Por Guillermo Giacosa
Me obsesiona saber si es posible devolverles su
libertad a aquellos seres humanos que los medios de comunicación ya han
domesticado. ¿Será posible abrirles la jaula sin que se precipiten en un
oscuro abismo emocional? Observo que las conductas largamente interiorizadas tienden a repetirse, actuamos, de alguna manera, con el piloto automático y ese piloto automático ha sido, seducido primero y controlado después, por quienes han diseñado una sociedad para que unos pocos se beneficien y los otros se desgarren por sobrevivir.
En los países del llamado Tercer Mundo (expresión en desuso) solo quienes viven aislados en algún gueto de abundancia y lujo, pueden negar esta verdad que de tan evidente, se ha vuelto costumbre y por tanto normalidad para quienes la padecen.
Hasta la palabra fatalismo resulta insuficiente para definir la conducta suicida que los medios han instalado en los ciudadanos del presente. Suicida, no solo es quien se quita la vida, sino también quien alquila su libertad interior a aquel que logre seducirlo con cuentas de colores y promesas que ni sus tataranietos disfrutarán. Suicida es quien renuncia a pensar por sí mismo y se llena de palabras ajenas que emponzoñan su alma condenándola a reptar por un sucio suelo sin sueños. Suicidio es enajenar el alma.
Me entusiasma, sin embargo, pensar en algunos logros para frenar o al menos disminuir la velocidad de la autoagresión. Eso ha sucedido con hechos concretos como el hábito de fumar. Durante años los mismos que hoy envenenan las neuronas desde los medios de comunicación, insistieron en hacernos creer que el cigarrillo no era dañino para la salud.
Mi padre, que murió con cáncer al pulmón, solía calmar su tos encendiendo un nuevo cigarrillo y debe haber fumado, en sus 60 años de adicción, más de 25.000 cajetillas que equivalen a 500.000 cigarrillos. Para él, el mundo actual, con sus múltiples prohibiciones para encender un pucho, hubiese resultado una atroz dictadura.
Recuerdo una reunión de UNESCO, en tiempos en que yo fumaba, en la que el único no fumador de los 20 participantes pidió la palabra para decir, sin exhibicionismo alguno: “Perdón, les molesta si no fumo”. Me hizo sentir muy mal y poco tiempo después dejé definitivamente el cigarrillo (faso en el argot argentino de mi época) como el 80% de mis amigos y un porcentaje inmenso de la población mundial.
Hoy es raro que alguien encienda un cigarrillo sin buscar el consentimiento de quienes le acompañan. Si hemos logrado crear conciencia en ese campo de adicciones reforzadas químicamente, es posible que podamos hacer lo propia con la contaminación que invade los espíritus diciéndoles qué tiene que pensar, qué nuevo cachivache tienen que comprar y por quién tienen que votar. A la alienación dile NO.
Es una droga tan maligna como las drogas químicas pues te despersonaliza, te usa y luego te bota. Te convierte, ni más, ni menos, en ese objeto útil pero descartable llamado condón. Así nos tratan y nos consideran los medios de comunicaciones. Eso somos para los magos de la SIP, para los lacayos del Consenso de Washington, para las omnipresentes radios, televisoras y prensa escrita locales y para todos los partidos políticos y políticos sueltos que solo buscan servirse de tu voto para destruirte mejor.
No hace falta más que observar el nivel de corrupción en el que estamos sumergidos para comprobar que no hay exageración en mis palabras. Un país cuyos últimos presidentes están en la cárcel o con un pie en ella debiera plantearse, muy profundamente, los por qué de esta situación insólita, anormal, descorazonadora y desafortunada. No hacerlo es aceptar que la sociedad construida no es más que este espanto cotidiano que los medios atacan u ocultan según les convenga y no como un acto comprometido de amor y responsabilidad por el país y la sociedad en la que viven.
Si un periodista se plantea si le conviene o no denunciar determinada situación ajena a los intereses del Perú, no es un periodista. Simplemente es un canalla cuya única bandera es la tarjeta de crédito que alimentan sus mandantes. Y como el éxito se mide según la cantidad de dinero que logras acumular, el traidor de sus conciudadanos se erige como ejemplo a seguir..
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