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PERÚ, TERRORISMO (Otra vez)
Por Gustavo Espinoza M.
Diario UNO / Domingo 1 de octubre 2023
Cabe reconocer
que tuvo éxito la ultra derecha peruana cuando logró imponer en el
escenario social el tema del Terrorismo y le adjudicó una cierta
connotación ideológica y política.
Pudo,
en efecto, fusionar el uso del terror como forma operativa, con el
accionar Senderista y vincular a esta pequeña estructura surgida en
Ayacucho a comienzo de los años 70, con los símbolos del Socialismo.
No
le fue difícil, por cierto. Percibió la existencia de este núcleo en la
Universidad de Huamanga, distinguió en él a un personaje ensoberbecido y
fatuo al que convirtió en “La Cuarta Espada de la Revolución Mundial”;
y, a partir de allí consumó acciones por doquier, que adjudicó –todas- a
“Sendero Luminoso”.
Colocar banderas rojas y pintar la hoz y el martillo, fue más fácil. Lo necesitaba apenas para completar la faena.
Gracias
a esa iniciativa, el país pudo hablar de un “conflicto armado interno” ,
de “columnas senderistas”, “organización terrorista” y hasta del
“equilibrio estratégico”; como una manera de presentar ante la sociedad,
un peligro descomunal, una amenaza gigantesca, que portaría el horror,
la sangre y la muerte desparramada sobre el rostro de todos los
peruanos.
Eso
fue suficiente para desplegar una guerra de exterminio contra las
poblaciones nativas. El que ella haya comenzado en los años 80, y
comprometido a sucesivos gobiernos –Belaunde, García y Fujimori-: no
hace sino demostrar que la iniciativa vino desde más allá de las
fronteras nacionales, y que respondió a una inteligencia mayor, a una
estrategia de dominación más bien continental.
Cuando
finalmente se conozcan “documentos desclasificados” que hoy se
conservan en secreto ´por parte de Washington, podrá saberse el total de
esta historia, se caerán algunas máscaras y desaparecerá el asombro. En
otras palabras, se hará luz en lo que aún es un misterio.
La
estrategia a la que aludimos se incubó años antes, cuando la prensa
norteamericana comenzó a hablar de “el triángulo rojo de América Latina”
que constituía una “amenaza para la democracia occidental y cristiana”,
y al que había que quebrar a cualquier precio.
Derribar
a Juan José Torres en el Altiplano, arrasar a Chile y matar a Salvador
Allende, y desplazare del Poder a Velasco Alvarado; fueron todos,
elementos de una misma fórmula, probablemente ideada por una dupla
siniestra:_Nixon-Kissinger.
Después de ella, asomaría el remedio: fascistizar a la Fuerza Armada de cada uno de estos países.
Fue
ese el preludio de Banzer, Pinochet, Videla y Fujimori. El “triángulo
rojo” se convirtió en una extraña figura geométrica más bien negra. El
continente que era ya escenario de lucha contra el imperialismo, pasó a
convertirse en un real campo de concentración con cementerio incluido.
Aquí,
la bandera fue “la lucha contra el Terrorismo”. Su sólo enunciado
permitió invadir y arrasar aldeas, saquear pueblos, robar a manos
llenas, incendiar viviendas, violar mujeres, masacrar niños, asesinar
pobladores, exterminar localidades.
Diversos
nombres asomaron ante el estupor de millones de peruanos: Soccos,
Accomarca, Llocllapampa, Santa Rosa, Pomatambo, Parcco Alto, Puccas,
Huancapi, Cayara, para citar algunos.
No
es casual que los expertos hayan concluido sus indagaciones aseverando
que el 75% de las víctimas de esa violencia, fueran quechua hablantes,
poblaciones rurales, pueblos originarios.
Tampoco,
el hecho que aún existan 15 mil personas simplemente desaparecidas.
Pareciera, sin embargo, que es insuficiente. Urge repetir la historia.
Hermann
Luebe y otros estudiosos del tema, aseguran que para que prospere el
accionar terrorista se requiere debilitar al extremo la estructura de la
sociedad, descomponer la moral ciudadana, deslegitimar a las
instituciones formales y castrar la capacidad operativa de los
trabajadores.
Si
más allá de las palabras, eso se hace como parte de una misma
estrategia, y se añade el discurso de politiqueros extremistas y
periodistas a sueldo; se tiene la posibilidad real de hacer viable el
mensaje del terror.
Diligente,
el régimen hoy imperante en el Perú sueña con esa posibilidad. Lo hace,
partiendo del caos social que se instaurara a partir del pasado 7 de
diciembre, cuando un Golpe Seco derribó a Pedro Castillo y construyó un
Poder Pentagónico basado en la alianza del Ejecutivo con el Congreso
dela República, los Partidos de la ultra derecha, el empresariado, la
cúpula castrense y la Prensa Grande.
Esa
“alianza” es la que le otorga “punche” a Otárola para asegurar que “no
les temblará la mano” para repetir la historia; es decir, matar otra
vez.
Recientemente,
y por iniciativa del Alcalde Metropolitano Rafael López Aliaga, el
Municipio capitalino aprobó un “Proyecto de Ley”, que remitió al
Legislativo.
Propone
crear un nuevo delito: el “terrorismo urbano”. Y claro, considera como
parte de él, a la protesta social, la perturbación del orden y el uso de
implementos que causen lesiones –como palos o piedras- contra las
“fuerzas del orden”.
Para
los responsables o instigadores de estas acciones, propone penas que
vayan desde los 20 hasta los 30 años de cárcel. Sin duda, lo que se
busca, es sembrar el miedo.
Es
claro, entonces, que “el terrorismo” del siglo pasado, está de vuelta.
Por cierto, hicieron bien quienes apuntaron un “sesgo racista”
registrado en las matanzas recientes. Pero en el caso, habrá de
extenderse más. (fin)
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