lunes, 9 de diciembre de 2013

LOS 500 AÑOS ‘EL PRÍNCIPE’ DE NICOLÁS MAQUIAVELO









Por: Alfredo Valdivieso
Jueves, 28 Noviembre 2013 01:49
Su incidencia en la ciencia política actual

El próximo 10 de diciembre se cumplen 500 años del día en que el pensador florentino terminó de escribir su célebre obra, aunque solo años más tarde vio la imprenta.
En algo así como diez meses y haciendo un alto en otro de sus libros esenciales, ‘Discursos sobre las primeras décadas de Tito Livio’, fue terminada la “pequeña obra” (XXVI capítulos en 101 páginas, en editorial Gredos de Madrid) destinada a Lorenzo de Médicis, duque de Urbino, al que aunque Maquiavelo señala con el cognomento de ‘El Magnífico’, nada tiene que ver con su abuelo, antiguo gobernante de facto de la República de Florencia, muerto en 1492.
Ser dedicado a un hipotético y futuro príncipe, muestra, en palabras de Antonio Gramsci, “el carácter utópico que reside en el hecho de que un Príncipe tal no existía en la realidad histórica, no se presentaba al pueblo italiano con caracteres de inmediatez objetiva, sino que era una pura abstracción doctrinaria, el símbolo del jefe, del condottiero ideal”. Y según el mismo Gramsci: “pero los elementos pasionales, míticos, contenidos en el pequeño volumen y planteados con recursos dramáticos de gran efecto, se resumen y convierten en elementos, vivos en la conclusión, en la invocación de un príncipe "realmente existente". “La investigación es llevada con rigor lógico y desapego científico”.
La obra, que ha sido considerada desde diversos ángulos, puede señalarse como la pionera de la ciencia política moderna, clara definidora del Estado: de la necesidad del estado nacional, de la moderna nación; y como la obra de un antifilósofo de la pragmática realpolitik.
Su interés es abrir brecha y mostrar un camino para la reunificación de Italia, dividida en muchos pequeños estados, que tras múltiples guerras intestinas, con la paz de Lodi en 1454, lograron establecer un equilibrio y una concentración por medio de cinco Estados no hegemónicos: la república de Florencia, el ducado de Milán, la serenísima república de Venecia, los Estados pontificios y el reino de Nápoles. Es la conclusión de la urgente necesidad de liquidar la dominación extranjera y la dependencia de tropas mercenarias; de la construcción de un ejército nacional; y es en esencia la obra política que establece en definitiva una barrera entre la Edad Media y los albores del Renacimiento.
Muy antes de la aparición de El Príncipe, la política, confundida entre el poder espiritual y el poder temporal (papas y reyes) en toda Eurasia, se fundamentaba en la ‘Ciudad de Dios’ obra de Agustín de Hipona, escrita entre 413 y 426, cuya finalidad era refutar la opinión generalizada de que la caída del imperio romano a manos de Alarico en 410 fue por la aceptación del cristianismo y el abandono de los antiguos dioses. Sus cinco primeros capítulos de los veintidós, sustentan la defensa de la nueva religión, y sus doce últimos justifican las dos ciudades: la de dios y la de los hombres y la concatenación de las mismas. Es el inicio de la formulación de teorías políticas, tras mil años de abandono de las tesis de los clásicos griegos y siglos después de los clásicos romanos Séneca y Cicerón, aunque a diferencia de éstas, ligadas estrictamente al supuesto poder delegado por dios al papado.
A la Ciudad de Dios sucede un largo y profundo debate político, por las  expectativas e intereses (sobre todo económicos y las necesidades de mercados abiertos) de las clases aristocráticas y el feudalismo, con el cuestionamiento del papel preponderante de la Iglesia como directora hegemónica de la sociedad y la detentadora del poder político con un solo Estado, inicialmente el sacro impero romano y luego el romano-germánico. Varias obras justificadoras del origen divino del poder y su obvia supeditación a la Iglesia fueron las únicas formulaciones políticas de toda Europa (al menos las publicadas). El ‘Régimen monárquico’, iniciado por Tomás de Aquino, y terminado por uno de sus discípulos. La obra de similar nombre (De regimene principum) de Egidio Romano y otras continuadoras de la misma ideología pretenden mantener, con pequeñas variaciones la agustiniana. La lucha porque el emperador se sometiera al papa o porque el poder temporal quedara liberado del papado, llevó al surgimiento de los que pudiéramos llamar proto partidos en el conglomerado de Italia, que trascienden a otros varios países europeos: los güelfos, partidarios del papa, del que fuera uno de sus líderes Francisco de Asís; y los gibelinos, partidarios de la separación del poder, uno de cuyos esenciales líderes fue Dante Alighieri.
Y es justamente Dante quien en ‘De Monarchia’ (escrita en 1313) propugna la separación de los poderes, aunque no concibe todavía las nacionalidades, que insurgirán con la plenitud del Renacimiento y la ascensión de la incipiente burguesía como clase esencial de la sociedad. Es Dante el último escritor del Medioevo y el primero del Renacimiento, y sobre el desarrollo de sus tesis se abonará un fértil terreno en materia política. El cura, teólogo y médico Marsilio de Padua formula poco después una especie de monarquía-república, representativa, con legislativo ejercido por el pueblo en su obra ‘Defensor Pacis’ (Defensor de la paz, 1324) y prevé tímidamente la creación de gobiernos y estados nacionales. Tras ellos (y otros de menor trascendencia) y sobre la experiencia y la observación aguda y perspicaz, Maquiavelo inaugura entonces el rudimento de la moderna ciencia política.
Pero ésta no surge de la nada. Aunque en el siglo XV se desvanece la ciencia política de la Edad Media, la práctica con la aparición de las repúblicas en Italia y otros lugares de Europa, que se transforman en tiranías y devienen principados, impone la necesidad histórica de intentar justificar y teorizar sobre esos hechos. Girolamo Savonarola, por ejemplo, a su paso como jefe de la República de Florencia con el derrocamiento de los Médici, escribe su opúsculo –casi olvidado hoy– ‘El régimen de gobierno de la ciudad de Florencia’.
La literatura humanista formó, conjuntamente con los ejemplos de la antigüedad, el concepto intelectual e ideológico de que los asuntos sociales, entre ellos los políticos, son meramente humanos y naturales. No obstante los nuevos conceptos políticos no aparecen sistematizados en obras claras y precisas, sino especialmente en cartas y correspondencia diplomática, más observadoras, que abandonan el latín como lengua oficial y establecen una especie de método. F. Guicciardini y N. Maquiavelo son los principales compiladores, o mejor tratadistas, de las experiencias y observaciones en Italia. El análisis juicioso y riguroso, fijado hasta en el detalle lleva a Nicolás Maquiavelo a escribir (en el retiro forzoso de su actividad política) sus tres obras que son enlace entre sí: El príncipe, el Discurso sobre las primeras décadas de Tito Livio y El arte de la guerra, ninguna de las cuales puede entenderse separada. La primera acabada de la trilogía, El Príncipe, circula de mano en mano, y solo es dada a la imprenta y publicada en 1532 con ‘gracia y privilegio’ del papa Celemente VII; aunque sin embargo, producto de la Contrarreforma de Trento, es incluido dentro de los libros prohibidos, en 1559. Las décadas (de Tito Livio) fue publicada en 1531.
No es que Maquiavelo haya ideado nada amoral en la política; simplemente puso a la luz del día lo que era la práctica de gobierno tanto de repúblicas como de monarquías. Pero lo más impugnado es que aconsejara la doblez, la apariencia, la utilización de cualquier método con tal de poner por encima de todo la razón de Estado. “Todos ven lo que aparentas, pocos comprenden lo que eres” es una máxima que era ya común, aunque velada en su época. Pone de manifiesto una particularidad de la naciente sociedad burguesa, y el individualismo de ella emanado, acrecentado cada día, y recomienda al gobernante un trato que no afecte los intereses económicos de sus súbditos, ni aun sus enemigos: “Los hombres olvidan más fácilmente la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio”. A lo que liga el consejo de usar de golpe lo más impopular y administrar a cuentagotas los supuestos beneficios: “El mal se hace todo junto y el bien se administra de a poco”.
Contra sus ‘consejos’ se desata toda una oleada de críticos acerbos, comenzando, entre los más notables, con la reina Cristina de Suecia (siglo XVII) en sus comentarios; siguiendo por Federico de Prusia, quien escribió y publicó su Antimaquiavelo en 1740, con prefacio de Voltaire; y continuando con Napoleón Bonaparte. Los dos primeros (Cristina y Federico) se sabe con certeza que además de tener El Príncipe como libro de cabecera practicaban como de actualidad las enseñanzas, o mejor los desvelamientos de la obra. De Napoleón se sabe que en junio de 1815, tras la batalla de Waterloo, en su carroza se hallaron los manuscritos de los comentarios (hoy se consigue incluso en la red con el título ‘dos obras en una’: El príncipe de Nicolás Maquiavelo comentado por Napoleón Bonaparte). Es justamente el corso quien en uno de sus apuntes o comentarios de pie de página en su libro de lectura anota: “¿Qué importan los fines con tal que se llegue? Y en los manuscritos de la carroza  había apuntado: “el éxito (no el fin) justifica los medios”. Hay quienes afirman que los manuscritos fueron propaganda negra de los ingleses y sus aliados contra el corso.
Pensadores posteriores como Antonio Gramsci –ya comentado– fundador del Partido Comunista de Italia y muerto en las cárceles fascistas, escribió un pequeño opúsculo ‘El moderno príncipe’ que se ha insertado en muchas ediciones como prólogo a la obra de Maquiavelo. “El moderno príncipe, el mito-príncipe, no puede ser una persona real, un individuo concreto; sólo puede ser un organismo, un elemento de sociedad complejo en el cual comience a concretarse una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Este organismo ya ha sido dado por el desarrollo histórico y es el partido político: la primera célula en la que se resumen los gérmenes de voluntad colectiva que tienden a devenir universales y totales”.
El marxismo ha considerado El Príncipe como una de las obras fundantes de la ciencia política. Maquiavelo sintetizó lo que había aprendido de los hombres, sobre todo de los detentadores del poder; no buscó enseñar a los hombres cosas que desconocieran. Las puso en negro sobre blanco; manifestó expresamente sus pensamientos y si recomendó la apariencia fue lo sistematizado de la experiencia política en sus largos años al servicio del poder. Para los comunistas, lejanos a la imputación que se nos hace de seguir solo a los fundadores del socialismo científico, Maquiavelo es uno de los maestros de la política universal y como tal hay que conmemorar, así sea de forma sencilla, el quincentenario de uno de sus escritos.
Sus máximas tienen hoy aplicación en todos los Estados. Véase nada más la apariencia de respeto a las libertades y garantías públicas en EE.UU. y la práctica impuesta en especial con el espantajo de la lucha contra el terrorismo: conculcación de todas las libertades, por razones de Estado: “Las armas se deben reservar para el último lugar, donde y cuando los otros medios no basten”. Véase a Juan Manuel Santos, solo como ejemplo: “Es central saber disfrazar bien las cosas y ser maestro en el fingimiento”. Es recomendación que siguen al pie de la letra todos los políticos burgueses del mundo: “Los hombres son tan simples, y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes, que quien engaña encontrará siempre quien se deje engañar”.
Con exactitud no se sabe de qué murió Nicolás Maquiavelo. Uno de sus hijos informa al profesor de la universidad de Pisa, F. Nelli: “Con lágrimas en los ojos os digo que el 22 de este mes (junio de 1527) nuestro padre Nicolás ha muerto de dolores de entrañas causados por un medicamento que tomó el día 20”. De todas formas su obra sigue viva más que nunca a 500 años de haberse terminado una de las principales, y ese hecho debería al menos recordarse.
Alfredo Valdivieso
Secretario General PCC Santander.
-.o0o.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario