro, mayor de la Plaza y doña María Villegas y Quin, su esposa, como poseedores de dicha capilla, la habían donado a la Tercera Orden de San Agustín, representada por el Padre Rafael Rúcano, Prior y Vicario Provincial […] que incrementaron con donativos el culto de aquella imagen, cuya capilla comprendía además la casa anexa del ejercicios, otras dependencias y una huerta al respaldo.
También allí, al salir por la portada, Olaya dedicada sus momentos de devoción al culto.
Pero las portadas con estos cultos también estaban rodeadas de vigilancia.
Imagen 3
2017-08-11-6286
Portada del libro del cual se transcribieron los siguientes párrafos.
( *La historia oficial no nos enseñó)
En Palacio fue careado Olaya con doña Antonia Zumaeta, esposa de Riquero, y con otros patriotas hombres y mujeres que llevaron ante el mártir para que señalara las personas con quienes se entendía al volver al Callao, y a quienes hubiera confiado sus determinaciones. El modesto pescador miraba a estas personas con las que muchas veces se había dado citas en aquellas capillas para entregarles su correspondencia, pero ni una leve señal se dibujaba en su rostro impasible. No dijo una sola palabra, ni dio el más leve indicio por el cual viniera a conocer el duro Gobernador lo que tanto deseaba.
El Padre Meneses, religioso dominico que estuvo a su lado y lo auxilió hasta el momento en que se aplicó la última pena, declaró que ignoraba esos nombres, puesto que el asunto no era materia de confesión y si de un carácter político y de cumplimiento austero del deber. Las tres llaves maestras que abren todos los secretos: trato con mujeres, ofrecimientos de grandes recompensas, y el licor escanciado abundantemente, todo fue probado con el héroe. Se le lisonjeó, se le prometieron grandes premios y dinero en abundancia; pero todo fue a dar contra una roca inconmovible, como esas bañadas por mares furiosos, cada vez más firmemente adheridas a su base.
Se le ofreció grado militar en efectividad, el cual se le dijo le sería reconocido por los patriotas si estos triunfaban. Decían la verdad: los grados militares servían para todo enjuague. Los que tuvieron grado en el régimen español, lo tenían en el republicano. Otras veces acontecía lo contrario. Había lo que ahora llaman “intercambio”, de grados y dignidades entre los beligerantes.
Olaya no era de los que van al ejército con miras del rápido ascenso y del usufructo, no. Era el pueblo que siempre es civil, menos cuando hay que morir por la patria, que entonces está en la primera fila y en el frente. Pero Olaya era el pueblo; no oía él lo que venía de fuera, las palabras de promesa y de zalamería con que se quería traicionar su carácter íntegro. Los horizontes tienen miradas de ojos muertos. Mandan en él sus entrañas, su corazón, vísceras sonoras de mártir que tiene la ley de la honradez por norma; porque de ella procede, en ella ha morado; porque es el honor de la tierra.
Se llegó a algo monstruoso… condujósele a su lado a su pobre madre. Episodio no conocido y terriblemente doloroso. Olaya contempló a su madre que lloraba y gemía ante él, impelida por el amor materno y viendo las ferocidades de que iba a ser objeto, sus ojos maternos pedían piedad a Olaya, no a los verdugos, pero él permaneció inconmovible también a ésta suprema súplica materna. Se limitó a estrechar contra su pecho a la anciana, diciéndole: “sepulte, madre, mi cadáver, si se lo entregan, al lado de mi padre, en el cementerio cercano a esta parroquia, y a nuestro hogar.
¡Adiós madre mía!”. No dijo más.
[…]
Fue apresado a las 5 de la tarde por tropa al mando de Manuel Llanos, Secretario de Rodil, y conducido a un calabozo de Palacio.
El paquete de comunicaciones que remitían Sucre y otros patriotas, cuando Olaya se vio acorralado lo arrojó a la acequia que corría por la calle de San Marcelo, sin que nadie se diera cuenta. Lo registraron y solo encontraron en su red, pequeña, una caja de cartas sin dirección, nombre, ni firma. Las demás cartas hallábanse en clave. También llevaba una escarapela bicolor de la patria. Este hallazgo fue la causa primordial de su sacrificio.
[…]
Olaya con su heroico silencio salvó a los patriotas, entre otros a D. Juan de Dios Manrique de Lara y a su tía Doña Antonia Zumaeta de Riquero, con quienes fue careado en palacio, negando conocerlos, ni haberlos visto jamás; sino también al Conde la Vega del Ren, a Andrés Riquero, Narciso de la Colina, y a su hermano Luis, capellán del Virrey, y conjurados limeños. La misma ciudad se salvó, pues sin las noticias que diligentemente proporcionaba Olaya, Sucre habría creído mucho mayor la fuerza del enemigo y en Lima los patriotas habríanse desanimado de esta guerra, sabiendo que cada día acrecía más el poder de los realistas.
La adulación ha llegado a hablar de la misión benéfica de los tiranos. La tiranía de Rodil fue la energía germinal del sacrificio de Olaya; era un brote de la planta de libertad que antes cultivaran Tupac Amaru y Pumacahua. […].
Las tropas [patriotas] del Callao avanzaron sobre Lima y la ocuparon sin resistencia, el mismo 16, delegando Sucre en Tagle las funciones de Supremo Delegado, a los 17 días de fusilado el mártir en la Plaza Mayor de la Capital.
[…]
Como Riquero trabajaba en el Callao, afiliado a la causa, en la urgente necesidad de comunicarse con Narciso de Colina, y con el objeto de poner a los conspiradores de Lima, al corriente de los acontecimientos que se venían a toda prisa y también para conocer detalladamente lo que pasaba en la Capital, obtuvo que la señorita Manrique de Luna, conocedora del patriotismo de Olaya se valiera de él, para esta peligrosa faena. La señorita Manrique había conocido en los baños a Olaya, y fue sorprendida de su devoción por la causa patriótica, al verle la escarapela bicolor, ésta escarapela influyente, eficaz en el drama intenso y soberbio que se preparaba. Accedió ella, y envió a Olaya para verse con Riquero en el Callao, el cual lo presentó a Sucre.
Las comunicaciones fueron y vinieron varias veces. De este modo Sucre estaba al corriente de los movimientos y de las condiciones en que se hallaba el ejército realista, con lo cual pudo tomar sus medidas que dieron por resultado el abandono de la Capital por las tropas de Canterac y Rodil, pero a costa del sacrificio cruento y terrible de Olaya.
La comunicación de los 15 kilómetros entre Lima y Chorrillos solo se hacía en mula o calesa, los caminos estaban perfectamente vigilados. Nadie pasaba sin ser severamente examinado y registrado. Por la playa o en la canoa del pescador, dominando el mar los patriotas, parecía que no había un peligro inminente, sobre todo cuando se trataba de un pescador que iría a la capital a ofrecer su mercancía de pescado.
Esta era la labor de Olaya.
442816
A José Olaya, los peruanos lo recuerdan antes de conocerlo, mencionó el escritor Edmundo de los Ríos, en la revista Caretas, en un artículo publicado el 8 de julio de 1993. Gráfica elaborada por Cherman.
***
Tras de las tremendas torturas fue puesto en capilla. Muchas veces perdió el conocimiento a causa de los agudísimos dolores producidos por el tormento cruel y bárbaro. En este estado escuchó su sentencia de muerte.
Nadie intercedió por él, ante el terrible Rodil para que se aminoraran, por lo menos, los tormentos infringidos al insigne patriota.
No existió siquiera el clamor público que suscitó, en pleno coloniaje, el asesinato oficial del oidor Antequera.
A las once de la mañana, de un día nublado, el día invernal de Lima, sonó una descarga de fusilería que repercutió en los ámbitos de la Ciudad. Era el 29 de junio de 1823, el día de las grandes fiestas a San Pedro, en Chorrillos: ese mismo día este mártir abandonó la tierra para volar a la inmortalidad.
Hay tradiciones que afirman que Olaya dijo tales o cuales frases. Lo que debió decir el mártir es más histórico que lo que diría en realidad. […].
Muy pocos son los hombres que han muerto pronunciando hasta el momento supremo el nombre de la Patria, como Olaya. En el recorrido que hizo hasta llegar al patíbulo repitió constantemente este dulce nombre, esta palabra que entraña todos los amores ¡Patria! Frente al Municipio, frente a la Casa de Gobierno y de faz a la Catedral en la Capital ocupada por el enemigo.
En las postrimerías, cuando se hallaba en Capilla, llegó a él un funcionario a interrogarle sobre su último deseo, como es costumbre, entre humanitaria y cruel, con los que van a ser ultimados.
Olaya no dijo nada; acercose el sicario a la víctima, interrogándole de nuevo. Olaya alzó la mano, y después de arrebatarle la escarapela de la Patria que aquel llevaba, descargó sobre el individuo una sonora bofetada con esta contestación:
Mi último deseo es que se me entierre con esta escarapela que se me confiscó.
***
Esto lo he sabido por tradición desde mi bisabuelo que vivió por aquellos tiempos, hasta mi abuelo que solía referirla.
Balandra, un anciano que conocí ya centenario en 1921, me aseguró haber visto el cuerpo de Olaya, pero degollado, sin cabeza, solo el tronco, fue conducido en un pequeño catre de lona de esos que llaman de tijera, a lomo de mula hasta los Chorrillos. Una vez victimado y degollado lo llevaron al rancho humilde donde esperaba la madre, en la más dolorosa expectativa. Allí lo colocaron uniendo la cabeza al resto del cuerpo envuelto en una sábana, y colocado entre dos cirios funerarios, con la escarapela en la mano. Endosaba el hábito franciscano como su padre.
Caía la tarde, y un desfile silencioso en que los más eran parientes y pescadores, avanzó hacia el sitio designado para que lo acogiera piadosamente… Este sitio no se conoce. No quedan señales de él, y los restos de Olaya también se han hundido en el misterio, esperando tal vez más gloriosos días para la patria, para aparecer como reclamando la deuda que aún no se le ha apagado.
El trayecto de Lima a Chorrillos se recorrió en un carro de dos ruedas, tirado por mulas. Detrás iban llorando sus deudos, tristes y mustios, sus amigos y hermanos. Los vecinos arrodillábanse al paso del triste desfile.
***
Tomado de:
EGUIGUREN, Luis Antonio. El mártir pescador José Silverio Olaya y los pupilos del Real Felipe. Lima. 1945. Colección “Nuestros héroes”. Imprenta Torres Aguirre S. A.
Nota: (1) solo se extrajeron, del citado libro, las partes más resaltantes, a juicio del autor, sobre el pescador chorrillano; (2) el orden de la transcripción sigue tal como aparecen los capítulos en la obra, por lo que, algunas veces, las acciones históricas no están ordenadas cronológicamente; (3) se trató de mantener, lo máximo posible, la fidelidad del texto original: mayúsculas, puntuación, entre otros aspectos, salvo casos extremos en los que se adaptaron algunas formas a la ortografía moderna para una mejor lectura; (4) el subrayado, en letras negritas, en todo el texto, es iniciativa de este blog.
10 julio, 2016
✅ DEL BLOG CORTINAS DE HUMO....
dirección en Comentarios.
✅* Retrato de José Olaya es un óleo sobre lienzo obra de José Gil de Castro en Lima en 1828. Es parte de la colección pictórica del Museo Nacional.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario