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Vigente en su Sesquicentenario
LA COMUNA DE PARÍS
1871 -18 DE MARZO- 2021
UNO
La clase obrera inglesa tiende su mano fraternal a los obreros de Francia y de Alemania. Está firmemente convencida de que, cualquiera que sea el giro que tome la horrenda guerra inminente, la alianza de los obreros de todos los países acabará finalmente con las guerras. El simple hecho de que, mientras la Francia y Alemania oficiales se lanzan a una guerra fratricida, entre los obreros de estos países se crucen mensajes de paz y amistad es un hecho grandioso, sin precedentes en la historia, que abre la perspectiva de un porvenir más luminoso. Demuestra que, frente a la vieja sociedad, con sus miserias económicas y su delirio político, está surgiendo una sociedad nueva, cuyo principio de política internacional será la paz, porque su gobernante nacional será el mismo en todas partes: ¡el trabajo! La precursora de esta sociedad nueva es la Asociación Internacional de los Trabajadores.
De LA GUERRA CIVIL EN FRANCIA, Carlos Marx, 1871. PRIMER MANIFIESTO DEL CONSEJO GENERAL DE LA ASOCIACIÓN INTERNACIONAL DE LOS TRABAJADORES
Ediciones en lenguas extranjeras, 1978, China. Pág. 25
En la alborada del 18 de marzo de 1871, París despertó entre un clamor de gritos de “Vive la Commune” ¿Qué es la Comuna, esa esfinge que tanto atormenta los espíritus burgueses?
“Los proletarios de París -decía el Comité Central en su manifiesto del 18 de marzo-, en medio de los fracasos y las traiciones de las clases dominantes, se han dado cuenta de que ha llegado la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos…. Han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propio destinos, tomando el Poder” Pero la clase obrera no puede limitarse simplemente a tomar la posesión de la máquina del Estado tal como está, y a servirse de ella para sus propios fines.
El Poder estatal centralizado, con sus órganos omnipresentes: el ejército permanente, la policía, la burocracia, el clero y la magistratura -órganos creados con arreglo a un plan de división sistemática y jerárquica del trabajo-, procede de los tiempos de la monarquía absoluta y sirvió a la naciente sociedad burguesa como un arma poderosa en sus luchas contra el feudalismo. Sin embargo, su desarrollo se veía entorpecido por toda la basura medieval: derechos señoriales, privilegios locales, monopolios municipales y gremiales, códigos provinciales. La escoba gigantesca de la Revolución Francesa del Siglo XVIII barrió todas estas reliquias de tiempos pasados, limpiando así, al mismo tiempo, el suelo de la sociedad de los últimos obstáculos que se alzaban ante la superestructura del edificio del Estado moderno, erigido en tiempos del Primer Imperio, que, a su vez, era el fruto de las guerras de coalición de la vieja Europa semifeudal contra la Francia moderna. Durante los regímenes siguientes, el Gobierno, colocado bajo el control del paramento -es decir, bajo el control directo de las clases poseedoras-, no sólo se convirtió en un vivero de enormes deudas nacionales y de mi puestos agobiadores, sino que, con la seducción irresistible de sus cargos, prebendas y empleos, acabó siendo la manzana de la discordia entre las fracciones rivales y los aventureros de las clases dominantes; por otra parte, su carácter político cambiaba simultáneamente con los cambios económicos operados en la sociedad. Al paso que los progresos de la moderna industria desarrollaban, ensanchaban y profundizaban el antagonismo de clase entre el capital y el trabajo, el Poder estatal fue adquiriendo cada vez más el carácter de poder nacional del capital sobre el trabajo, de fuerza pública organizada para la esclavización social, de máquina del despotismo de clase. Después de cada revolución, que marca un paso adelante en la lucha de clases, se acusa con rasgos cada vez más destacados el carácter puramente represivo del Poder del Estado. La Revolución de 1830, al dar como resultado el paso del Gobierno de manos de los terratenientes a manos de los capitalistas, lo que hizo fue transferirlo de los enemigos más remotos a los enemigos más directos de la clase obrera.
Ibidem, págs. 67-69
La clase obrera no esperaba de la Comuna ningún milagro. Los obreros no tienen ninguna utopía lista para implantar par dècret du people (por decreto del pueblo). Saben que para conseguir su propia emancipación, y con ella esa forma superior de vida hacia la que tiende irresistiblemente la sociedad actual por su propio desarrollo económico, tendrán que pasar por largas luchas, por toda una serie de procesos históricos, que transformarán las circunstancias y los hombres. Ellos no tienen que realizar ningunos ideales, sino simplemente liberar los elementos de la nueva sociedad que la vieja sociedad burguesa agonizante lleva en su seno. Plenamente consciente de su misión, histórica y heroicamente resuelta a obrar con arreglo a ella, la clase obrera puede mofarse de las burdas invectivas de los lacayos de la pluma y de la protección profesoral de los doctrinarios burgueses bien intencionados, que vierten sus perogrulladas de ignorantes y sus sectarias fantasías con un tono sibilino de infalibilidad cientifica.
Ibidem, pág. 78
La gran medida social de la Comuna fue su propia existencia, su labor. Sus medidas concretas no podían menos de expresar la línea de conducta de un gobierno del pueblo por el pueblo. Entre ellas se cuentan la abolición del trabajo nocturno para los obreros panaderos, y la prohibición, bajo penas, de la práctica corriente entre los patronos de mermar los salarios imponiendo a sus obreros multas bajo los más diversos pretextos, proceso éste en el que el patrono se adjudica las funciones de legislador, juez y agente ejecutivo, y, además, se embolsa el dinero. Otra medida de este género fue la entrega a las asociaciones obreras, bajo reserva de indemnización, de todos los talleres y fábricas cerrados, lo mismo si sus respectivos patronos habían huido que si habían optado por parar el trabajo.
Ibidem, pág. 83
El París de los obreros, con su Comuna, será eternamente ensalzado como heraldo glorioso de una nueva sociedad. Sus mártires tienen su santuario en el gran corazón de la clase obrera. Y a sus exterminadores la historia los ha clavado ya en una picota eterna, de la que no lograrán redimirlos todas las preces de su clerigalla.
Ibidem, pág.105
DOS
La Comuna tuvo que reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al Poder, no puede seguir gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de nuevo su dominación recién conquistada, la clase obrera tiene, de una parte, que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios, declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento. ¿Cuáles habían sido las características del Estado hasta entonces? En un principio, por medio de la simple división del Estado, la sociedad se creó los órganos especiales destinados a velar por sus intereses comunes. Pero, a la larga, estos órganos, a cuya cabeza estaba el Poder estatal persiguiendo sus propios intereses específicos, se convirtieron de servidores de la sociedad en señores de ella. Esto puede verse, por ejemplo, no sólo en las monarquías hereditarias, sino también en las repúblicas democráticas. No hay ningún país en que los “políticos” formen un sector más poderoso y más separado de la nación que en los EE.UU. Aquí cada uno de los dos grandes partidos que se alternan en el Poder está a su vez gobernado por gentes que hacen de la política un negocio, que especulan con los escaños de las asambleas legislativas de la Unión y de los distintos Estados Federados, o que viven de la agitación en favor de su partido y son retribuidos con cargos cuando éste triunfa. Es sabido que los estadounidenses llevan treinta años esforzándose por sacudir este yugo, que ha llegado a ser insoportable, y que, a pesar de todo, se hunden cada vez más en este pantano de corrupción. Y es precisamente en los EE.UU donde podemos ver mejor cómo progresa esta independización del Estado frente a la sociedad, de la que originalmente estaba destinado a ser un simple instrumento. Allí no hay dinastía, ni nobleza, ni ejército permanente -fuera del puñado de hombres que montan la guardia contra los indios-, ni burocracia con cargos permanentes y derecho a jubilación. Y, sin embargo, en los EE.UU nos encontramos con dos grandes cuadrillas de especuladores públicos que alternativamente se posesionan del Poder estatal y lo explotan por los medios más corruptos y para los fines más corruptos; y la nación es impotente frente a estos dos grandes consorcios de políticos, pretendidos servidores suyos, pero que, en realidad, la dominan y la saquean.
Contra esta transformación, inevitable en todos los Estados anteriores, del aparato estatal y sus órganos, de servidores de la sociedad en amos de ella, la Comuna empleó dos remedios. En primer lugar, cubrió todos los cargos administrativos, judiciales y educacionales por elección mediante sufragio universal, concediendo a los electores el derecho a revocar en todo momento a sus elegidos. En segundo lugar, pagaba a todos los funcionarios, altos y bajos, el mismo salario que a los demás trabajadores. El sueldo básico asignado por la Comuna era de 6.000 francos. Con este sistema se ponía una barrera eficaz al arribismo y a la caza de cargos, y esto sin contar con los mandatos imperativos que, por añadidura, introdujo la Comuna para los diputados a los cuerpos representativos.
De LA GUERRA CIVIL EN FRANCIA, Carlos Marx, 1871. Introducción de Federico Engels, 1891
Ediciones en lenguas extranjeras, 1978, China. Págs. 16, 17
Últimamente las palabras “dictadura del proletariado” han vuelto a sumir en santo temor al filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París:¡he ahí la dictadura del proletariado!
Ibidem, pág. 18
COLECTIVO PERÚ INTEGRAL
18 de marzo 2021
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