Autor(es): Chesnais, François
Chesnais,
François. Investigador-militante marxista, economista, profesor emérito
en la Universidad de París 13-Villetaneuse.
Es parte del Consejo científico de ATTAC-Francia, director de Carré
Rouge y miembro del Consejo asesor de Herramienta, con la que colabora
asiduamente.
Autor de una gran cantidad de artículos, ensayos y libros, entre los que
elegimos mencionar La Mondialisation du capital y Les dettes
illégitimes. Quand les banques font main base sur les politiques
publiques.
Es también uno de los autores de la obra colectiva Las finanzas
capitalistas. Para comprender la crisis mundial, publicado por Ediciones
Herramienta. E-mail: chesnaisf@free.fr.
Una fase específica de la historia económica y social sudamericana
ha llegado a su fin. Esta fase fue testigo de la exportación de materias
primas o productos semiprocesados en gran cantidad y a altos precios,
que permitieron a sus economías tener tasas de crecimiento considerables
y a sus gobiernos financiar una serie de programas sociales sin cambiar
la distribución de la riqueza. El “modelo”, como así se lo llamó,
dependía de la tasa de crecimiento y la demanda de commodities en
otras partes de la economía mundial, especialmente en China. El fin de
lo que terminó siendo un paréntesis de quince años despertará una
agudización de las confrontaciones políticas y sociales en todas partes,
cuyo preludio son hoy los acontecimientos en Brasil. Me complace
contribuir a la discusión en Herramienta, en la cual tratar de
explicar lo que considero que es un momento crucial en la historia
mundial, en el que el capitalismo está alcanzando sus límites absolutos.
La crisis económica y financiera global pendiente
La crisis económica y financiera en curso dio fin a una fase muy
larga de una acumulación que tuvo periódicamente altibajos (en 1949 para
los EE.UU., y en 1974-1976 y 1981-1982 en todo el mundo), pero sin
embargo ininterrumpida que se remonta hacia 1942 en el caso de los
EE.UU., y hacia 1950 en el caso de Europa y Japón. El dinamismo inicial
de la muy fuerte acumulación se debió a las grandes inversiones que se
requerían para reconstruir la base material de las economías
capitalistas luego de la larga depresión de la década de 1930, y las
destrucciones masivas de la Segunda Guerra Mundial, así como también
explotar las tecnologías creadas en la década de 1920 y por supuesto,
como un resultado de la guerra.
Esta crisis comenzó como una crisis financiera, tras la cual se
puso al descubierto una profunda crisis de sobreacumulación y
sobreproducción, compuesta por una tasa decreciente de ganancias. La
crisis estaba en ciernes desde la segunda mitad de la década de 1990, y
se demoró por la creación masiva de crédito y la plena incorporación de
China a la economía mundial. Dado que los EE.UU. son el principal centro
financiero mundial, y donde el sistema de crédito había sido impulsado
hasta su “límite extremo” (Marx, 1983, III: 568); fue allí que la
crisis, en su dimensión financiera, estalló en julio de 2007 y alcanzó
su paroxismo en septiembre de 2008. El crac que comenzó a fines de 2008
fue de naturaleza global y no sólo una “Gran Recesión” norteamericana,
golpeando inicialmente a las economías industrializadas. Los países
emergentes, que pensaron que permanecerían mayormente inmunes a sus
efectos, más tarde perderían esta ilusión. En 2008 el capitalismo
mundial, dirigido por los EE.UU., determinó que la configuración
combinada de las relaciones internas y políticas impidieran que la
crisis destruyera el capital ficticio y productivo de la misma manera
que ocurrió en la década de 1930. La velocidad y la escala de la
intervención gubernamental en 2008 por parte de los EE.UU. y los
principales países europeos para apoyar al sistema financiero, y
también, en forma temporal y en un menor grado, a la industria
automovilística, expresan la presión directa de los bancos en defensa de
la riqueza financiera y de las automotrices estadounidenses y europeas
para proteger su posición contra los competidores asiáticos. Pero
también expresaron una considerable cautela política, tanto local como
internacionalmente. El aparato estalinista-cum-capitalista y la élite
social chinos compartieron estas preocupaciones y financiaron grandes
inversiones a la manera keynesiana. China depende altamente de las
exportaciones y su élite también tiene un genuino temor del
proletariado.
Las medidas políticas promulgadas en 2008-2009 para contener la
crisis ayudan a explicar la persistencia y el ulterior crecimiento de
una masa de capital ficticio en la forma de títulos sobre el valor y el
plusvalor implicados en innumerables operaciones especulativas, al mismo
tiempo que una situación irresuelta de sobreacumulación y
superproducción de una amplia gama de industrias. El continuo recurso de
los gobiernos y los bancos centrales del G7 a la inyección de masivas
cantidades de dinero nuevo en sus economías (quantitative easing,
o “alivio cuantitativo”) ha provocado que enormes sumas nominales de
capital ficticio ronden por los mercados financieros mundiales,
volviéndolos altamente inestables.
La convergencia de muchas crisis y la situación de la clase obrera
La duración de la crisis mundial y la ausencia en la burguesía de
un horizonte económico que no sea el de cortas recuperaciones cíclicas
anuncian la convergencia y en última instancia la fusión de los efectos
económicos y sociales de una prolongada crisis económica con los
efectos, de dimensiones portentosas, del cambio climático. La primera
advertencia sobre los peligros del cambio climático se remonta a la
década de 1980, y obligó a las Naciones Unidas a crear el Panel
Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC en inglés). El
calentamiento global ha sido medido en forma cada vez más precisa y sus
consecuencias fueron documentadas por los sucesivos informes del IPCC
(1990, 1995, 2001, 2007 y 2014). Pero no han sido tomados en cuenta. El
“escepticismo” sobre el cambio climático financiado por los lobbies petroleros ha cedido su lugar al reconocimiento formal y retórico por los gobiernos. Hace cinco años, The Economist publicó
una síntesis muy bien informada anunciando que “se acabó la lucha para
limitar el calentamiento global a niveles tolerados aceptables”.1
Las cuatro principales conferencias internacionales que han tenido
lugar desde entonces han sido básicamente costosas y cínicas operaciones
de comunicación, con el objeto de engañar a los no informados. La
convergencia y la fusión final de la crisis económica y la ambiental
plantean simultáneamente dos cuestiones relacionadas: la del futuro del
capitalismo y la de las perspectivas de vida para decenas de millones de
personas en determinadas partes del mundo y para la existencia social
civilizada en todo él.
Luego de la incorporación de China, hasta para los EE.UU. es cierto
el fundamental comentario metodológico de Trotsky de que “una potente
realidad con vida propia, creada por la división internacional del
trabajo y el mercado mundial [...] impera en los tiempos que corremos
sobre los mercados nacionales” (Trotsky, 1930: 3). La liberalización y
la globalización también han desatado a “las fuerzas ciegas de la
competencia” con un grado de brutalidad no sufrida antes y por cierto,
no durante las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Para
todas las burguesías locales, la pérdida del margen de control de la
política económica que poseían cuando las economías nacionales tenían un
cierto grado de autonomía es un importante componente de la crisis
política que están sufriendo. Esto obliga a las principales potencias a
compensar las nuevas situaciones no deseadas o agudizadas de dependencia
económica del exterior por medios políticos y militares en el ámbito de
su esfera de influencia. El malestar ante la globalización tal como lo
expresa políticamente el neoconservadurismo estadounidense ayuda a
comprender que la invasión de Irak, no es sólo por el control del
petróleo. La política de Rusia en Siria es de la misma naturaleza.
Detrás de la crisis de la Unión Europea también se halla la idea de que
los gobiernos pueden recobrar el control de ciertos parámetros políticos
y económicos.
Para la clase obrera las consecuencias de la liberalización y
globalización del capital son aún más graves. La experiencia histórica
acumulada de los trabajadores ha sido exclusivamente la de la lucha
contra el capital en el ámbito de las fronteras nacionales. Las
organizaciones de la clase obrera, los sindicatos y los partidos
políticos pudieron “centralizar las múltiples luchas locales, que en
todas partes poseen el mismo carácter, en una lucha nacional, en una
lucha de las clases” (Marx y Engels, 2008: 36). Pero en las palabras de
Marx y Engels, esta lucha era “quebrantada de nuevo a cada instante a
través de la competencia entre los propios trabajadores” creada por los
capitalistas en el mercado laboral. Hoy, los capitalistas pueden
enfrentar entre sí a los trabajadores de diferentes países y
continentes. El logro más grande del capital durante los últimos 40 años
ha sido la creación de una “fuerza laboral mundial”, a través de la
liberalización de las finanzas, el comercio y la inversión directa y la
incorporación de China e India en el mercado mundial. A esto
frecuentemente se lo llama la “gran duplicación de la reserva de trabajo
mundial”,2 de
la reserva industrial mundial potencial, con palabras de Marx. Su
existencia crea las condiciones para aumentar la tasa de explotación y
la configuración del ejército de reserva industrial en cada economía
nacional. Las tecnologías de la información y la comunicación han
llevado a una fragmentación cada vez mayor de los procesos de trabajo, a
la que ahora se agrega el verdadero ingreso en la era de la
robotización.
La vacilante acumulación del capital
Un modo de producción es al mismo tiempo una forma específica de la
organización de las relaciones sociales de producción, junto a las
correspondientes relaciones de distribución, y un modo de dominación
social organizado institucional y políticamente. Cuando el modo de
producción qua relaciones sociales de producción comienza a
vacilar y a paralizarse, y la reproducción ampliada se desacelera
fuertemente, la experiencia histórica muestra que los componentes
dominantes de las clases altas tendrán como su único objetivo y
horizonte la preservación a toda costa de sus privilegios y su poder
apoyados en determinadas instituciones. Rechazarán todo pedido de
reforma, aunque provengan de miembros de sus propias filas. Así sucedió
con la corte de la monarquía absoluta en Francia, con ministros como
Turgot y nuevamente en la corte de la Rusia zarista. Ese fue el caso
también cuando las híbridas relaciones sociales sui generis de
producción de la Unión Soviética llegaron a su límite. La burguesía está
hoy en esta situación. No tiene entre sus filas a un Roosevelt. Las
expresiones de su crisis incluyen la extensión y la profundidad de la
corrupción, el muy bajo nivel de debate político, el cinismo de las
corporaciones y la parálisis de los gobiernos frente al cambio
climático. La conferencia de Davos en 2016 eligió centrarse en la crisis
de los bancos europeos y cuestiones similares, en lugar de discutir el
informe que expresaba en términos diplomáticos:
La preocupación sobre los efectos de la
desintermediación digital, la robótica avanzada y la economía
colaborativa sobre el crecimiento de la productividad, la creación de
empleos y el poder de compra. Es evidente que la generación del milenio
experimentará en la próxima década un cambio tecnológico mayor que lo
que hubo en los últimos 50 años, no dejando intacto a ningún aspecto de
la sociedad global. Los grandes adelantos científicos y tecnológicos,
desde la inteligencia artificial hasta la medicina de precisión, se
plantean transformar nuestra identidad humana.3
Un importante elemento de la situación actual es la ausencia de
prerrequisitos exógenos, de los que anteriormente se disponía para una
renovada acumulación a largo plazo. La reactivación de las “ondas
largas” en el sentido que les daba Trotsky, y que reconocía de una
manera complicada Mandel, la determinaban factores exógenos, como las
guerras mundiales, las masivas ampliaciones del mercado debido a una
expansión territorial (la “frontera” en la historia estadounidense) o la
creación de nuevas industrias como resultado de importantes adelantos
tecnológicos. Las condiciones políticas para una guerra mundial (una
preparación ideológica del tipo de la que llevó a cabo el nazismo luego
de 1933) no existe hoy en día. De modo que para la burguesía, el
problema es hallar un factor capaz de impulsar la acumulación otra vez,
luego de varias décadas. Desde que se incorporó a China en el mercado
mundial, ya no quedan “fronteras”. La única posibilidad son las nuevas
tecnologías. Solamente éstas, con una inversión extremadamente alta y
sus efectos en los empleos, son capaces de impulsar una nueva onda larga
de acumulación, asociada con la expansión a través de nuevos mercados.
El rol de las Tecnologías de la Información y la Comunicación en la
reconfiguración radical de la organización del trabajo y en la vida
cotidiana es indudable. La gran cuestión es si ellas tienen las
consecuencias en la inversión y en el empleo, capaces de impulsar una
nueva onda larga de la acumulación. Sus impactos generalizados en el
ahorro de fuerza de trabajo, junto a su efecto en incrementar el valor
del capital constante invertido, sugieren lo contrario; en particular,
si no está a la vista una “Cuarta Revolución Industrial”, o sea, un
aumento radical de las tecnologías que surgieron en la “Tercer
Revolución Industrial”, como la llamaban los teóricos
neoschumpeterianos. La opinión dominante entre los economistas y
sociólogos estadounidenses es que los factores que impulsaron el
crecimiento económico durante la mayor parte de la historia
norteamericana, se han gastado en gran medida. Dicen que se ha llegado a
una “meseta tecnológica”, y apuntan a los “resultados más fáciles”, que
tuvieron un rápido crecimiento, incluyendo el cultivo de muchas tierras
antes no trabajadas, o de descubrimientos tecnológicos
“trascendentales”, en especial en el transporte, la electricidad, las
comunicaciones masivas, la refrigeración y los servicios sanitarios, y
finalmente la educación masiva. Lo que las tecnologías de la información
y la comunicación ofrecen al capital y al estado en la forma de “macro
datos” es una capacidad sin precedentes para el control social y
político. No ofrecen ninguna solución para el desempleo masivo4 y aumentan la composición orgánica del capital.
Una temprana reflexión sobre el futuro del capitalismo
En su introducción a la edición por Penguin del tomo III de El capital,
Mandel (1981: 78) desarrolla una serie de elaboraciones teóricas sobre
el “destino del capitalismo”. Al contrario que Sweezy, Mandel discute la
teoría de Grossman sobre el colapso capitalista en forma respetuosa y
seria. Esto lo lleva a analizar las consecuencias de lo que él llama en
esa época el “robotismo”. Las nuevas tecnologías todavía estaban en su
infancia cuando escribía esto, pero para Mandel ellas ya tenían
potencialmente consecuencias portentosas. Teniendo en cuenta los
pronósticos que hemos discutidos antes, es importante leerlas y
discutirlas:
La extensión de la automatización más allá
de un determinado límite conduce, inevitablemente, primero a una
reducción del volumen total del valor producido, luego a una reducción
del volumen total del plusvalor producido. Esto desata una “crisis del
colapso” combinada en forma cuádruple: una enorme crisis de reducción en
la tasa de ganancia; una enorme crisis de realización (el aumento en la
productividad del trabajo que implica el robotismo expande la masa de
valores de uso producida a un ritmo aún más alto que el ritmo de
reducción de los salarios reales, y una creciente proporción de estos
valores de uso se vuelve invendible); una masiva crisis social; y una
inmensa crisis de “reconversión” [en otras palabras, de la capacidad del
capitalismo para adaptarse] a través de la desvalorización; la formas
específicas de la destrucción del capital amenazan no sólo a la
supervivencia de la civilización humana, sino también la supervivencia
de la humanidad o de la vida en nuestro planeta (ibíd.: 87).
Poco después, para que se lo entienda mejor, Mandel escribe:
Es evidente que esa tendencia hacia la
modernización del trabajo en sectores productivos con el más alto
desarrollo tecnológico debe, necesariamente, ser acompañado por su
propia negación: un aumento en el desempleo masivo, en la ampliación de
sectores marginalizados de la población, en la cantidad de quienes
“abandonan” y de todos a quienes el desarrollo “final” de la tecnología
capitalista los expulsa del proceso de producción. Esto significa que a
los crecientes desafíos a las relaciones capitalistas de producción en
el ámbito de la fábrica se suman crecientes desafíos a todas las
relaciones y valores burgueses básicos en la sociedad de conjunto, y
estos también constituyen un elemento importante y periódicamente
explosivo de la tendencia del capitalismo al colapso final (ibíd.).
Y luego agrega:
No necesariamente es un colapso a favor de
una forma superior de organización social o civilización. Precisamente
como una función de la propia degeneración del capitalismo, los
fenómenos de decadencia cultural, de retrogresión en las esferas de la
ideología y el respeto a los derechos humanos, multiplican al mismo
tiempo la sucesión ininterrumpida de crisis multiformes, con las que esa
degeneración nos enfrentará (ya nos está enfrentando). La barbarie,
como un posible resultado del colapso del sistema, es una perspectiva
mucho más concreta y precisa hoy que lo que fue en las décadas de 1920 y
1930. Hasta los horrores de Auschwitz e Hiroshima parecerán moderados
comparados con los horrores con los que una continua decadencia del
sistema confrontará a la humanidad. Bajo estas circunstancias, la lucha
por un desenlace socialista asume el significado de una lucha por la
propia supervivencia de la civilización humana y la raza humana (ibíd.:
89).
Mandel modera su perspectiva ciertamente catastrófica con un mensaje de esperanza, adaptado de la problemática de El programa de transición:
El proletariado, como lo ha mostrado Marx,
reúne todos los prerrequisitos objetivos para dirigir exitosamente esa
lucha; y hoy, eso sigue siendo más cierto que nunca. Y tiene al menos el
potencial para adquirir los prerrequisitos subjetivos también, para una
victoria del socialismo mundial. Si ese potencial se hará
verdaderamente realidad dependerá, en último análisis, de los esfuerzos
conscientes de los marxistas revolucionarios organizados, integrándose
con las periódicas luchas espontáneas del proletariado para reorganizar
la sociedad siguiendo los lineamientos socialistas, y conduciéndolo a
objetivos precisos: la conquista del poder estatal y la revolución
social radical. No veo más motivos para ser pesimista hoy en cuanto al
resultado de esa empresa, que los que había en la época en que Marx
escribió El capital (ibíd.: 89 y s.).
Que una revolución social radical es la solución, es algo más
cierto que nunca, pero la amenaza de las crisis ecológicas, algo que era
imprevisible para Marx, como también el legado político del siglo XX,
no nos inducen a ser tan optimistas como trataba ser Mandel en 1981. En
la tradición revolucionaria a la que adherí, el socialismo era una
“necesidad” en dos sentidos de la palabra: el de ser la única respuesta
decisiva y duradera, no sólo para la situación de la clase obrera y los
sumergidos, sino para la satisfacción de las necesidades humanas; y el
de ser el resultado del movimiento del desarrollo capitalista. La
burguesía no dejaría la escena sin luchar y los procesos
contrarrevolucionarios como el nacimiento del estalinismo o el maoísmo
podrían ocurrir, pero “la historia está de nuestro lado”. Los marxistas
revolucionarios eran la “expresión consciente” de procesos económicos y
sociales fundamentales. Esta visión del mundo estaba enraizada en la
lectura de los numerosos párrafos de Marx y posteriormente, en los de
los principales revolucionarios marxistas que parecían respaldarlo; en
particular, Lenin, y en el caso de Trotsky, por una lectura unilateral
de las dos primeras secciones del Programa de Transición, y con
muy poca discusión de sus numerosos textos que expresaban preocupaciones
enraizadas en los sucesos de la década de 1930 pero que contenían
reflexiones más generales, como en sus escritos sobre el fascismo y el
nazismo. Rosa Luxemburgo era objeto de sospechas, no sólo debido a sus
advertencias sobre el posible curso de la revolución de octubre, sino
por la angustia contenida en el grito de “socialismo o barbarie”. El
hecho de que en sus últimos años esta angustia también pasó a ser la de
Trotsky, jamás fue discutido.
Los procesos políticos de fines de la década de 1980 y principios
de la de 1990, con consecuencias mundiales (en particular, el hecho de
que no sucediera la revolución política en la URSS), y las divisiones
organizativas vacías de perspectivas me volvieron cada vez más receptivo
al pensamiento de filósofos de la Europa central. El primero fue
Mészáros, con la siguiente afirmación de su libro originalmente
publicado en 1995:
Todo sistema de reproducción metabólica
social tiene sus límites intrínsecos o absolutos que no se pueden
traspasar sin cambiar el modo de control prevaleciente en uno
cualitativamente diferente. Cuando en el curso del desarrollo histórico
se llega hasta esos límites se hace imperativo transformar los
parámetros estructurales del orden establecido –o en otras palabras, sus
“premisas prácticas” objetivas– que normalmente circunscriben el marco
general de ajuste de las prácticas reproductivas factibles bajo esas
circunstancias (Mészáros, 2000: 163).5
Y a este párrafo le sigue la siguiente afirmación de que en el caso del capitalismo,
el margen para el desplazamiento de las
contradicciones del sistema se torna aún más estrecho y sus pretensiones
de un estatus indesafiable de la causa sui se hacen palpablemente
absurdas, a pesar del poder destructivo antes inimaginable a disposición
de sus personificaciones. Porque a través del ejercicio de tal poder el
capital puede destruir a la humanidad en general –que es precisamente a
lo que parece estar en verdad encaminado (y con ello, de seguro,
también a su propio sistema de control)– pero no selectivamente a su
antagonista histórico [la clase obrera] (ibíd.: 166 y s.).
El otro autor que me ha alentado a investigar el concepto de los
límites absolutos de la producción capitalista es el filósofo alemán
Robert Kurz. Como Mandel, en una lectura de Marx que ha levantado muchas
controversias,6 él
apunta a los efectos en el ahorro de trabajo y en la mejora de la
productividad de las tecnologías relacionadas con la tecnología de la
información y la comunicación, y sus consecuencias en la agudización de
las contradicciones de la producción capitalista.
Dado el nivel de las contradicciones que han
alcanzado, nos enfrentamos desde ahora con la tarea de reformular la
crítica de las formas capitalistas y en la de su abolición. Esta es
simplemente la situación histórica en la que estamos, y sería fútil
llorar sobre las batallas perdidas del pasado. Si el capitalismo llega
ante los que son objetivamente sus límites históricos absolutos, sin
embargo es cierto que, por falta de una consciencia crítica suficiente,
la lucha por la emancipación también puede fracasar. El resultado sería
entonces no una nueva primavera de la acumulación, sino como lo dijo
Marx, la caída de todos en la barbarie.7
El advenimiento de una nueva barrera inmanente más formidable y sus consecuencias
En ausencia de los factores capaces de lanzar una nueva fase de
acumulación sostenida, la perspectiva es la de una situación en la que
las consecuencias del lento crecimiento y la endémica inestabilidad
financiera, junto al caos político que ellos alimentan en ciertas
regiones hoy y potencialmente en otras, convergería con los impactos
sociales y políticos del cambio de clima. El concepto de barbarie,
asociado con las dos guerras mundiales y el Holocausto y más
recientemente con los genocidios contemporáneos también se hará
aplicable entonces a ellos. El precedente de la vinculación de la
cuestión ecológica con la caída de nuestra sociedad en la barbarie se lo
debe atribuir otra vez a Mészáros:
En alguna medida Marx ya era consciente del
“problema ecológico”, es decir, los problemas de la ecología bajo el
dominio del capital y los peligros implícitos en él para la
supervivencia humana. De hecho, fue el primero en conceptualizarlo.
Habló sobre la contaminación e insistió en que la lógica del capital
–que debe perseguir las ganancias, de acuerdo con la dinámica de la
auto-expansión y la acumulación del capital– no puede tener ninguna
consideración para los valores humanos e incluso para la supervivencia
humana [...]. Por supuesto, lo que no se puede hallar en Marx, es una
explicación de la mayor gravedad de la situación en la que nos
encontramos. Para nosotros la supervivencia humana es una
cuestión urgente (Mészáros, 2001: 99).
Cuando hablamos de amenaza a la supervivencia humana, por supuesto,
queremos decir una amenaza a la civilización tal como la conocemos
hasta ahora. Los seres humanos sobrevivirán, pero si no derriban al
capitalismo, vivirán, a nivel mundial, en una sociedad del tipo de la
que describió Jack London en su gran novela distópica, El talón de hierro.
Hasta que tenga lugar el cambio revolucionario, estamos atrapados por
las relaciones y las contradicciones específicas del modo capitalista de
producción. Un modo de producción caracterizado por “el movimiento
infatigable de la obtención de ganancias, el afán absoluto de
enriquecimiento” (Marx, 1983: I, 187), no puede tomar en cuenta un
mensaje que exige un fin al crecimiento, tal como se entiende
tradicionalmente, y un uso negociado y planificado de los recursos
restantes.
La acumulación del capital ha tomado la forma del desarrollo de
industrias específicas. La combinación de la crisis global económica y
la crisis ecológica del capitalismo es simultáneamente la de las
relaciones sociales de producción y de un determinado modo de producción
material, el consumo, el uso de la energía y los materiales o,
nuevamente toda la base material en la que ha tenido lugar la
acumulación, en particular durante los últimos 60 años, y las industrias
asociadas con él –las energéticas, las automovilísticas, las
infraestructuras viales y la construcción en particular, que conducen a
modelos de ciudades intensivas en energía y de la producción de
agroquímicos. La prolongación de este modo bajo el capitalismo implica
formas cada vez más destructivas de minería, perforación petrolera (por ejemplo, la perforación de pozos a través de espesas capas de sal en aguas ultraprofundas en el Ártico),
la producción agrícola (el uso altamente intensivo de ingredientes
químicos y la expansión de la agricultura mediante la deforestación) y
los recursos oceánicos. Esas formas representan “el esfuerzo del capital
para revertir la desaceleración de la productividad a través de una
serie de desesperadas batallas por las últimas migajas de los últimos
restos baratos de la naturaleza” (Moore, 2014: 37). El agente de esta
destrucción es la figura contemporánea del “capitalista, o sea como
capital personificado, dotado de conciencia y voluntad” (Marx, 1983, I:
187), a saber, la gran corporación industrial y minera y quienes la
poseen y controlan.8
Ahora es evidente que el calentamiento global y el agotamiento
ecológico se han convertido en una “barrera inmanente” para el capital, y
no, como todavía se lee en obras anteriores de estudiosos
estadounidenses, en una barrera exterior. En su libro, que recibí cuando
estaba terminando con esta conclusión, Moore escribe que “los límites
al crecimiento que enfrenta el capital son suficientemente reales: son
‘límites’ coproducidos mediante el capitalismo. El límite ecológico
mundial del capital es el propio capital” (Moore, 2015: 295). Esta
coproducción se remonta a la época del capital mercantil, y en la época
más reciente ha sido moldeada por la globalización y la
financiarización. Esta es una barrera que no puede, como se expone en el
tomo III de El capital, capítulo 15, ser resuelta temporalmente a
través de “la desvalorización periódica del capital ya existente” o
superándola en virtud de “medios que vuelven a alzar ante ella esos
mismos límites, en escala aún más formidable” (Marx, 1983: III, 320 y
s.). La barrera está allí para permanecer. Foster ha tomado el concepto
del límite o barrera absoluta del capital y lo ha desarrollado en
relación con el medio ambiente, agregando detallados comentarios a los
textos pertinentes de Marx. Considera que el “precipicio ecológico que
se aproxima” (Bellamy Foster, 2013: 1) como algo que cada vez está más
cerca. El agotamiento de los recursos es irreversible, o sólo reversible
en un largo tiempo, que podría tomar siglos. Tan profundamente
intensivo en carbón es el actual régimen energético imbricado con los
modos de producción y de vivir forjados por el capitalismo, que el ritmo
del calentamiento global está fuera de control, al menos en la
actualidad. En el “mejor escenario” (un escenario sin procesos de
realimentación), la cuestión que se plantea es sobre la “adaptación” y
de este modo, está determinada por las clases y la división entre países
ricos y países pobres, que serán las que decidirán quiénes serán más
perjudicados en el mundo .
Como subrayó Mandel más arriba, el hecho de que el capitalismo haya
alcanzado sus límites absolutos no significa que cederá el paso a un
nuevo modo de producción.9 Las
élites y los gobiernos controlados por ellas prestan más atención que
nunca a la preservación y reproducción del orden capitalista. De modo
que a su progresivo hundimiento junto a los efectos previsibles e
imprevisibles del cambio climático se sumarán guerras y regresiones
ideológicas y culturales, tanto las provocadas por la mercantilización y
la financiarización de la vida cotidiana como las que toman la forma
del fundamentalismo y el fanatismo religioso de los tres monoteísmos. La
mortalidad a causa a las guerras locales, las enfermedades, y las
condiciones sanitarias y nutricionales debidas a la gran pobreza
continúan siendo contadas en decenas, sino centenares, de millones.10 Los
impactos del cambio climático aumentan en determinadas partes del mundo
(el delta del Ganges, gran parte de África, las islas del Pacífico Sur)
y ya ponen en peligro las mismas condiciones de reproducción social de
los oprimidos (este tema fue central en Chesnais y Serfati, 2003).
Necesariamente, ellos resistirán o procurarán sobrevivir lo mejor que
puedan. Las consecuencias serán violentos conflictos sobre los recursos
acuíferos, guerras civiles, prolongadas por la intervención extranjera
en los países más pobres del mundo, enormes desplazamientos de
refugiados causados por las guerras y el cambio climático (Dyer,
2010). Quienes dominan y oprimen al orden mundial consideran esto como
una amenaza a su “seguridad nacional”. En un informe reciente del
Departamento de Defensa de los EE.UU. se afirma que el cambio climático
global tendrá implicancias de amplio alcance para los intereses de la
seguridad nacional del país.11 Moore
escribe que “el giro hacia la financialización, y la cada vez más
profunda capitalización en la esfera de la reproducción, ha sido una
forma poderosa de posponer la rebelión inevitable. Esto ha permitido
sobrevivir al capitalismo. Pero, ¿por cuánto tiempo más?” (Moore, 2015:
305). Hay otras preguntas, que no son muy diferentes: “nosotros”,
¿podremos liberarnos, derribar al capitalismo para establecer una
“sociedad humana en relación con la naturaleza” totalmente diferente? Y
si no podemos, ¿sobrevivirá la sociedad civilizada? Pues un modo de
producción que está colapsando nos arrastrará a todos en su caída.
Las generaciones más jóvenes de hoy y quienes las seguirán se
enfrentan y cada vez más se enfrentarán con problemas
extraordinariamente difíciles. Hay importantes batallas en algunos
países, pero también en todos los demás, una cantidad innumerable de
luchas auto-organizadas a nivel local que demuestran su plena capacidad
para enfrentar esos problemas. Visto desde el punto de vista de la lucha
por la emancipación social, su única perspectiva es la que se resume en
la palabra que dijo Marx durante su última conversación registrada que
tenemos, precisamente una conversación con un joven periodista
estadounidense: “lucha”.
“Durante la conversación, surgió en mi mente una pregunta relativa a
la suprema ley de la vida. Mientras descendía a las profundidades del
lenguaje, y se elevaba a las alturas de la solemnidad, durante un
instante de silencio, interrumpí al revolucionario y filósofo con estas
decisivas palabras, ‘¿Qué es?’. Parecía como si por un momento su mente
diese marcha atrás mientras contemplaba bramar al mar ante él, así como a
la inquieta multitud en la playa. ‘¿Qué es?’, había preguntado yo; a lo
que en un tono profundo y solemne, replicó: ‘¡Lucha!’ Al principio creí
haber oído el eco de la desesperación; pero por ventura, era la ley de
la vida”.12
Los levantamientos en diferentes partes del mundo y las igualmente
importantes innumerables luchas locales, muchas de las cuales son
simultáneamente económicas y ecológicas, muestran que quienes participan
en ellas lo comprenden. El inmenso desafío es el de centralizar esta
latente energía revolucionaria en todo el mundo en formas políticas que
no repitan las que tuvieron los desastrosos resultados del siglo pasado,
y así crear realmente una fuerza que podría concebir y establecer las
relaciones de la emancipación humana, y capaz también de detener el
actual curso ecológico.
Bibliografía
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Wheen, Francis, Karl Marx. Buenos Aires: Debate, 2015.
Escrito especialmente para su publicación en Herramienta.
Traducción de Francisco T. Sobrino.
1 “Adaptándose al cambio climático”, The Economist,
25/11/2010. “Aunque se resisten a decirlo en público, la
improbabilidad absoluta de ese logro ha hecho que muchos científicos
del clima, defensores del medio ambiente y dirigentes políticos hayan
llegado a la conclusión en que, como dijo Bob Watson, quien presidió el
IPCC y ahora es el principal científico en el Departamento Británico
del Medio Ambiente, Alimentos y Asuntos Rurales, ‘dos grados es una
quimera’”.
2
Freeman (2010) estima un aumento en el tamaño de la “reserva de
trabajo mundial”, de aproximadamente 1,46 mil millones a 2,93 mil
millones, usando la expresión mucho más clara de la “duplicación
efectiva de la fuerza de trabajo mundial asociada actual”.
3 Ver: http://reports.weform.org/global-risks-2016/.
4
Un estudio cuidadosamente investigado (Fey y Osborne, 2013) estima
que el 47 por ciento de los empleos estadounidenses se encuentran “en
riesgo” de ser automatizados en los próximos 20 años.
5.
Las posiciones políticas de Mészáros a fines de la primera década del
2000, apoyando el “Socialismo del siglo XXI” de Chávez no descalifican
a su obra teórica.
6
Particularmente en su interpretación en la temprana obra de la teoría
del valor y el concepto del trabajo abstracto. Esto es muy marginal en
el libro de 2011 sobre la crisis. Ver su presentación del libro en
francés (http://www.palim-psao.fr/article-theorie-de-marx-crise-et-depassement-du-capitalisme-a-propos-de-la-situacion-de-la-critique-social-108491159.html), y el resumen de las principales discusiones en una revista francesa (https://lectures.revues.org/7102).
8
Mientras termino este texto, llegan noticias de la posiblemente más
grande crisis ecológica provocada bajo el capitalismo por la
corporación minera brasileña Vale, sobre el río Doce.
9 La visión optimista es la de Amin (2016) con su teoría de una transición al socialismo que durará un siglo o incluso varios.
10
Moore (2002: 301-322) ha sintetizado datos históricos, que muestran
que la transición del feudalismo al capitalismo mercantil desde el
período medieval tardío hasta el siglo XVII fue económica y social pero
también ecológica en sus manifestaciones, extendiéndose desde las
hambrunas recurrentes, la Peste Negra, y el agotamiento de los suelos,
hasta las revueltas campesinas y la intensificación de las guerras.
11 Ver: http://www.defense.gov/pubs/150724-Congressional-Report-on-National-Implications-of-Climate-Change.pdf.
12 John Swinton, “A conversation with Marx”, The Sun,
Nueva York, 6 de septiembre de 1880. Agradezco a Pierre Dardot y
Christian Laval (2012), quienes terminaron su libro sobre Marx de esta
misma manera [la conversación también fue en Wheen, 2015. Nota del
trad.].
Fuente: Herramienta
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