lunes, 22 de abril de 2019

Ponencias de la Jornada Literaria de Apurímac


APU-RIMAQ
Director:  Domingo de G. Suárez Soria                    17 de abril de 2019                N° 2
426-1434-941823948
Dirección: Jirón Carabaya N° 719 Of. 112 Cercado de Lima.

EDITORIAL
APURIMAC HACIA EL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA
Con ocasión del Aniversario CXLVI de vida republicana de Apurímac, se ha programado una Jornada Literaria de Apurímac, para hablar sobre el legado de los personajes históricos de Apurímac, que tuvieron un papel protagónico desde la época Pre Incaica, como es el caso del Jefe Chanka Anccohuayllo, quien dirigió la lucha contra los cuzqueños por la supremacía de la región. Así como en la época colonial y republicana, los personajes históricos de Apurímac tuvieron un papel protagónico en el proceso de cambios en el país.
Los apurimeños universales como: el Jefe Chanka Anccohuayllo, Juan de Espinosa Medrano “El Lunarejo”, Micaela Bastidas Puyucahua, Manuel Ricardo Palma Carrillo, José María Arguedas Altamirano y María Isabel Granda y Larco, han dejado inmensa obra, que deberán ser desarrolladas por las nuevas generaciones.
El jefe chanka Anccohuayllo, ante el peligro que representaban los Incas para su pueblo, decidió marchar hacia el Cusco, en donde lidió con gran sagacidad contra sus contrincantes cuzqueños por la supremacía de la región, ya que ambos estaban en proceso de expansión, esta rivalidad con los Incas, los llevaría a querer destruirlos completamente, pero el gran heroísmo del Inca Pachacutec salvaría al futuro imperio Inca.
La Cultura Chanca, es una cultura precolombina que pertenece al periodo Intermedio Tardío, el reino Chanca surgió en el momento de la desaparición del imperio Huari, en el que las ciudades son abandonadas por los pobladores que se refugiarían en el campo (por cambios climáticos)
Juan de Espinosa Medrano “El Lunarejo” (24 de junio de 1629- 13 de noviembre de 1688)
Alfredo Remigio en su artículo “Juan de Espinoza Medrano, afirma que: “El apologético en favor de don Luis de Góngora de Juan de Espinosa Medrado, publicado en 1662, constituye sin duda un hito crucial. Con este texto se puede marcar el inicio de la crítica literaria en el Perú y en Hispanoamérica”
El padre Espinosa Medrano dejó una enorme producción literaria. Su obra poética, muy marcada por el culteranismo, en la que sobresalen “Amar su propia muerte” y el auto sacramental El hijo Pródigo, escrito en quechua para enseñar historia sagrada a los indios. Se le atribuye así mismo otra pieza teatral en quechua: El pobre más rico. Espinosa fue también músico y compositor de letras.
Micaela Bastidas Puyucahua (23 de junio de 1744-18 de mayo de 1781)
Heroína de la emancipación. Se encargó en proveer recursos, armas y vestimenta a las tropas. Llegó incluso a dirigir algunas acciones preparatorias cuando Túpac Amaru II debía ausentarse e intervino activamente en la captura del corregidor de la provincia de Tinta, general Antonio de Arriaga, ejecutado en la plaza de Tungasuca el 10 de noviembre de 1780. Una semana después (18 de noviembre) tuvo papel preponderante en la exitosa batalla de Sangarará y sostuvo la opinión de que las acciones debían proseguir rápidamente, a fin de evitar que los españoles se rehicieran, y así lanzó la ofensiva sobre la ciudad del Cuzco. Dictó edictos y proclamas, que se encuentran publicados en la colección documental del bicentenario de la rebelión de Túpac Amaru II, junto con los informes y cartas que Micaela remitía a su esposo. Luego del revés sufrido en la batalla de Tinta, el 6 de abril de 1781, emprende la huida hacia Langui pero, debido al delato de un coronel español apellidado Landaeta, es apresada junto con Túpac Amaru II, sus hijos Hipólito y Fernando, y otros miembros de su familia. El 15 de mayo es condenada a muerte y la ejecución se realiza tres días después en Huacaypata o plaza de armas del Cuzco, a la vista de su esposo, familiares y gran cantidad de público. Murió horrendamente una de las más grandes heroínas que ha tenido el Perú, cuyo sacrificio por la justicia social abrió un nuevo horizonte para la lucha indígena.
Manuel Ricardo Palma Carrillo (7 de febrero de 1833-6 de octubre de 1919)
Creador de un género intermedio entre el relato y la crónica, que renovó la prosa sudamericana. Aunque se le considera integrante de la escuela romántica.
En 1848 empezó su carrera literaria, según propia confesión, formando parte del grupo que después él mismo denominaría "La bohemia de mi tiempo".
En 1849 escribió su primer drama, El hijo del sol y la comedia El Santo de Panchita, escrita en colaboración con Manuel Ascencio Segura.  Tras probar el género histórico con el libro Corona patriótica (1853), empezó a componer relatos breves de diversa índole, desde el ensayo costumbrista al romance histórico, que serían el germen de sus posteriores Tradiciones peruanas.
En 1853 pasó a formar parte del Cuerpo Político de la Armada Peruana como oficial tercero, correspondiéndole prestar servicio en la goleta Libertad, el Bergantín Almirante Guisse, el transporte Rímac. En 1857 fue separado momentáneamente del ejercicio de su cargo por haber secundado la sublevación del general Ignacio de Vivanco contra el gobierno de Castilla, pero su participación política más importante se produjo en 1860, con ocasión del frustrado asalto a la casa del presidente ejecutado por un grupo de civiles y militares de tendencia liberal, liderados por José Gálvez.
Tras el fracaso del intento golpista, se embarcó rumbo a Chile y llegó a Valparaíso en los últimos días de 1860. Durante su permanencia en esta ciudad, el escritor frecuentó los salones literarios y perteneció a la Sociedad Amigos de la Ilustración, colaborando en la Revista del Pacífico y la Revista de Sudamérica, de la cual llegó a ser redactor principal. En agosto de 1863, luego de ser amnistiado, emprendió el regreso al Perú.
José María Arguedas Altamirano (18 de enero de 1911-2 de diciembre de 1969)
En Literatura, desechó los mil estilos provenientes de Europa, creando uno nuevo. Sobre todo, nos enseñó a crear literatura a partir de nuestra realidad.
En política, Arguedas advirtió que un país con excluidos no nos conduciría a buen puerto, que el Perú no sólo estaba constituido por los señoritos de origen español sino, principalmente, por aquellos cuya raíz estaba plantada en las profundidades de los Andes. Nos dijo que la propiedad en el Perú del siglo XX (las haciendas) tuvo su origen en el robo, y la propiedad que nació del despojo, de ninguna manera podía ser considerada propiedad.
Planteó que el humanismo andino podía abrir nuevos caminos para solucionar los grandes problemas de la humanidad.
Y ante el avance del individualismo, nos dijo que el ayllu andino y el trabajo comunitario (minka) eran mejor que todo eso. Es un escritor kechwa. No defendía una raza. Hablaba de todas las sangres. Defendía una cultura, la andina, y una forma de pensar, más cercana a la solidaridad y a la ecología.
Su labor como antropólogo e investigador social no ha sido muy difundida, pese a su importancia e influencia que tuvo en el trabajo literario. Así como sus estudios sobre el folclore peruano, en particular de la música andina. Con cuyo fin estuvo en estrecha relación con cantantes, músicos, danzantes de tijeras y diversos bailarines de todas las regiones del Perú. Su contribución a la revalorización del arte indígena, reflejada especialmente en el huayno y la danza, son de mucha importante, que requiere ser continuada.
María Isabel Granda y Larco (3 de septiembre de 1920-8 de marzo de 1983)
Rompió la estructura rítmica convencional del vals peruano, y sus melodías, de tesitura muy amplia, alternó el nuevo lenguaje que propuso con el de los antiguos valses de salón. Su producción también revela una estrecha relación entre letra y melodía, que fue variando con el tiempo hacia una tendencia poética cada vez más sintética.                                 Su talento se extendió fuera del país, y a la fecha, sus letras siguen siendo interpretadas por distintos artistas del mundo. Entre sus canciones más reconocidas se encuentran “La flor de la canela”, “José Antonio”, “Fina estampa”, “Puente de los suspiros”, “Lima de veras”, “Gracia”, “Zeñó Manué”, entre tantos otros.
Durante la década del setenta, se interesó por realizar homenajes a la poesía de distintos artistas que la habían influenciado. En ese ciclo de canciones, dedicó numerosos temas al poeta peruano Javier Heraud, y a la reconocida cantante Violeta Parra.
Nuestros personajes universales han cumplido bien su gestión generacional. Corresponde a las nuevas generaciones seguir la huella de nuestros ilustres personajes, realizar su obra, promoviendo desde Apurímac el estudio y la investigación de la realidad nacional para proponer alternativas viables de cambio.
En lo económico, nuestro país no tiene ninguna presencia económica en el mercado mundial. No exporta ningún producto elaborado, solamente exporta materias primas. No hay inversión social sino como dádiva.              En lo político, en el Perú no se ha desarrollado un pensamiento liberal estructurado, no cuenta con figuras de talla internacional.                                      En lo cultural, el Perú se nutre de tres tradiciones: incaica, base de nuestra nacionalidad, española y republicana. Y en el siglo XX y XXI se viene desarrollando una nueva propuesta de crear un Perú nuevo dentro del mundo nuevo.                                                                                                                            En lo educacional, la labor principal de la universidad, que es la investigación científica, brilla por su ausencia, así el Perú queda prácticamente descerebrado, supeditado al avance científico-técnico de los países avanzados. 
Finalmente, a nombre de la Federación Departamental de Instituciones Regionalistas de Apurímac en Lima, expresamos nuestro caro reconocimiento a la Biblioteca Nacional en la persona de su Directora Margarita Martínez y al Gremio de Escritos del Perú, en la persona de su Presidente Arquitecto Armando Arteaga Núñez, por su apoyo en la organización del evento. Y a los señores expositores de los temas programados, quienes han expuesto sus trabajos e investigación.
De cuyas exposiciones entregaremos en las publicaciones de APU-RIMAQ, para su difusión entre los interesados que no pudieron asistir personalmente. A continuación, entregamos el artículo “El Humanismo de Arguedas” del Ing. Alejo Lerzundi Silvera.  





EL HUMANISMO DE ARGUEDAS
Por: Alejo Lerzundi
(Conferencia dictada en la Biblioteca Nacional del Perú con motivo de las fiestas de homenaje a Arguedas organizado por FEDIRAL. Lima 12/03/2019)

Agradezco a FEDIRAL, en nombre de Domingo Suarez su Presidente, por su invitación para participar en este evento. Mi reciente vuelta a nuestro país, después de un largo exilio voluntario, me ha planteado el problema de mi reintegración a lo peruano y, como medio para lograrlo, ha sido leer, asistir a conferencias y eventos que tratan de lo nuestro. Una de esas importantes para mí, fue asistir a una conferencia sobre nuestro escritor, proferida por el crítico literario Gonzales Vigíl, realizado en el ICPNA en 2017, hablando sobre la cosmovisión andina y la importancia de la subjetividad en el desarrollo de los pueblos, fui picado por la curiosidad y fui atrás de más información y descubrí entre otros los 12 tomos de la obra completa.  Están allí, además de lo ya conocido y publicitado, su enorme obra antropológica cuya lectura es inagotable por sus múltiples perspectivas y posibilidades de interpretación para el entendimiento de nuestra realidad.

Entonces lo que diré aquí, es un poco de su obra literaria y básicamente de aquello que más me ha llamado la atención, cosas y casos que están un poco escondidos y que tienen que ver con la sensibilidad y el estado de ánimo de nuestro escritor, no necesariamente bien comprendidos ni difundidos, es decir, aquello que nos llega al sentimiento para hacernos cambiar. Eso es lo que quiero compartir con ustedes, en la creencia de que también puede ser interesante para ustedes.

Se nos ha trasmitido de Arguedas la idea de un hombre sufrido de su tiempo y sus circunstancias, su vida vivida al filo de la muerte, la paulatina pérdida de sus facultades, el regateo de sus méritos desde el gusto oficial, el miedo visceral de los dueños del poder a su figura creciente en el pueblo que lo ha escogido y su trágico final por voluntad propia han contribuido para esa visión. Contrariamente, quienes lo han conocido de cerca, hablan de un Arguedas feliz, bromista y agradecido de la vida.

Ricardo Tenaud, dice que José María Arguedas tenía una calidad humana extraordinaria. Era un ser luminoso, abierto, cordialísimo: abría sus grandes ojos maravillados ante cualquier cosa bella o buena, sea una persona, un animal o un acontecimiento. Tenaud confiesa: “Me acogió con la hermandad y la generosidad que eran típicas de él.  Poseía una admirable capacidad de entusiasmo... en él no había asomo de pedantería o de soberbia intelectual: era el hombre más sencillo y más llano. Como si en vez de gran escritor, hubiera seguido siendo empleado de correos”.  También dicen que la risa de Arguedas era sencilla, contagiosa y sincera como la de un niño.

Para el sociólogo Gonzalo Portocarrero, Arguedas no es un escritor que sea masivamente leído. Señala que lo que el gran público recibe son algunas frases sueltas de gran resonancia, y la imagen –trágica, romántica- de un hombre atormentado por el amor a su país. A ello agrega, “Eso basta para convertirlo en un héroe cultural; en una figura que suscita gran simpatía e identificación entre todos los peruanos. Pero quienes realmente leen sus obras son la gente culturosa, los integrantes de lo que Ángel Rama llamó ciudad letrada. Y resulta que pocos de sus lectores son inmunes a la seducción de sus textos. En realidad, quien persevera en el frecuentamiento de sus obras termina desarrollando una relación especial con su autor. Resulta que a Arguedas se le lee y se le vuelve a leer” y yo digo, hasta cambiar la visión de mundo que tenemos.
Y sigue Portocarrero: “Este hechizo que ejerce su escritura descansa, primero, en la sobreabundancia de significados que allí se encuentran. De hecho, muy pocos autores han recargado tanto las palabras como Arguedas. Múltiples niveles de significación se condensan y comprimen en sus textos. Pero, hay, también, otra razón. Desde la perspectiva de quienes se sienten convocados por su obra, Arguedas representa un puente para acercarse a lo otro, a lo negado y diferente. A ese mundo andino al que le damos la espalda aun cuando esté muy dentro nuestro. Se presume que en su obra esa realidad ha sido expresada de una manera tan contundente que el análisis de sus textos es como una amplia puerta de entrada para comprender la positividad de ese otro, inferiorizado o negado por los poderes coloniales”. César Hildebranth ha dicho en la TV, “Al contrario de otros famosos escritores peruanos, las lecturas de Arguedas tienen la virtud de hacerte pensar y cambiar socialmente para mejor”.
En estos días Bruce Mannheim, famoso antropólogo estadounidense, ha dicho lo que todos los andinos ya sabíamos, que el quechua es el único idioma centrado en el otro, a diferencia por ejemplo del español, que tiene un tinte egocéntrico. Además, en quechua es natural el ñoccanchis, se deriva de la solidaridad, de la minka y el ayni como práctica social. Me parece, que cuando el campesino dice nõcca, lo hace de forma un poco altisonante, sólo cuando está molesto y quiere pelear

También hay algunos, que lo han catalogado de indigenista, como forma de disminuir su importancia, otros han dicho que su obra alentaba el arcaísmo del Tahuantinsuyo como forma de restar méritos a los origines de nuestra peruanidad. Cortázar, en la misma línea ha dicho de él que “pensaba al Perú en cinco notas de una flauta”. Arguedas en entrevista con Ariel Dorfman los rectifica: “Entiendo y he asimilado la cultura llamada occidental hasta un grado relativamente alto; admiro a Bach y a Prokofiev, a Shakespeare, Sófocles y Rimbaud, a Camus y Eliot, pero más plenamente gozo con las canciones tradicionales de mi pueblo; puedo cantar, con la pureza auténtica de un indio chanka, un harawi de cosecha. ¿Qué soy? Un hombre civilizado que no ha dejado de ser, en la médula un indígena del Perú; indígena, no indio. Y así, he caminado por las calles de París y de Roma, de Berlín y de Buenos Aires. Y quienes me oyeron cantar, han escuchado melodías absolutamente desconocidas, de gran belleza y con un mensaje original. La barbarie es una palabra que inventaron los europeos cuando estaban muy seguros de que ellos eran superiores a los hombres de otras razas y de otros continentes «recién descubiertos».

 “Dicen que ya no sabemos nada, que somos el atraso, que nos han de cambiar la cabeza por otra mejor. Dicen que nuestro corazón tampoco conviene a los tiempos (...). Dicen que algunos doctores afirman eso de nosotros”, escribió José María Arguedas en 1966 en un texto que tituló “Llamado a algunos doctores”. Líneas después, los desafiaría: “Saca tu larga vista, tus mejores anteojos. Mira, si puedes. Quinientas flores de papas distintas crecen en los balcones de los abismos que tus ojos no alcanzan, sobre la tierra en que la noche y el oro, la plata y el día se mezclan”. Arguedas lanzaba así el reto: entender el ande con una nueva mirada, una que valorice la riqueza de la cultura andina como la de todas las culturas que habitan el Perú, para lograr un país de todas las sangres.

La producción intelectual de Arguedas es bastante amplia y comprende unos 400 escritos, entre creaciones literarias (novelas y cuentos), traducciones de quechua al español, trabajos monográficos, ensayos y artículos sobre la mitología prehispánica, el folclore y la educación popular. La circunstancia especial de haberse educado dentro de dos tradiciones culturales, la occidental y la indígena, unido a una delicada sensibilidad, le permitieron comprender y describir como ningún otro intelectual peruano la compleja realidad del indio nativo, con la que se identificó de una manera intensa. En Arguedas, la labor del literato y del etnólogo no está nunca disociadas; incluso, en sus estudios más académicos encontramos el mismo lenguaje que en sus narraciones

Desde los cuentos de “Agua” (1935), pasando por “Yawar Fiesta” (1941), “Los ríos profundos” (1958), “El Sexto” (1961), “Todas las sangres” (1964), hasta su novela autobiográfica “El zorro de arriba y el zorro de abajo” (1971, póstuma). Todas ellas tratan del conflicto del hombre andino y su opresor el hombre blanco, que usurpa las tierras y las conciencias desde su altura del poder, en todos los niveles, local, regional y nacional, Arguedas grabó en molde no solo sus avatares personales, sino que intentó traducir los tiempos turbulentos que le tocó vivir. Estas obras, parecen ofuscar el conjunto de su obra, pero no, existe otra, publicada posteriormente en 07 volúmenes, titulados: Obra Antropológica y Cultural”, recopilada por Sybila Arredondo, su viuda, sobre aspectos diversos de la cultura peruana de gran importancia para entender la formación económica y social de nuestro país.

Sobre la importancia de su obra el mismo da pistas en conversación con G. Escajadillo. Dice: “Yo creo que Todas las Sangres es no sólo más importante que Los Ríos Profundos sino también una novela hermosa. El problema de mi última novela radica en que es más ambiciosa. Por ser una visión mucha más amplia de la realidad, he tenido que crear personajes y mundos que no me son muy familiares. Por ello puede ser cierto que sea menos acabado que Los Ríos Profundos, pero es, en verdad, más bella y trascendente. (Recuerdo, al respecto, las palabras del crítico José Miguel Oviedo, en “El Comercio” del primero de diciembre de 1964: “En fin, entendemos que Todas las Sangres es una obra menos perfecta, menos proporcionada que Los Ríos Profundos, pero muchísimo más importante y decisiva para el autor y para el género en el Perú”).
Arguedas continúa reflexionando: “Todas las Sangres, ha madurado durante largos años.  Para poder escribirla fue necesario haber intentado interpretar en Agua (1935) la vida de una aldea, en Yawar Fiesta (1941) la de una capital de provincia y en Los Ríos Profundos (1958) la vida de un territorio humano y geográfico más vasto y complejo. Sin estas obras no hubiese podido crear Todas las Sangres (1964) que, al decir de un crítico (J. M. Oviedo). Representa “un vasto cuadro del Perú feudal”. Y siento que mi última novela es más literaria que las anteriores porque en ella lo literario proviene de la faz y el corazón de infinidad de gentes distintas entrabadas en nuestro país en una urdimbre sutil, profunda, a veces terrible, y no solamente de la descripción del llanto y de la mágica maravilla de los ríos y montañas. Desde cualquier punto de vista, Todas las Sangres es para mí, una novela más completa y superior que Los Ríos Profundos. Entonces yo añado: “que la perfección es enemigo de lo bueno” a propósito de los puristas de la academia.

Nilo Tomaylla nos dice “Arguedas es el primer escritor que traiciona y se aparta de los cánones de toda una estirpe de narradores que la escritura había parido. Escritores de una visión unidireccional, no tanto por desdén sino por desconocimiento. Arguedas es el primero que habla desde el otro lado, desde la república de la alteridad, poblado por millones de individuos que eran completamente “desconocidos” por la élite escritural. La importancia de Arguedas reside en que la oralidad practicada por millones de años – y se seguirá practicando felizmente- fue develada y elevada a la cumbre narrativa con un nuevo registro estético y estilístico”

Vivió para escribir y su esfuerzo por darnos un retrato integral del país le costó la vida, aunque eso es algo que pocos están dispuestos a aceptar. Porque para entender las circunstancias en que se produce un texto literario, que es un proceso artístico, se debe tomar en cuenta variables humanas y emocionales, además del factor lingüístico. En la recordada película “Las Horas”, Nicole Kidman encarna a la torturada Virginia Woolf que dice: “Para redimir al mundo alguien tiene que morir”, cuando preguntada ¿quién?, respondió, un poeta. Días después, ella misma se quitaba la vida, Arguedas, mucho tiempo después, por los mismos motivos que torturan el alma de un poeta, haría lo mismo, para redimirnos del pecado indolente frente la injusticia.

Actualmente toda la ciudad de Andahuaylas respira la literatura de Arguedas, al punto que hay parques, mercados, empresas de transportes, institutos y avenidas en su honor. El cuerpo de José María Arguedas está enterrado al centro de la ciudad donde se encuentra un monumento suyo, y que también es una plaza donde suelen divertirse niños y jóvenes, como lo hubiese querido el escritor. Dentro y mundo afuera existen, universidades, centros, institutos y movimientos para estudiar su obra y para honrar su memoria. Su figura crece y crecerá mientras existan en el mundo, como expresaba Benjamín, “los desheredados de la tierra, los ofendidos y desgraciados, sólo tienen como esperanza, de una vida mejor después de la muerte.  Un conocido intelectual europeo, dijo recientemente, que Europa lo asfixiaba por la pérdida de sus valores y que buscaría refugio en algún lugar de la sierra peruana para encontrar el sentido de la vida.

Carlos Batalla comenta que Arguedas decidió quitarse la vida, no por egoísmo o desprecio a los demás, sino por un dolor en el alma, en el espíritu y la conciencia. Su confrontación con ese Perú de constantes cambios sociales y económicos, de mezclas culturales a fines de la década de 1960 fue demasiado. Guardó en lo más profundo de su ser a ese niño sufriente y angustiado que sus biógrafos reseñaron. Lo recordamos hoy como el héroe cultural que nos legó su arte de imágenes y palabras, de esperanza y belleza en su mundo imaginario.

He dicho líneas arriba que Arguedas era un buen hombre, alegre y comunicativo, pero también gran amigo de los pocos verdaderos que tenía. Algunas anécdotas dicen de este semblante:

Omar Zevallos, relata que, en una reunión, en la que se encontraba Arguedas, el editor y librero, Don Juan Mejía Baca contó la siguiente historia: “Quería alquilar un departamento para tener un “bulín”. Encontré un departamento, el dueño era un italiano, fui a verlo, me preguntó si ya vi el departamento y yo le contesté que sí y que ya sabía cuáles eran las condiciones. Él me dijo: ¿Sabe usted que necesito una garantía comercial?, y yo le contesté: ¿Está bien la garantía de la librería Mejía Baca? ¡Cómo no!, me dijo. Yo hasta ese momento no me estaba dando cuenta que tenía que dar mi nombre y cuando él me hace el contrato, me dice: ¿A qué nombre?... y yo le digo: A Pedro Cieza de León y el italiano escribió. Durante años, los recibos salían a nombre de Pedro Cieza de León, teléfono, agua, todo. Sobre este hecho Arguedas, reaccionó diciendo ¡Qué engañado he vivido, creyendo que eras un buen amigo!, ¡Ponerle el nombre del santo varón, como inquilino donde vas a hacer tus cochinadas! ¿Por qué no le pusiste el nombre de tu ‘taita’? Entonces le digo: No podía ponerle el nombre de mi padre, porque yo tengo el mismo nombre. ¡Bueno, entonces el de tu abuelo pues!”.

Hay un relato de Eduardo Galeano quien dice: “Yo estaba regresando a Montevideo, al cabo de un viaje, de dónde venía, no recuerdo, pero sí recuerdo que en el avión había leído “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, la novela final de José María Arguedas. Arguedas había empezado a escribir ese adiós a la vida el día que decidió matarse, y la novela era su largo y desesperado testamento. Yo la leí y le creí, desde la primera página le creí: aunque no conocía a ese hombre, le creí como si fuera mi amigo de siempre.
En “El zorro”, Arguedas había dedicado a Onetti el más alto elogio que un escritor pueda brindar a otro escritor: había escrito que estaba en Santiago de Chile, pero en realidad quería estar en Montevideo, “para encontrarse con Onetti y apretarle la mano con que escribe”. En casa de Onetti, se lo comenté. Él no sabía, la novela recién publicada, no había llegado todavía a Montevideo. Onetti se quedó callado. Hacía bien poco que Arguedas se había partido la cabeza de un balazo. Los dos estuvimos mucho tiempo, minutos o años, en silencio. Después yo dije algo, pregunté algo y Onetti no contestó. Entonces alcé los ojos y vi un tajo de humedad que le partía la cara”.

Se cuenta que, en una de esas conferencias internacionales de escritores, ocurrido en México me parece, bueno el lugar no importa, en uno de esos intermedios y para amenizar el aburrimiento, se sentaron juntos en una mesa Mariátegui, Rulfo y Onetti, para conversar y cruzar impresiones. Cuentan que durante ese tiempo dos horas más o menos, nadie abrió la boca y lo pasaron felices, contentos y en santa comunión. Dicen que, entre amigos verdaderos, como entre gitanos, todo está dicho y que la mejor forma de comunicarse es en silencio, será por eso que tenemos “La palabra del mudo” (Ribeiro), “La poesía está callada” (Martin Adán), “La noche callada” (Neruda) así como la importancia de los silencios en la poesía de Atahualpa Yupanqui. A los tres no les gustaba dar entrevistas. Cuentan que cuando Elena Poniatowska entrevistó a Rulfo, este tardó 30 minutos para emitir una primera respuesta.   Para muchos estos son los tres mayores escritores de América, especialmente Rulfo y Arguedas, como dicen los mexicanos, escribían con sangre sobre “la raza y para la raza”.

Para Gonzales Vigíl, Mariátegui y Churata, desde perspectivas diferentes son los que mejor han entendido la subjetividad andina, este último, subrogado al olvido por razón de sus ideas, tenía en 1932, el cargo de bibliotecario en la municipalidad de Puno y organizó un homenaje a Mariátegui, habló acerca de las ideas del Amauta y el alcalde, a pedido del prefecto que comulgaba con el pensamiento colonial y gamonal, lo sacó del puesto. En 1966, Gamaliel Churata, fue invitado por el profesor Godofredo Morote Gamboa, ilustre docente de la Universidad Nacional Federico Villarreal, para que hablar acerca de su vocación literaria. Entre los participantes estuvieron José María Arguedas, Ciro Alegría y Francisco Izquierdo Ríos.

Antonio Muñoz Monge, escribe una nota donde dice que Máximo Damián Huamaní, muy amigo de Arguedas, solía compartir veladas musicales de las fiestas patronales en Lima. Después de una de las fiestas, Arguedas se había ofrecido ir a su casa. Máximo Damián recuerda: “Yo mandé cocinar a mi tía, lahua, o sea sopa de trigo, papas, queso. Además de su traguito. Pero el doctor no vino. Era bien cumplido y como ya era cerca de las once de la noche y no venía, dejé mi velita prendida, guardé la comida. Esa noche yo me soñé que me estaba hablando el doctor. Ven decía”. Al siguiente día, en la mañana Máximo salió a comprar pan y vio la terrible noticia en los diarios. “Estaba en primera página: José María Arguedas se ha suicidado. Ahí mismo fui al hospital central. Cuando llegué el doctor Arguedas ya no hablaba, después se murió, allí me lloré nomás”. En sus cartas póstumas pedía, que acompañaran su entierro los músicos el charanguista Jaime Guardia Neira, el violinista Máximo Damián y el quenista José Durand, deseo que fue cumplido.

En el libro Rostros de Memoria -Visiones y versiones sobre escritores peruanos del escritor Pedro Escribano, encontramos la crónica titulada Llactaypiñan kachkani (Ya estoy en mi pueblo) que narra precisamente el traslado del cuerpo de José María Arguedas a su ciudad natal después de más 30 años de fallecido, en 2004. Pasando toda una serie de aventuras, un grupo de andahuaylinos de corazón, entre ellos nuestro querido Marcial Gutiérrez, trasladaron en secreto el cuerpo de José María desde Lima hasta su ciudad natal, ‘secuestrándolo’ y esquivando policías con tal de que llegue sano y sin problemas a su pueblo, que lo recibió con una fiesta de cinco días a ritmo de huaynos.

Durante el velacuy de los cinco días al escritor, la alcaldía donde se desarrollaba el acto, se convirtió en un centro de peregrinación. No solo llegaban escolares de la ciudad, sino también de pueblos aledaños. Asimismo, comuneros de distintos parajes llegaban bailando, cantando al taita Arguedas y dejar sus presentes. Niños y niñas, maktillos, con sus rostros rosaditos y agrietados, bailaban y cantaban como quien despide en la hora final a un ser querido. Arguedas era su taita. Estos cantos y bailes eran permanentes.

Antes de ser llevado a su tumba, en una fuente en la Avenida Martinelli, fue paseado por las calles de la ciudad con cánticos y vítores. De Lima habían llegado, además de Nelly Arguedas, su hermana y familiares directos, dos grandes músicos, amigos entrañables del escritor: el charanguista Jaime Guardia y el violinista Máximo Damián. Con la música de sus amigos, José María Arguedas volvió al vientre de su tierra, la pachamama. En el mármol de su tumba, inscrito en bajo relieve se lee jubilosamente: “Llactaypiñan Kachkani”.

Arguedas está con su pueblo y está más vivo que nunca. Está en la lucha de los profesores y trabajadores por un salario digno, en la lucha de los campesinos de Fuerabamba en defensa de la vida y el medio ambiente, en la memoria de los campesinos muertos y perseguidos por la represión policial.  Quiero terminar esta exposición con una cita de Churata que para nuestro caso caerá bien: “Los muertos en la neurosis de la memoria, no son recuerdos: son presencias, si esto se consagra por el consenso de la buena ciencia, me brindarán ustedes con su bondadosa conformidad: ha caído un mundo y vuelve el Sol del Tahuantinsuyo”














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