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RICARDO MELGAR BAO (2012). "TROTSKISTAS Y APRISTAS: AFINIDADES Y RUPTURAS (1)
La recepción de las ideas y prácticas de Lev Davídovich Bronstein (1879- 1940), conocido mundialmente como León Trotsky, en países como México y el Perú careció de simultaneidad; además de seguir caminos distintos, fundar otras tradiciones y formas orgánicas. En ese proceso, destacaremos las simpatías que los intelectuales y políticos apristas le tuvieron a Trotsky, debido a sus críticas constantes al estalinismo, su principal rival político en el continente. Por su lado, Trotsky y los trotskistas expresaron algo más que ocasionales muestras de interés hacia los apristas. México, como país refugio de los desterrados apristas y del propio Trotsky, facilitó sus encuentros, sondeos, intercambios y deslindes. Presentaremos una primera aproximación acerca de la recepción populista latinoamericana del trotskismo, así como algunas señas sobre la mirada trotskista acerca las expresiones populistas continentales durante los años 1937-1939. La documentación de archivo procede principalmente de los fondos: “Luis Eduardo Enríquez Cabrera” de la Biblioteca de la ENAH y “Rafael Heliodoro Valle” de la Biblioteca Nacional de México citados por sus abreviaturas en este artículo.
Trazos y paralelos de la recepción
Trotsky -entre los años de 1917 y 1924- fue para los liderazgos intelectuales, sindicales y políticos mexicanos y peruanos de las izquierdas, una figura vinculada a lo que se consideraba el núcleo dirigente de la revolución rusa y mundial, signando así la primera particularidad de su inicial recepción. Tal representación en el imaginario social fue alimentada por los medios periodísticos de la época, al resaltar el liderazgo de Lenin y su proximidad con otras figuras de primer orden, como Trotsky en la organización del ejército rojo, Zinoviev en la conducción de la Internacional Comunista, Bujarin como teórico del comunismo y la NEP, y Lunatcharsky como artífice de la nueva educación y la cultura soviética. Stalin era un personaje desconocido en América Latina hasta la muerte de Lenin, momento en que emergió de menos a más en la disputa por el liderazgo soviético, capitalizando a su favor su papel como “secretario general” y toda la estructura burocrática del partido.
La segunda fase de la recepción mexicana y peruana de Trotsky estuvo signada por la lucha entre los líderes soviéticos por suceder en la conducción política a Lenin, así como a la definición de su legado, el denominado leninismo o marxismo-leninismo. Definir el nuevo corpus doctrinal fue una pieza clave en dicha contienda, por lo que Bujarin publicó su Lenin marxista en 1924, y cada uno de los demás líderes hizo lo propio con ensayos al respecto, incluyendo al propio Stalin.[2] La revista limeña Claridad, dirigida por José Carlos Mariátegui y fundada por Víctor Raúl Haya de la Torre, dedicó un número de homenaje a Lenin. Mariátegui en el editorial escribió:
"Cualquiera que sea la posición ideológica que se tenga en el campo revolucionario, no se puede negar a Lenin el derecho a un puesto principal en la historia de los trabajadores… Comunistas, socialistas y libertarios, los hombres de todas las escuelas y todos los partidos revolucionarios y aun los que fuera de éstos y de aquellas, anhelan un régimen de justicia social, se dan cuenta de que la obra y la personalidad de Lenin no pertenece a una secta ni a un grupo sino a todo el proletariado, a los revolucionarios de todos los países. (…) Claridad, a nombre de la vanguardia organizada del proletariado y la juventud y los intelectuales revolucionarios del Perú, saluda la memoria del gran maestro y agitador ruso.[3]
Que Mariátegui diera un espacio privilegiado al mensaje de Trotsky en dicho número de Claridad, no fue un acto tan heterodoxo, toda vez que el duelo opacó y frenó las contradicciones existentes entre los líderes bolcheviques por algunos días. El escrito de Trotsky fue tomado para su traducción de las páginas L’Humanité, vocero del Partido Comunista Francés, según hizo constar el propio Mariátegui en el epígrafe. Lo que llama la atención es la caracterización que realizó Trotsky de Lenin y del leninismo, frente a la cual marcará distancias en sus futuros escritos. El líder ruso partió de la premisa de que con la muerte de Lenin, el partido y la clase obrera quedaron huérfanos, hecho que le suscitó más de una pregunta: “¿Cómo avanzaremos en nuestra vía, camaradas? “¿No nos extraviaremos ahora que Lenin no está con nosotros?” La respuesta sobre la importancia de su legado fue elocuente, aunque su retórica queda bajo sospecha en dos puntos, su “leninismo” y su presunta condición de discípulo de Lenin:
“El leninismo subsiste. Lenin es inmortal por su doctrina, por su labor, por su método, por su ejemplo, que viven en nosotros, que viven en el partido que él creó y en el primer Estado obrero del cual era la cabeza, el piloto. Nuestro dolor es inmenso como nuestra pérdida, pero demos gracias a la historia que nos ha hecho nacer contemporáneos de Lenin, que nos ha permitido trabajar a su lado, ser sus discípulos. Nuestro partido es el leninismo en acción; nuestro partido es un guía colectivo de los trabajadores. Cada uno de nosotros contiene una partícula de Lenin. ¿Cómo avanzaremos en nuestra vía? Con la luz del leninismo en las manos. Con el pensamiento colectivo, con la voluntad colectiva, lo hallaremos.[4]".
No sólo Lenin fue objeto de patrimonialización ideológica, política y simbólica, también lo fue Trotsky desde las márgenes del cominternismo y desde las filas de organizaciones rivales o enemigas, hecho refrendado por la recepción aprista.
Víctor Raúl Haya de la Torre, en diciembre de 1924 -seis meses después de su viaje a Moscú-, escribió una crónica titulada Trotsky en la que dejó sentadas sus impresiones sobre el veterano y controvertido líder. Haya de la Torre había asistido a las sesiones del V Congreso de la Internacional Comunista en Moscú, gracias a las credenciales brindadas por el Partido Comunista de México. Haya había tenido relaciones estrechas con los comunistas mexicanos y extranjeros Rafael Carrillo Azpeitia, Bertram y Ella Wolfe, Diego Rivera y Alfonso Goldschmidt, entre otros, durante su exilio en México, entre mediados de noviembre de 1923 y fines de mayo de 1924.[5] Haya expresó su entusiasmo por ver a Trotsky el primer día que arribó a Moscú.
El asunto de la vieja lectura de Haya sobre Trotsky viene a cuento porque dicho escrito fue incluido en su libro Excombatientes y Desocupados (1936). Haya advirtió en el proemio del libro sus distancias ideológicas y políticas frente a su juvenil entusiasmo de 1924 por el nuevo experimento bolchevique. Consideraba la construcción del socialismo bajo la NEP, inaplicable en nuestros países, y la confrontó desde su llamado aprismo indo americano y contra el intento comunista de “sovietizar y rusificar al mundo”[6], en plena primavera del frente popular antifascista. Sin embargo, aquí interesa la visión de Haya sobre Trotsky de 1924, popularizada por vez primera en 1936.
Haya justificó la separación de Trotsky del poder por “razones de unidad y disciplina”, las cuales consideró que eran “imprescindibles en toda lucha”. Haya agregó que pese a lo anterior, el líder ruso “no perdería el puesto que conquistó en la Historia”. El asunto de la “unidad y la disciplina” partidaria siguieron siendo valores altamente estimados por Haya en los años treinta y aplicados con extrema firmeza a su partido y al Comité Aprista de México (CAP). Lo más relevante del texto fue la construcción de la imagen de Trotsky como espejo ideal del propio Haya, condensada en su admiración hacia las dotes excepcionales de orador del político ruso y su técnica de agitador, no observada en ningún otro líder soviético:
Trotsky es un orador magnetizante. Cuando no se comprende bien un idioma, la técnica del artista de la palabra, su emoción y su fuerza quizá si se perciben mejor. Sobre todo si uno es del oficio. . . Modula la voz maravillosamente. Su gesto es cambiante y siempre atractivo. Su tono varía y la potencia de su impulso vocal está perfectamente controlada, como en las llaves de un órgano. Puede ser bajo profundo o clarín metálico. Es en el sentido moderno y noble del concepto, insigne orador. Gesto, manos, elocución, todo se une en gran armonía de sinceridad y de soltura, de dominio y de certidumbre. [. . .] Trotsky mantuvo a su auditorio subyugado y frenético hasta el fin.[7]
La recepción no fue ajena a la circulación de algunos libros y folletos editados en España,[8] Estados Unidos o Francia. Carlos Manuel Cox, joven intelectual aprista publicó dos reseñas de libros de Trotsky traducidos al castellano y editados en Madrid. La primera es una entusiasta reseña del libro Literatura y Revolución, editado en 1925 por M. Aguilar: “Temo que esta glosa…, resulte demasiado apologética. Pero, no se puede menos que exaltar un libro que tan admirablemente vierte aspectos del pensamiento de Trotsky, poco conocidos por estas latitudes.”[9] El intelectual aprista cerró su escrito con una invitación a la lectura: “Esta visión demasiado cinematográfica del libro de Trotsky la considero suficiente para recomendarlo a la inteligente comprensión de los estudiosos. Sobre las muchas ideas que allí se barajan me propongo volver con más detenimiento.”[10]
Le siguió la reseña sobre el Lenin de Trotsky, publicada en Libros y Revistas, convertida en suplemento bibliográfico de la revista Amauta:
“Más que un frío anecdotario viene a ser una aguda versión de los rasgos fundamentales del carácter de Lenin. Sin dejar de tener un interés intenso, los datos históricos sirven únicamente para situar con precisión el escenario donde se iba desenvolviendo el alerta espíritu de Lenin. Trotsky, en esta biografía, alcanza una sobriedad admirable. Y es que no puede divagar y bordear contornos enfadosos en el que describe tan atlética personalidad. El libro es solo un boceto. Trotsky anuncia algo más definitivo desde sus privilegiados puntos de observación”. [11]
Cox criticó al editor español Francisco Beltrán por haber utilizado un dibujo en el que caricaturiza racialmente a Lenin, filiándolo como “amarillo mongoloide”, y cuestiona el prejuicio racial, así como la “pseudo ciencia antropológica de Occidente”. También, por haber suprimido el capítulo IX, considerando el hecho como parte de las “amputaciones deshonestas”, aunque el editor lo tratase de justificar en su “inútil Introducción”.[12] Nuestro autor recuerda a sus lectores que dicho capítulo mutilado había sido publicado en la revista Amauta, sin lugar a dudas con la autorización de Mariátegui y con un sugerente recuadro de su autoría: “En el tercer aniversario de la muerte de Lenin nos parece oportuno ofrecer a los lectores de Amauta, uno de los sugestivos y vigorosos estudios escritos por León Trotsky sobre el gran jefe de la Revolución.” Al final Mariátegui consignó que había sido “especialmente traducido para Amauta.”[13]
Las ediciones mexicanas y peruanas de los escritos de Trotsky no han sido inventariadas a la fecha, tampoco las de carácter antitrotskista.[14] La Internacional Comunista inició la campaña contra el trotskismo a través de La Correspondencia Internacional y de sus otros voceros y de sus cuadros itinerantes involucrados en los llamados procesos o campañas de bolchevización. Utilizar el término “marxismo-leninismo” en esos años significaba muchas cosas. No había consenso. No podía haberlo durante una lucha muy dura que culminó en 1929 con la concentración del poder en manos de Stalin y la exclusión, destierro y eliminación de sus rivales políticos. Este proceso fue seguido con interés, preocupación, sorpresa y más de una consternación, debidos a los giros que fue asumiendo la lucha interna en el Partido Comunista, el Estado soviético y la Internacional Comunista.
En México, en 1929, se logró constituir una corriente de “oposición comunista” que tuvo actividad política hasta 1932. Esta corriente, entre fines de 1929 y principios de 1930, editó un periódico que si bien tuvo brevísima existencia, dejó huella impresa de su quehacer político. En cambio, en el Perú, la constitución de la sección cominternista fue tardía y el trotskismo no tuvo adherentes conocidos hasta la década de los años treinta.
Es conocido que en las obras de León Trotsky han sido muy escasas las referencias a la América Latina. Sin lugar a dudas, este subcontinente fue un espacio político ignorado o muy marginal para el revolucionario ruso, por lo menos hasta el inicio de su asilo político en México. En realidad, Trotsky compartió con muchos de sus connacionales y coetáneos, Stalin incluido, una mirada internacional controvertida no sólo por sus posicionamientos políticos, sino también por sus ostensibles omisiones y distorsiones.
El escenario populista mexicano
En el curso de la segunda mitad de los años treinta, la más extendida y publicitada corriente populista, la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) compartió con las diversas corrientes de la izquierda latinoamericana, cominternistas o no, una visión estatista de la economía y una concepción frentista del ejercicio político, más allá de sus ostensibles diferencias ideológicas y políticas. Así, la política emprendida en México por el presidente Lázaro Cárdenas fue vista con admiración y objeto de múltiples adhesiones de las izquierdas nacionales y continentales. En lo particular, la estatización y nacionalización del petróleo y de la energía eléctrica, así como los nuevos impulsos dados a la reforma agraria, emprendidos por el gobierno mexicano, fueron vistos con buenos ojos por los apristas. El curso reformista del cardenismo representaba para ellos la cristalización de algunos de sus puntos programáticos más preciados, esto es, los que definían al Estado antiimperialista indoamericano. Los apristas, al igual que muchas corrientes populistas de los años treinta, saludaron en el experimento cardenista el espejo de sus propias esperanzas políticas. El propio Trotsky, sin caer en la retórica nacionalista, supo apreciar positivamente la gestión cardenista, así como algunos de los proyectos populistas de esos años. La lectura trotskista sobre las burguesías nacionales en América Latina, si bien fue deudora de su apreciación de la cuestión oriental, y particularmente de la revolución China, tuvo que considerar las coordenadas de la coyuntura mundial previas a la Segunda Guerra Mundial.
Trotsky consideraba que la política de Roosevelt de puño de hierro bajo el guante de terciopelo democrático hacia América Latina, apuntaba a gestar un sólido bloque bajo su exclusivo dominio imperial, apoyándose en las dictaduras militares criollas.[15] El populismo de Getulio Vargas fue reducido por Trotsky a su tesis sobre las burguesías nacionales ascendentes, que trataban tardía y débilmente de aprovechar las contradicciones interimperialistas para lograr una “mayor participación en el botín” extraído de su propio país. Trotsky consideró la existencia de modalidades semibonapartistas democráticas en desarrollo, gracias a una fácil pero equívoca ecuación clasista, de alianza entre la burguesía nacional y el campesinado que tendía a subalternar y disciplinar al proletariado latinoamericano. El vehículo político por excelencia de tales proyectos bonapartistas fue percibido por Trotsky bajo la modalidad de un peculiar partido-frente: “El kuomintang en China, el PRM en México, el APRA en Perú son organizaciones totalmente análogas. Es el frente popular bajo la forma de un partido.”[16] La postura de Trotsky de que la IV Internacional “no participe del APRA, el Kuomintang o el PRM, que conserve una libertad de acción y de crítica absoluta” [17] distó de ser congruente con la historia concreta de sus relaciones con el aprismo y el cardenismo en México.
A pesar de todas las prevenciones teóricas y políticas antiburguesas en Trotsky, cede en 1938 ante el populismo aprista y ante el ala radical del cardenismo. Es cuidadosa la cercanía o entusiasmo del líder ruso hacia los movimientos populistas latinoamericanos, entre el PRM en el poder bajo el liderazgo de Cárdenas, el Aprismo y el movimiento independentista de Albizu Campos en Puerto Rico, acicateada por sus explicables críticas y fobias antilombardistas. Para Trotsky todos los populismos latinoamericanos no eran políticamente deseables, lo refrenda el contraste entre sus ideas sobre el gobierno nacionalista de Lázaro Cárdenas en México y las que expuso acerca del gobierno “semi-fascista” de Getulio Vargas en el Brasil.
Fueron los años en que los líderes de la izquierda mexicana expresaban sus simpatías frentistas hacia el Aprismo de diversos modos, remarcando sus señas de diferencia política. Así, a mediados de 1937, hubo quienes, como José Revueltas, consideraban al aprismo dentro de su peculiar lectura generacional sobre el nuevo curso político de América Latina, a contracorriente de los gobiernos dictatoriales. El joven escritor mexicano discurría que la juventud continental, por reunir características de “…desinterés, su generosidad en la lucha, ningún sector mejor que ella para poder unificarse”.[18] El llamado de Revueltas, con tonos salvacionistas y frentistas, fue más explícito al señalar a quienes iba dirigido políticamente:
Los jóvenes mexicanos llamamos ardientemente a la juventud americana a cumplir esta tarea. Que los jóvenes socialistas, apristas, comunistas, formen un solo núcleo, una sola voluntad combativa, una sola acción revolucionaria. Que sepamos contribuir a la redención de nuestro continente, oprimido por siglos de esclavitud y oprobio.[19]
Sin lugar a dudas, el complicado y escindido arco de las izquierdas en México integró al aprismo en su seno, más allá de sus discrepancias tácticas, programáticas o doctrinarias. En cambio, los apristas optaron por marcar una línea divisoria entre las izquierdas cominternistas y no cominternistas, alineándose con las segundas, trotskistas incluidas.
En los años treinta, Haya y los apristas, en su polémica con los comunistas peruanos y latinoamericanos, retomaron con frecuencia las denuncias de la oposición de izquierda contra Stalin, la URSS y la Tercera Internacional y, más tarde, las propagandizadas por la IV Internacional, con Trotsky a la cabeza. A principios de 1936, Haya de la Torre encontró en el líder ruso en el exilio, un apoyo a su oposición a las tesis de Dimitrov sobre el frente antifascista; así lo ratificó en una carta suya a Luis Alberto Sánchez: “¿Leíste en Octubre, revista trotskista de México, el ataque de Trotsky contra los frentes populares? ¡Formidable!”[20] Dicha publicación comenzó a salir el año de 1935 apoyada financieramente por el general José J. Múgica, Secretario de Estado en el ramo de Obras Públicas bajo el gobierno de Lázaro Cárdenas. La revista fue el vocero de la Liga Comunista Internacionalista en ciudad de México, que aglutinaba a medio centenar de adherentes.[21]
La revista "Octubre" es un indicio acerca del intercambio de publicaciones apristas y trotskistas, o de la existencia de un proveedor mexicano de la misma a la jefatura central del aprismo, en fecha previa a la constitución del Comité Aprista de México. El remitente pudo haber sido uno de los militantes apristas que ya se encontraban en la Ciudad de México. Lo cierto es que a fines de 1937, las redes del aprismo con los trotskistas debieron ser diferenciadas de sus vínculos con el círculo más próximo a Trotsky y a la novísima IV Internacional. La Liga Comunista Internacionalista se escindió; la facción liderada por Luciano Galicia rompió con Trotsky a mediados de 1937 por su renuencia a combatir al régimen de Lázaro Cárdenas, por no poner en riesgo su asilo.[22] La vieja amistad de Haya de la Torre con Diego Rivera debe ser tomada en cuenta, así como las redes que vinculaban políticamente a los dirigentes del Comité Aprista de México y al propio Haya, con Rodrigo García Treviño y a través de él, con los nicaragüenses Francisco y Gustavo Zamora, el primero un conocido periodista trotskista del diario Excelsior y de Hoy y el segundo, activo colaborador de la revista trotskista Clave y del propio Trotsky. Tal red apro-trotskista fue motivo de seguimiento y denuncia por parte del PCM. [23]
En lo general, el interés de Haya por la obra de Trotsky al parecer fue circunstanciado por su experiencia de 1924 y por su convergencia política entre los años de 1935 a 1938 contra las tesis del frente popular antifascista emanadas del VII Congreso de la IC. Un inventario de la requisa policial de la biblioteca de Haya de la Torre en 1939 dio cuenta de que ya por ese año Trotsky y la literatura trotskista había quedado fuera del área de interés del líder aprista.[24]
André Bretón a dos fuegos
Algunos apristas peruanos, como Felipe Cossío del Pomar y Guillermo Vegas León, prefirieron marcar no sólo sus distancias, sino expresar sus críticas a las tesis trotskistas y filo-trotskistas en momentos diferenciados del bienio 1937-1938. En 1937, cuando Silva Herzog fungía como miembro de comité editorial de la revista U.O., órgano de la Universidad Obrera de México, abrió sus páginas al pintor Felipe Cossío del Pomar y al intelectual Andrés Towsend Ezcurra, aprista asilado en Buenos Aires.[25]
El texto de Cossío del Pomar se inscribió como uno de las primeras señales del clima de intolerancia e incomprensión frente al surrealismo y el trotskismo[26], reinantes entre la mayoría de los artistas y escritores que se adscribían al marxismo en México. Cossío condenó desde las páginas de la revista lombardista, el idealismo de André Bretón, pocos meses antes del anunciado arribo de éste a México. Bretón poco antes había tomado partido a favor de Trotsky y condenado los procesos de Moscú.[27]
La postura de Cossío en el seno del Comité Aprista de México fue personal o quizás de facción, pero no más. Las filias estéticas e ideológicas de los cuadros apristas no siempre fueron coincidentes. Cossío del Pomar tenía un puente amical próximo a Trotsky, pero quizás pesó más su condición de cofundador de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR). Por esos días, la LEAR venía desempeñando activa campaña contra Trotsky y figuras cercanas a él, como Diego Rivera y André Bretón. Obviamente, Cossío dejó en paz a Rivera, su viejo amigo y colega, para centrar su crítica contra el escritor surrealista francés.
En la LEAR militaba Santos Balmori Picazo, un pintor mexicano amigo de Haya de la Torre y Cossío del Pomar, quien desde París había elaborado las primeras y más conocidas expresiones de la iconografía aprista antiimperialista, reproducidas en las postales de propaganda y en las portadas de sus primeras revistas. Balmori, quien había sido además un activo colaborador de Monde (1926-1933), la revista dirigida por Henri Barbusse. A su retorno a México durante el cardenismo, colaboró en las ilustraciones de portada de la revista Futuro animada por Lombardo Toledano.[28] Es posible que el artículo de Cossío haya apuntado –interlíneas– contra otro interlocutor. Nos referimos a César Moro, prestigiado poeta y pintor surrealista peruano amigo de Bretón y adherente al trotskismo, el cual había arribado a México en calidad de exiliado en marzo de 1938. Moro dedicó parte de sus esfuerzos a la difusión de las ideas de Bretón en algunas conocidas revistas capitalinas.[29]
En cambio, otros apristas prefirieron aprovechar los ejes de aproximación entre su movimiento y el trotskismo y capitalizar para sí la señera figura de Bretón en los medios intelectuales. Así se puede comprender que del lado trotskista llegasen palabras de aliento para la APRA y su jefe Haya de la Torre, como las formuladas por André Bretón. Los apristas en México, a contracorriente de la postura de Cossío del Pomar, optaron por un feliz acercamiento con el poeta surrealista, presumiblemente mediado por Diego Rivera. El mensaje de Bretón para el núm. 9 de Trinchera Aprista señalaba:
"Desde México, que después de haber barrido a sus tiranos, se enfrenta al fascismo y estrangula al capitalismo extranjero, yo envío mi saludo fraternal a los trabajadores peruanos y a todo el proletariado de la América Latina que lucha heroicamente por su emancipación. Estoy con el APRA porque apresura su triunfo y me declaro de perfecto acuerdo con su jefe, Haya de la Torre, por ver en el materialismo dialéctico, adaptado a las últimas conquistas de la ciencia, la llave de la liberación humana en todas sus formas [30]".
El mensaje de Bretón significó algo más: que la convergencia entre apristas y trotskistas se encontraba en su punto de mayor proximidad. Una revisión de los encuentros entre Trotsky y los populistas peruanos refrenda este juicio.
Encuentros, afinidades y disidencias
A pesar de la polarización ideológica y política entre apristas y comunistas, y entre comunistas y trotskistas, todos ellos compartían junto con los lombardistas, su adhesión a la gestión política y nacionalista de Lázaro Cárdenas. En el caso particular de Trotsky, debemos recordar su duro distanciamiento con la Liga Comunista Internacionalista (LCI) en que se habían agrupado los radicales oposicionistas de izquierda en México. Para los miembros de la LCI, el dilema político generado por el gobierno de Cárdenas de apoyarlo o combatirlo, estaba resuelto en favor de la segunda opción, para Trotsky no.[31] En este punto, la convergencia de los apristas con Trotsky fue inevitable; el exiliado ruso compartía con los desterrados apristas en lo general algo más que cierto respeto por Cárdenas y su proyecto nacionalista. Coadyuvó en esta dirección que los asilados en México no podían contrariar el curso político del país, bajo riesgo de faltar al artículo 33 de la Constitución que faculta su expulsión del territorio nacional. Las adhesiones públicas de los apristas y de otras corrientes políticas que se sumaron a la política nacionalista y reformista de Cárdenas, no solo no fueron reprimidas sino estimuladas. Trotsky, por razones de seguridad frente al cerco impuesto por sus enemigos internos y externos, asumió su formal aislamiento político, aunque subrepticiamente nunca renunció a su vocación conspiradora e internacionalista; la novedad era que ahora tenía frente a sí un continente desconocido. En cambio, a los apristas como a otras corrientes del exilio latinoamericano, pocos reclamaron su participación pública del lado de Cárdenas.
En ese contexto ideológico, la principal relación de los exiliados apristas con Trotsky en la Ciudad de México transitó de las aproximaciones a la ruptura. Recordaremos que éste había arribado a México en calidad de refugiado el 9 de enero de 1937, a contracorriente de las presiones internacionales y del descontento de los estalinistas, por sus corrosivas críticas a la URSS y al frente popular antifascista. Poco tiempo después, algunos intelectuales apristas, como Antonio Saco y Carlos Manuel Cox, se acercaron a Trotsky y le hicieron entrega de sus ensayos políticos, portando solidarios autógrafos,[32] aunque una reciente versión trotskista señala como apristas más asiduos a José Bernardo Goyburu y a Fernando León de Vivero.[33] El primero, además de pertenecer al Apra, formaba parte del Comité Cubano Pro Libertad de Patriotas Puertorriqueños.[34] Sin embargo, las pruebas más consistentes sobre los vínculos de los exiliados apristas con Trotsky y los miembros de la denominada “oposición comunista”, han sido aportadas por el dirigente aprista Alfredo Saco en sus memorias, a las que hay que sumar una fotografía anexa tomada en 1938. Alfredo Saco se integró a las actividades del Comité Aprista de México, aproximadamente en el curso del mes de agosto de 1937, a pocos días de su arribo al puerto de Manzanillo.[35]
En esta fotografía vemos de izquierda a derecha a Jorge Muñiz, Alfredo Saco, León Trotsky y Guillermo Vegas León. Fernando León de Vivero, por ser el autor de la fotografía, no apareció, pero es el gestor de este efímero acto ritual. Las claves culturales de la proxemia, los modos de acercamiento y distancia física, la gestualidad corporal señalan dicen mucho sobre este encuentro. Muñiz, Saco y Trotsky revelan los rostros más complacientes, casi dibujando sonrisas, los ya nombrados acentúan la proximidad. Todos compartieron la solemnizada pose corporal de estar de pie con las manos o brazos cruzados, salvo Vegas León. A diferencia de la proximidad física que guardaron entre sí Muñiz, Saco y Trotsky, Vegas León marcó una pequeña pero significativa distancia física y gestual frente al líder ruso, a pesar del ser el único personaje que se ubicó en su flanco derecho.[36] En lo general, los encuentros entre los apristas y los miembros de la oposición comunista liderados por Trotsky, configuraron una compleja y no siempre transparente malla de redes intelectuales y políticas dentro y fuera de México.
Trascribamos la versión de Saco sobre las expectativas apristas sobre Trotsky y sus primeros acercamientos en México en fecha no determinada del año de 1937:
"…referiré que estando en México León Trotsky, uno de los grandes autores de la Revolución Rusa, en calidad de asilado político también, y adonde llegó en enero de 1937, unos meses antes que yo, era de todo punto de vista importante entrar en contacto con él. No nos costó ningún trabajo conseguir esto y entre él y los apristas exiliados allá se estableció, en verdad, una muy amistosa relación. Trotsky y su esposa Natacha estaban alojados en una casona que le prestara el famoso pintor mexicano Diego Rivera, ubicada en el barrio de Coyoacán. En la primera visita que le hice, la fecha no importa, le llevé un ejemplar de mi libro “Síntesis Aprista”, con el pedido de que lo leyera y me hiciera los comentarios que el movimiento aprista le merecía. Me expresó de inmediato que él ya conocía nuestro partido y que tenía gran respeto por la figura de Haya de la Torre, que había leído “El Antiimperialismo y el APRA” y que tenía una copia con anotaciones suyas que eventualmente envió a Víctor Raúl. Trotsky sin embargo, me manifestó tener mucho pesimismo sobre las posibilidades inmediatas de una revolución social indoamericana como la que el aprismo propiciaba, debido a que los primeros Estados Unidos nunca la tolerarían [37]".
Trotsky cuidó mucho de hacer visibles sus contactos y apreciaciones sobre el curso político de las izquierdas latinoamericanas, pero en 1938 decidió dar cauce a sus opiniones. Un hito relevante para revisar las relaciones entre el Comité Aprista de México y Trotsky, lo marcó el 12 de sept