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TEMAS DEL BICENTENARIO (01)
UN DISCURSO Y UNA TESIS DE MARIÁTEGUI
(12 de setiembre de 2020)
Presentación de Miguel Aragón
Nos encontramos en los inicios de la conmemoración del bicentenario de la revolución de la independencia, evento que nuestro pueblo lo desarrollará durante el quinquenio 1920-1924.
Para participar activamente, en esta lucha “entre dos concepciones y dos caminos”, es necesario documentarnos para fortalecer nuestra conciencia y potenciar nuestra acción práctica.
En esta primera entrega, publicamos dos textos de Mariátegui.
1.- El primer texto es el “Discurso de Mariátegui en el III Congreso Indígena”, del 29 de agosto de 1923. En ese trascendental discurso, Mariátegui afirmó “la revolución de la independencia fue una revolución criolla, política, no social”.
De esa manera tan clara, definió con precisión el carácter de la revolución de la independencia (revolución política), y el camino que tiene trazado el pueblo peruano (revolución social).
2.- El segundo texto es “Tesis sobre la situación económica”, escrito en mayo de 1929, como tesis adjunta a la “propuesta de Programa del Partido Socialista del Perú”.
En esa tesis, Mariátegui afirmó: “Un formal capitalismo está ya establecido. Aunque no se ha logrado aún la liquidación de
la feudalidad y nuestra incipiente y mediocre burguesía se muestra
incapaz de realizarla, el Perú está en un periodo de crecimiento
capitalista”.
Acertada conclusión, que muchos intelectuales continúan negando, y por eso mismo no llegan a comprender las acciones tácticas propuestas y desarrolladas por Mariátegui.
En
esa tesis, Mariátegui también afirmó “es muy posible que el destino del
socialismo en el Perú sea en parte el de realizar, según el ritmo
histórico a que se acompase, ciertas tareas teóricamente capitalistas”.
Otra acertada conclusión que continúa plenamente
vigente, y que algunos intelectuales nacionalistas se niegan a
reconocer. Mariátegui, a diferencia de Ravines y de Haya, nunca propuso una “revolución
antiimperialista” o de “liberación nacional”. Mariátegui, después de
interpretar a profundidad la evolución de la realidad peruana, llegó a la conclusión que, la revolución que se estaba desarrollando en Perú era una revolución socialista, revolución en dos etapas. En su primera etapa, tenemos
que continuar luchando por cumplir tareas democráticas pendientes
(revisar punto 5° de los Principios Programáticos), y en la segunda
etapa tareas propiamente socialistas (revisar punto 8° de los Principios
Programáticos), con lo cual, a su vez, deslindó con algunos
“doctrinarios” superficiales.
Más
adelante, continuaremos publicando otros textos seleccionados, sobre la
pasada revolución de la independencia, y sobre la presente revolución
social.
DISCURSO DE MARIÁTEGUI EN EL III CONGRESO INDÍGENA
(29 de agosto de 1923) (*)
Por José Carlos Mariátegui
El instante es de transformación mundial. También la raza indígena se despereza. Hay que ayudarla a comprender su problema y encontrar su camino.
No
pretendo definir en esta noche el problema indígena que es nuestro
problema nacional. Es el problema de las cuatro quintas partes de los
trabajadores de la tierra. No se concibe sin su liberación la de los
trabajadores de la costa.
El indio no es siquiera
un proletario; es un siervo. La independencia fue una revolución
criolla, política, no social. El régimen republicano no ha sido sino un
régimen de predominio del criollo capitalista sobre el indio.
La
conquista despojó al indio de sus tierras, pero le dejó una parte de
ellas. Le impuso servidumbres, que también la república le ha impuesto.
La república, además, le ha privado poco a poco de sus tierras. Ha
empobrecido, aniquilado poco a poco a los trabajadores. Los gamonales
son señores feudales. Se ha llegado a concebir tesis feroces: la tesis
de que es posible aniquilar la raza india. Se ha dicho que el indio es
improductivo, siendo así que el indio no produce más porque lo cohíbe el
temor de ser despojado. Análogo proceso fue el de México [revolución
mexicana iniciada en 1910], ahí produjo finalmente la revolución
indígena destinada a dar tierras a todos los que no las tenían. Del
fondo del mal brota el bien. La civilización que une los centros
poblados, que abrevia las distancias, aproxima al indio, lo pone en
contacto, crea la posibilidad de su organización. El congreso indígena
es un ejemplo [Mariátegui se refiere al III Congreso Indígena, que en
ese momento, entre fines de agosto y setiembre de 1923, se estaba
desarrollando en Lima].
Maduran
las circunstancias históricas necesarias para que esta raza se libere.
Su liberación será obra de ella misma. Así como la voz de un hindú
[Gandhi] alza y resucita a la raza india así será la voz de un quechua
la que saque de su letargo a la raza quechua. Pero la cuestión
[indígena] no es toda nuestra cuestión nacional. Queda fuera de ella una
cuestión que importa a una quinta parte de la población peruana: la del
proletariado de la costa. La unión entre unos y otros es necesaria.
Cumplid
vuestra misión, indígenas, despertando a vuestros hermanos. Algunos
creen que esta raza ha muerto. Una raza no muere jamás. Puede caer en
colapso, en sopor, para despertarse después; pero no puede morir.
Mientras haya cinco millones de indios, la raza estará viva.
(*) Nota informativa de Miguel Aragón (29 de agosto de 2020).-
Entre el 29 de agosto, y mediados de setiembre del año 1923,
se realizó el III Congreso Indígena, en el local de la “Federación de
Estudiantes del Perú” (actual local del Museo de Arte de Lima, ubicado
en el Paseo Colón).
Asistieron
numerosas delegaciones de representantes indígenas de todo el país.
Entre el público estuvieron presentes dos intelectuales identificados
con la causa indígena: José Carlos Mariátegui y Pedro Zulen.
Mariátegui
preparó estas notas para su Discurso de saludo al congreso indígena.
Este texto permaneció inédito durante 74 años. Por primera vez, recién
se publicó en la revista “Anuario Mariateguiano” N° 09, correspondiente
al año 1997. En los apuntes dejados por Mariátegui aparece el título
general “NOTAS DE TRES DISCURSOS O CHARLAS. 1.-Sobre el Indio, 2.-La
Universidad Popular y el dogma, 3.- Deber de la juventud contemporánea”.
Por
el contenido del texto, yo he deducido que estas notas fueron para
saludar personalmente el desarrollo del congreso. Mariátegui utilizó
varios términos coloquiales, como “no pretendo definir en esta noche”,
“El congreso indígena es un ejemplo”, “Cumplid vuestra misión,
indígenas, despertando a vuestros hermanos”.
Ahora, que estamos en vísperas del bicentenario
de la revolución de la independencia, es necesario conocer la opinión
de Mariátegui sobre ese hecho histórico, y deslindar con los errores y
las groseras tergiversaciones.
Por
un lado, para los intelectuales tradicionalistas la independencia fue
“una revolución política y a la vez social”; y por otro lado, para
algunos “doctrinarios de izquierda”, lo ocurrido hace 200 años “no
significó una revolución” y no debe ser motivo de recordación.
Por
el contrario, para Mariátegui, y para los socialistas peruanos que
seguimos su camino, “La independencia fue una revolución criolla,
política, no social”.
En
el desarrollo del congreso, Mariátegui se vinculó y conoció a varios
dirigentes indígenas, entre ellos Ezequiel Urviola, quien comenzó a
visitar a Mariátegui y sostener largas conversaciones sobre las
condiciones de trabajo y de vida de la población indígena, Urviola murió
al comenzar el año 1925, en el mismo día que murió Pedro Zulen (revisar Peruanicemos al Perú, pp. 47).
TESIS SOBRE LA SITUACION ECONOMICA
Respuestas al Cuestionario N° 4 del
SEMINARIO DE CULTURA PERUANA
(Mayo de 1929)
Por José Carlos Mariátegui
Mi respuesta a algunas de estas preguntas está en 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana.
Y trato las cuestiones netamente políticas en un libro, en el cual
trabajo en la actualidad y que aparecerá, dentro de pocos meses, en las
ediciones de “Historia Nueva” de Madrid. Creo que las encuestas de
seminario no son realmente útiles sino cuando se proponen
investigaciones concretas, precisas, de datos y hechos. Los temas
generales no pueden ser abordados eficazmente en unas pocas cuartillas
por grande que sea el poder de síntesis del estudio. Me voy a limitar a
algunas proposiciones esquemáticas, cuya ilustración encontrará el
“Seminario de Cultura Peruana” en los estudios indicados.
I. ¿Cuáles son las manifestaciones de la supervivencia de la feudalidad?
-- La supervivencia de la feudalidad no debe ser buscada, ciertamente, en la subsistencia de instituciones
y formas políticas o jurídicas del orden feudal. Formalmente el Perú es
un estado republicano y demoburgués. La feudalidad o semi-feudalidad
supervive en la estructura de nuestra economía agraria. Y, por ser el
Perú un país principalmente agrícola, las condiciones de su economía
agraria, en las que todavía es visible la herencia colonial, se reflejan
de modo decisivo en su práctica e instituciones políticas. No
ocurriría, por cierto, lo mismo, si la industria, el comercio, la urbe
fueran más fuertes que la agricultura. El latifundismo no es la sola
prueba de la feudalidad o semifeudalidad agraria. En la sierra, tenemos
la prueba concluyente de su típica expresión económica: la
servidumbre. En las relaciones de la producción y el trabajo, el
salariado señala el tránsito al capitalismo. No hay régimen capitalista
propiamente dicho allí donde no hay, en el trabajo, régimen de salario.
La concentración capitalista crea también, con la absorción de la
pequeña propiedad por las grandes empresas, su latifundismo. Pero en el
latifundio capitalista, explotado conforme a un principio de
productividad y no de rentabilidad, rige el salariado, hecho que lo
diferencia fundamentalmente del latifundio feudal. El
estudio y la clasificación de las formas, de las variaciones de
servidumbre; he ahí el tema de una encuesta posible y práctica. El valor
de la hacienda de la sierra no depende de nada tanto como de su
población, de sus fuerzas de trabajo propias. El latifundista dispone de
las masas campesinas porque dispone de la tierra. El instrumento
capital es ínfimo. El bracero que recibe un magro pedazo de tierra, con
la obligación de trabajar en las tierras del señor, sin otra paga, no es
otra cosa que un siervo. ¿Y no subsiste acaso la servidumbre en la
cruda y característica forma del “pongazgo”? Ninguna ley autoriza,
ciertamente, la servidumbre. Pero la servidumbre está ahí evidente,
viva, casi intacta. Se han abolido muchas veces los servicios gratuitos;
pero los servicios gratuitos subsisten, porque no se ha abolido,
económicamente, la feudalidad. El señor Luís Carranza, propugnaba una
medida capitalista que, estrictamente aplicada, habría arruinado el
gamonalismo feudal: la fijación de un salario mínimo de un sol para las
haciendas de la sierra. El latifundista no habría podido aceptar esta
medida. Si el Estado se la hubiese impuesto, el latifundista se habría
rebelado reivindicando su derecho absoluto de propietario. Los indios
sin tierras se habrían visto conminados por la amenaza del hambre, a
ocupar por la fuerza los latifundios. Habríamos tenido nuestra
revolución agraria. Todo esto en el plano de la hipótesis. Porque en el
de la historia, ¿cuál de los gobiernos que se han sucedido en este siglo
de República, se habría sentido bastante fuerte para atacar tan
resueltamente al gamonalismo?
En
las haciendas de la costa, rige el salariado. Por la técnica de la
producción y por el régimen de trabajo, nuestras haciendas de azúcar y
algodón, son empresas capitalistas. Pero el hacendado no se siente menos
absoluto en su dominio. Dentro de su feudo cobra arbitrios, controla y
regula el comercio, gobierna la vida colectiva. La población del
latifundio carece de3 derechos civiles. No compone socialmente un
pueblo, una comunidad, sino la peonada de la hacienda. La obediencia a
las leyes y autoridades del Estado está subordinada totalmente a la
voluntad del hacendado. Los trabajadores no tienen el derecho de
organizarse como ciudadanos en comunas o municipios; menos aun tienen el
derecho de organizarse como proletarios en sindicatos de empresa o de
valle. La autoridad estatal llega apenas al latifundio. El latifundista
conserva el espíritu del “encomendero”. Preservando a sus masas
campesinas de toda contaminación de doctrinas y reivindicaciones
proletarias, cuida a su modo de la salud de las almas; traficando con su
abastecimiento por medio de tambos y contratistas, cuida a su modo de
la salud de los cuerpos. El “yanaconazgo” y el “enganche” conservan
también, en las haciendas de la costa, cierto carácter de rezagos
feudales.
II.- ¿Históricamente, no es posible el establecimiento de un formal capitalismo?
Un formal capitalismo está ya establecido. Aunque no se ha logrado aún la liquidación de
la feudalidad y nuestra incipiente y mediocre burguesía se muestra
incapaz de realizarla, el Perú está en un periodo de crecimiento
capitalista.
El
Perú era, al emanciparse políticamente de España, un país de economía
agraria feudal. Su minería, a la que debía su prestigio de riqueza
fabulosa, se encontraba en crisis. Los españoles habían dedicado su
mayor esfuerzo a la explotación de las minas; pero incapaces de
organizarla técnica y financieramente en forma que asegurara su
desarrollo, dejaron extinguirse los centros productores que, por razones
geográficas, cesaban de ser los más fácil y ventajosamente explotables.
La enorme distancia que separaba al Perú de los mercados europeos
dificultaba la exportación de otros productos peruanos al Viejo
Continente. Inglaterra, sin embargo, había tomado ya en el Perú sus
primeras posiciones comerciales y financieras. En Londres había colocado
la República sus primeros empréstitos. Los comienzos de la república
transcurrieron en medio de la estrechez fiscal. La explotación de los
yacimientos de guano y salitre del litoral sur abrió de pronto, a
mediados de siglo, una era de abundancia. El Estado empezó a disponer de
cuantiosos recursos. Pero no supo administrar su hacienda con
prudencia: se sintió rico, comprometió su crédito, recurrió sin medida a
los empréstitos, vivió en el desorden y el derroche. La explotación del
guano y del salitre enriquecía, en tanto, a un número de especuladores y
contratistas, salidos en parte de la antigua casta colonial. Ésta se
transformaba, por la agregación de no pocos nuevos ricos, en burguesía
capitalista. La guerra del Pacífico, en la que el Perú perdió los
territorios del salitre, codiciados por Chile, sorprendió al país
cuando, abrumado por el servicio de su deuda pública, que había
intentado regularizar el contrato con Dreyfus, entregando a una firma
francesa la exportación de dichos preciados productos, la hacienda
pública se encontraba en crisis.
Con
la guerra, la economía del Perú cayó en profunda postración. Los
recursos fiscales quedaron reducidos al escaso rendimiento de las
aduanas y de los impuestos al consumo. El servicio de la deuda pública
no podía ser atendido en lo absoluto; el crédito del estado estaba
anulado por las consecuencias de esta bancarrota. La deuda extranjera se
encontraba en su mayor parte en poder de tenedores ingleses que
entraron en negociaciones con el gobierno, a fin de obtener un arreglo.
Se llegó, después de estas negociaciones, al contrato Grace, que
entregaba a una compañía constituida por los tenedores de la deuda
peruana, la Peruvian Corporation, la explotación de los ferrocarriles
del Estado y del guano de las islas. El fisco se comprometía así mismo a
iniciar el servicio anual de la deuda en armadas que fueron fijadas en
un arreglo posterior en 80.000 libras esterlinas.
En
este periodo, comenzó a adquirir importancia la producción de azúcar,
en los valles cálidos de la costa, que desde antes de la guerra habíase
mostrado susceptible de desenvolvimiento. El Perú tenía en Chile y
Bolivia seguros mercados de su producción azucarera; y encontraba para
el sobrante colocación ventajosa en Inglaterra.
La
Peruvian Corporation, en cumplimiento de su contrato, concluyó las
líneas del Centro, primero, y del Sur, después, favoreciendo la primera
la explotación de las minas del departamento de Junín. La minería cobró
de nuevo importancia. Se estableció en el Cerro de Pasco y Morococha
(los dos principales centros mineros del departamento de Junín) una
compañía americana, la Cerro de Pasco Mining Company, convertida más
tarde en Cerro de Pasco Copper Corporation. Con el
establecimiento de esta compañía y el de la compañía petrolera,
dependiente de la Estándar, propietaria de los yacimientos de Negritos,
en el Norte, se inicia la penetración en gran escala del capitalismo
yanqui, estrechamente vinculado, en sus primeras etapas, a la actividad
del capitalismo inglés, dominante en la economía del Perú, a través de
la Peruvian Corporation y de las principales casas de exportación e
importación.
En
los primeros lustros del siglo actual, se clasifican como los
principales productos de exportación del Perú: el azúcar, el algodón
(cuyo cultivo se extiende, al estímulo de los buenos precios, en las
haciendas de la costa), el cobre y otros minerales, el petróleo, las
lanas. El caucho tuvo su período de prosperidad a principios del siglo,
antes de que los ingleses desarrollaran en sus colonias el cultivo de
este árbol; pero, extraído de regiones boscosas difícilmente accesibles,
el caucho peruano se vio pronto en la imposibilidad de competir con el
caucho de las plantaciones coloniales inglesas. El petróleo, en cambio,
siguió una línea ascendente. La International Petroleum Company,
principal productora, filial de la Standard, tuvo un conflicto con el
Estado, a consecuencia de la contribución pagada por los yacimientos de
La Brea y Pariñas, irregularmente inscritos, desde remoto tiempo, con un
número de “pertenencias” muy inferior al real. Esta empresa debía haber
pagado al fisco una suma enormemente mayor a la que, gracias a esta
irregularidad, satisfacía, pero, con la amenaza de suspender el trabajo y
con la colaboración de gobernantes y legisladores, realizó una
transacción favorable a sus intereses.
La
guerra europea hizo pasar al capitalismo peruano de la moratoria y la
emisión de billetes bancarios, recibida con alguna resistencia por el
recuerdo poco grato del billete fiscal, a la capitalización y las
sobreutilidades. Pero la burguesía nacional que, constituida a base de
una aristocracia inclinad al ocio y dominada por los prejuicios, ha
carecido siempre de un verdadero espíritu capitalista, desperdició esta
oportunidad de emplear inesperados recursos en asegurarse, frente a los
prestamistas y habilitadores extranjeros, una situación más
independiente, y frente a las eventuales depresiones de los precios de
los productos de exportación, una posición más segura y estable. Se
imaginó que las sobreutilidades no se acabarían y que los precios del
algodón y del azúcar se mantendrían indefinidamente altos. Las tierras
de cultivo de la costa se cotizaban a altos precios, los hacendados
extendían sin previsión sus cultivos; el lujo y el dispendio consumían
una parte de las sobreutilidades. Cuando los precios del algodón y el
azúcar, después de la guerra, cayeron bruscamente, los hacendados de la
costa se vieron en la imposibilidad de hacer frente a los créditos que
habían contraído ensanchando incontroladamente sus cultivos y
cuadruplicando sus gastos. Un gran número de ellos quedó, desde
entonces, en manos de sus acreedores: las casas exportadoras que
financian nuestra agricultura costeña y que le imprimen, regulando su
producción según las necesidades de los mercados europeos y
norteamericanos, una fisonomía característicamente colonial. Muchas
haciendas de la costa han pasado a ser propiedad de las grandes firmas
exportadoras: Grace, Duncan Fox, etc.; no pocos latifundistas han
quedado reducidos a la condición de administradores o fiduciarios de
éstas. En el valle de Chicama se ha producido un proceso de absorción de
las negociaciones nacionales agrícolas –y aun del comercio de la ciudad
de Trujillo — por la poderosa empresa azucarera alemana, propietaria de
las tierras y central de “Casa Grande”. Esta empresa dispone de un
puerto propio, Puerto Chicama, donde cargan y descargan los barcos
destinados a sus importaciones y exportaciones.
La
explotación de las minas de cobre y plata y otros minerales y de los
yacimientos petrolíferos ha crecido enormemente. El petróleo se ha
convertido en el principal producto de exportación del Perú. Se anuncia
el establecimiento en el departamento de Junín de una nueva empresa
norteamericana. La Cerro de Pasco Copper Corporation, propietaria de la
central de La Oroya y de las minas de Carro de Pasco, Morococha y
Goyllarisquisga, se encuentra en condición tan próspera por el alto
precio del cobre, que ha acordado últimamente a sus obreros y empleados
un 10% de aumento de sus salarios y sueldos, que durarán mientras el
cobre se mantenga en el mercado de New York en su actual cotización.
Pero las utilidades del cobre y el petróleo enriquecen a compañías extranjeras,
no dejándose en el país sino la parte correspondiente a los impuestos
fiscales. En Talara, la International Petroleum Company, dueña del
puerto y barcos propios importa de Norteamérica lo necesario para el
consumo de la población que trabaja en la región petrolera, sin
exceptuar comestibles. Toda la vida económica de la región se encuentra
en manos de la empresa y no impulsa, por tanto, el desenvolvimiento de
las regiones agrícolas vecinas.
La
industria es todavía muy pequeña en el Perú. Sus posibilidades de
desarrollo están limitadas por la situación, estructura y carácter de la
economía nacional, pero las limita más aun la dependencia de la vida
económica a los intereses del capitalismo extranjero. Las firmas
importadoras son, en muchos casos, las propietarias o accionistas de las
fábricas nacionales. Lógicamente, no les interesa sino la existencia de
aquella industria que razones de arancel, materias primas o mano de
obra aconsejan; tienden, en general, a conservar al Perú como mercado
consumidor de la manufactura extranjera y productor de materias brutas.
La
política de empréstitos permite al Estado atenuar los efectos de esta
situación en la economía general. Los empréstitos se aplican a la
ejecución de algunos trabajos públicos, que evitan un estado de sensible
desocupación, al sostenimiento de una numerosa burocracia, al
balanceamiento de presupuestos. Los contratos de obras públicas
enriquecen a una numerosa categoría de especuladores, que compensan a la
burguesía nacional de la baja de los latifundistas algodoneros y
azucareros. El eje de nuestro capitalismo comienza a ser, en virtud de
este proceso, la burguesía mercantil. La aristocracia latifundista sufre
un visible desplazamiento.
La
Peruvian Corporation obtuvo últimamente del gobierno un contrato que le
entrega definitivamente los ferrocarriles que tenía en administración.
El fisco ha quedado, en cambio, exonerado de las armadas de 80,000
esterlinas anuales que aún le falta cubrir, y ha recuperado el guano
(recibiendo además una pequeña indemnización por la diferencia), pero ha
cedido la propiedad de los ferrocarriles, apreciada en 18 000,000 de
libras. Esta ha sido una concesión importante al capitalismo inglés, en
una época de crecientes relaciones y compromisos con el capitalismo
norteamericano.
III. ¿Permite la economía de la costa el establecimiento de formas económicas socialistas?
En
la medida en que es capitalista, la economía de la costa crea las
condiciones de la producción socialista. Los latifundios azucareros y
algodoneros no podrían ser parcelados para dar paso a la pequeña
propiedad –solución liberal y capitalista del problema agrario—sin
perjuicio de su rendimiento y de su mecanismo de empresas orgánicas,
basadas en la industrialización de la agricultura. La gestión colectiva o
estatal de esas empresas es, en cambio, perfectamente posible. No se
objetará que se trata de una agricultura que prospera vigorosamente bajo
la iniciativa y la administración privadas. Ha debido su efímera
prosperidad a las vacas gordas de la guerra. La industria azucarera se
confiesa casi en quiebra. No cree poder afrontar su crisis sin los
subsidios del Estado. Hoy mismo, con caracteres de actualidad urgente y
concreta, se plantea, así, la cuestión de la nacionalización o
socialización de esta rama de la agricultura. Los azucareros peruanos
han fracasado lamentablemente en la gestión privada de la industria
azucarera peruana. Las más grandes compañías azucareras no son ya
nacionales.
IV. No permitiendo la estructura económica la formación de un proletariado con orientación clasista, ¿no es posible el resurgimiento de una etapa económica liberal?
Estos
problemas no se resuelven en la teoría sino en la práctica. ¿Qué
posible etapa liberal prevé la pregunta? Si como etapa liberal se
entiende la etapa capitalista, estamos asistiendo ya a su desarrollo. No
espera el acuerdo de los investigadores. Política capitalista es la
política de irrigación, hasta por su conflicto con los intereses de los
grandes terratenientes azucareros y civilistas. Sutton representa el
avance capitalista, con su demagogia y sus arrestos. Es probable que, en
la historia del Perú, su significación llegue a ser análoga a la de
Meiggs. Si como política liberal se entiende una que asegúrasela
legalidad en las relaciones entre el capital y el trabajo y la autoridad
del Estado en la campiña hoy feudalizada, garantizando a las masas
trabajadoras sus derechos de asociación y cultura, es evidente que esa
política conduciría, por vías normales, a la formación de un
proletariado con orientación clasista. La formación de este proletariado
se producirá aun sin un capitalismo que importe, administrativa y
políticamente, liberalismo. El proletariado urbano e industrial, el de
los transportes, etc., no puede dejar de darse cuenta de
sus deberes de solidaridad con el campesinado de las haciendas, a pesar
de todas las murallas , como ha penetrado hasta ahora. Más fácilmente de
cómo ha penetrado hasta ahora, desde que el tráfico automovilístico
abre una vía al contacto entre la hacienda y la ciudad. ¿Y acaso el
proletariado de las haciendas no ha luchado muchas veces por sus
reivindicaciones económicas? Basta recordar las huelgas de Chicama, que
se cuentan entre las más importantes manifestaciones de la lucha
clasista en el Perú, para convencerse de que el proletariado campesino,
sin organización y orientación clasista, tiene antecedentes de combate.
V. ¿Sobre qué bases y con qué elementos sociales debería implantarse el régimen capitalista?
VI. ¿Qué características distinguirían el movimiento capitalista?
Las preguntas 5 y 6 están contestadas o descartadas por la anterior respuesta.
VII. Cumplida, históricamente, la etapa económica liberal, ¿no adviene fatalmente el socialismo?
El
advenimiento político del socialismo no presupone el cumplimiento
perfecto y exacto de la etapa económica liberal, según un itinerario
universal. Ya he dicho en otra parte (*) que es muy posible que el
destino del socialismo en el Perú sea en parte el de realizar, según el
ritmo histórico a que se acompase, ciertas tareas teóricamente
capitalistas.
Editado por Miguel Aragón
07 de junio de 2013
(*)
La “otra parte”, a la cual se refiere José Carlos Mariátegui, en la
cual había adelantado una propuesta similar, es el Prólogo al libro Tempestad en los Andes (escrito en junio de 1927). A continuación trascribimos dos párrafos, de este prólogo.
DEL PRÓLOGO A TEMPESTAD EN LOS ANDES
El
pensamiento revolucionario, y aún el reformista, no puede ser ya
liberal sino socialista. El socialismo aparece en nuestra historia no
por una razón de azar, de imitación o de moda, como espíritus
superficiales suponen, sino como una fatalidad histórica. Y sucede que
mientras, de un lado, los que profesamos el socialismo propugnamos
lógica y coherentemente la reorganización del país sobre bases
socialistas y –constatando que el régimen económico y político que
combatimos se ha convertido gradualmente en una fuerza de colonización
del país por los capitalismos imperialistas extranjeros—proclamamos que
este es un instante de nuestra historia en que no es posible ser
efectivamente nacionalista y revolucionario sin ser socialista; de otro
lado no existe en el Perú, como no ha existido nunca, una burguesía
progresista, con sentido nacional, que se profeses liberal y democrática
y que inspire su política en los postulados de su doctrina. Con la
excepción única de los elementos tradicionalmente conservadores, no haya
en el Perú quien, con mayor o menor sinceridad, no se atribuya cierta
dosis de socialismo.
Mentes
poco críticas y profundas pueden suponer que la liquidación de la
feudalidad es empresa típica y específicamente liberal y burguesa y que
pretender convertirla en función socialista es torcer románticamente las
leyes de la historia. Este criterio simplista de teóricos de poco
calado, se opone al socialismo sin más argumento que3 el de que el
capitalismo no ha agotado su misión en el Perú. La sorpresa de sus
sustentadores será extraordinaria cuando se enteren que la función del
socialismo en el gobierno de la nación, según la hora y el compás
histórico a que tenga que ajustarse, será en gran parte la de realizar
el capitalismo –vale decir, las posibilidades históricamente vitales
todavía del capitalismo-- en el sentido que convenga a los intereses del
progreso social.