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EL MÁRTIR PESCADOR JOSÉ SILVERIO OLAYA
."
Era 1823. Habían transcurrido dos años de la proclamación de la
Independencia peruana, pero no estaba totalmente asegurada. De hecho, el
19 de junio de 1823, las fuerzas realistas recuperaron Lima. Los
patriotas se atrincheraron en los castillos del Real Felipe, en el
Callao. Por lo que era urgente establecer comunicación entre ellos. Esa
fue la labor de José Silverio Olaya Balandra (1782-1823). Así, Antonio
José de Sucre, patriota, podía tener exacta cuenta de los movimientos,
fuerzas y planes de Rodil, realista, en Lima.
Pero Olaya cayó prisionero.
Rodil le prometió fortunas, además de un grado militar.
No habló.
Entonces fue torturado. Perdió el conocimiento muchas veces.
*
Luis Antonio Eguiguren (1887-1967), historiador y político peruano, en
su libro El mártir pescador José Silverio Olaya (1945), narra que
recibió “doscientos palos y otros tantos latigazos”, “se le arrancaron
las uñas”, “se le apretaron terriblemente los pulgares en la llave de un
fusil”. Y no dijo nada.
Desmesurada
escena: condujeron a su madre, doña Melchora, a su lado. “Olaya
contempló a su madre que lloraba y gemía ante él, impelida por el amor
materno y viendo las ferocidades de que iba a ser objeto”. Siguió sin
hablar.
Finalmente, Olaya fue ejecutado el 29 de junio de 1823, frente a la Plaza de Armas.
Ello
lo cuenta Eguiguren en su citado libro, del cual se transcriben los más
resaltantes párrafos. Además de detalles pocos conocidos como la
palabra que Olaya repitió, constantemente, durante el recorrido que hizo
al patíbulo y, sobre todo, el objeto con el que solicitó que lo
enterrasen, como último deseo.
Imagen 1:
gil_castro_olaya
El
famoso retrato de José Olaya, con la típica vestimenta del pescador del
siglo XIX. El óleo fue elaborado por José Gil de Castro (1785-1841).
***
José
Silverio Olaya asombró a los próceres de la libertad, sobreponiéndose a
los dolores más acerbos, a los suplicios más inhumanos, para guardar
incólume su secreto, que era el secreto de la libertad y el secreto de
la vida de muchos, y del éxito de la campaña libertadora.
El
carnífice era un hombre de un temple inhumano famoso; un hombre duro y
acerado que no conocía la piedad ni se doblegaba ante ningún
sentimiento: que creía su deber echar mano de todos los medios para
beneficiar su causa. Ese hombre, a quien venció el valor y el sacrificio
de Olaya, era el Brigadier Ramón Rodil.
Terrible
y a la vez sublime escena… Quedaba aún rezagos de inquisición en los
procedimientos. No es extraño esto en 1800, cuando muy entrado el siglo
XX, se han visto casi las mismas atrocidades. Quedaban aún vigentes los
suplicios y las barbaries de una legislación o costumbre en materia
penal que hoy nos horroriza. Y toda esa infame artificiosidad de medios
fue usada con el mártir. Bajó con su secreto al sepulcro. Le habría
bastado decir los nombres de las personas afectas a la Independencia, a
quienes dirigía sus letras, al Mariscal Antonio José de Sucre, para
estar libre de tan feroces tormentos con que se le amenazaba. Pero era
una roca que apenas se mellaba con el golpe del acero, se mellaba para
tener más lustre y para lanzar chispas luminosas en nuestra historia,
chispas que harían falta en un país tan horroroso de grandes caracteres.
Diéronsele
doscientos palos y otros tantos latigazos; sangrante y extenuado, se le
arrancaron las uñas; se le apretaron terriblemente los pulgares en la
llave de un fusil. Tras de tan espantosos martirios se le llevó ante la
presencia del despiadado gobernador hispano, quien no logró arrancar una
sola palabra al indefenso mártir. No habló palabra, ni entregó las
misivas, ni incurrió en aquel feo vicio que cunde entre nosotros, como
la mala hierba en campo eriazo: la delación.
El
mismo día del Santo Patrono de los Chorrillanos, San Pedro, fue
conducido al patíbulo el patriota. Allí se presentó vencedor del cohecho
por promesas y halagos, y vencedor de la brutalidad del tirano.
En
el tétrico palacio de Pizarro presentose, conducido ante Rodil, por un
espía encapado: allí tuvo lugar la última tentativa para arrancarle la
delación; y allí fracaso el férreo soldado ante esta fortaleza
inexpugnable, de un corazón patriota y listo para sacrificarse. Nada
logró Rodil: ni nombres, ni comunicaciones, ni partes confiados a Olaya
por los jefes del ejército independiente, desde las fortalezas del
Callao, a los patriotas que en la capital desafiaban la ferocidad de
Rodil.
***
Don
Andrés Riquero, Contador Mayor de la Contaduría de Valores, hallábase
en el Callao con Sucre y otros patriotas. Tenía una sobrina, doña Juana
de Dios Manrique de Luna, la cual conocía a Olaya y sabía perfectamente
de los muchos servicios que había prestado el modesto pescador a la
causa de la patria. Lo mismo que su padre don José Apolinario Olaya,
había conducido correspondencia desde Chorrillos hasta los buques de los
patriotas, siempre con buen resultado. Doña Juana lo recomendó
eficazmente. Por medio de José Silverio Olaya, Sucre se daba exacta
cuenta de los movimientos y planes de Rodil en Lima. Este viéndose
objeto de una vigilancia tan activa, de golpes certeros, destacó a las
portadas de la Capital a los expertos espías y hombres sin escrúpulos,
de que se hallaba rodeado, para averiguar, quién o quiénes servían tan
diligentemente a los patriotas. Necesitaba descubrir el enlace que
existía entre los buques y fortalezas del Callao, ocupados por los
patriotas y sus adherentes de Lima que habían caído de nuevo en su
poder, por excesiva confianza, grave descuido, y terrible y hórrida
traición.
Pero
nada se podía descubrir. Olaya con su modestísimo traje de pescador,
unos cuantos pescados en su bolsa de malla, iba y venía de Lima
conduciendo la valiosa correspondencia. No fue la casualidad la que lo
llevó a la calle de la “Acequia Alta”. Debía, sin duda, distribuir
cartas y llevar mensajes a la casa de doña Agueda de Tagle, en la calle
de San Marcelo. Llevaba el pescado al rancho de doña Manuela Briebe,
natural de los Chorrillos y propietaria, en la vecina calle de la
Pampilla. Inmediata a la casa panadería de don Domingo Ramírez de
Arellano, en la calle de la Acequia Alta, precisamente esquina de la
pulpería de los Padres de la Buena Muerte, echaron mano del insigne
patriota, los esbirros de Rodil. Halláronle encima una comunicación y
una clave sin firma ni dirección. La señora Manrique de Luna, en
diligencia de confesión, ante el Juez Olivares, en 1861, declaró que su
destinatario era don Narciso Colina, natural de Pataz y de 28 años de
edad, hermano de don Luis de la Colina, capellán del Virrey La Serna.
Aquel patriota había escrito al comandante Urbiola, para que trasmitiese
a Bolívar las sospechosas conferencias que Berindoaga tenía con los
españoles, las que no se limitaban a capitulación o armisticios, como
imaginaban algunos historiadores.
Era
frecuente ver entrar a Olaya, en Lima, por el “nuevo camino del
Callao”, abierto por los años de 1806. El gobierno comisionó a don
Antonio Elizalde, Regidor Perpetuo del Cabildo de Lima para dicha obra.
Entonces se dividió la nombrada chacra La Legua, propiedad de don José
Antonio Pando. Quedó excedente, un pequeño lote que adquirió Fray Juan
Meza de la Orden de N. O. S. Juan de Dios para dedicarlo al culto de
Nuestra Señora del Carmen que se venera en la capilla que estaba a cargo
de aquella religión en el paraje de La Legua. Comprendía, desde la
rambla inmediata a la Cruz situada frente a la casa de La Legua, y salía
al camino viejo, en una línea tortuosa llegaba hasta los linderos de la
chacra de Baquíjano, mirando hacia la chacra de Aguilar, o sea una
fanegada, más cinco almudes y doscientas sesenta y ocho varas, que
adquirió dicho religioso. Allí hacía su primera pascana el mártir Olaya,
en su peregrinaje hacia Lima, orando al pie de la devota imagen.
Otras
veces, se le veía salir, en una vuelta maratonesca, por el pueblo del
Cercado, en inmediaciones a la otra portada de Maravillas, en donde
ingresaba a orar en la capilla del Cercado de la milagrosa imagen de
Nuestra Sra. de Copacabana, tomando de dicha portada por el centro del
pueblo. El Coronel don Antonio de Cañete y Castro, mayor de la Plaza y
doña María Villegas y Quin, su esposa, como poseedores de dicha capilla,
la habían donado a la Tercera Orden de San Agustín, representada por el
Padre Rafael Rúcano, Prior y Vicario Provincial […] que incrementaron
con donativos el culto de aquella imagen, cuya capilla comprendía además
la casa anexa del ejercicios, otras dependencias y una huerta al
respaldo.
También allí, al salir por la portada, Olaya dedicada sus momentos de devoción al culto.
Pero las portadas con estos cultos también estaban rodeadas de vigilancia.
Imagen 3
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Portada del libro del cual se transcribieron los siguientes párrafos.
( *La historia oficial no nos enseñó)
En
Palacio fue careado Olaya con doña Antonia Zumaeta, esposa de Riquero, y
con otros patriotas hombres y mujeres que llevaron ante el mártir para
que señalara las personas con quienes se entendía al volver al Callao, y
a quienes hubiera confiado sus determinaciones. El modesto pescador
miraba a estas personas con las que muchas veces se había dado citas en
aquellas capillas para entregarles su correspondencia, pero ni una leve
señal se dibujaba en su rostro impasible. No dijo una sola palabra, ni
dio el más leve indicio por el cual viniera a conocer el duro Gobernador
lo que tanto deseaba.
El
Padre Meneses, religioso dominico que estuvo a su lado y lo auxilió
hasta el momento en que se aplicó la última pena, declaró que ignoraba
esos nombres, puesto que el asunto no era materia de confesión y si de
un carácter político y de cumplimiento austero del deber. Las tres
llaves maestras que abren todos los secretos: trato con mujeres,
ofrecimientos de grandes recompensas, y el licor escanciado
abundantemente, todo fue probado con el héroe. Se le lisonjeó, se le
prometieron grandes premios y dinero en abundancia; pero todo fue a dar
contra una roca inconmovible, como esas bañadas por mares furiosos, cada
vez más firmemente adheridas a su base.
Se
le ofreció grado militar en efectividad, el cual se le dijo le sería
reconocido por los patriotas si estos triunfaban. Decían la verdad: los
grados militares servían para todo enjuague. Los que tuvieron grado en
el régimen español, lo tenían en el republicano. Otras veces acontecía
lo contrario. Había lo que ahora llaman “intercambio”, de grados y
dignidades entre los beligerantes.
Olaya
no era de los que van al ejército con miras del rápido ascenso y del
usufructo, no. Era el pueblo que siempre es civil, menos cuando hay que
morir por la patria, que entonces está en la primera fila y en el
frente. Pero Olaya era el pueblo; no oía él lo que venía de fuera, las
palabras de promesa y de zalamería con que se quería traicionar su
carácter íntegro. Los horizontes tienen miradas de ojos muertos. Mandan
en él sus entrañas, su corazón, vísceras sonoras de mártir que tiene la
ley de la honradez por norma; porque de ella procede, en ella ha morado;
porque es el honor de la tierra.
Se
llegó a algo monstruoso… condujósele a su lado a su pobre madre.
Episodio no conocido y terriblemente doloroso. Olaya contempló a su
madre que lloraba y gemía ante él, impelida por el amor materno y viendo
las ferocidades de que iba a ser objeto, sus ojos maternos pedían
piedad a Olaya, no a los verdugos, pero él permaneció inconmovible
también a ésta suprema súplica materna. Se limitó a estrechar contra su
pecho a la anciana, diciéndole: “sepulte, madre, mi cadáver, si se lo
entregan, al lado de mi padre, en el cementerio cercano a esta
parroquia, y a nuestro hogar.
¡Adiós madre mía!”. No dijo más.
[…]
Fue apresado a las 5 de la tarde por tropa al mando de Manuel Llanos, Secretario de Rodil, y conducido a un calabozo de Palacio.
El
paquete de comunicaciones que remitían Sucre y otros patriotas, cuando
Olaya se vio acorralado lo arrojó a la acequia que corría por la calle
de San Marcelo, sin que nadie se diera cuenta. Lo registraron y solo
encontraron en su red, pequeña, una caja de cartas sin dirección,
nombre, ni firma. Las demás cartas hallábanse en clave. También llevaba
una escarapela bicolor de la patria. Este hallazgo fue la causa
primordial de su sacrificio.
[…]
Olaya
con su heroico silencio salvó a los patriotas, entre otros a D. Juan de
Dios Manrique de Lara y a su tía Doña Antonia Zumaeta de Riquero, con
quienes fue careado en palacio, negando conocerlos, ni haberlos visto
jamás; sino también al Conde la Vega del Ren, a Andrés Riquero, Narciso
de la Colina, y a su hermano Luis, capellán del Virrey, y conjurados
limeños. La misma ciudad se salvó, pues sin las noticias que
diligentemente proporcionaba Olaya, Sucre habría creído mucho mayor la
fuerza del enemigo y en Lima los patriotas habríanse desanimado de esta
guerra, sabiendo que cada día acrecía más el poder de los realistas.
La
adulación ha llegado a hablar de la misión benéfica de los tiranos. La
tiranía de Rodil fue la energía germinal del sacrificio de Olaya; era un
brote de la planta de libertad que antes cultivaran Tupac Amaru y
Pumacahua. […].
Las
tropas [patriotas] del Callao avanzaron sobre Lima y la ocuparon sin
resistencia, el mismo 16, delegando Sucre en Tagle las funciones de
Supremo Delegado, a los 17 días de fusilado el mártir en la Plaza Mayor
de la Capital.
[…]
Como
Riquero trabajaba en el Callao, afiliado a la causa, en la urgente
necesidad de comunicarse con Narciso de Colina, y con el objeto de poner
a los conspiradores de Lima, al corriente de los acontecimientos que se
venían a toda prisa y también para conocer detalladamente lo que pasaba
en la Capital, obtuvo que la señorita Manrique de Luna, conocedora del
patriotismo de Olaya se valiera de él, para esta peligrosa faena. La
señorita Manrique había conocido en los baños a Olaya, y fue sorprendida
de su devoción por la causa patriótica, al verle la escarapela bicolor,
ésta escarapela influyente, eficaz en el drama intenso y soberbio que
se preparaba. Accedió ella, y envió a Olaya para verse con Riquero en el
Callao, el cual lo presentó a Sucre.
Las
comunicaciones fueron y vinieron varias veces. De este modo Sucre
estaba al corriente de los movimientos y de las condiciones en que se
hallaba el ejército realista, con lo cual pudo tomar sus medidas que
dieron por resultado el abandono de la Capital por las tropas de
Canterac y Rodil, pero a costa del sacrificio cruento y terrible de
Olaya.
La
comunicación de los 15 kilómetros entre Lima y Chorrillos solo se hacía
en mula o calesa, los caminos estaban perfectamente vigilados. Nadie
pasaba sin ser severamente examinado y registrado. Por la playa o en la
canoa del pescador, dominando el mar los patriotas, parecía que no había
un peligro inminente, sobre todo cuando se trataba de un pescador que
iría a la capital a ofrecer su mercancía de pescado.
Esta era la labor de Olaya.
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A
José Olaya, los peruanos lo recuerdan antes de conocerlo, mencionó el
escritor Edmundo de los Ríos, en la revista Caretas, en un artículo
publicado el 8 de julio de 1993. Gráfica elaborada por Cherman.
***
Tras
de las tremendas torturas fue puesto en capilla. Muchas veces perdió el
conocimiento a causa de los agudísimos dolores producidos por el
tormento cruel y bárbaro. En este estado escuchó su sentencia de muerte.
Nadie
intercedió por él, ante el terrible Rodil para que se aminoraran, por
lo menos, los tormentos infringidos al insigne patriota.
No existió siquiera el clamor público que suscitó, en pleno coloniaje, el asesinato oficial del oidor Antequera.
A
las once de la mañana, de un día nublado, el día invernal de Lima, sonó
una descarga de fusilería que repercutió en los ámbitos de la Ciudad.
Era el 29 de junio de 1823, el día de las grandes fiestas a San Pedro,
en Chorrillos: ese mismo día este mártir abandonó la tierra para volar a
la inmortalidad.
Hay
tradiciones que afirman que Olaya dijo tales o cuales frases. Lo que
debió decir el mártir es más histórico que lo que diría en realidad.
[…].
Muy
pocos son los hombres que han muerto pronunciando hasta el momento
supremo el nombre de la Patria, como Olaya. En el recorrido que hizo
hasta llegar al patíbulo repitió constantemente este dulce nombre, esta
palabra que entraña todos los amores ¡Patria! Frente al Municipio,
frente a la Casa de Gobierno y de faz a la Catedral en la Capital
ocupada por el enemigo.
En
las postrimerías, cuando se hallaba en Capilla, llegó a él un
funcionario a interrogarle sobre su último deseo, como es costumbre,
entre humanitaria y cruel, con los que van a ser ultimados.
Olaya
no dijo nada; acercose el sicario a la víctima, interrogándole de
nuevo. Olaya alzó la mano, y después de arrebatarle la escarapela de la
Patria que aquel llevaba, descargó sobre el individuo una sonora
bofetada con esta contestación:
Mi último deseo es que se me entierre con esta escarapela que se me confiscó.
***
Esto lo he sabido por tradición desde mi bisabuelo que vivió por aquellos tiempos, hasta mi abuelo que solía referirla.
Balandra,
un anciano que conocí ya centenario en 1921, me aseguró haber visto el
cuerpo de Olaya, pero degollado, sin cabeza, solo el tronco, fue
conducido en un pequeño catre de lona de esos que llaman de tijera, a
lomo de mula hasta los Chorrillos. Una vez victimado y degollado lo
llevaron al rancho humilde donde esperaba la madre, en la más dolorosa
expectativa. Allí lo colocaron uniendo la cabeza al resto del cuerpo
envuelto en una sábana, y colocado entre dos cirios funerarios, con la
escarapela en la mano. Endosaba el hábito franciscano como su padre.
Caía
la tarde, y un desfile silencioso en que los más eran parientes y
pescadores, avanzó hacia el sitio designado para que lo acogiera
piadosamente… Este sitio no se conoce. No quedan señales de él, y los
restos de Olaya también se han hundido en el misterio, esperando tal vez
más gloriosos días para la patria, para aparecer como reclamando la
deuda que aún no se le ha apagado.
El
trayecto de Lima a Chorrillos se recorrió en un carro de dos ruedas,
tirado por mulas. Detrás iban llorando sus deudos, tristes y mustios,
sus amigos y hermanos. Los vecinos arrodillábanse al paso del triste
desfile.
***
Tomado de:
EGUIGUREN,
Luis Antonio. El mártir pescador José Silverio Olaya y los pupilos del
Real Felipe. Lima. 1945. Colección “Nuestros héroes”. Imprenta Torres
Aguirre S. A.
Nota:
(1) solo se extrajeron, del citado libro, las partes más resaltantes, a
juicio del autor, sobre el pescador chorrillano; (2) el orden de la
transcripción sigue tal como aparecen los capítulos en la obra, por lo
que, algunas veces, las acciones históricas no están ordenadas
cronológicamente; (3) se trató de mantener, lo máximo posible, la
fidelidad del texto original: mayúsculas, puntuación, entre otros
aspectos, salvo casos extremos en los que se adaptaron algunas formas a
la ortografía moderna para una mejor lectura; (4) el subrayado, en
letras negritas, en todo el texto, es iniciativa de este blog.
10 julio, 2016
DEL BLOG CORTINAS DE HUMO....
dirección en Comentarios.
*
Retrato de José Olaya es un óleo sobre lienzo obra de José Gil de
Castro en Lima en 1828. Es parte de la colección pictórica del Museo
Nacional.
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