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DEL PRADO Y LA HERENCIA POLÍTICA DEL AMAUTA
Por Gustavo Espinoza M-
Bien puede decirse que la vida de Jorge del Prado, ex senador comunista y Secretario General histórico del PCP, se , entronca con dos grandes vigas: la presencia del Amauta en el accionar de nuestro tiempo y la historia del movimiento obrero en el siglo XX pero, sobre todo, a partir de 1930,.
El ingreso de Del Prado en la política puede situarse, cronológicamente hablando, en 1918 en Arequipa, pero sigue luego en Lima al lado del autor de los “7 Ensayos…” en 1929, cuando se liga al proletariado minero del centro. A la muerte de su maestro, Del Prado vuelve a las minas con motivo de la gran huelga de agosto de ese año, convulso por cierto, que se cerrará con un ominoso baño de sangre, la Masacre de Malpaso en el mes de noviembre.
Desde un inicio Del Prado debió afrontar muy directamente la secuela de la represión. Es claro que él no fue el único que la sintió en carne propia, pero sí fue uno de los pocos que la resistió a lo largo de los años, afrontando como consecuencia de ello las más crueles adversidades.
Detenido en 1932, fue confinado en los campos de concentración de Madre de Dios con Avelino Navarro, quien contrajo el mal que siete años después apuraría su muerte; con Eliseo García y otros. Del Prado pudo huir atravesando clandestinamente la frontera con Bolivia, y ponerse a un precario buen recaudo.
El movimiento sindical, siguió su marcha. Como se recuerda, en 1931 arreció en el país la lucha de clases, y en marzo de 1932 el gobierno en entonces ilegalizó la CGTP. Sus principales dirigentes fueron perseguidos y encarcelados, como había ocurrido antes con Julio Portocarrero, quien fuera confinado en su momento en el hoy inexistente Penal de la Base Naval de San Lorenzo.
En esta etapa, por lo demás, Eudocio Ravines -que se comportaba ya como un agente encubierto de la reacción en las filas de los comunistas- emprendió una campaña contra Mariátegui, acusándolo de ciertas “deformaciones pequeño burguesas”, que ayudó a confundir a los todavía poco iniciados revolucionarios peruanos.
Entre ellos, sin embargo, no estuvo Del Prado, que nunca se llamó a engaño y que, en la medida de sus aun precarias fuerzas, contrarrestó esta ofensiva. Probablemente consciente de eso, diría años más tarde en el prólogo a su libro “Los años cumbres de Mariátegui!: “Siempre aspiré a recoger los recuerdos que el Amauta dejó grabados en mi ser; los pensamientos que pudo captar mi cerebro de su palabra viva, hablada, y el reflejo proyectado por su personalidad en el acaecer histórico.-social del Perú de los años 1928-1930…”
En 1935 se selló el periodo de recuperación del movimiento. Los comunistas formularon un llamamiento concreto: “¡Volver a Mariátegui!” como una manera de celebrar jubilosamente el 1 de Mayo y enfrentar la dictadura del Mariscal Oscar R. Benavides. Era el reencuentro con el maestro, pero también una revaloración indispensable, de quien había aportado los pilares básicos de nuestro movimiento.
A ese esfuerzo se sumaron muchos, sobre todo en el movimiento obrero. La clandestina dirección sindical de la CGTP decretó un Paro de 24 horas para conmemorar la Jornada Mundial de las 8 horas, y el grueso de los dirigentes de entonces fueron confinados por ello -luego de enfrentar la represión policial desatada por el régimen- en la Intendencia de Lima. Isidoro Gamarra –líder de la Construcción desde aquellos años-, Genaro Carnero Checa, periodista; Asunción Caballero Méndez, dirigente estudiantil de la época; fueron algunos de los afectados por la jauría gobernante.
Del Prado, poco después, fue a dar a la cárcel. Sometido al imperio de la ley 8505 y puesto a disposición de los primeros Tribunales Militares que juzgaban en aquellos años los delitos de “subversión”, fue condenado a cinco años de cárcel en 1937, logrando recuperar su libertad al cumplir su condena, a fines de 1941.
En 1942, el Primer Congreso del Partido Comunista Peruano sancionó la expulsión de Eudocio Ravines y abrió un marco de renovación para el proceso peruano. Este, que se radicó en Chile luego de huir de España en 1936 aterrado por la Guerra Civil, se desenmascaró pronto y quedó al descubierto, sin que nadie abogara por su causa.
Los primeros cinco años de la década del 40 estuvieron signados por la II Gran Guerra y por su incidencia en el escenario mundial, y latinoamericano. En el periodo, los sindicatos jugaron un papel preponderante al integrar la Confederación de Trabajadores de América Latina -la CTAL- bajo la conducción del mexicano Vicente Lombardo Toledano. La victoria de la URSS en la guerra abrió camino a una nueva esperanza y en el Perú ella anidó en la victoria del Frente Democrático Nacional y en el advenimiento del mandato de José Luis Bustamante y Rivero, al que no fueron ajenos los comunistas, en cuya primera fila se destacaba ciertamente, Del Prado.
Tampoco fueron ajenos, por cierto, a la recomposición del movimiento sindical. El 1 de mayo de 1944 se reunió la organización de los trabajadores y la naciente CTP reemplazó transitoriamente a la CGTP, que solo fue reconstituida muchos años después. Como se recuerda, la experiencia estuvo precedida por el recordado “Pacto de Santiago”, suscrito en la capital chilena en 1943 con motivo de la visita que hiciera una delegación sindical peruana al congreso de la Central Obrera del país hermano.
El complejo itinerario de la lucha obrera
La primavera del 45 duró poco. Acosada por los exportadores y los militares y saboteada desde adentro por la dirección sectaria y hegemónica del APRA, cayó en el oscuro hueco de la iniquidad y fue sucedida por una cruel dictadura, la del general Odría, inscrita sin duda en el cuadrante de la “guerra fría” y la política yanqui en la región, que impuso regimenes similares de otros países: Rojas Pinilla en Colombia; Pérez Jiménez en Venezuela; Fulgencio Batista en Cuba.
Con los sindicatos proscritos y los dirigentes clasistas liderados por Isidoro Gamarra, Emiliano Huamantica, Raúl Acosta, Simón Herrera Farfán, José Apaza Mamani y otros, tras las rejas; la lucha se hizo más difícil y compleja alcanzando incluso en determinadas circunstancias explosiones populares en las que se impuso el uso de las armas. Así ocurrió en Arequipa, en junio de 1950. También en esa etapa la CTP fue ilegalizada y cruelmente reprimida. Asediado por el régimen, una vez más Del Prado se vio precisado a huir del país. Bolivia, Argentina y Brasil estuvieron esta vez en su itinerario de luchador clandestino.
El fin de la dictadura y la apertura formal de una muy recortada democracia burguesa abrió otra vez la puerta para la recomposición del movimiento sindical peruano. En abril de 1956 el II Congreso de la CTP fue escenario de una dura pugna en la que finalmente se impuso el cubileteo aprista por encima de la voluntad unitaria de los trabajadores. Se abrió así una compleja etapa en la que la Unidad Sindical pendió de un hilo.
La lucha de los trabajadores contra el régimen de La Convivencia fueron años de una dura confrontación con el APRA. El amarillaje se impuso como política oficial en las filas del Partido Aprista al tiempo que la “fuerza de choque” de la estructura partidaria dio lugar a confrontaciones callejeras de diverso signo. El desenlace del proceso trajo, no obstante, la reunificación del movimiento sindical bajo el signo del clasismo. Fue ese el sentido del I Congreso Nacional de la Confederación General de Trabajadores del Perú, que tuvo lugar en Lima en junio de 1968.
En aquellos años el movimiento popular desarrolló un vigoroso proceso de acumulación de fuerzas. Si en el plano político este se expresó en una etapa en la formación del Frente de Liberación Nacional y en otra en el surgimiento de Unidad de Izquierda, en ambos el programa reflejó una sentida y legítima demanda popular: recuperación del petróleo, reforma agraria, amnistía general, derogatoria del artículo 53 de la Constitución vigente y establecimiento de relaciones diplomáticas y comerciales con todos los países del mundo.
A poco tiempo de estos significativos episodios, el país se vio sorprendido por el advenimiento de un gobierno distinto, encabezado por el general Juan Velasco Alvarado, militar patriota de limpia ejecutoria institucional.
El desarrollo de los acontecimientos y la evolución de la lucha de clases fue lo que signó al movimiento. Un discurso originalmente nacionalista, derivó pronto en un accionar antiimperialista definido y en un proceso de profundas transformaciones sociales. La CGTP, convocada en esa circunstancia por la historia, supo asumir su papel con honor, bajo la certera conducción de los comunistas, cuyo Partido lideró Del Prado en toda esa etapa. Pero la historia no acabó en el Perú con el proceso de Velasco. Las cartas de la reacción se jugaron con fuerza y la situación cambió radicalmente a partir de agosto de 1975. El hecho, generó una nueva agenda para los trabajadores.
Quizá si el punto inicial de la misma fue el Paro Nacional del 19 de julio de 1977 que mostró, por un lado la firme voluntad de lucha de los trabajadores y por otro, la pérfida crueldad de los patronos que de un solo tajo, y en aplicación de los Decretos Legislativos 010 y 011 descabezaron al conjunto del movimiento despidiendo en tan solo 24 horas a más de cinco mil dirigentes sindicales de todos los niveles. Fue ese, sin duda, un golpe demoledor contra el movimiento obrero, insuficientemente respondido en su momento.
En la ruta del futuro
A partir de 1978 asomó una nueva etapa de la historia nacional. La elección de una Asamblea Constituye en la que, a partir de las filas del Partido Comunista, levantaron sus banderas figuras emblemáticas del movimiento, como Jorge Del Prado, Isidoro Gamarra y Raúl Acosta, alentó un proceso de recuperación de la fuerza sindical, pero el retorno al Poder de los partidos tradicionales, a partir de 1980 generó una nueva crisis. Pero en ese contexto, ya el Partido Comunista estaba ubicado en la arena oficial.
Jorge Del Prado desempeñó sus funciones parlamentarias durante 13 años, entre Constituyente en 1979, y luego Senador de la Republica en tres periodos consecutivos: 1980, 1985 y 1990. El Golpe de Fujimori -el 5 de abril de 1992- puso abrupto fin a su función legislativa.
En todo este periodo, Del Prado entregó su actividad con las luchas concretas de los trabajadores. En una circunstancia -marzo de 1983- estuvo a punto de perder la vida afectado por un atentado que lo dejó seriamente lastimado. Nunca se arredró, sin embargo. Antes, y después, estuvo siempre en la primera fila de la lucha social combatiendo al lado de algunos otros parlamentarios comunistas o de otras tiendas de la izquierda peruana.
No fue por cierto un parlamentario adocenado ni un funcionario estatal carente de moral ni de principios. Por el contrario, fue siempre un ciudadano empeñado en dar ejemplo de pulcritud y de coraje. Nunca sus enemigos pudieron esbozar contra él el menor ataque en materia de manejo de los recursos públicos, ni en el desempeño de la función congresal. El era consciente que su prestigio como persona se proyectaba también en provecho de su Partido y de su Clase. Por eso vivió los últimos años de su vida en condiciones precarias y sin apoyo estatal alguno.
Dedicó todo su esfuerzo a pensar y a escribir alentando la lucha obrera y expresando su solidaridad activa con los trabajadores. De eso pudieron, en su momento, dar testimonio fehaciente dos emblemáticas figuras del movimiento obrero peruano: Isidoro Gamarra y Pedro Huilca Tecse. Este último –como se recuerda- galardonó a Del Prado con la Medalla de Honor de los Trabajadores de la Construcción en 1991, poco tiempo antes de caer abatido por las balas asesinas de la Clase Dominante.
La vida de Jorge del Prado, como puede apreciarse, se entroncó de comienzo a fin con la lucha de los trabajadores, con sus inquietudes, sus expectativas y sus necesidades básicas. Cada agresión contra los sindicatos, fue un ataque a la figura del revolucionario que evocamos. Y cada recuperación de los trabajadores fue una medalla inscrita en el pecho de este valeroso y emblemático combatiente del campo popular.
Por eso cuando en el año 2002, por iniciativa de la Congresista Gloria Helfer, el Poder Legislativo le hizo un merecido reconocimiento en su memoria, dijimos que el recuerdo de Del Prado debía ser una piedra más que ayude a los peruanos a construir el camino del futuro, que deberá ser, ciertamente, un camino de libertad y de justicia. (fin)
Revista Marka. 16 de agosto 2022
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