martes, 8 de marzo de 2016

Con ocasión del día internacional de la mujer proletaria


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Con ocasión del día internacional de la mujer proletaria publicamos el siguiente extracto del libro “La mujer en el camino de su emancipación” de Carmen Jiménez Castro.


(…) La opresión de la mujer es consecuencia directa del sistema social de explotación y va ligada, pareja e indisolublemente, a la aparición de la propiedad privada y de las clases. Para solucionar esta contradicción, para conseguir su verdadera y total emancipación no existe más camino que la revolución socialista, única que barrerá las bases sobre las que se asienta dicha opresión.
La revolución socialista sienta las bases económicas, políticas y sociales que permiten a la mujer alcanzar la igualdad con los demás miembros de una sociedad en donde ha sido eliminada la explotación del hombre por el hombre.
Tras la revolución socialista, el primer paso que se da es la proclamación de la igualdad de derechos para la mujer, obteniéndose, por tanto, la igualdad jurídica; pero el contenido de ésta es radicalmente diferente de las mismas conquistas ya obtenidas bajo el sistema capitalista. En el plano económico, una de las primeras medidas puesta en marcha es su incorporación a la producción social y su participación en ella en igualdad de condiciones; con ello, no sólo desaparece la discriminación salarial, sino que también la mujer puede acceder a ciertas profesiones que en la sociedad capitalista le estaban vedadas; al tiempo, se empiezan a poner los medios necesarios para ir acabando con la pequeña economía doméstica que la esclaviza y oprime; se suprime, asimismo, la discriminación en la educación, la prostitución y la dualidad moral entre los sexos. Pero, todo esto, son sólo los primeros pasos.
Lenin, un año después de la Revolución de Octubre, escribía: Observad la situación de la mujer. Ningún partido democrático del mundo en ninguna de las repúblicas burguesas más avanzadas, ha hecho, en este aspecto, en decenas de años, ni la centésima parte de lo que hemos hecho nosotros en el primer año de nuestro Poder. No hemos dejado piedra sobre piedra de las vergonzosas leyes que establecían la inferioridad jurídica de la mujer, que ponían obstáculos al divorcio, de los odiosos requisitos que se exigían para él, de la ilegitimidad de los hijos naturales, de la investigación de la paternidad, etc. En todos los países civilizados subsisten numerosos vestigios de estas leyes, para vergüenza de la burguesía y del capitalismo. Tenemos mil veces razón para estar orgullosos de lo que hemos realizado en este sentido. Pero cuanto más nos deshacemos del fárrago de la viejas leyes e instituciones burguesas, tanto más claro vamos viendo que sólo se ha descombrado el terreno para la construcción pero no se ha comenzado todavía la construcción misma.
La Revolución Socialista es el punto de partida tras el que las mujeres comienzan a recorrer masivamente el camino que les conduce a su emancipación, pero llegar a hacerla realidad requiere de un largo proceso. El socialismo es una etapa de tránsito que media entre el capitalismo y el comunismo y que tiene por objetivo la transformación revolucionaria de todas las esferas de la vida, para poder hacer realidad el principio De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades. La emancipación de la mujer está enmarcada dentro de este largo proceso que culmina en la sociedad comunista.

Por tanto, nada hay más alejado de la realidad que la simplificación, que a menudo se hace sobre el tema de la emancipación de la mujer, reduciéndolo a la simple cuestión de alcanzar la igualdad jurídica y la independencia económica. La abolición de la propiedad privada sobre los medios de producción y la incorporación de la mujer al trabajo son condiciones indispensables para su emancipación, pero no la determinan por sí solas. Junto a esta base primordial, son necesarios otros factores de cardinal importancia, tales como la socialización del trabajo doméstico, la eliminación de la división del trabajo entre los sexos, la transformación revolucionaria de la familia, del concepto de la maternidad, de la educación de los hijos, de las relaciones entre hombres y mujeres… Todas estas transformaciones que hacen posible la emancipación de la mujer, sólo se pueden lograr con su participación activa en la transformación de la sociedad; al mismo tiempo, sólo con esta participación plena, se podrá combatir y erradicar la ideología propagada durante siglos en torno a su inferioridad ya las cualidades innatas a su sexo.
En el socialismo, la incorporación a la producción tiene un alcance aún más significativo que el hecho de conseguir la independencia económica. Esto, que ya de por sí es un importante paso, se convierte, además, en un arma liberadora, a través de la cual, la mujer sale de las cuatro paredes del hogar y participa activamente en la transformación de la sociedad. Para que la incorporación de la mujer al trabajo pueda ser efectiva, se necesita la transformación del trabajo doméstico y que la mujer deje de encargarse de esta actividad económica que, a lo largo de los siglos, la ha relegado de todas las esferas sociales. La mujer -dice Lenin- continúa siendo esclava del hogar, a pesar de todas las leyes liberadoras, porque está agobiada, oprimida, embrutecida, humillada por los pequeños quehaceres domésticos, que la convierten en cocinera y niñera, que malgastan su actividad en un trabajo absurdamente improductivo, mezquino, enervante, embrutecedor y fastidioso. La verdadera emancipación de la mujer y el verdadero comunismo no comienza sino en el país y en el momento en que empiece la lucha en masa (dirigida por el proletariado, dueño del Poder del Estado) contra esta pequeña economía doméstica, o mas exactamente, cuando empiece su transformación en masa en una gran economía Socialista.
La socialización del trabajo doméstico es esencial para la liberación de la mujer. La existencia de la familia, configurada como centro donde se reproduce diariamente la fuerza de trabajo de forma privada, ha sido la base sobre la que se ha asentado la división del trabajo entre los sexos, su discriminación y, por tanto, la barrera que ha impedido la participación de la mujer a nivel social; si no se comprende esta importante tarea la igualdad entre los sexos será formal, jurídica, pero en modo alguno real y, en consecuencia, la contradicción entre hombres y mujeres seguirá latente.
Otro aspecto importante que trae aparejada la colectivización de la reproducción de la fuerza de trabajo, es la destrucción de la función económica y política que tiene asignada la familia en las sociedades clasistas. La familia -conformada como unidad económica privada- entre en conflicto con la economía social transformada por la revolución y no regida ya por la propiedad privada; en el terreno ideológico y político, mientras la familia siga cumpliendo una actividad económica con carácter privado, será generadora de ideología burguesa y no podrá erradicarse totalmente la influencia de la propiedad privada y el individualismo, lo que afectará, necesariamente, no sólo a la emancipación de la mujer, sino también a la formación del hombre y la mujer nuevos.
A medida que la familia pierda su contenido económico, se producirán importantes transformaciones en su seno, dejarán de existir las relaciones de subordinación y dependencia de los hijos respecto a los padres y de la mujer respecto al hombre y, de la antigua familia, sólo quedarán en pie las relaciones de amor y afecto entre sus miembros que, al no verse enturbiadas por los intereses económicos, estarán basadas en la igualdad y el respeto mutuo. Para avanzar en este sentido y transformar totalmente la familia, también es necesario transformar la educación, el concepto de la función de la maternidad y el matrimonio.
Junto a la incorporación de la mujer a la producción, es necesaria también su incorporación a la actividad política, al estudio, a las discusiones políticas ya la lucha de clases. Este aspecto es de suma importancia; a través de él es como las mujeres toman conciencia, masivamente, de su estado de opresión y marginación y emprenden la lucha por la transformación de la sociedad y, en concreto, de todos aquellos aspectos donde se materializa su opresión. Para ello, es necesario partir, precisamente, de esta situación desigual en que se encuentra.
La emancipación de la mujer supone ponerla en condiciones para su integración plena en el proceso revolucionario, para que participe con clara conciencia en la construcción de una sociedad nueva, donde serán barridos todos los vestigios de explotación. Pero, a menudo, esta incorporación se ve frenada por la ideología propagada durante siglos en torno a su inferioridad. La sumisión, la dependencia, la servidumbre a que ha estado siempre sometida, son lacras que están imbuidas, tanto en las mujeres como en los hombres, y que constituyen un freno para su incorporación. Acabar con ellos requiere una amplia y larga lucha ideológica, pero sin perder de vista que esta lucha ideológica tiene que estar ligada a la lucha por erradicar las bases materiales sobre las que se sustenta la inferioridad de la mujer y que sirven de soporte a las viejas ideas del pasado. La emancipación de la mujer requiere de un prolongado combate y está intrínsecamente ligada a la construcción del comunismo. Todo paso adelante en este terreno será un paso adelante en la emancipación de la mujer, y viceversa. Es aquí donde cobra toda su justeza la frase de Lenin: El proletariado no puede alcanzar su plena liberación sin conquistar la liberación de la mujer. El comunismo supone la emancipación de toda la humanidad; por ello, para alcanzar el comunismo, es necesario erradicar antes hasta el último vestigio, por pequeño que sea, que perpetúe la discriminación o la relegación de la mitad de la población, y es necesario, también, colocar en condiciones de completa igualdad a ambos sexos, transformándolos y construyendo una mujer y un hombre nuevos.

Fuente: Cultura Proletaria

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