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¿QUE INDEPENDENCIA? ¿CUAL BICENTENARIO?
Saúl Armacanqui M.
El 28 de julio de 1921, Lima amaneció engalanada.
Leguía se había esmerado en presentar una ciudad diferente con edificios y monumentos pulcros, los cuales habían sido iluminados desde la víspera en medio de fuegos artificiales.
Fiestas, almuerzos y cenas; juegos deportivos y sociales; desfiles, bailes y conciertos; música militar y orquestas; invitados de muchos países…
Entonces civiles, religiosos y militares no dudaron en disfrutar de grandes momentos en este país que celebraba sus 100 años de independencia nacional, es decir su centenario republicano.
Sin embargo, era otra la realidad; así, por ejemplo, el año anterior en 1920, Leguía había promulgado la vil “Ley Vial”, mecanismo legal a partir del cual el estado abusó y explotó a las comunidades indígenas, sometiéndolas al trabajo forzado gratuito destinado a construir infraestructura y caminos en el país. Al respecto José C. Mariátegui de manera contundente llamó mita a esta forma de explotación propia del régimen colonial español, del cual supuestamente las masas indígenas se habían liberado hacían 100 años atrás tras fundar la República. Pocos años después, en 1924 basado en esta nefasta experiencia el dictatorial régimen leguiista implementaba la draconiana “Ley de la Vagancia” destinada igualmente al uso del trabajo gratuito y forzado en las haciendas y negocios quienes daban fe en las denominadas “libretas de ocupación” que los individuos se encontraban ocupados trabajando.
Pero las masas indígenas, blanco principal de la explotación de tipo colonial no permanecieron pasivas. Se alzaron, y aun cuando sus rebeliones en el sur andino, en la amazonia, etc. fueron todas ahogadas en sangre, no dejaron de marcar hitos imperecederos en la reivindicación histórica de todas las comunidades indígenas y nativas sometidas y expoliadas. Por todo ello es que en los tiempos del centenario el debate se centraba en el denominado problema del indio en el Perú; pues no otro fue el trasfondo de los argumentos de García Calderón, de Riva Agüero y aún del mismo Víctor Andrés Belaunde principales “republicanistas” representantes del colonialismo virreinal en pleno siglo XX en tiempos del centenario.
Mariateguí desvelo toda esta sarta de argucias, señalando que en esencia el llamado problema del indio en realidad constituía el problema de la propiedad de la tierra y más aún auscultó en profundidad las características propias de nuestra formación social y no en vano hizo llegar su moción sobre la cuestión racial en el Perú, al conclave comunista sudamericano de Buenos Aires en 1929, promovido por la III Internacional Comunista.
¡Grande Mariátegui! En tiempos mismos que el Komitern tenía como centro el enfrentamiento de clase contra clase.
¿Pero algo tenía que celebrar Leguía el 28 de julio de 1921? Por supuesto que sí.
Su golpe de estado, la promulgación de su constitución y su régimen representaban a partir de entonces a la política colonial del imperialismo norteamericano el mismo que había logrado desplazar el dominio del colonialismo inglés, el cual había imperado en nuestras tierras en los anteriores 100 años, tras la proclamación de la independencia y la república del Perú el 28 de julio de 1821.
Esta reestructuración del Estado servía a ese fin específico, igualmente de naturaleza colonial, aun cuando las formas anquilosadas quedaran de lado.
Si hay algo que enfatizar a estas alturas de la historia, es que la independencia del Perú estuvo marcada por los acontecimientos internacionales que en ese momento gravitaban en el orbe y en particular en la metrópoli ibérica de la cual constituíamos, hasta entonces, su colonia.
Por ello mismo, jamás será un dato ajeno, el hecho de que la destitución de Fernando VII de España y la toma del poder por las tropas napoleónicas en 1808, constituyó el detonante para la instalación de las Juntas hispánicas en favor del monarca y que resistieron hasta la expulsión de los franceses en 1814. Esas juntas se replicaron de inmediato en la América hispana colonial, pero tomaron un cariz diferente, no obstante, sus orígenes basados en la reposición de Fernando VII a su trono. En esta “metamorfosis” jugó un papel preponderante el capitalismo inglés, finalmente vencedor de la guerra, que consideró llegada la hora de ampliar su horizonte hacia el mercado de la américa española y entonces lo hizo, como siempre lo hace el capital, es decir por la vía armada, confirmando de esta manera la naturaleza del capital que, al decir de Marx “…no tiene patria ni bandera” y llega do quiera “manando sangre”.
Fue así como la hegemonía inglesa se instaló en esta parte del mundo.
Demás está decir que en el virreinato del Perú jamás se estableció ninguna junta, así como tampoco hubo ningún intento emancipador liderado por los criollos, ni “precursores” liberales como si los hubo en los territorios aledaños de Sudamérica, donde tempranamente los criollos proclamaron su independencia política, apoyados en todo momento por el capital comercial inglés.
Los criollos “peruanos” fueron todos enteramente reaccionarios y colonialistas y Lima constituía su bastión en Sudamérica. Las tropas argentinas, chilenas, colombianas, sus asesores ingleses y demás soldados mercenarios tropezaron con esa cruda realidad.
Los “republicanistas” peruanos estuvieron lejos de ser consecuentes separatistas, tal como si lo fueron entre 1545-48 Gonzalo Pizarro y los suyos quienes además tuvieron la valentía, la osadía y la entereza de ir al campo de batalla a disputar a la misma corona española, por lo que consideraban suyo: las tierras a perpetuidad, así como la jurisdicción personal sobre los indios.
Los criollos “republicanos” fueron oportunistas, cobardes y taimados que de pronto cambiaban de bando según la ocasión, incluido los jefes militares y presidentes. Jamás se les hubiera ocurrido tener un final sangriento como lo tuvo Gonzalo Pizarro en Jaquijahuana en abril de 1848 frente al denominado Pacificador español La Gasca.
Cuando los criollos juraron la Republica en el Perú, nunca negaron la vigencia de la vieja estructura colonial, la cual se erigía aplastando a las masas indígenas. Cuando llegaron al centenario lo hicieron pisando los cadáveres de los indios que jamás arriaron sus banderas, no obstante, el cruel y vesánico fin de los Túpac Amaru.
El camino a este gris bicentenario igual ha sido cubierto de dolor y sangre; aplastando igual a los “de abajo” constituida por las masas indígenas, mestizas, cholas, cobrizas y desposeídas en general. La colonialidad no ha sufrido mella alguna, más bien se ha refinado pretendiendo hacerse imperceptible hoy mediante la modalidad neocolonial, muy propia del imperialismo particularmente norteamericano en esta época.
¿Algo que celebrar?
Ciudadanos de segunda clase, perros del hortelano, país mina, país bosque, ciudadanos sin república cuyo voto no debe contar porque son producto del fraude andino en mesa, etc. constituyen el rotundo mentís a este falso bicentenario republicano trajinado por la corrupción y el racismo canalla hasta el tuétano.
Concluyo: El Perú no tuvo una revolución democrática liberal que la condujera a la república, porque las condiciones materiales y objetivas imposibilitaron la existencia de una burguesía nacional. La burguesía “realmente existente” es hija del estiércol y del guano y del tributo indígena; nieta de los encomenderos y también del tributo indígena otra vez; bisnieta de los invasores y del tributo indígena siempre y tataranieta de la angurria y la avaricia mercantil española. Tal es la desgracia de esta burguesía.
En razón de ello, el Perú tampoco pudo tener una revolución nacional por la naturaleza “apátrida” y lumpenesca de esta burguesía encadenada a un pasado feudal que detesta la palabra soberanía y maldice cualquier sueño patriótico llamándolo comunista.
Por tanto, el Perú requiere hoy de una revolución en la dimensión copernicana del concepto.
Una revolución cuya raigambre democrática y nacional, sea capaz de constituir un estado pluricultural; porque el Perú es hoy tan solo un estado-país y hay que admitirlo.
Entonces será posible una república de ciudadanos plenos con libertad.
La criollada y sus adláteres no se les ocurrió en ningún momento, en estos 200 años que tuvieron a su disposición, estructurar un estado-nación, libre, soberano, republicano a la usanza eurocéntrica.
No podían hacerlo. Imposible en nuestra viviente y afortunada plurinacionalidad.
Los actores de una nueva república: popular, plurietnica y plebeya, asoman recién hoy al escenario.
(27/07/2021)
Fuente: https://www.facebook.com/saul.armacanqui
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