Javier Díaz Muriana
Su nombre es Ahed, tiene tan solo 16 años y se ha convertido en la
nueva cara de la resistencia en Palestina. Ahed Tamimi fue detenida el
20 de diciembre en una redada nocturna en el que los soldados isralíes
irrumpieron en su casa para llevársela. Lo que ha precipitado su
detención es un video en el que la joven adolescente le da un guantazo a un soldado israelí.
Un sonado guantazo que se ha sentido en todo Israel como una
humillación a su ejército, la institución más importante del país. Una
señal de rebeldía ante la ocupación que Israel no podía dejar sin
castigo.
El castigo, como suele hacer Israel, siempre es colectivo. También
detuvieron a su prima Noor, que vive un par de casas más abajo. Días
después detuvieron a su madre, Nariman, cuando acudía a visitarla a la
prisión y hace tan solo una semana detuvieron a su tia Manal, liberada ayer después de pasar 7 días entre rejas.
A pesar de ser una adolescente, Ahed está siendo juzgada en un
tribunal militar israelí con una tasa de condena superior al 99%. Desde
2012, los militares israelíes han detenido a un promedio de 700 niños
palestinos cada año, y más de tres cuartas partes de ellos han sufrido
algún tipo de violencia física tras su detención, como torturas. En la
actualidad, hay más de 400 niños y niñas palestinos en prisiones de
Israel.
En su juicio, el fiscal del tribunal militar ha presentado 12 cargos
contra ella, entre los que se encuentran amenazar con pegar a un soldado
en el momento del arrestro, impedir que un soldado haga su trabajo,
incitanción, tirar objetos a los soldados o parar a un soldado.
Las mujeres Tamimi
Las mujeres de la familia Tamimi ha liderado la resistencia pacífica
en su pequeño pueblo, Nabi Saleh, habitado por poco más de 600 personas a
escasos 50 kilómetros al norte de Ramala y rodeada de colonias
israelíes. Otro lugar cualquiera de la Palestina ocupada si no fuera por
el protagonismo femenino en la resistencia contra la ocupación y por la
imagen que se han granjeado las Tamimi desde muy pequeñas, brindando
alguna de las imágenes más irritantes para la credibilidad del ejército
israelí.
Ocurrió en agosto de 2015. La niña, ataviada con la camiseta rosa de piolín es Ahed y tan solo tenía 14 años. Defendía a Mohammad Fadel Tamimi, su primo de 12 años, de ser arrastrado por un soldado a las cárceles de la ocupación.
Dos años más tardes y horas antes de la famosa bofetada que le ha
devuelto a la palestra mediática, su primo Mohammad recibía un disparo
en la cabeza que lo ha mantenido entre la vida y la muerte y le ha
provocado graves secuelas de por vida.
Días antes de esa bofetada los soldados volvían a entrar en Nabi
Saleh, su pequeño pueblo, como de costumbre, como hacen cada semana
desde hace décadas, a sembrar miedo y terror por doquier. En las tierras
de acceso al pueblo, los casquillos de los gases lacrimógenos, las
bombas de sonido, las balas de goma y de munición real compiten en
presencia con la hierba. Los Tamimi los recogen y los exponen para
denunciarlo antes los medios. A menudo el aire es irrespirable, sobre
todo para los visitantes, periodistas y activistas. No para ellos, ya
están acostumbrados. Es su dia a día, el día a día para el que educan a
sus hijos con el objetivo de que no tengan miedo. Porque tener miedo en
tu propia tierra significa darles tu vida al intruso, al ocupante
extranjero.
Por eso Israel teme a esta niña de 16 años, por que su desafío ataca
al corazón de la ocupación y desenmascara la verdadera naturaleza de la
misma, la de un gran ejército de ocupación extranjero contra una
población indefensa. Una imagen que deslegitima las violencias que
ejerce Israel contra los palestinos como ya lo hiciera en la primera y
segunda intifada las fotos y videos de niños lanzando piedras a los
tanques. Algo que Israel no va a permitir que vuelva a ocurrir.
Pero lo que más irrita al gobierno de Netanyahu es que Ahed se
convierta en un ejemplo para una generación que debiera, para Israel,
olvidar la ocupación, sumirse en la rutinaria deshumanización de los
puestos de control militares, las redadas nocturas, las detenciones,
humillaciones constantes y la discriminación racial. La generación de la
transferencia voluntaria, una generación que tendría que haber
normalizado la ocupación, como lo ha hecho la comunidad internacional y
que encuentra en Ahed un acicate para la rebeldía, para la insurrección.
Un ejemplo a seguir.
La detención de las mujeres Tamimi es también un síntoma de la guerra
de Israel contra las mujeres. Una guerra que demuestra que la fortaleza
de la resistencia reside en las mujeres, por que son ellas las que
están manteniendo la memoria viva, algo que décadas de limpieza étnica
continuada no han podido lograr, a pesar la judaización de la palestina
histórica. Una memoria que transmite no solo el idioma y la cultura,
sino también el recuerdo vivo de los lugares de procedencia de los
refugiados, aquellos pueblos arrasados por tropas sionistas en la Nakba
“El Desastre”, hace 70 años. Una memoria que pervive en la nueva
generación de palestinos a los que hoy pone rostro una jóven de 16 años
con una larga cabellera rubia.
Ya ha pasado más de dos semanas desde la detención de esta joven heroína, la Malala palestina,
con un silencio mediático en occidente mezquino y sepulcral. ¿Donde
están las organizaciones de derechos humanos para reivindicar la figura
de Ahed en la construcción de referentes de empoderamiento de la mujer?
¿Donde están las organizaciones feministas para salir a la palestra y
demandar boicot a Israel ante la detención de una niña ejemplo de
liderazgo, autonomía y lucha por la emancipación?
La guerra de Israel contra las mujeres y las niñas que resisten de
forma activa la ocupación exige una respuesta internacional sólida y sin
fisuras. Una respuesta que lleve de forma explícita una estrategia
global que respete las estrategias locales: impulsar la campaña de
boicot a Israel desde las organizaciones feministas como una forma de
acabar con todas las formas de opresión, incluida la ocupación.
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