jueves, 29 de julio de 2021

Construcción de Perú Integral SIGNIFICADO HISTÓRICO DEL FENÓMENO CASTILLO Y LAS TAREAS DE LA IZQUIERDA

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Construcción de Perú Integral

 

SIGNIFICADO HISTÓRICO

 

DEL FENÓMENO CASTILLO

 

Y LAS TAREAS DE LA IZQUIERDA

 

KEVIN HUAYHUA

 

El fenómeno Castillo se gestó y se desarrolló en la historia del Perú

El fenómeno social, expresado en la candidatura de Pedro Castillo, que hoy sorprende a toda la sociedad y genera temores y odios incontrolables en las capas altas de la sociedad, se gestó y desarrolló en la historia de nuestra Patria. El año 1968, se inició un proceso de cambios en la sociedad peruana que acabó con los últimos rezagos importantes del feudalismo. A nivel económico-social, las transformaciones fueron una de las más radicales de toda América Latina. También a nivel político, en la medida de que fue desplazada del poder la Vieja Oligarquía y se acabó de manera definitiva con el poder de los gamonales. En esos años, (1968-1975), de alguna manera, llegó al poder político la burguesía emergente; en particular, a través del protagonismo relevante que tuvieron ciertos núcleos de las direcciones de las organizaciones de campesinos que se sumaron al proceso velasquista. Sin embargo, el poder lo ejerció plenamente el militarismo encabezado por el general Juan Velasco Alvarado. El gobierno de Velasco fue progresista, incluso, en el sentido anti-feudal, puede ser considerado revolucionario. Pero, fue un Gobierno sostenido en el militarismo que impulsó una “revolución de arriba hacia abajo”, con la finalidad histórica y política de impedir una revolución popular socialista. El gobierno de Velasco no fue un Gobierno Popular. Durante su mandato se desarrolló una revolución radical contra los rezagos semifeudales; a nivel económico-social -y, en cierto modo, también políticamente- fue tan “radical” que no sólo afectó a los fundos semifeudales, sino implementó un proceso de expropiación de los grandes latifundios capitalistas. Pero, no se desarrolló una revolución popular, ni una revolución social impulsada y realizada por el pueblo. En la superestructura ideológica y política se impuso el militarismo, que fue acompañado por numerosos núcleos y personalidades progresistas, algunos de los cuales eran socialistas o demócratas revolucionarios bien intencionados. El militarismo gobernante, en todo momento, cerró la posibilidad de la participación independiente del pueblo en la sociedad y, más aún, en las alturas del poder del Estado. A pesar del verbo “socialista” que utilizaban los gobernantes, los partidos, y los intelectuales comprometidos con ese proceso, todas las reformas sociales -que, ciertamente, sirvieron al pueblo- estuvieron en los marcos del sistema capitalista. La naturaleza militarista del velasquismo, la forma como dirigió todo el proceso de reformas y, también, los graves errores de ubicación ideológica y política de las fuerzas de izquierda, no permitieron avanzar más. El proceso progresista se interrumpió, abruptamente, con la caída de Juan Velasco Alvarado. Luego se desarrolló la regresión en todos los campos que, finalmente, sirvió para que los grandes capitalistas impusieran su dominación política plena. Después de un proceso progresista avanzado; la regresión histórica, la contrarreforma, la contrarrevolución y la aplicación del neoliberalismo, desde los tiempos de los gobiernos de Morales Bermúdez y de Fernando Belaúnde -que regresó al poder en 1980-, crearon las condiciones objetivas y subjetivas para que la aventura militar de un pequeño grupo radical -la fracción más maoísta y radical del Partido Comunista liderada por Abimael Guzmán- pudiera extenderse y convertirse en una guerra interna que estremeció a la sociedad peruana durante casi 20 años. Las insatisfacciones del proceso velasquista, la regresión social, política e ideológica de los años 80 -con la aplicación del neoliberalismo-; así como el activismo, el voluntarismo y el sectarismo extremo del utopismo irracional y fundamentalista de “Sendero” nos llevó a una guerra sin fin, y sin futuro, de graves consecuencias para el país; en particular, para el proceso de acumulación de las fuerzas populares, de los trabajadores y de las vanguardias de izquierda y socialistas.

Alberto Fujimori puso fin a la guerra a través de un Golpe Militar alentado y encabezado por Montesinos, mediante un Acuerdo de Paz clandestino con los dirigentes de SL, y con la ejecución de una sistemática represión selectiva. Pero, en última instancia, la victoria contra la insurgencia armada de Sendero fue posible porque se intensificó y profundizó la participación de los campesinos en su contra. Contrariamente a lo que se imaginaron los dirigentes de “Sendero”, los campesinos ya estaban libres de todo tipo de ataduras semifeudales, y lo que necesitaban era desarrollarse como campesinos libres. Por este factor social decisivo, los senderistas, inevitablemente, se convirtieron en sus enemigos; incluso, en aquellas zonas que, en algún momento, podían haber tenido algún tipo de expectativas en ellos.

Bonanza económica y frustraciones por las grandes desigualdades sociales

Después que acabó la violencia política de los años 80 y 90 del siglo XX, la sociedad peruana se embriagó con la ilusión de la prosperidad; en particular, durante las dos últimas décadas del presente siglo que fueron signadas por el período de la bonanza económica impulsada por el auge de la exportación de los minerales. Supuestamente, se había iniciado la época de la prosperidad para todos. Esa era la prédica de los apologistas de ese tipo de desarrollo. Con el tiempo, año tras año, se descubrió que todo ese progreso era una falacia para la inmensa mayoría de la población. Las diferencias sociales se fueron descubriendo como muy insoportables e insultantes, tanto desde el punto de vista material como espiritual. Así vivió la sociedad peruana después de haber derrocado el poder de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. Desde el gobierno de Valentín Paniagua, pasando por los gobiernos corruptos de Toledo, Alan García, Humala, PPK, hasta llegar a Vizcarra, se fortaleció la Nueva Oligarquía que sojuzga al pueblo y a nuestra Patria.

El periodo de crisis en las alturas que desnudó a las élites dominantes

En los últimos años, cuando los emergentes que llegaron al Gobierno, como los traidores toledistas y humalistas, cayeron en total desgracia, resurgieron las tendencias más reaccionarias, vinculadas directamente a las élites dominantes, como el movimiento liberal precario de PPK, y el fujimorismo, recuperado bajo el liderazgo de Keiko Fujimori. Revelando que eran tiempos de viraje hacia la derecha y la extrema derecha, en las elecciones del 2016 pasaron a la segunda vuelta dos alternativas que reivindicaban abiertamente al neoliberalismo. Una coyuntura diferente a la de los años 2006 y 2011, en la que el movimiento nacionalista liderado por Ollanta puso en cuestión el statu quo neoliberal que, luego, terminó en una gran traición. Por las pugnas entre estas dos alternativas, el fujimorismo liderado por Keiko y el liberalismo derechista de PPK, por la descalificación mutua, por la subestimación al pueblo y a la capacidad de recuperación de los emergentes, estalló una insalvable “crisis en las alturas”, ya antes de la realización de la segunda vuelta de aquellas elecciones del 2016. Estas circunstancias fueron aprovechadas por las fuerzas democráticas, progresistas y populares que le dieron vida al movimiento democrático Keiko No Va, movimiento que logró lo que parecía imposible: cerrarle el paso al Fujimorismo, haciendo ganar a un hombre, un político y empresario abiertamente liberal derechista como PPK. La lucha de masas del movimiento democrático Keiko No Va fue decisiva para la victoria de PPK en las elecciones generales del 2016; y, también, para impulsar la candidatura de Verónika Mendoza en la primera vuelta. Lo que vino después, fueron años de crisis y de gran inestabilidad política, de ex presidentes acusados, encarcelados -uno fugado, otro suicidado- que terminaron por desnudar a todas las élites políticas y, también, a las clases sociales dominantes.

Pandemia, la crisis total de la sociedad, y la irrupción electoral de Pedro Castillo

Después de todos esos desastres sociales, fuimos afectados por la pandemia que ha ocasionado más muertes, que en la guerra interna de los años 80-90 del siglo XX, y de la guerra con Chile del siglo XIX. Una pandemia que ha provocado graves daños económicos y sociales, aún no calculados completamente, y menos comprendidos en toda su magnitud. Esta pandemia ha empujado al país a la regresión social; pero, de esa “vuelta al pasado”, emergió un fenómeno progresista inesperado. Después de que la sociedad fue brutalmente golpeada por la pandemia, en su base económica, y después de que su superestructura fue desnudada en todas sus precariedades y artificios; estas condiciones materiales y espirituales, que afectó a todas las fuerzas sociales e instituciones, también “jaqueó” al proletariado moderno, la fuerza social más avanzada del desarrollo del capitalismo de los últimos decenios; en ese contexto general, los “campesinos” -mejor dicho sus descendientes-, personificados en Pedro Castillo, irrumpieron en las elecciones y ganaron la primera vuelta. Pedro Castillo y sus seguidores, recorrieron el país como “montoneros” -sin armas-, y, finalmente, llegaron a Lima. Premeditada o casualmente arribaron a la gran ciudad limeña, al centro del poder de la Oligarquía, golpeada y atrapada por la pandemia; utilizando el caballo como símbolo en contra de la modernidad artificial e injusta. Pedro Castillo es un campesino, como él mismo destaca, es un rondero; pero, asimismo, es un profesor con experiencia profesional y sindical. Es un dirigente sindical formado en las complejas y duras luchas de los profesores provincianos. Su “partido”, en realidad, es el magisterio “radical” que se ha desarrollado en los últimos 20 años, como resultado de las contradicciones en el seno del magisterio y en toda la sociedad peruana y que, en estas elecciones, estableció una alianza electoral con el partido Perú Libre de Vladimir Cerrón. Este tipo de profesores, son los que han desempeñado un papel decisivo para su victoria en la primera vuelta, así como para el desborde popular electoral que hoy se desarrolla con tanta vitalidad. Ese es el tipo de campesinos que hoy luchan y dirigen el movimiento popular patriótico de Pedro Castillo. Son los campesinos convertidos en profesores, o en otro tipo de profesionales -o también en típicos burgueses emergentes, en emprendedores-, los que ganaron las elecciones del 6 de junio.

El fenómeno Castillo, el último “episodio” de la revolución del 68

Desde el punto histórico, son los campesinos los que han ganado las elecciones de este año, 2021. Son los campesinos que se movilizaron, en los años 50 y 60, en contra de los últimos bastiones del feudalismo, que fueron liberados definitivamente por el proceso velasquista, que fueron estremecidos por la guerra de “Sendero”, por aquella revolución popular fallida promovida aventureramente por ese partido; y que durante los años del “milagro económico neoliberal” tuvieron una vida muy contradictoria: por un lado, de disfrute, de satisfacciones, de vivir su libertad social; y por el otro, de terribles frustraciones engendradas por los fracasos de sus “emprendimientos” y por las duras condiciones de vida impuestas por las desigualdades sociales generadas por el sistema imperante. Estos campesinos ya libres de todo tipo de ataduras semifeudales -evolucionados como burgueses o pequeñoburgueses emergentes- llegaron al Poder Central, aunque  sea de manera fugaz  y parcial, con Toledo, Humala, y anteriormente con Alberto Fujimori. Más aún: son los que, en los últimos 20 años, han tomado el Poder en casi todas las localidades y regiones del país. Hoy, como un subproducto de la crisis, y del cataclismo social provocado por la pandemia, asumirán el Poder Nacional. No exactamente como en los tiempos de Toledo y Humala. En esta oportunidad, están liderados por Pedro Castillo, un típico hombre del pueblo, alguien que muestra con naturalidad su condición social: es un profesor que no ha dejado de ser campesino. Considerando el desarrollo general de la historia del país, en particular del capitalismo, aparentemente, ya no había espacio para la toma del poder por un hombre como Pedro Castillo. Sin embargo, el “viaje al pasado”, le está permitiendo al Perú “reescribir” su historia. Esta vez, los “campesinos” -quienes, en realidad, ya no son exactamente campesinos- quieren el Poder Central; ya no les basta tener el poder regional y local. La crisis provocada por la pandemia, y las grietas abiertas en la sociedad y en el Estado, le abrió las puertas a Pedro Castillo y a sus “montoneros” para ocupar el lugar que hoy tienen: estar próximos a tomar el Poder político central del actual sistema político. Sin embargo, este acontecimiento, sin precedentes en la historia de nuestro país, no significa que estamos en vísperas de una revolución social. Después de varios decenios, y de varios traumatismos sociales en la historia del Perú, está a punto de cumplirse uno de los “episodios finales” de la revolución burguesa realizada en 1968, iniciada como un proceso histórico más amplio en los años 50 y 60 del siglo XX. En el desarrollo general de la historia, la posibilidad de que Pedro Castillo tome el Poder aparece, en la forma, como un retroceso; pero, en esencia, se trata de un gran paso hacia adelante que si, finalmente, se concreta, despejará de manera más amplia y profunda el camino para la liberación social y nacional más auténtica y completa de los trabajadores y de toda nuestra Patria.

La necesidad histórica de un Gobierno Democrático Popular Patriótico.

Después de todo el desarrollo histórico de nuestra patria, a pesar de la magnitud del desborde popular electoral, la victoria de Pedro Castillo no significaría que se instauraría un Gobierno Popular, menos aún un Gobierno Revolucionario que conduzca hacia una “supuesta” nueva sociedad, radicalmente diferente a la capitalista. Luego de la victoria, quedará más claro qué tipo de Gobierno Progresista podría instaurarse en el momento actual. Solo podría ser un Gobierno Progresista, de carácter democrático popular y patriótico. Es decir un Gobierno que, manteniéndose íntimamente vinculado al pueblo al que represente y defienda, tenga un carácter amplio en su convocatoria a todas las fuerzas democráticas y patrióticas, entre las cuales también deben tener un nivel de participación los sectores sensatos de la burguesía emergente y de la gran burguesía. Por las condiciones históricas y políticas en las cuales está surgiendo, este Gobierno tendría que implementar las reformas más avanzadas de la sociedad y del Estado; desarrollando para ello una variedad de compromisos que le permita ganar la mayor cantidad de aliados y aislar a las fuerzas retrógradas que son enemigas de las transformaciones. De ninguna manera podría ser una repetición del Gobierno del traidor Humala, quien luego de haber encabezado -con ayuda de la mayor parte de la izquierda- un movimiento nacionalista, progresista, anti neoliberal, terminó traicionando, vendiéndose a los intereses de la Nueva Oligarquía. Pero, tampoco puede enrumbarse por el camino de la aventura, de intentar impulsar un proceso “popular” “revolucionario” o “cuasi revolucionario” de transformación “radical” de la sociedad y el Estado. No. Tendría que impulsar reformas en toda la sociedad y el Estado, siguiendo un camino pacífico y estableciendo las alianzas más amplias. Y no sólo ello. Para implementar las grandes reformas sociales tendría que tomar muy en cuenta las condiciones objetivas y subjetivas en la que se encuentra toda la población y, naturalmente, de manera particular el pueblo. En los llamados primeros 100 días, en la aplicación de un Plan de Emergencia, la tarea más importante del eventual Gobierno Progresista sería enfrentar con decisión la pandemia, movilizando, para cumplirla con éxito, toda la capacidad operativa del  Estado y de la sociedad. Lo más urgente, culminar la vacunación de toda la población adulta y, al mismo tiempo, tomar medidas para fortalecer la atención en los grandes hospitales e iniciar la reconstrucción de la atención en el Primer Nivel. En la aplicación del Plan de Emergencia, tendrían que solucionarse los problemas económicos sociales más apremiantes, agudizados por la pandemia. Encarar la dramática situación de los trabajadores y la virtual ruina de las pequeñas y medianas empresas; asimismo, activar y darle fuerza a las actividades de la gran industria extractiva y manufacturera que las necesidades integrales del país requieren con urgencia. Durante la implementación del Plan de Emergencia se deberían preparar las condiciones, en todos los aspectos, para dar un salto en las transformaciones sociales más profundas. Tomando consciencia de que la cuestión cardinal es luchar por forjar una “mayoría social y política” -como suelen decir muchos ideólogos y líderes de la izquierda- favorable a dichas trasformaciones sociales. En todo ese tiempo, en el marco general de lucha por la realización de las grandes reformas sociales que necesita el país, también tendría que promoverse y organizarse el debate nacional sobre el cambio de la Constitución. En los meses siguientes a la toma de mando, no sería posible la realización de un proceso político que posibilite el cambio de toda la Constitución. No existirían condiciones para ello, tanto desde el punto de vista de contenido como de forma. En relación al contenido, las mismas fuerzas populares y progresistas no tienen ideas claras, ni integrales, sobre la naturaleza de los cambios constitucionales que necesita el país. En cuanto a la forma, en vista de que este proceso se desarrolla en los marcos políticos y legales vigentes, el Gobierno y todos los que estamos por el cambio no podríamos ignorarlos por completo. Si se obvian ambos aspectos -el contenido y la forma-, se podría abrir el camino para el caos social y político y, por lo tanto, se facilitaría la arremetida de la derecha que, en esas condiciones, tendría los pretextos para intervenir militarmente.

Naturaleza de la lucha por un nuevo gobierno y la “nueva república”.

Un tema medular a tomarse en cuenta, ignorado por la mayoría de los ideólogos y políticos progresistas y de izquierda, es que a nivel del sistema político del país ya se han producido grandes cambios. Por los cambios en la base económica y en la superestructura, la única posibilidad histórica inmediata es reformar la “Nueva República” que ya está vigente desde hace varios decenios; en particular, desde la etapa posterior al proceso velasquista. Plantear la lucha por una Nueva República sin precisar su naturaleza, es una fantasía más de los que alientan cambios utópicos que, luego, sólo terminan en el fracaso. De igual manera, es iluso pensar que en este año, 2021, podemos conquistar una “Asamblea Constituyente Popular", insinuando que estamos en vísperas de conquistar una “Nueva República”, de carácter popular, totalmente distinta a la que existe ahora; ignorando que en el actual sistema político, el poder realmente existente, no sólo está en manos de la Nueva Oligarquía y el conjunto de la gran burguesía tradicional -que hegemonizan dicho poder-, sino que, en diferentes grados y espacios, también está en manos de la burguesía emergente.

Predicar cambios “radicales” -sin precisarlos- no hace otra cosa que “incendiar la pradera” de manera artificial; ilusiones que, como la historia nos enseña, pueden ocasionar graves problemas a toda la sociedad y, por lo tanto, al pueblo. En el momento actual, lo más urgente, respecto a los cambios constitucionales, es fomentar el debate y preparar en serio a las fuerzas sociales y políticas para conseguir una verdadera mayoría progresista en la sociedad.

La conquista de un Gobierno Progresista, liderado por Pedro Castillo, que tenga éxito en la aplicación del Plan de Emergencia contra la Pandemia y sus consecuencias económicas y sociales, crearía las condiciones indispensables previas para un profundo cambio constitucional progresista. Tampoco es una buena táctica querer convocar precipitadamente a un Referéndum, sin cumplir las exigencias más urgentes de la población: que es enfrentar la pandemia en toda su esencia sanitaria y sus secuelas sociales, y sin tomar las medidas para forjar una “sólida mayoría” en la sociedad. No se puede convocar a un Referéndum para perder. Así como no se puede convocar a una Asamblea Constituyente para que la derecha o los “independientes” sean los ganadores. La vida está terminando por aclarar los prolongados debates sobre estos temas a lo largo de los últimos decenios. Lo primero que el pueblo debe hacer, para realizar cualquier cambio trascendente, es conquistar un Gobierno Progresista.

La lucha del Movimiento por el Socialismo (MS) en este momento histórico

El Movimiento por el Socialismo (MS), actuando, como siempre, con consciencia, independencia, dignidad y valorando el surgimiento y desarrollo del movimiento progresista que lidera Pedro Castillo; en las actuales circunstancias hemos luchado en todos los lugares donde es posible -sin esperar acuerdos formales- con la finalidad de que este movimiento progresista consolide la victoria del 6 de junio. En esta lucha estuvieron comprometidos nuestros cuadros, militantes, simpatizantes y dirigentes. Movilizando nuestras fuerzas, por “aire, mar y tierra”, para cerrarle el paso al fujimorismo y a los fascistas de todo tipo, desarrollando las más diversas alianzas con el conjunto de las fuerzas democráticas, populares y progresistas. Desde esa posición de lucha, llamamos a Pedro Castillo, a sus cuadros y a los militantes más cercanos a él, al partido Perú Libre, al conjunto de los partidos de izquierda, a las organizaciones populares y a todas las fuerzas progresistas, a unificarnos en un frente Democrático Popular Patriótico para garantizar la victoria contra el fujimorismo, y posibilitar que, a partir del 28 de julio, se instaure un Gobierno Progresista de esa naturaleza, que pueda impulsar las grandes reformas sociales que nuestra Patria reclama desde hace varios decenios. EL MS, que está firmemente comprometido con esos objetivos, está luchando en todos los espacios para que se concrete ese gran frente. Con la necesidad de forjar esa unidad, seguirá luchando con consciencia y responsabilidad contra las desviaciones de derecha e izquierda en el campo progresista. Seguirá luchando contra aquellas tendencias que fomentan la capitulación, y que pretenden orientar a Pedro Castillo por el mismo camino que recorrieron los traidores Toledo y Humala. Pero, asimismo, continuará luchando contra una serie de aventureros que, hasta ahora, no han logrado comprender los cambios que se han producido en la historia del país, ni entienden las particularidades del momento actual, y terminan deslizándose con facilidad por el camino del aventurerismo; y, de manera permanente, desafían pomposa y artificialmente a las élites dominantes, fomentando alternativas supuestamente más “populares” y “radicales”. Hay que luchar con firmeza; pero, asimismo, con mucha consciencia y responsabilidad. Un Gobierno Patriótico de Pedro Castillo, tendría que luchar para que nuestra Patria se desarrolle de manera más independiente de las potencias extranjeras -que, nuevamente, están en una feroz competencia-, de las transnacionales; y, además, tendría que realizar las reformas en todos los aspectos de la sociedad y del Estado para que nuestro país avance hacia una nueva industrialización, sustentada en los nuevos y grandes avances técnicos y científicos, que permita a toda la población una vida más avanzada a nivel material y espiritual; y mejores condiciones de vida a los trabajadores, a las mujeres, a los jóvenes, a los pueblos originarios, a las minorías sexuales y nacionales. El Movimiento por el Socialismo, que defiende los intereses históricos de la clase obrera y que lucha por todos los oprimidos y excluidos, manteniendo su convicción de luchar por una sociedad socialista, tiene la plena serenidad de asumir responsabilidades políticas de acuerdo a las exigencias del momento. La tarea más importante de la coyuntura es conquistar un Gobierno Progresista que impulse las grandes reformas sociales que posibiliten el progreso de toda la sociedad, les permita a los trabajadores, y a todo el pueblo, mejorar sus condiciones de vida y de trabajo; y, asimismo, les facilite organizar sus fuerzas en un nivel más desarrollado, con el objetivo de avanzar en la lucha por la emancipación completa de los trabajadores y de toda nuestra Patria.

 

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