Por Gustavo Espinoza M. (*)
La Patria de Bolívar aún conoce días convulsos. En Caracas y en el mundo
vibran los cables y los medios de comunicación de todos los países rebotan
noticias en torno a los actos de violencia que dejan ya una dolorosa estela de
muerte y destrucción, y que aún no ha concluido.
Los hechos no han ocurrido por iniciativa del gobierno. No ha sido el
gobierno del Presidente Maduro el que tomó decisiones que generen el clima que
incendia el llano. Ninguna disposición administrativa, ni ley fue dictada, que
explique lo acontecido, salvo aquella que limita las ganancias de los
comerciantes mafiosos estableciendo una relación racional entre compra y venta,
costo y beneficio. Pareciera que, por lo menos en este caso, la tormenta salió
de la nada y se vertebró a partir de un descontento artificialmente montado.
Por eso sus impulsores no enarbolaron programa alguno. Tan solo diatribas y
protestas.
Eso da sustento a la versión del Palacio de Miraflores: esta acción fue
escrupulosamente preparada con claros objetivos sediciosos. No demanda nada.
Tan solo, que caiga el gobierno. Es, entonces casi el grito desesperado de una
oligarquía enloquecida que tiene los días contados. Es el Canto del Cisne de un
segmento mafioso atado a intereses del Imperio. Es el fascismo en acción, que
para algunos ilusos no existe.
En otros países, las cosas ocurren de distinta manera. En el Perú, los
sucesos de Bagua se originaron por la decisión del gobierno de García de
lotizar la selva y entregarla a consorcios imperialistas. Y los de Conga -en
Cajamarca- tuvieron un origen similar: El propio García firmó, horas antes de
concluir su gobierno, la entrega de los yacimientos al consorcio Yanacocha. Y
Humala juzgó su deber “honrar el compromiso” para “no ahuyentar la inversión
foránea”, ni hacer frente a litigio judicial alguno.
En este caso, no. No hubo nada de eso. Los mismos participantes en la
asonada del jueves 13 de febrero aludieron a un presunto “descontento
acumulado” cuando se les requirió que precisaran por qué protestaban. Incluso
los estudiantes -en Venezuela tan susceptibles al activismo social- dijeron que
“no pedían nada”. Tan solo “su derecho a protestar”.
Por eso es fácil deducir que esta acción tuvo impulsores foráneos. No
sólo “foráneos” con relación a Venezuela
-que también los hubo-, sino más bien a los segmentos sociales que asomaron en
las tareas de la movilización y que generaron un clima de confusión y
desconcierto. No fueron ni estudiantes ni obreros, ni campesinos ni empleados
los que tuvieron motivo para pelear.
Quienes actuaron detrás de las acciones en realidad buscaron sumar dos
experiencias: la de Chile, 1973, y la de Caracas, 2002.
En 1973 los enemigos del gobierno de la UP buscaron derrocar a Salvador
Allende y recurrieron a todo lo que tuvieron a mano, desde conflictos sociales
hasta disturbios públicos, pasando por acciones terroristas y provocaciones de
uno y otro signo. Ellos lograron su propósito porque contaban con una “reserva
estratégica” la Fuerza Armada, a la que maniataron y fascistizaron a la
mala. Y porque, además, el gobierno -que no había alcanzado siquiera tres años
de gestión- no pudo crear aún una estructura económica y social capaz de
resistir y revertir una crisis tan profunda como la que generaron los grandes
empresarios del país y del exterior.
De por medio -se recuerda- estuvo el desabastecimiento, la quiebra de
las empresas, el despido masivo de trabajadores, la inflación galopante; y, al
unísono, las provocaciones aviesas como el asesinato del general Schneider que
fue adjudicada en su momento a un inexistente grupo de seudo izquierda, la VOP,
una supuesta “Vanguardia Organizada del Pueblo”.
El pueblo -el heroico pueblo de Chile y sus destacamentos más avanzados-
pudo hacer resistencia al fascismo. Y de hecho, la hizo, pero no estuvo en
posibilidad de enfrentar sus acciones sediciosas ni quebrar sus conjuras. Por
eso, fue derrotado, y la negra noche de la muerte introdujo sus garras bajo el
diáfano cielo del Mapocho.
Hoy se sabe que fue la Agencia Central de Inteligencia de los Estados
Unidos la que movió hilos y puso los recursos para el “éxito” de esa
empresa. Esto deben tenerlo presente aquellos que sonríen desdeñosos cuando se
les habla de la CIA, como si ella fuera apenas el espectro de un pasado
vencido.
La otra experiencia es más reciente. Y ocurrió en Caracas, contra Hugo
Chávez, entre el 11 y el 13 de abril del 2002. Fue un Golpe de Estado ejecutado
por algunos mandos castrenses, los empresarios de Fedecámaras, los Partidos de
la Gran Burguesía y ciertos propietarios de medios de comunicación. Ellos
alentaron “marchas de protesta” como las del 12 de febrero, y usaron a la gente
como carne de cañón para obtener dividendos.
Los golpistas hicieron uso de armas de guerra, atacaron a balazos
poblaciones indefensas, mataron a “chavistas” porque esa era -lo dijeron- su
manera de “hacer patria” y gritaron a viva voz que “no querían ser
Cuba”. Antes y después, fueron a elecciones y salieron derrotados.
Perdieron 19 de los 20 procesos que tuvieron lugar en los últimos 15 años en
Venezuela. Entonces dijeron como Odilón Barret: “La legalidad, nos mata”
y se empeñaron en la conjura sediciosa. La embajada yanqui, estuvo detrás de
todo. Kissinger lo supo. Todo está documentado.
Los golpistas del 2002 fracasaron por dos razones: por el coraje de
Chávez y por la fuerza del pueblo, que se movilizó de inmediato, y doblegó a
los insurrectos. Aquí, los medios que celebraron el 12 y 13 de abril “la caída
de Chávez”, tuvieron que tragarse el sapo.
Lo nuevo hoy es que, como se saben vencidos en Venezuela, buscan
“internacionalizar el conflicto”. Piensan en Siria y en Ucrania. Y creen que
podrán llamar atención del mundo hasta provocar un colapso mayor. Un Senador
yanqui -John Mac Cain- pidió ya a Obama una intervención militar en
Venezuela requiriendo para ese efecto un acuerdo con Colombia, Perú y Chile, es
decir la Alianza del Pacífico en acción. Patricia Poleo -la niña mimada
de “nuestros” medios periodísticos; recoge firmas para una carta a la Casa
Blanca pidiendo su intervención. Para la oligarquía venezolana, -como para la
gusanera cubana- los Infantes de Marina constituyen su última esperanza,
o su más tierna ilusión. Para que ellos lleguen a las costas de Venezuela se
requiere apenas afirmar la idea de “una guerra civil” y un “gobierno”
que pida mediación extranjera. La consecuencia, como la plata de García, viene
sola.
En verdad, se trata de expandir la violencia hasta que alcance niveles
incontrolados. Y, a partir de allí, hablar de un “peligro continental” y
desatar una guerra que no tiene más propósito que apoderarse del petróleo de la
Franja del Orinoco. Total, ese combustible podría estar en cinco días en
puertos USA, y no en dos meses, como ocurre ahora, que viene de Irak.
Para ese propósito requieren mover todo en nuestros países. Eso explica
la brutal ofensiva mediática contra Caracas. “Dictador”, le dicen a
Maduro, cuando debieran comenzar por admitir que -les guste, o no- es un Presidente
electo por votación popular. Y mienten con descomunal desvergüenza:
publican y difunden fotos de otros países y de otros tiempos, diciendo que son
de la Venezuela de hoy. Y ocultan que. entre los muertos de estos días, hay
jóvenes de los colectivos chavistas, asesinados por grupos armados de la
reacción. Y eso explica también la extrema presión que ejercen sobre los
gobiernos de la región -incluido naturalmente el gobierno peruano- a quienes
les “exigen” que se enfrenten a las autoridades de Caracas y las desconozcan.
Y a esa grita se suman los integrantes del cogollo alanista y algunos
otros de distintos colectivos, que buscan colocarse a la sombra del imperio
porque bajo ella se sienten más bien cómodos. De del Castillo hasta Keiko,
pasando por Lourdes Flores; hasta una pintoresca “segundilla” deslucida que
quiere pescar a río revuelto en busca de lo que Marcel Proust llamaba el tiempo
perdido.
Para ellos el tema de Venezuela es el pan del día. Porque miran no ya lo
que ocurre en Caracas donde nada tienen que hacer; sino en América Latina,
aunque en esa cancha, ya tienen varios goles en contra. Sueñan con cambiar las
cosas, quebrando resistencias a partir de la presión yanqui. Y claro, no faltan
gentes mediatizadas que se doblegan, ni funcionarios que aspiran a nadar entre
dos aguas o desplazarse entre las gotas de la lluvia, sin mojarse.
A ellos les exigen más: que se definan, lo hacen con un doble propósito:
quebrarlos moralmente, y mostrarlos vencidos. Es decir, doblegarlos y
humillarlos para que sirvan de escarmiento a los demás. ¡No dan puntada sin
nudo! Y es que en Venezuela, también se juega nuestra suerte.
Recuerden que en Venezuela no hay una guerra “entre chavistas y
antichavistas”. Es la lucha de clases en su máximo nivel, la que se
expresa. Ante ella, hay que ubicarse “sin reservas cobardes”, como decía
Mariátegui
(*) Del Colectivo de
Dirección de Nuestra Bandera
de: Gustavo Espinoza Montesinos
guesmon_1941@yahoo.com.pe
responder a: Gustavo Espinoza Montesinos
<guesmon_1941@yahoo.com.pe>
para: "ipp60@hotmail.com"
<ipp60@hotmail.com>, (…)
fecha: 20 de febrero de 2014, 11:04
asunto: Rv: PERU. EN VENEZUELA, SE JUEGA
NUESTRA SUERTE
firmado por: yahoo.com.pe
Nota.-
Cuando
Maduro logró la presidencia en las elecciones pasadas, de inmediato con
Capriles la oposición rechazó el proceso electoral. En alrededor de 20
confrontaciones electorales, el sistema electoral venezolano ha mostrado y
demostrado que la posibilidad de fraude oficial es nula. Pero se pasó al
reconteo de votos, y el resultado confirmó la elección. Se elige así sea por un
voto a favor. Por eso surgió López en su reemplazo.
¿Por
qué se opone EUA al gobierno venezolano? Porque, exteriormente sigue haciendo
propaganda al Socialismo Siglo XXI, y va pasando a los hechos al vertebrar ALBA,
CELAC, UNASUR, para reemplazar a la OEA, TIAR, CEPAL. Y porque, internamente,
está distribuyendo la renta petrolera entre la población.
EUA
está ensayando dos métodos. El directo, con sus ocho bases en Colombia y su IV
Flota “vigilando” Nuestra América Nativa. Pero este método sufre agotamiento, tras
su agresión a Iraq y Libia seguida de su inocultable fracaso en Siria.
El
otro método lo está ensayando en Venezuela (y Ucrania), usando mil y un
pretextos “pacíficos” y el principal ahora: “protestar porque hay derecho a
protestar” ¡Así de simple!”, pero que esconde toda una planeación que ni los
nazis la imaginaron.
Por
eso, es muy cierto que en Venezuela se
juega nuestra suerte.