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ACERCA DEL ANIVERSARIO 50 DEL GOLPE MILITAR DE 1968
(20 de octubre de 2018)
Por Miguel Aragón
En
octubre de 1968, hace cincuenta años, al ocurrir el golpe de estado
institucional de las FFAA dirigido por el Gral. Juan Velasco, yo cumplía 21 años de edad.
Por lo tanto, tengo información y conocimiento directo, de lo realmente ocurrido durante los doce años de ese gobierno militar (1968-1980), en particular de su primera etapa (1968-1975).
1.- REPRESIÓN DE LAS LUCHAS DEMOCRÁTICAS DEL PUEBLO
En mi recuerdo, tengo muy presente la represión contra el movimiento democrático de estudiantes y
maestros en Huanta y Ayacucho, movimiento que luchaba contra los planes
gubernamentales de privatización de la educación pública.
También
tengo muy presente la brutal represión de los obreros en la mina
Cobriza, así como la constante represión contra las movilizaciones y
luchas de los maestros agrupados en el SUTEP. Tampoco me olvido de los
ataques contra el movimiento obrero promovidos por el
llamado “Movimiento Laboral Revolucionario” (MLR) que dirigía uno de los
ministros del gobierno militar. En el recuerdo de muchos pobladores de
Lima también quedan las represiones dirigidas por Ministro del interior en ese entonces, el Gral. Artola, contra los pobladores sin techo, que se instalaron en la periferia de la ciudad.
De
igual manera, tengo muy fresca la memoria de la represión de los
estudiantes universitarios, que luchábamos contra la ofensiva
autoritaria y el recorte de derechos de los estudiantes en las
universidades públicas. En los años 1969 y 1970, recién iniciado el gobierno militar, muchos
estudiantes universitarios fuimos suspendidos y expulsados de nuestros
centros de estudios, además fuimos denunciados, perseguidos y
encarcelados, por la gendarmería dirigida por ese gobierno autoritario y policiaco.
Todos estos hechos, a diferencia de lo que el Sr. Villacrez supone, son información “con sesgo muy real”, fácilmente demostrables (*).
2.- LA NACIONALIZACIÓN DEL PETROLEO, Y LA REFORMA AGRARIA
La amplia publicidad del régimen militar instaurado en octubre de 1968 se sustentó en dos demagógicas medidas efectistas: la compra venta de los pozos petroleros de Talara, y la compra de las tierras latifundistas.
Recordemos que a mediados de la década de 1960, la explotación de los ya centenarios pozos petroleros de La Brea y Pariñas, en Talará, entró
en grave crisis, no podía competir en las mismas condiciones con la
producción mundial, por la tecnología anticuada que se seguía utilizando
desde comienzos del siglo XX.
En
esos años, década de 1960, el precio internacional del petróleo estaba a
escasamente US $ 5,00 el barril, y a ese precio tan bajo no
resultaba rentable hacer inversiones para modernizar la tecnología de
explotación petrolera en los ya debilitados pozos petroleros del norte
peruano (recién en 1972, impulsado por la guerra árabe-israelí de esos años, el precio internacional del barril de petróleo subió a US $ 25)
Por ese motivo, la empresa norteamericana International Petroleum Company (la IPC) estaba buscando infructuosamente transferir la
concesión de la explotación de los pozos petroleros del norte, a otra
empresa. Ante el desinterés de otras empresas por adquirir los derechos, y
ante la imposibilidad de transferirlo en esas condiciones, la IPC
negoció la devolución de los pozos al estado peruano, bajo la modalidad
de compra-venta.
La bullanguera nacionalización del petróleo en octubre de 1968, en el fondo fue un negociado, en
el cual el estado peruano pagó grandes sumas de dinero por las
instalaciones de una empresa que en ese momento era obsoleta (recomiendo
revisar la información sobre el “Contrato Graham-Green”, que firmaron ambos funcionarios en representación del estado peruano y de la IPC respectivamente).
Algo similar ocurrió con la demagógica “reforma agraria” del año 1969.
En
el transcurso de las décadas de 1950 y 1960 se desplegó en Perú una
confrontación entre dos caminos por el desarrollo del agro, se desplegó
la lucha entre el camino campesino por un lado, y el camino
terrateniente por el otro lado, ambos con el objetivo de impulsar el
crecimiento capitalista en el campo, acorde con el crecimiento
capitalista que vivía el país en esos años.
Durante el decenio 1955-1965, en el campo peruano se desarrollaron las más grandes movilizaciones campesinas de toda la historia peruana, luchas por
el derecho a la tierra, “por la tierra para quien la trabaja”. En esos
años (durante los gobiernos de Manuel Prado, de la Junta Militar de
Pérez Godoy - Lindley, y del primer gobierno de Fernando Belaunde), las
fuerzas policiales y militares (dirigidas por los que, pocos años
después vendrían a ser los futuros generales de la “revolución militar”)
reprimieron brutalmente esas luchas democráticas de los
trabajadores del campo. En esos años de represión del movimiento
campesino, más que seguro que algún antecesor del “capitán Carlos” o del
“capitán Arturo”, desbordó sus “habilidades represivas” contra modestos
campesinos y campesinas.
Por
otro lado, en la primera mitad de la década de 1960, las empresas
agrícolas en manos de grandes terratenientes tradicionalistas, entraron
en grave crisis. Por la tecnología obsoleta que seguían utilizando, para
ellos ya no resultaba rentable la actividad agraria.
Además había una presión muy fuerte de parte de los grandes monopolios
transnacionales que controlaban la comercialización de productos
agrícolas, que exigían que se disminuyeran los aranceles
de importación y se importaran alimentos al mercado peruano. En los
planes de la CEPAL y de la Alianza para el Progreso, planes
desarrollados en la década de 1960, estaba inscrita la necesidad urgente
de promover procesos de reforma agraria por la vía terrateniente en
oposición a la vía campesina, y además estaba inscrita la necesidad de
abrir los mercados internos a la importación de productos agropecuarios.
En
esas condiciones, de doble presión, una interna (desarrollada por los
campesinos) y otra externa (impulsada por los grandes comerciantes de
productos agropecuarios), a los terratenientes criollos agrupados en la
todopoderosa Sociedad Nacional Agraria, les resultaba más
cómodo y más rentable dedicarse a la importación de alimentos. Para eso
necesitaban vender sus extensas propiedades agrarias, pero igual a lo
que ocurría con los pozos petroleros del norte, “no encontraban
compradores”. La decisión más conveniente, a sus propios intereses, fue
que “el estado comprara los latifundios”, y que los campesinos pagaran
la deuda agraria.
El gobierno dirigido por Fernando Belaunde (1963-1968) recibió el encargo y la directiva de impulsar la reforma agraria y la
nacionalización del petróleo, para así resolverles sus problemas
coyunturales a los terratenientes y a la empresa IPC respectivamente.
Como es ampliamente conocido, ese endeble gobierno no fue capaz de cumplir con esos objetivos ya propuestos con anterioridad. Por eso, la
propia clase dominante decidió impulsar un golpe de estado militar. La
única diferencia con los anteriores golpes militares, era que este
último debería ser un golpe militar “institucional”.
Hasta
1960 la economía peruana era relativamente autosuficiente en el
abastecimiento de productos agropecuarios para satisfacer las
necesidades de la población, además recordemos que hasta
inicios de la década de 1960 el principal componente de la producción
social global, o del PBI, continuaba siendo la producción agropecuaria,
situación que comenzó a cambiar a mediados de esa década, cuando el
valor de la producción industrial superó, por primera vez, al valor de la producción agraria.
A
partir de la reforma agraria de tipo terrateniente impulsada por el
régimen velasquista, la economía peruana dejó de ser autosuficiente en
la producción de alimentos, y en los años posteriores, cada vez se importan más productos agropecuarios para satisfacer las necesidades del mercado interno.
A partir de la reforma agraria, la mayoría de los viejos terratenientes, con
el cobro de la deuda agraria, se convirtieron en prósperos comerciantes
importadores de productos agropecuarios, perjudicando así a los
productores nacionales.
El
investigador Hildegardo Córdova, en su libro “El Perú y sus Recursos.
Una mirada desde la Geografía Económica” (2009) informa lo siguiente:
“En
1950, importábamos unos 38,6 kilogramos de productos agropecuarios per
cápita/año, diez años más tarde (año 1960) habíamos subido a 41,2kg, una
década después (año1970) ya habíamos llegado a 60,5 kg. Posteriormente
la tasa de importación de alimentos continuó subiendo…” ( libro citado,
pp. 121).
En el mismo libro, el autor informa que:
En 1960 la importación de productos agropecuarios ascendió a 418,045 Tn., que en términos relativos significaba 42,1 kg/ha/año
Siete
años después, en 1967 en las vísperas de la reforma agraria, la
importación había ascendido a 765,222 Tn, o 63,1 kg/ha/año. Un
crecimiento de 50% en la importación, en un lapso de siete años, en plena crisis de la agricultura tradicionalista.
Ocho
años después, en 1975, la importación ascendió a 1’574,870 Tn, o 103,9
kg/ha/año. Un crecimiento de 64% en la importación agropecuaria, en un
lapso de ocho años, cinco de ellos, de 1969 a 1975, en plena aplicación
de la reforma agraria ¿entonces cuál fue el beneficio de la reforma
agraria?
Los
principales beneficiarios de la reforma agraria fueron una parte de los
viejos terratenientes, ahora convertidos en importadores de productos
agropecuarios. Ese ha sido el real trasfondo de la reforma agraria de
esos años.
Para
mayor información, recomiendo revisar el libro “El problema agrario
peruano”, del economista especializado en temas agrarios, Alberto
Palomino, donde desnuda documentadamente el desarrollo y significado de
la propagandizada reforma agraria de 1969.
(*) Nota.-
Hace pocos días, el Sr. Villacrez, publicó una breve nota, a propósito de una mención tangencial que yo hice del golpe de estado dirigido por el Gral Juan Velasco.
Su breve nota fue la siguiente:
“Señor
Aragón, no coloque en la misma canasta al General Juan Velasco
Alvarado, la Revolución Militar (1968-75), cerró el Congreso que era
corrupto como todos, para hacer un verdadero cambio estructural en favor
de las grandes mayorías. No aceptar está situación es actuar con un
sesgo nada real”.
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