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Solución: PERÚ INTEGRAL
EL PROBLEMA PRIMARIO DEL PERÚ
Antes de que se apaguen
los ecos de la conmemoración de la figura y de la obra de Clorinda Matto de
Turner, antes de que se dispersen los delegados del cuarto congreso de la raza
indígena, dirijamos la mirada al problema fundamental, al problema primario del
Perú. Digamos algo de lo que diría ciertamente Clorinda Matto de Turner si
viviera todavía. Este es el mejor homenaje que podemos rendir los hombres
nuevos, los hombres jóvenes del Perú, a la memoria de esta mujer singular que,
en una época más cómplice y más fría que la nuestra, insurgió noblemente contra
las injusticias y los crímenes de los explotadores de la raza indígena.
La gente criolla, la gente
metropolitana, no ama este rudo tema. Pero su tendencia a ignorarlo, a
olvidarlo, no debe contagiarse. El gesto del avestruz que, amenazado, esconde
bajo el ala la cabeza, es demasiado estólido. Con negarse a ver un problema, no
se consigue que el problema desaparezca. Y el problema de los indios es el
problema de cuatro millones de peruanos. Es el problema de las tres cuartas
partes de la población del Perú. Es el problema de la mayoría. Es el problema
de la nacionalidad. La escasa disposición de nuestra gente a estudiarlo y a
enfocarlo honradamente es un signo de pereza mental y, sobre todo, de insensibilidad
moral.
El virreinato, desde este
punto y otros puntos de vista, aparece menos culpable que la República. Al
Virreinato le corresponde, originalmente, la responsabilidad de la miseria y la
depresión de los indios. Pero, en ese tiempo inquisitorial, una gran voz
humanitaria, una gran voz cristiana, la de fray Bartolomé de las Casas,
defendió vibrantemente a los indios contra los métodos brutales de los
colonizadores. No ha habido en la República un defensor tan eficaz y tan
porfiado de la raza indígena.
Mientras el Virreinato era
un régimen medioeval y extranjero, la República es formalmente un régimen
peruano y liberal. Tiene, por consiguiente, la república deberes que no tenía
el virreinato. A la República le tocaba elevar la condición del indio. Y contrariando
este deber, la República ha pauperizado al indio, ha agravado su depresión y ha
exasperado su miseria. La República ha significado para los indios la ascensión
de una nueva clase dominante que se ha apropiado sistemáticamente de sus
tierras. En una raza de costumbres y de alma agrarias, como la raza indígena,
este despojo ha constituido una causa de disolución material y moral. La tierra
ha sido siempre toda la alegría del indio. El indio ha desposado la tierra.
Siente que “la vida viene de la tierra” y vuelve a la tierra. Por ende, el
indio puede ser indiferente a todo, menos a la posesión de la tierra que sus
manos y su aliento labran y fecundan religiosamente. La feudalidad criolla se
ha comportado, a este respecto, más ávida y más duramente que la feudalidad
española. En general, en el encomendero español había, frecuentemente, algunos
hábitos nobles de señorío. El encomendero criollo tiene todos los defectos del
plebeyo y ninguna de las virtudes del hidalgo. La servidumbre del indio, en
suma, no ha disminuido bajo la República. Todas las revueltas, todas las
tempestades del indio, han sido ahogadas en sangre. A las reivindicaciones
desesperadas del indio les ha sido dada siempre una respuesta marcial. El
silencio de la puna ha guardado luego el trágico secreto de estas respuestas.
La república ha restaurado, en fin, bajo el título de conscripción vial, el
régimen de las mitas. Contra esta restauración no han protestado, naturalmente,
nuestros nacionalistas. Jorge Basadre, un joven escritor de vanguardia, ha sido
uno de los pocos que han sentido el deber de denunciar, en un estudio
moderado y discreto que resulta sin embargo una tremenda requisitoria el
verdadero carácter de la conscripción vial. Los retóricos del nacionalismo no
han imitado su ejemplo.
La República, además, es
responsable de haber aletargado y debilitado las energías de la raza. La
insurrección de Túpac Amaru probó, en las postrimerías del virreinato, que los
indios aún eran capaces de combatir por su libertad. La independencia enervó
esa capacidad. La causa de la redención del indio se convirtió en una
especulación demagógica de algunos caudillos. Los partidos criollos la
inscribieron en su programa. Adormecieron así en los indios la voluntad de
luchar por sus reivindicaciones.
Pero, ampliando la
solución del problema indígena, la República ha aplazado la realización de sus
sueños de progreso. Una política realmente nacional no puede prescindir del
indio, no puede ignorar al indio. El indio es el cimiento de nuestra
nacionalidad en formación. La opresión enemista al indio con la civilidad. Lo
anula, prácticamente, como elemento de progreso. Los que empobrecen y deprimen
al indio, empobrecen y deprimen a la nación. Explotado, befado, embrutecido, no
puede el indio ser un creador de riqueza. Desvalorizarlo, despreciarlo como
hombre equivale a desvalorizarlo, a despreciarlo como productor. Sólo cuando el
indio obtenga para sí el rendimiento de su trabajo, adquirirá la capacidad de
consumidor y productor que la economía de una nación moderna necesita en todos
los individuos. Cuando se habla de la peruanidad, habría que empezar por
investigar si esa peruanidad comprende al indio. Sin el indio no hay peruanidad
posible. Esta verdad debería ser válida, sobre todo, para las personas de
ideología meramente burguesa, demo-liberal y nacionalista. El lema de todo
nacionalismo, a comenzar del nacionalismo de Charles Maurras y “L’Action
Francaise”, dice: “Todo lo que es nacional es nuestro”.
El problema del indio, que
es el problema del Perú, no puede encontrar su solución en una fórmula
abstractamente humanitaria. No puede ser la consecuencia de un movimiento
filantrópico. Los patronatos de caciques y de rábulas son una befa. Las ligas
del tipo de la extinguida Asociación Pro-Indígena son una voz que clama en el
desierto. La Asociación Pro-Indígena no llegó siquiera a convertirse en un
movimiento. Su acción se redujo, gradualmente, a la acción generosa, abnegada,
nobilísima, personal, de Pedro S. Zulen. Como experimento el de la Asociación
Pro-Indígena fue un experimento negativo. Sirvió para contrarrestar, para
medir, la insensibilidad moral de una generación y de una época.
La solución del problema
del indio tiene que ser una solución social. Sus realizadores deben ser los
propios indios. Este concepto conduce a ver en la reunión de los congresos
indígenas un hecho histórico. Los congresos indígenas no representan todavía un
programa; pero representan ya un movimiento. Indican que los indios comienzan a
adquirir consciencia colectiva de su situación. Lo que menos importa del
congreso indígena son sus debates y sus votos. Lo trascendente, lo histórico es
el congreso en sí mismo. El congreso como afirmación de la voluntad de la raza
de formular sus reivindicaciones. A los indios les falta vinculación nacional.
Sus protestas han sido siempre regionales. Esto ha contribuido, en gran parte,
a su abatimiento. Un pueblo de cuatro millones, consciente de su número, no
desespera nunca de su porvenir. Los mismos cuatro millones de hombres, mientras
no son sino una masa inorgánica, una muchedumbre dispersa, son incapaces de
decidir su rumbo histórico. En el Congreso indígena, el indio del norte se ha
encontrado con el indio del centro y con el indio del sur. El indio, en el
congreso, se ha comunicado, además, con los hombres de vanguardia de la
capital. Estos hombres lo tratan como a un hermano. Su acento es nuevo, su
lenguaje es nuevo también. El indio reconoce en ellos, su propia emoción. Su
emoción de sí mismo se ensancha con este contacto. Algo todavía muy vago, todavía
muy confuso, se bosqueja en esta nebulosa humana, que contiene probablemente,
seguramente, los gérmenes del porvenir de la nacionalidad.
José Carlos Mariátegui. 9 de diciembre 1924
COC Tomo 11 pgs. 25-34
Nota.
Escrito posiblemente en
relación con el Centenario de la Batalla de Ayacucho (9 de diciembre 1824)
COLECTIVO
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9 de diciembre 2024