Si nos atuviéramos a las versiones proporcionadas ostentosamente por la “prensa grande”, podríamos suponer que el Perú, desde hace algunos días, mira a Washington con creciente interés. No es verdad.
Quien mira a Washington, pero no precisamente a Jorge, el notable personaje de la Independencia americana, sino más bien a la Casa Blanca, es el írrito gobierno de Dina Boluarte. Pero como suele suceder, este amor no es auténtico, sino asumido, y responde más bien a un deseo muy preciso.
Lo que los precarios detentadores del poder en el Perú quieren simplemente es la bendición del gobierno de los Estados Unidos porque creen -ilusos son- que esto habrá de “lavarles la cara” ante el mundo, conmovido crecientemente por la brutal represión desatada contra el pueblo en casi todas las ciudades del país.
Todos hemos visto, en efecto, como en todas partes se han alzado voces de solidaridad con el pueblo peruano y ha crecido el grito multánime en repudio a una administración inédita en la historia nacional.
En ciudades alemanas, italianas, suizas, inglesas; pero también en Suecia, Noruega, Finlandia y Dinamarca -para hablar solamente de Europa occidental- se han movilizado multitudes en apoyo al sangrante pueblo peruano. Y el estribillo ha sido el mismo. El nombre de Dina se ha vuelto viral.
En ese marco es que la señora Ana Cecilia Gervasi ha iniciado su viaje a la tierra del Ku Klux Klan. Allí fue recibida por Wendy Sherman, subsecretaria del Departamento de Estado de los Estados Unidos, y derivada luego a las cámaras Legislativas en las que los gansos del Capitolio –divididos en demócratas y republicanos- le han dado la más cordial bienvenida y expresado su “pleno apoyo”.
Pero ese amor también es interesado. Bob Menéndez, por ejemplo, ese “cubano americano” que dedica todo su esfuerzo a combatir a la que fuera su patria, no tiene más propósito que arrancar posiciones anticubanas a los gobiernos que contacta. Y se sabe secundado no sólo por una cohorte de áulicos, sino también por influyentes allegados al Poder.
Pero la Casa Blanca tiene intereses más altos. Por lo pronto –como bien lo anota José Antonio Egido- anida tres objetivos definidos: apuntalar al máximo al régimen fascista de Zelensky en Ucrania, calentando la guerra lo más que se pueda; golpear el escenario latinoamericano debilitando el proceso emancipador que vive el continente; y lograr que el gobierno peruano “vuelva al redil”, remontando el susto que les generara en un comienzo la administración Castillo.
El tema de Ucrania es, para el caso, muy preciso. Estados Unidos quiere que el Perú se sume a la política de guerra de la OTAN y a partir de allí “entregue” –obsequie, quizá- el armamento ruso que tiene la Fuerza Armada desde los años de Velasco Alvarado, para que las huestes del fascismo lo usen contra Moscú. A cambio, el Amo del Norte nos dará el armamento yanqui que fuera dado de baja por su incompetencia en Ucrania.
En lo que concierne al escenario continental, Joe Biden busca empeñoso clavar una espina que debilite el trabajo de recuperación de UNASUR y MERCOSUR, golpear al Pacto Andino y, de paso, recuperar posiciones en la Alianza del Pacífico.
En todos los caso, el propósito tiene varias puntas: aislar a Lula, debilitar a López Obrador, combatir a Maduro y golpear a Petro. Para todo eso, le sirve el Perú. Y eso explica la campaña de la “prensa grande” y las declaraciones de los politiqueros de oficio contra nuestros hermanos de todo el continente.
No es “gratuito” entonces, que en el Congreso se declare “persona no grata” a Evo, se apunte contra López Obrador, se enfilen fuegos contra el presidente de Colombia y se ataque alternativamente contra el mandatario de Bolivia y a Gabriel Boric, el hombre del sur.
Todo eso forma parte de la injerencia norteamericana, que no ven los que se desgañitan hablando contra quienes, en sus países, expresan solidaridad con el pueblo peruano y simpatía por su causa. Ellos denuncian la “injerencia externa” de nuestros vecinos cercanos, pero no miran la descomunal injerencia yanqui. Mirar la paja en el ojo ajeno y no reparar en la viga del propio, se llama eso.
Pero si miramos lo que ocurre en el interior de nuestro país, nos damos cuenta que la cosa es aún más grave. El gobierno quiere parapetarse tras la “gran potencia” que es Estados Unidos para sentirse invulnerable, es decir, blindado.
Si el país del norte es la “gran democracia” y ella apoya a Dina, qué importa que los países de la región no la respalden; si cuenta con el apoyo de la OTAN, de qué habrán de servir esas armas caseras denominadas dum-dum, a las que alude la sapientísima Dina.
En otras palabras, si un país de 240 millones de habitantes asegura que Dina representa a la democracia, de qué vale que algunos milloncitos de desgarbados y malnutridos pobladores originarios digan en las calles y en los campos del Perú que esto es una dictadura.
No importa, entonces, nada. Ni el casi centenar de muertos, ni los miles de heridos. Ni siquiera que el Congreso de la República maniobre para quedarse en sus curules hasta el 2026.
Después de todo, si ese Congreso apoya a Dina, está haciendo lo mismo que el Departamento de Estado de los Estados Unidos. ¡Tal para cual!
No hay comentarios:
Publicar un comentario