El Presidente Pedro Pablo
Kuczynski ha ratificado en Chinchero que más que un estadista es un
hombre de negocios, que coloca sus intereses privados antes que los del
país. Ha pactado con una de las empresas que el neoliberalismo ha
implementado, que se asocian con el Estado, invierten muy poco dinero,
no aportan tecnología pero se llevan durante décadas ganancias
millonarias en dólares.
PPK no recurre al simple amiguismo. En el caso del aeropuerto de
Cusco entra la red de negocios que lo asocia con el expresidente de
Chile Sebastián Piñera. Quizá el hecho de que el negociado de Chinchero
lo ponga al descubierto es lo que ha provocado su ira contra sus
críticos.
“¡Cállense la boca! ¡Déjennos trabajar?”, ha gritado. Por supuesto que con esa grita no va a silenciar la verdad. Hace siglos, don Francisco de Quevedo escribió:
“No he de callar por más que con el dedo / silencio ordenes o amenaces miedo. / ¿Siempre se ha de pensar lo que se dice? / ¿Nunca se ha de decir lo que se piensa?”.
Medio siglo atrás, en los días del gobierno del general Juan Velasco Alvarado, un joven cadete de la Escuela Militar de Chorrillos declaró a Caretas que él consideraba que la presidencia de la República era el último grado en la carrera de un militar. Ahora parece que el último escalón en la trayectoria de un presidente del Perú es la cárcel.
Ya está en prisión Alberto Fujimori. Está al borde de las rejas Alejandro Toledo. Alan García y Ollanta Humala aguardan en la sala de espera o de la fuga. Nadie puede alegar que son víctimas de calumnias.
Si bien pensamos, la culpa no es solo de esos malandrines. Grave responsabilidad recae sobre quienes los eligieron y hasta los reeligieron, pero más grande es el baldón de una casta de politicastros y empresarios delincuentes que desprecian el Perú y su pueblo.
Más de una vez me he preguntado por qué no fueron presidentes de la República el Haya de la Torre joven, Jorge Basadre o el pensador socialcristiano Víctor Andrés Belaúnde.
Los saqueadores del fisco, los empresarios del robo, les cerraron el paso, y pusieron los candidatos y los fondos adecuados. Con el aporte de los bancos y fundaciones del imperio que se injieren en nuestra política desde la iniciación de la República.
“¡Cállense la boca! ¡Déjennos trabajar?”, ha gritado. Por supuesto que con esa grita no va a silenciar la verdad. Hace siglos, don Francisco de Quevedo escribió:
“No he de callar por más que con el dedo / silencio ordenes o amenaces miedo. / ¿Siempre se ha de pensar lo que se dice? / ¿Nunca se ha de decir lo que se piensa?”.
Medio siglo atrás, en los días del gobierno del general Juan Velasco Alvarado, un joven cadete de la Escuela Militar de Chorrillos declaró a Caretas que él consideraba que la presidencia de la República era el último grado en la carrera de un militar. Ahora parece que el último escalón en la trayectoria de un presidente del Perú es la cárcel.
Ya está en prisión Alberto Fujimori. Está al borde de las rejas Alejandro Toledo. Alan García y Ollanta Humala aguardan en la sala de espera o de la fuga. Nadie puede alegar que son víctimas de calumnias.
Si bien pensamos, la culpa no es solo de esos malandrines. Grave responsabilidad recae sobre quienes los eligieron y hasta los reeligieron, pero más grande es el baldón de una casta de politicastros y empresarios delincuentes que desprecian el Perú y su pueblo.
Más de una vez me he preguntado por qué no fueron presidentes de la República el Haya de la Torre joven, Jorge Basadre o el pensador socialcristiano Víctor Andrés Belaúnde.
Los saqueadores del fisco, los empresarios del robo, les cerraron el paso, y pusieron los candidatos y los fondos adecuados. Con el aporte de los bancos y fundaciones del imperio que se injieren en nuestra política desde la iniciación de la República.
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