-0-
Novedades de Nueva Sociedad 279 (3-12)
EL FUTURO DEL TRABAJO
MITOS Y REALIDADES
Tema 03.- Trabajo del futuro y futuro del trabajo
Por una transición progresista
¿Cómo
será el trabajo del futuro en América Latina? ¿Será el fin del trabajo
tal como lo conocemos? ¿Exportará el subcontinente aún menos productos
industriales y más materias primas?
¿Aumentarán los niveles de informalidad? ¿Crecerá el número de personas
afectadas por modalidades de empleo precarias? ¿O, por el contrario, se
establecerán nuevos sectores que generen empleo de calidad para un
número importante de trabajadores y trabajadoras
que todavía no saben si podrán beneficiarse de los dividendos
tecnológicos?
Por Uta Dirksen Enero - Febrero 2019
PDF Trabajo del futuro y futuro del trabajo / Por una transición progresista
No es el fin del trabajo
Estamos
atravesando un momento de cambios tecnológicos, de modos de producción y
de trabajo. Sin duda este proceso implica la destrucción, la creación y
la mutación de puestos de
trabajo. Las imágenes y los relatos utilizados para hablar de un futuro
de robots, drones e inteligencia artificial invitan a imaginar un mundo
de ciencia ficción. Se trata de utopías o distopías –según los puntos
de vista– en las que el trabajo ya no es un
dominio humano. De este modo, se va imponiendo un cierto sentido común
basado en la convicción de que los robots van a reemplazar más temprano
que tarde a los seres humanos, y que aterrizaremos así en un nuevo mundo
poslaboral. Sin embargo, no parece tan cierto
que el saldo de estas mutaciones en el mundo del trabajo vaya a ser tan
inapelablemente negativo. Algunos estudios recientes en Alemania
sugieren que el empleo está aumentando con la utilización de la nueva
tecnología.
Por
el momento, disponemos de datos muy limitados sobre el impacto del
cambio tecnológico en América Latina, de manera que en los debates
regionales se suelen usar los referidos
a las tendencias globales. Escasean los estudios sobre los efectos que
tendrán las megatendencias definidas por la Organización Internacional
del Trabajo (oit) sobre las economías nacionales, los mercados laborales
y las sociedades latinoamericanas. No obstante,
es posible afirmar que América Latina se verá afectada por los cambios
en curso. En todo el mundo cambian las cadenas de valor internacionales,
los procesos de producción, los tipos de trabajo y, por consiguiente,
también la relación entre quien emplea y quien
vende su fuerza de trabajo. Aun así, la idea de que la mayoría de los
seres humanos serán plenamente sustituidos por robots pertenece al mundo
de la ciencia ficción. El Banco Mundial señala que 67% de los empleos
de América Latina podrían ser automatizados;
sin embargo, es importante notar que se habla de un potencial teórico
de automatización. No todos los empleos que pueden ser automatizados lo
serán efectivamente. En algunos casos, los bajos costos del trabajo
operarán en contra de la automatización; en otros,
el límite será la escasa capacidad de adaptación e innovación de las
empresas, los déficits en materia de infraestructura, cuestiones de
escala o de calidad o las preferencias de consumo dominantes.
Además
del estudio ya citado, desde el campo de la economía son numerosos los
cuestionamientos, sostenidos en estudios empíricos, a los pronósticos
sobre la destrucción del empleo
por la tecnología. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (ocde) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(Cepal) calculan que hasta 2030 el cambio tecnológico eliminará 1% o 2%
de los puestos de trabajo en América Latina.
Esto equivaldría a 3,38 millones de empleos. Entonces, la cuestión
central no es si habrá trabajo, sino qué tipo de trabajo habrá, para
quién y en qué condiciones.
La
tecnología, los sensores, la interconexión y las mayores velocidades de
procesamiento de datos permiten un inédito control sobre los procesos
de trabajo y las personas que los
ejecutan. Esto conlleva la posibilidad de una mayor exigencia de
eficiencia y de un aumento de la intensidad del trabajo. La sustitución
de tareas rutinarias por procesos automatizados puede disminuir el tedio
de algunas ocupaciones, pero en otros casos puede
disminuir o eliminar los momentos de descanso, lo que aumentaría la
carga y el estrés asociado al trabajo. Es importante tener en cuenta que
el cambio tecnológico no afecta solo a la industria avanzada y la
economía de plataformas; no es únicamente cuestión
de drones y de robots. La «industria 4.0» es apenas una parte del
fenómeno, al igual que las plataformas. Son una nueva forma empresarial
que ha venido expandiéndose, pero que no va a constituir la mayoría de
los empleos.
La
economía de plataformas aún juega un papel comparativamente menor en
América Latina. A pesar del ingreso de gigantes como Uber y Airbnb, que
captaron importantes segmentos del
mercado en poco tiempo, y de las personas que ya empezaron a trabajar
en plataformas internacionales colaborativas, los expertos coinciden en
que la participación de esos nuevos empleos en el mercado de trabajo
sigue siendo mínima. En Estados Unidos, donde
surgieron las plataformas, la oficina de estadística laboral estima que
los empleos en ellas constituían alrededor de 1% del total en mayo de
2017, en contra de pronósticos expertos sobre la rápida expansión de
esta forma de empleo. Las estimaciones para las
grandes economías europeas se sitúan en alrededor de 5% de los empleos.
El
impacto de la digitalización, la interconexión y los avances
tecnológicos será transversal e irá más allá de la industria y de las
plataformas. La digitalización atraviesa casi
todos los sectores de la economía, los servicios, la agricultura y la
industria y se manifiesta de muchas maneras, algunas evidentes, otras
más sutiles. Según el estudio de la Cepal antes citado, las mayores
pérdidas se pronostican para la industria manufacturera,
la administración y la minería. En cambio, el informe identifica un
potencial para la creación de nuevos puestos de trabajo en el comercio
mayorista y minorista y en el sector del transporte, es decir, en
sectores con niveles generalmente bajos de productividad
y salarios reducidos. De modo que la principal amenaza no sería la
agudización del desempleo, sino la extensión de los ingresos bajos y una
mayor precarización.
Las causas de la vulnerabilidad de América Latina
La
estructura de la economía y del trabajo de América Latina difiere de
otras regiones del mundo debido a la dependencia de la región de las
materias primas y los productos agropecuarios,
una industrialización concentrada en pocos países y un sector informal
que ocupa en promedio a 48% de la población económicamente activa. El
modelo económico actual de la mayoría de los países latinoamericanos
apuesta principalmente a la exportación de materias
primas y productos agropecuarios, es decir, exportaciones con bajo
contenido tecnológico. Los puestos de trabajo se concentran sobre todo
en áreas con baja calificación profesional. Es un hecho que en América
Latina existen fuertes déficits en materia de educación
y formación profesional. Si bien según el Banco Mundial se han logrado
avances importantes en la educación primaria y secundaria, el porcentaje
de estudiantes terciarios sigue siendo bajo. Apenas uno de cada cinco
estudiantes cursa una de las llamadas carreras
ctim (ciencia, tecnología, ingeniería y matemática). Los sistemas
educativos no califican adecuadamente, no estimulan suficientemente la
creatividad, la capacidad de resolver problemas y otras capacidades que
van ganando importancia en el nuevo mundo del trabajo.
En el contexto internacional, las ofertas de capacitación y
perfeccionamiento de la región resultan sumamente deficitarias. Y debido
a la creciente mercantilización de la educación, el acceso a una
educación de calidad depende cada vez más del capital material
y social de los hogares de origen.
El
insuficiente desarrollo de la infraestructura digital constituye otro
déficit de América Latina. En 2014, apenas 40% de la población del
continente tenía acceso a internet, con
una fuerte heterogeneidad tanto entre los países como entre los
diferentes estratos sociales. Como precursor latinoamericano, Uruguay
ocupa el puesto 42 de 176 en el índice mundial de desarrollo de
tecnologías de la información y la comunicación (tic), pero
en muchos indicadores la región se ubica muy por debajo de América del
Norte, Europa y Asia. Es cierto que en los últimos años se han logrado
avances que se deben a la expansión y modernización del acceso a
internet, pero estos están orientados sobre todo
al consumo. En cambio, la ampliación de la internet industrial y su uso
con fines productivos se encuentran aún en una fase inicial.
Debido
a estos y otros déficits de infraestructura y dado el reducido
porcentaje de personas calificadas, existe el peligro de que las
industrias que aún permanecen emigren a otras
regiones del mundo. Contribuye a esta tendencia la expansión continua
de los acuerdos de libre comercio, porque la reducción de las barreras
arancelarias a la importación y exportación facilita el acceso a las
mercaderías, mientras la ubicación de los emprendimientos
productivos pierde importancia.
El cambio tecnológico y los cambios en trabajo
La
tecnología no impone una única forma de utilizarla ni tiene un impacto
que siempre se pueda anticipar. Como escribe el historiador económico
Luis Hyman: «El cambio social es típicamente
impulsado por las decisiones que tomamos sobre cómo organizar nuestro
mundo. Solo después llega la tecnología para acelerar y consolidar estos
cambios».En el caso del mundo del trabajo, la precarización y los
intentos de desmontar los derechos laborales tanto
a escala nacional como global empezaron mucho antes del auge de las
plataformas o de la industria 4.0. Fue parte de la transnacionalización
de las cadenas de producción, de la agenda neoliberal y de las
mutaciones del capitalismo en su fase financiarizada.
Ese proceso, y no la tecnología, es la razón por la cual ahora se
acepta que en la oit se hable del trabajo «atípico» en lugar de llamarlo
precario, o que el trabajo mediante plataformas sea llamado «autónomo»,
«independiente» o «por cuenta propia», a pesar
de que sus protagonistas tienen poco margen para negociar las
condiciones de su trabajo.
Se
están produciendo cambios tecnológicos importantes, pero el impacto del
cambio tecnológico sobre los mercados laborales y sobre las economías y
las sociedades latinoamericanas
es también una cuestión de opciones políticas. En efecto, el impacto
socioeconómico del cambio tecnológico dependerá esencialmente de las
decisiones sobre inserción internacional y política económica y social,
cuyos márgenes de acción deben ser aprovechados
por los gobiernos progresistas, los sindicatos y el empresariado con
sentido de responsabilidad. Si todo sigue como está, el cambio
tecnológico va a funcionar como amplificador de las tendencias de
desigualdad.
En
los últimos años, varios gobiernos latinoamericanos apostaron a la
creación de nuevos sectores en el área de los servicios. En Uruguay, se
fomentó específicamente el sector de
la informática, un enfoque que ha llevado al incremento de las
actividades cognitivas y la reducción de las manuales, lo que reduce el
«riesgo de automatización». Pero aun en los países precursores como
Costa Rica y Uruguay, el empleo en el sector informático
no supera el 2,5% del total. Los nuevos empleos son accesibles solo
para personas con buena formación, mientras el resto va quedando
rezagado. El mercado de trabajo latinoamericano ya está fragmentado:
enclaves modernos en el interior de la economía que ofrecen
condiciones laborales más favorables y salarios más altos para
trabajadoras y trabajadores más calificados conviven con un mercado de
trabajo que se caracteriza por altos niveles de informalidad y
condiciones laborales precarias.
Existe
un serio riesgo de que las nuevas tecnologías profundicen las brechas.
El cambio tecnológico y las altas exigencias relativas a las
calificaciones amenazan especialmente los
empleos «medios». Estos todavía conforman el espacio entre los empleos
altamente calificados y aquellos para los cuales no es necesaria una
gran calificación. La coyuntura política actual, con sus políticas
neoliberales y de reducción de derechos laborales,
hace prever que las condiciones laborales empeoren también en los
sectores más modernos, y esto significa más trabajo precario y una
flexibilización creciente, que beneficia sobre todo a quien emplea.
Como
es sabido, América Latina se caracteriza por la desigualdad: la
distribución desigual del ingreso y la riqueza y la fuerte concentración
del capital. Los aumentos de productividad
casi no se trasladan a los trabajadores a través de aumentos
salariales. A modo de ejemplo, en los últimos años los salarios de la
industria automotriz mexicana se mantuvieron estancados, al tiempo que
se produjo un marcado aumento de la productividad. De
ahí surge el temor de que el dividendo tecnológico beneficie solamente
al capital y no a la masa trabajadora. Pero las nuevas tecnologías
también podrían servir para mejorar la vida de la mayoría. Por ejemplo,
con mejores condiciones de trabajo, mejores salarios,
reducción de la jornada de trabajo, reorganización de la distribución
del trabajo, remunerado y no remunerado. También pueden ser el puntapié
para impulsar un cambio de la matriz productiva, un cambio que sea
social y ecológico a la vez. En síntesis, pueden
dar oxígeno a nuevas formas de organizar la producción y el trabajo.
Los
cambios tecnológicos ocurridos en el pasado modificaron nuestra manera
de vivir y contribuyeron a mejorar el bienestar de la mayoría. El
capitalismo manchesteriano era explotador,
brutal. Pero de ahí nacieron los sindicatos y a lo largo de la historia
vimos surgir los Estados de Bienestar y mejoraron claramente los
niveles de vida de una gran parte de la población mundial. Es deseable
que no pasemos por tiempos tan duros como los de
esta fase. Es posible pensar que mediante la lucha política y social se
puede ganar una vida mejor para quienes viven de su trabajo. Lo que
está en disputa es quién se lleva el beneficio de este cambio
tecnológico.
Componentes de un buen trabajo del futuro
El
cambio tecnológico es un proceso complejo y muchas veces
contradictorio. Sus efectos sobrepasan el mundo estricto del trabajo y
afectan a las sociedades mucho más allá de lo económico.
Por esto las
respuestas deben tener varias dimensiones, para aprovechar las oportunidades, prevenir efectos negativos y dar forma al futuro.
Nuevas estrategias de desarrollo.
Este
cambio tecnológico podría dar oxígeno a nuevas formas de organizar la
producción y el trabajo, formas más justas, más igualitarias, más
inclusivas y más sostenibles. Frente
a las nuevas realidades de la producción, hay que reevaluar las
estrategias de desarrollo económico y de inserción internacional. Hay
que encontrar nuevas estrategias centradas en la creación de trabajos
dignos para la mayoría, cuidando a la vez los bienes
naturales y comunes.
A
escala regional, América Latina y el Caribe debe replantearse la
urgencia de revigorizar la integración regional, hoy fragmentada y
debilitada, para usarla como instrumento de
diversificación productiva y construcción de capacidades. En el plano
nacional, se requiere de una nueva generación de políticas sociales, de
educación y de desarrollo productivo que inserten a la región en la
nueva revolución tecnológica, en la que converjan
la innovación, la inclusión social y la protección del medio ambiente.
Innovación, inclusión y sustentabilidad.
Nada
de lo que se haga en el frente externo reducirá la vulnerabilidad de la
región si no se acompaña de un gran esfuerzo interno por reducir la
brecha en las capacidades tecnológicas.
Los ejes ambientales y de inclusión social deben articularse en torno
de la incorporación, la adaptación y el desarrollo de innovaciones
incrementales en las nuevas tecnologías. Los índices de la región en
educación, investigación, innovación y desarrollo
son incompatibles con el objetivo de generación de empleos de mayor
calidad y productividad. Hay espacio para que América Latina y el Caribe
avance rápidamente en esas áreas. Por ejemplo, la región tiene
capacidad para desarrollar tecnología propia en energías
renovables, así como para el diseño y la producción de vehículos que
utilicen ese tipo de energías, tanto para el transporte de carga como de
personas. Algunos países han mostrado la viabilidad del cambio de la
matriz energética, como ocurre en el sector eléctrico
en Brasil, Chile, Costa Rica, Ecuador, México y Uruguay. En el mismo
sentido, hay un amplio espacio para desarrollar tecnologías relacionadas
con el uso de los bienes naturales, donde también convergen los temas
ambientales y de inclusión. Se trata de avanzar
hacia un nuevo patrón energético y productivo mediante un conjunto
coordinado de inversiones, en que converjan las dimensiones de empleo,
tecnología y ambiente. Educación, formación profesional y capacitación.
El nuevo mundo del trabajo exige nuevas calificaciones.
Este desafío debe ser encarado conjuntamente por el Estado, las
empresas y los sindicatos. Se debe trabajar en la solución de los
problemas de los sistemas educativos para asegurar que las instituciones
públicas ofrezcan una educación de calidad y que las
calificaciones requeridas para el empleo se estén fomentando en niñas y
varones por igual. La educación debe ser concebida como una política
para el desarrollo y fomentar aquellos conocimientos que las nuevas
actividades requieran. Se debe profundizar en capacitación
y perfeccionamiento para ofrecer nuevas opciones a quienes ya tengan un
empleo. Los mercados de trabajo de América Latina se caracterizan por
una alta fluctuación, bajos salarios y bajas inversiones para
perfeccionar las capacidades laborales. En la actualidad,
solo 10% de los trabajadores y las trabajadoras recibe capacitaciones
en la empresa. Esto debe cambiar.
Previsión social.
Se
necesita un sistema de seguridad social efectivo para contrarrestar el
impacto de las rupturas en el mercado de trabajo sobre varones y
mujeres, atendiendo las diferencias por
género. Ello debe incluir atender los diferentes proyectos de vida, la
salud propia y de dependientes, así como la educación de hijos e hijas.
Apenas seis países latinoamericanos tienen seguros contra el desempleo
que, además, cubren como máximo a 20% de los
asalariados. Los desafíos relativos a la sostenibilidad de los sistemas
de previsión social se superponen y se retroalimentan: los problemas
estructurales del modelo económico, la falta de puestos de trabajo, la
recesión y el lento crecimiento restringen el
margen de acción de los institutos de seguridad social. Por esto se
deben encontrar nuevas soluciones para el financiamiento y la
sostenibilidad, que combinen de manera inteligente el financiamiento
contributivo con el tributario. La regulación de las nuevas
modalidades de trabajo debe asegurar asimismo que las empresas
empleadoras realicen los aportes sociales y que garanticen el
cumplimiento de los derechos de varones y mujeres empleados.
Nuevas ideas para la reforma del mercado de trabajo.
Las
nuevas realidades del trabajo requieren un nuevo marco legal. En la
actualidad, se aprovecha el cambio tecnológico sobre todo para
desempolvar las propuestas neoliberales de
antaño. El «futuro del trabajo» consistiría en una vuelta radical al
pasado, en el que la reducción de los derechos, la flexibilización y la
racionalización actuarían como garantes de competitividad. Tanto la
reforma del mercado laboral de Brasil como la propuesta
de reforma en Argentina contienen definiciones nuevas y amplias sobre
el trabajo autónomo, aplicables incluso en casos de evidente relación de
dependencia. En realidad, se necesitan nuevas disposiciones que
defiendan y amplíen los derechos recientemente conquistados;
que protejan también en situaciones atípicas, previniendo antiguas y
nuevas formas de discriminación. Es urgente asegurar que se cumpla con
las obligaciones empresariales de invertir en actualización y
calificación permanentes para que todas las personas puedan
aprovechar la aplicación de las nuevas tecnologías.
Negociaciones colectivas sólidas y diálogo social.
La
negociación de los nuevos parámetros del mercado de trabajo no puede
restringirse exclusivamente a la legislación laboral. En los contextos
más diversos, el diálogo social ha
dado muestras de su eficacia como instrumento para la superación de
crisis y la preparación de soluciones para desafíos complejos.
Muchos
temas deben ser encarados desde la empresa o el sector. El diálogo
social y las negociaciones colectivas –y, por lo tanto, también los
sindicatos– tendrán un papel decisivo
en la configuración del trabajo del futuro. Las empresas
transnacionales juegan un rol clave en los procesos de innovación y de
implementación del cambio tecnológico. Por eso las organizaciones
sindicales regionales e internacionales van a tener un papel fundamental
en brindar su apoyo a los sindicatos nacionales durante las
negociaciones, organizar el intercambio de experiencias, así como
desarrollar e implementar estrategias transnacionales. En este contexto,
las nuevas tecnologías pueden contribuir para que la organización
sindical pueda analizar las condiciones de producción con mayor
precisión, supervisar el respeto de las pausas y los horarios de trabajo
o superar el acceso desigual a la información frente a las empresas. Al
mismo tiempo, los sindicatos tienen el reto de
implementar nuevas estrategias y formas de organización para intervenir
en la regulación de estas nuevas realidades laborales
¡Hay que definir el trabajo del futuro ahora!
Para
lograr un «buen trabajo» del futuro en América Latina, los países del
continente deben adaptar sus modelos económicos a las nuevas realidades y
apostar –sobre la base de políticas
de innovación y educación– a la expansión de los sectores que sean
capaces de generar un crecimiento económico sostenible y crear trabajo
de calidad. Ese trabajo seguirá necesitando protección y regulación. Es
central la lucha por el acceso a una formación
y capacitación de buena calidad, y los sistemas de previsión social
deben apoyar a quienes no encuentren un lugar en el mercado de trabajo.
Desde su posición de participantes fuertes del diálogo social y de las
negociaciones colectivas, los sindicatos cumplirán
un papel clave en la definición de las soluciones a escala nacional e
internacional.
Las
cuatro dimensiones mencionadas anteriormente no pueden estar aisladas
de otras políticas públicas, ya que el desarrollo social es una
inversión con réditos positivos para el
crecimiento económico y el cuidado del medio ambiente. Invertir en
desarrollo e inclusión social (educación, nutrición, salud, previsión
social, formación y desarrollo de capacidades para el trabajo, entre
otros) aumenta la productividad de los trabajadores
y posibilita un mayor conocimiento y cuidado del medio ambiente y la
resiliencia de la población ante disrupciones importantes, como crisis
económicas o ambientales. A la inversa, no hacerlo limita las
posibilidades de inversión productiva y aumenta los costos
de producción.
La
generación, el acceso y el control de datos son las claves de este
nuevo mundo digitalizado. Urgen la protección de datos y la soberanía
sobre datos en el plano internacional,
pero también a escala nacional, para combatir el «imperialismo de
datos». América Latina tendrá que participar más en el debate
internacional sobre el futuro del trabajo y buscar más ideas de otras
regiones del mundo acerca de cómo se podría estructurar el
cambio. Todos los acuerdos, reglamentaciones y procesos de definición
política globales deben tomar en cuenta las realidades de América
Latina, y por esto es importante que se hagan escuchar las
colectividades políticas y sociales, especialmente las de orientación
progresista.
Por
último, se debe mejorar la interconexión de los esfuerzos existentes,
al tiempo que estos deben intensificarse para no perder el impulso para
la configuración activa y progresista
del futuro. Esto incluye que el progresismo de la región establezca el
predominio interpretativo sobre la terminología de este cambio y
transmita su propia visión del futuro. El «relato» actual del futuro del
trabajo es enteramente neoliberal, individualista
y capitalista. El concepto de economía colaborativa suele utilizarse
para enmascarar el desequilibrio de poder entre capital y trabajo y así
incumplir obligaciones. La precarización se presenta como flexibilidad y
el futuro digital se convierte en el paraíso
del consumo. Se trata entonces de contrarrestar esto mediante un
discurso alternativo y la visión de una modernidad digitalizada,
emancipadora, incluyente y sostenible.
Uta Dirksen Enero - Febrero 2019
COLECTIVO PERÚ INTEGRAL
No hay comentarios:
Publicar un comentario