miércoles, 14 de octubre de 2015

PUNTO DE PARTIDA DEL FRENTE UNIDO




PUNTO DE PARTIDA DEL FRENTE UNIDO
(09 de octubre de 2015)
Por Miguel Aragón
El intenso estudio, debate y propaganda, suscitados a partir de la conmemoración, en octubre de 2014, del Aniversario 86° de la histórica Reunión de Barranco, está contribuyendo a replantear y reordenar muchas conclusiones que antes se daban como certeras y “verdades eternas”.

Por ejemplo ahora ya sabemos  que:

1.- El punto de partida del frente unido de trabajadores, y del frente unido del pueblo peruano, lo podemos  ubicar en mayo de 1905.  Como punto de referencia queda registrada la Asamblea conjunta de trabajadores manuales y trabajadores intelectuales,  realizada el 1° de mayo de 1905 en el local de la Federación de Obreros  Panaderos del Perú.

Y como testimonio irrecusable, ha quedado para la historia,  el discurso El Intelectual y el Obrero, leído ese día por Manuel González Prada. Texto que años después, fue reproducido el 1° de mayo de 1929, en el periódico Labor, que dirigía José Carlos Mariátegui (el día de hoy ese texto ha sido reproducido por el blog Colectivo Perú Integral, y lo trascribo más abajo).

 El frente unido en nuestro país, comenzó como frente de trabajadores manuales y trabajadores intelectuales, y a través de los 110 años de desarrollo (de 1905 hasta 2015) el frente ha ido asumiendo diferentes formas y nombres, pero siempre se ha mantenido  luchando  perseverantemente, y renovándose generación tras generación.

En el presente, los socialistas peruanos tenemos como tarea primaria continuar  fortaleciendo  el frente unido del pueblo peruano, es decir “el frente unido realmente existente”. Se equivocan, quienes hoy en día, se proponen “formar el frente”, desconociendo 110 años de historia ejemplar. El frente unido ya existe, por eso decimos que nuestra tarea es fortalecerlo.

2.- Aproximadamente quince años después, en el trienio  1917-1918-1919, las luchas del frente unido de trabajadores manuales y trabajadores  intelectuales se hizo más intensa, y dentro de su seno se crearon las condiciones necesarias y favorables para la constitución del movimiento socialista peruano.

         En los primeros días del año 1918 se realizaron las primeras coordinaciones para constituir el Comité de propaganda y concentración socialista,  y para publicar una revista de combate (Nuestra Época). Justamente, al comenzar ese año 1918, Mariátegui y otros trabajadores intelectuales y manuales “se orientaron resueltamente al socialismo”. El movimiento socialista peruano nació en nuestro país como Comité de propaganda socialista.

El movimiento socialista peruano tiene una larga historia, de más de 95 años, y próximamente (el año 2018) se conmemorará el Centenario de su constitución. La mayoría de  los socialistas peruanos nos estamos preparando para esa transcendental conmemoración.

El movimiento socialista, al igual que el frente unido, son formas de organización social permanentes, siempre han existido desde su constitución (el frente unido desde 1905 y el movimiento socialista desde 1918). Ambos han atravesado,  como es natural, por largos periodos de ascenso,  alternados con breves periodos de repliegue temporal. 

Hoy en día, y desde el año 2002 en adelante, estamos asistiendo a un largo periodo de reanimación de las luchas de masas, y por lo tanto de fortalecimiento del frente unido y del movimiento socialista.  

3.- El movimiento socialista peruano comenzó el año 1918, como Comité de Propaganda Socialista,  trabajando y luchado siempre dentro del frente unido. Todo el trabajo desarrollado por Mariátegui, en el decenio transcurrido entre 1918 y 1928, formó parte de las tareas del Comité de Propaganda, incluido la revista Nuestra Época (1918), el periódico La Razón (1919), las Cartas desde Europa (1920-1922), los conversatorios en la Universidad Popular (1923-1924), la serie de artículos publicados en Variedades desde el año 1923 como Figuras y Aspectos de la Vida Mundial, la serie de artículos publicados en la revista Mundial como Peruanicemos al Perú, el seminario de estudios peruanos (a partir de 1925), la revista Amauta (a partir de 1926),   la publicación  de los libros La Escena Contemporánea (1925) y 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928), etc.

Todo ese inmenso trabajo, al cual además hay que sumar  las acciones de otros socialistas de la generación de Mariátegui, en su momento fueron realizados como parte del trabajo  del comité de propaganda socialista.

La represión de junio de 1927 “promovió la revisión de métodos y conceptos”, y en 1928, habiendo transcurrido un decenio de constitución del comité de propaganda socialista, Mariátegui considero necesario y conveniente proponer la  constitución del  el Grupo Organizador del Partido Socialista del Perú.  
       
     El 7 de octubre de 1928 se realizó la histórica Reunión de Barranco en la cual se constituyó el mencionado Grupo Organizador, el cual trabajó intensamente durante cerca de 18 meses, desde octubre de 1928 hasta abril de 1930.
      
    Mientras que el frente unido y el movimiento socialista han sido y siguen siendo permanentes, por el contrario, el grupo organizador del partido solamente ha sido temporal, confirmando tercamente que “los partidos no son eternos”, como afirmó Mariátegui en julio de 1918, que viene a ser un gran aporte teórico a la concepción del partido proletario. Aunque no faltan  algunos intelectuales obnubilados por su doctrinarismo, que pretenden reducir ese gran aporte a una supuesta “etapa reformista del socialismo peruano”. 

         Este repaso apresurado, de los antecedentes del frente unido, y del movimiento socialista y del comité organizador del partido socialista, son la más rotunda refutación  a quienes suponen que “no puede existir frente sin partido” (¿?), y que caudillista e individualistamente  proponen, que sus minúsculos partidos (o sea ellos solitos) son los llamados a constituir el “verdadero frente” que estará dirigido por su “partido” (o sea solo por ellos), desconociendo así todas las luchas desarrolladas en forma continua por los trabajadores y el pueblo peruano durante más de cien años.

Para estos individualistas, las grandes luchas de los maestros del año 2003 no fueron luchas del frente unido (porque ellos no estuvieron presentes), las luchas de los pueblos amazónicos del año 2009 tampoco fueron luchas del frente unido (porque ellos no estuvieron presentes),  las luchas de los pueblos de Cajamarca, Arequipa, Cusco, Apurimac, y otras provincias, tampoco son luchas del frente unido (porque ellos tampoco estuvieron presentes), y de igual manera  las luchas político electorales de  los candidatos del pueblo en los años 2010, 2014 y 2016, tampoco son luchas del frente unido (porque ellos, para variar, tampoco estuvieron presentes).    

Invito, a todos los seriamente interesados, a revisar y comentar este valioso texto de Manuel González Prada, y sobre todo los invito a revisar la historia de las luchas de nuestro pueblo para extraer lecciones tanto en los aspectos positivos como en los aspectos negativos, para asimilar las formas propias de lucha y de organización de nuestro pueblo.





El Viernes, 9 de octubre, 2015 8:14:40, Colectivo Perú Integral <cperuintegral@gmail.com> escribió:



También es tema electoral
EL INTELECTUAL Y EL OBRERO
I
          No sonrían si comenzamos por traducir los versos de un poeta.
         
          “En la tarde de un día cálido, la Naturaleza se adormece a los rayos del Sol, como una mujer extenuada por las caricias de su amante.
          “El gañán bañado de sudor y jadeante, aguijonea los bueyes; mas de súbito se detiene para decir a un joven que llega entonando una canción:
          “-¡Dichoso tú! Pasas la vida cantando, mientras yo, desde que nace el Sol hasta que se pone, me canso en abrir el surco y sembrar el trigo,
          “-¡Cómo te engañas, oh labrador!- responde el joven poeta. Los dos trabajamos lo mismo, y podemos decirnos hermanos; porque si tú vas sembrando en la tierra, yo voy sembrando en los corazones. Tan fecunda tu labor como la mía: los granos de trigo alimentan el cuerpo, las canciones del poeta regocijan y nutren el alma”
         
          Esta poesía nos enseña que se hace tanto bien al sembrar trigo en los campos como al derramar ideas en los cerebros; que no hay diferencia de jerarquía entre el pensador que labora con la inteligencia y el obrero que trabaja con las manos; que el hombre de bufete y el hombre de taller, en vez de marchar separados y considerarse enemigos, deben caminar inseparablemente unidos.
          Pero ¿existe acaso una labor puramente cerebral y un trabajo exclusivamente manual? Piensan y cavilan: el herrero al forjar una cerradura, el albañil al nivelar una pared, el tipógrafo al hacer una compuesta, el carpintero al ajustar un ensamblaje, el barretero al golpear en una veta; hasta el amasador de barro piensa y cavila. Sólo hay un trabajo ciego y material –el de la máquina; donde funciona el brazo de un hombre, ahí se deja sentir el cerebro. Lo contrario sucede en las faenas llamadas intelectuales: a la fatiga nerviosa del cerebro que imagina o piensa, viene a juntarse el cansancio muscular del organismo que ejecuta. Cansan y agobian: al pintor los pinceles, al escultor el cincel, al músico el instrumento, al escritor la pluma; hasta al orador lo cansa y agobia el uso de la palabra. ¿Qué menos material que la oración y el éxtasis? Pues bien: el místico cede al esfuerzo de hincar las rodillas y poner los brazos en cruz.
          Las obras humanas viven por lo que nos roban de fuerza muscular y de energía nerviosa. En algunas líneas férreas, cada durmiente representa la vida de un hombre. Así, al viajar por ellas, figurémonos que nuestro vagón se desliza por rieles clavados sobre una serie de cadáveres; pero al recorrer museos y bibliotecas, imaginémonos también que atravesamos una especie de cementerio donde cuadros, estatuas y libros encierran no sólo el pensamiento sino la vida de los autores.
          Ustedes (nos dirigimos únicamente a los panaderos) ustedes velan amasando la harina, vigilando la fermentación de la masa y templando el calor de los hornos. Al mismo tiempo, muchos que no elaboran pan velan también, aguzando su cerebro, manejando la pluma y luchando con las formidables acometidas del sueño: son los periodistas. Cuando en las primeras horas de la mañana sale de las prensas el diario húmedo y tentador, a la vez que surge de los hornos el pan oloroso y provocativo, debemos demandarnos: ¿quién aprovechó más su noche, el diarista o el panadero?
          Cierto, el diario contiene la enciclopedia de las muchedumbres, el saber propinado en dosis homeopáticas, la ciencia con el sencillo ropaje de la vulgarización, el libro de los que no tienen biblioteca, la lectura de los que apenas saben o quieren leer. Y ¿el pan? Símbolo de la nutrición o de la vida, no es la felicidad, pero no hay felicidad sin él. Cuando falta en el hogar, produce la noche la discordia; cuando viene, trae la luz y la tranquilidad: el niño le recibe con gritos de júbilo, el viejo con una sonrisa de satisfacción. El vegetariano que abomina de la carne infecta y criminal, le bendice como un alimento sano y reparador. El millonario que desterró de su mesa el agua pura y cristalina, no ha podido sustituirle ni alejarle. Soberanamente se impone en la morada de un Rothschild y en el tugurio de un mendigo. En los lejanos tiempos de la fábula, las reinas cocían el pan y le daban de viático a los peregrinos hambrientos; hoy le amasan los plebeyos y como signo de hospitalidad, le ofrecen en Rusia a los zares que visitan una población. Nicolás II de Rusia y toda su progenie de tiranos dicen cómo al ofrecimiento se responde con el látigo, el sable y la bala.
          Si el periodista blasonara de realizar un trabajo más fecundo, nosotros le contestaríamos: sin el vientre no funciona la cabeza; hay ojos que no leen, no hay estómagos que no coman.
II
          Cuando preconizamos la unión o alianza de la inteligencia con el trabajo no pretendemos que a título de una jerarquía ilusoria, el intelectual se elija en tutor o lazarillo del obrero. A la idea que el cerebro ejerce función más noble que el músculo, debemos el régimen de las castas: desde los grandes imperios de Oriente, figuran hombres que se arrogan el derecho de pensar, reservando para las muchedumbres la obligación de creer y trabajar.
          Los intelectuales sirven de luz; pero no deben hacer de lazarillos, sobre todo en las tremendas crisis sociales donde el bravo ejecuta lo pensado por la cabeza. Verdad, el soplo de rebeldía que remueve hoy a las multitudes, viene de pensadores o solitarios. Así vino siempre. La justicia nace de la sabiduría, que el ignorante no conoce el derecho propio ni el ajeno y cree que en fuerza se resume toda la ley del Universo. Animada por esa creencia, la Humanidad suele tener la resignación del bruto: sufre y calla. Mas de repente, resuena el eco de una gran palabra, y todos los resignados acuden al verbo salvador, como los insectos van al rayo del Sol que penetra en la oscuridad del bosque.
          El mayor inconveniente de los pensadores -figurarse que ellos solos poseen el acierto y que el mundo ha de caminar por donde ellos quieran y hasta donde ellos ordenen. Las revoluciones vienen de arriba y se operan desde abajo. Iluminados por la luz de la superficie, los oprimidos del fondo ven la justicia y se lanzan a conquistarla, sin detenerse en los medios ni arredrarse con los resultados. Mientras los moderados y los teóricos se imaginan evoluciones geométricas o se enredan en menudencias y detalles de forma, la multitud simplifica las cuestiones, las baja de las alturas nebulosas y las confina en terreno práctico. Sigue el ejemplo de Alejandro: no desata el nudo, le corta de un sablazo.
          ¿Qué persigue un revolucionario? Influir en las multitudes, sacudirlas, despertarlas y arrojarlas a la acción. Pero sucede que el pueblo, sacado una vez de su reposo, no se contenta con obedecer el movimiento inicial, sino que pone en juego sus fuerzas latentes, marcha y sigue marchando hasta ir más allá de lo que pensaron y quisieron sus impulsores, Los que se figuraron mover una masa inerte, se hallan con un organismo exuberante de vigor y de iniciativas; se ven con otros cerebros que desean irradiar su luz, con otras voluntades que quieren imponer su ley. De ahí un fenómeno muy general en la Historia: los hombres que al iniciarse una revolución parecen audaces y avanzados, pecan de tímidos y retrógrados en el fragor de la lucha o en las horas del triunfo. Así, Lutero retrocede acobardado al ver que su doctrina produce el levantamiento de los campesinos alemanes; así, los revolucionarios franceses se guillotinan unos a otros porque los unos avanzan y los otros quieren no seguir adelante o retrogradar. Casi todos los revolucionarios y reformadores se parecen a los niños: tiemblan con la aparición del ogro que ellos solos evocaron a fuerza de chillidos. Se ha dicho que la Humanidad, al ponerse en marcha, comienza por degollar a sus conductores; no comienza por el sacrificio pero suele acabar con el ajusticiamiento, pues el amigo se vuelve enemigo, el propulsor se transforma en rémora.
          Toda revolución arribada tiende a convertirse en gobierno de fuerza, todo revolucionario triunfante degenera en conservador. ¿Qué idea no se degrada en la aplicación? ¿Qué reformador no se desprestigia en el poder? Los hombres, (señaladamente los políticos) no dan lo que prometen, ni la realidad de los hechos corresponde a la ilusión de los desheredados. El descrédito de una revolución empieza el mismo día de su triunfo; y los deshonradores son sus propios caudillos.
          Dado una vez el impulso, los verdaderos revolucionarios deberían seguirle en todas sus evoluciones. Pero modificarse con los acontecimientos, expeler las convicciones vetustas y asimilarse las nuevas, repugnó siempre al espíritu del hombre, a su presunción de creerse emisario del porvenir y revelador de la verdad definitiva. Envejecemos sin sentirlo, nos quedamos atrás sin notarlo, figurándonos que siempre somos jóvenes y anunciadores de lo nuevo, no resignándonos a confesar que el venido después de nosotros abarca más horizontes por haber dado un paso más en la ascensión de la montaña. Casi todos vivimos girando alrededor de féretros que tomamos por cunas, o morimos de gusanos sin lograr un capullo ni transformarnos en mariposas. Nos parecemos a los marineros que en medio del Atlántico decían a Colón: No proseguiremos el viaje, porque nada existe más allá. Sin embargo, más allá estaba la América.
          Pero al hablar de intelectuales y de obreros, nos hemos deslizado a tratar de revolución. ¿Qué de raro? Discurrimos a la sombra de una bandera que tremola entre el fuego de las barricadas, nos vemos rodeados por hombres que tarde o temprano lanzarán el grito de las reivindicaciones sociales, hablamos del 1º de Mayo, el día que ha merecido llamarse la pascua de los revolucionarios. La celebración de esta pascua, no sólo aquí sino en todo el mundo civilizado, nos revela que la Humanidad cesa de agitarse por cuestiones secundarias y pide cambios radicales. Nadie espera ya que de un parlamento nazca la felicidad de los desgraciados ni que de un gobierno llueva el maná para satisfacer el hambre de todos los vientres. La oficina parlamentaria elabora leyes de excepción y establece gabelas que gravan más al que posee menos; la máquina gubernamental no funciona en beneficio de las naciones, sino en provecho de las banderías dominantes.
          Reconocida la insuficiencia de la política para realizar el bien mayor del individuo, las controversias y luchas sobre formas de gobierno y gobernantes, quedan relegadas a segundo término, mejor dicho, desaparecen. Subsiste la cuestión social, la magna cuestión que los proletarios resolverán por el único medio eficaz -la revolución. No esa revolución local que derriba presidentes o zares y convierte una república en monarquía o una autocracia en gobierno representativo; sino la revolución mundial, la que borra fronteras, suprime nacionalidades y llama a la humanidad a la posesión y beneficio de la tierra.
III
          Si antes de concluir fuera necesario resumir en dos palabras todo el juego de nuestro pensamiento, si debiéramos elegir una enseña luminosa para guiarnos rectamente en las sinuosidades de la existencia, nosotros diríamos: Seamos justos. Justos con la humanidad, justos con el pueblo en que vivimos, justos con la familia que formamos y justos con nosotros mismos, contribuyendo a que todos nuestros semejantes cojan y saboreen su parte de felicidad, pero no dejando de perseguir y disfrutar la nuestra.
          La justicia consiste en dar a cada hombre lo que legítimamente le corresponde; démonos, pues, a nosotros mismos la parte que nos toca en los bienes de la Tierra. El nacer nos impone la obligación de vivir, y esta obligación nos da el derecho de tomar, no sólo lo necesario sino lo cómodo y lo agradable. Se compara la vida del hombre con un viaje en el mar. Si la Tierra es un buque y nosotros somos pasajeros, hagamos lo posible para viajar en primera clase, teniendo buen aire, buen camarote y buena comida, en vez de resignarnos a quedar en el fondo de la cala donde se respira una atmósfera pestilente, se duerme sobre maderos podridos por la humedad y se consume los desperdicios de bocas afortunadas. ¿Abundan las provisiones? pues todos a comer según su necesidad. ¿Escasean los víveres? pues todos a ración, desde el capitán hasta el ínfimo grumete.
          La resignación y el sacrificio, innecesariamente practicados, nos volverán injustos con nosotros mismos. Cierto, por el sacrificio y la abnegación de almas heroicas, la Humanidad va entrando en el camino de la justicia. Más que reyes y conquistadores merecen vivir en la Historia y en el corazón de la muchedumbre los simples individuos que pospusieron su felicidad a la felicidad de sus semejantes, los que en la arena muerta del egoísmo derramaron las aguas vivas del amor. Si el hombre pudiera convertirse en sobrehumano, lo conseguiría por el sacrificio. Pero el sacrificio tiene que ser voluntario. No puede aceptarse que los poseedores digan a los desposeídos: sacrifíquense y ganen el cielo, en tanto que nosotros nos apoderamos de la Tierra.
          Lo que nos toca, debemos tomarlo porque los monopolizadores, difícilmente nos lo concederán de buena fe y por un arranque espontáneo. Los 4 de agosto encierran más aparato que realidad: los nobles renuncian a un privilegio, en seguida reclaman dos; los sacerdotes se despojan hoy del diezmo, y mañana existen el diezmo y las primicias. Como símbolo de propiedad, los antiguos romanos eligieron el objeto más significativo -una lanza. Este símbolo ha de interpretarse así: la posesión de una cosa no se funda en la justicia sino en la fuerza; el poseedor no discute, hiere; el corazón del propietario encierra dos cualidades del hierro: dureza y frialdad. Según los conocedores del idioma hebreo, Caín significa el primer propietario. No extrañemos si un socialista del siglo XIX, al mirar en Caín el primer detentador del suelo y el primer fratricida, se valga de esa coincidencia para deducir una pavorosa conclusión: La propiedad es el asesinato.
          Pues bien, si unos hieren y no razonan ¿qué harán los otros? Desde que no se niega a las naciones el derecho de insurrección para derrocar a sus malos gobiernos, debe concederse a la Humanidad ese mismo derecho para sacudirse de sus inexorables explotadores. Y la concesión hoy es un credo universal: teóricamente, la revolución está consumada porque nadie niega las iniquidades del régimen actual, ni deja de reconocer la necesidad de reformas que mejoren la condición del proletariado. (¿No hay hasta un socialismo católico?) Prácticamente, no lo estará sin luchas ni sangre, porque los mismos que reconocen la legitimidad de las reivindicaciones sociales, no ceden un palmo en el terreno de sus conveniencias: en la boca llevan palabras de justicia, en el pecho guardan obras de iniquidad.
          Sin embargo, muchos no ven o fingen no ver el movimiento que se espera en el fondo de las modernas sociedades. Nada les dice la muerte de las creencias, nada el amenguamiento del amor patrio, nada la solidaridad de los proletarios, sin distinción de razas ni de nacionalidades. Oyen un clamor lejano, y no distinguen que es el grito de los hambrientos lanzados a las conquista del pan; sienten la trepidación del suelo, y no comprenden que es el paso de la revolución en marcha; respiran en atmósfera saturada por hedores de cadáver, y no perciben que ellos y todo el mundo burgués son quienes exhalan el olor a muerto.
          Mañana, cuando surjan olas de proletarios que se lancen a embestir contra los muros de la vieja sociedad, los depredadores y los opresores palparán que les llegó la hora de la batalla decisiva y sin cuartel. Apelarán a sus ejércitos, pero los soldados contarán en el número de los rebeldes; clamarán al cielo, pero sus dioses permanecerán mudos y sordos. Entonces huirán a fortificarse en castillos y palacios, creyendo que de alguna parte habrá de venirles algún auxilio. Al ver que el auxilio no llega y que el oleaje de cabezas amenazadoras hierve en los cuatro puntos del horizonte, se mirarán a las caras y sintiendo piedad de sí mismos (los que nunca la sintieron de nadie) repetirán con espanto: ¡Es la inundación de los bárbaros! Mas una voz, formada por el estruendo de innumerables voces, responderá: No somos la inundación de los bárbaros; somos el diluvio de la justicia.
Manuel González Prada
(1848-1918)
Discurso leído el 1º de Mayo de 1905 en la
Federación de Obreros Panaderos. Lima – Perú
Reproducido en Labor, Año 1 Nº 8, págs. 1-2
1º de Mayo de 1929. Lima – Perú
COLECTIVO PERÚ INTEGRAL
9 de octubre de 2015



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