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FACHO-FUJIMORISMO VERSUS CIUDADANÍA PERUANA
Carlos Angulo Rivas
El
país vive una encrucijada fatal. Reina el desgobierno de los políticos
tradicionales afanosos de llevarse el Perú en peso sin disimular esa
acreditada costumbre, pues les queda poco tiempo para salir asegurados
de por vida. A Dina Boluarte y sus ministros, a los congresistas, a los
altos mandos militares, la Patria les interesa un comino, ellos
sobreviven aprovechando en beneficio personal los cargos que ocupan. Ellos
no son patriotas ni quieren escuchar nada referente a la lealtad
patriótica y la defensa de la soberanía nacional. Desgraciadamente en el
país, la historia de la enorme corrupción se repite multiplicada a
través de los años. Este desperfecto social delictivo llegó a ser, con
Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, una maquinaria arrolladora de
inmoralidad, descaro e insolente cinismo hasta construirse el Estado
Mafioso que perdura hasta hoy. La elección presidencial de Pedro
Castillo fue un profundo bache en el camino trazado por las cúpulas del
crimen organizado en ese Estado Mafioso. Este nuevo escenario
desconcertó por completo a los dirigentes tradicionales, conservadores
de ultra-derecha y fujimoristas, a los socios de la CONFIEP y a las
grandes empresas nacionales e internacionales, todos quienes acordaron
deshacerse de Castillo lo antes posible y de cualquier manera. Y, lo
lograron el 7 diciembre, 2022 mediante el irregular e inconstitucional
derrocamiento-secuestro del presidente Castillo y la instauración de una
dictadura cívico-militar que usurpa el poder con Dina Boluarte
presuntamente sobornada y “perdonada” por el Congreso. ¿Somos la mayoría
de los peruanos responsables o irresponsables? De ser responsables, no
tendríamos un país rico hecho un desastre de proporciones, no tendríamos
ni soportaríamos probados delincuentes políticos haciendo de las suyas
en provecho lucrativo propio frente a nuestras narices.
De
ser responsables la participación ciudadana debería ser consciente y a
su vez una actividad política permanente en los asuntos públicos. No
obstante, esta intervención del pueblo ha estado ausente en la historia;
y en los últimos treinta años la tragedia del Perú tiene nombre propio,
se llama el fujimorismo que impulsa al Perú a perdurar hundido en un
mar de corrupción, inmoralidad y obscenidad mafiosa. Durante este lapso
de tiempo se fortaleció el Estado Mafioso hasta la llegada de Pedro
Castillo, quien trató en vano gobernar con el pueblo pero se vio
atrapado por las fuerzas políticas del fujimorismo y la ultra-derecha
fascista, episodio confrontacional entre poderes e instituciones azuzado
por los medios de comunicación con premeditada inclinación racista,
clasicista y discriminadora contra el maestro rural campesino elegido
presidente. Hoy el país está sufriendo la convulsión social producto del
rechazo mayoritario al gobierno de facto de Dina Boluarte, teñido de
sangre debido a las masacres denunciadas por la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos, las Naciones Unidas, Amnistía Internacional y Human
Rights Watch. Tal sacrificio merece llegar a la culminación de una
lucha dirigida a los cambios estructurales necesarios para destruir a
las organizaciones clandestinas de criminales enquistadas en el Estado
Mafioso creado por Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos; y que sin la
eliminación de este “Estado” quedaríamos encadenados de por vida a las
enormes desigualdades, a la falta de salud, educación, trabajo,
vivienda, alimentación; y lo que es más grave a la pobreza y extrema
pobreza; señales de la enfermedad incurable del capitalismo salvaje y
las recetas económicas del neo-liberalismo globalizador.
Sabemos
que la política es la facultad de organizar y gobernar pobladores de
una sociedad constituida en un Estado Democrático nacido de un Pacto
Social; en consecuencia, la actividad política afecta la vida de todos
los seres humanos en los ámbitos personales y familiares, siendo el
objetivo fundamental, recitado en las campañas electorales, alcanzar el
bienestar general de los gobernados, meta nunca alcanzada en el Perú a
pesar de escasos intentos en la historia. Y si no hemos logrado un
mínimo de estabilidad y bienestar social en 200 años de república se
debe a la gigantesca maraña de la corrupción e inmoralidad de una parte y
de otra a la irresponsabilidad ciudadana de permanecer pasiva frente a
la indispensable participación en política; esta indiferencia ha dado
pie al fortalecimiento de una casta gobernante que se renueva de período
en período. Y en el transcurso inexorable del tiempo hemos caído en la
descomposición total del sistema de gobierno con Alberto Fujimori y su
heredera Keiko Fujimori quien con su actuar inmarudo y frívolo ha
originado una abismal crisis política en los últimos siete años con seis
encargados de la presidencia (Kuczynski, Vizcarra, Merino, Sagasti,
Castillo y Boluarte) y todavía ella continúa manipulando el Congreso en
defensa del Estado Mafioso. Sin embargo, al no ceder Pedro Castillo a
los requerimientos de la ultra-derecha fascista y el fujimorismo, su
secuestro y prisión abusiva, inicia una ruptura de esquemas imposible de
controlar ante la movilización social que inunda las calles contra la
dictadura cívico-militar.
En
realidad, frente a la crisis política actual hemos llegado a un
callejón sin salida, punto de partida de cambios revolucionarios no de
parches “institucionales” para mantener el injusto sistema neo-liberal.
Aquí se vislumbran tres posiciones en el horizonte político social del
Perú. La primera, extremista e intransigente de la derecha y el
fujimorismo; o sea la dictadura cívico-militar que apuesta a quedarse
hasta el 2026 sin importarle el Estado de Derecho destruido con el Golpe
de Estado y la burla e incumplimiento constante de los congresistas a
la Constitución y las leyes, y el propósito de capturar todas las
instituciones y los tres poderes del Estado para nunca soltarlos. La
segunda, la comedida, aprovechada y oportunista de los llamados
“caviares” de derecha e izquierda con la cantaleta del adelanto de
elecciones sabiendo que esa salida significa la defensa del Estado
Mafioso constituido y capturado por el fujimorismo y la ultra-derecha
fascista; en pocas palabras elecciones para que todo siga igual, cambio
de “mocos por babas” sin alternativa de la gran transformación del país.
La tercera, la revolucionaria auto-convocada del clamor popular,
mayoritaria, con las exigencias de las movilizaciones sociales,
principalmente en la regiones y Lima marginal, cuyas banderas son
recuperar la Patria, recuperar la democracia y el Estado de Derecho en
una Nueva República inclusiva e integrada, recobrar la libertad del
presidente Pedro Castillo, ir a elecciones para una Asamblea
Constituyente, gobierno de transición y elecciones generales de
presidente y Congreso con la Nueva Constitución.
La
confrontación entre los facho-fujimoristas y la ciudadanía no va
terminar, la convulsión social continuará hasta derrotar a los
golpistas, Dina Boluarte, Congreso y Fuerza Armada, quienes conspiraron y
se rebelaron para derrocar al presidente constitucional Pedro Castillo;
sólo un nuevo Pacto Social puede lograr la pacificación del país.
Nuestra responsabilidad nacional es destruir el Estado Mafioso NO
renovarle sus autoridades, por tanto, es un cambio de régimen no sólo de
gobierno.
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