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Pregunta de actualidad
LA IZQUIERDA – ¿EXISTE TODAVÍA?
En
lugar de la posición de denuncia, de la interminable crítica, y de la
defensa de una identidad tal vez ya perdida, ¿no sería mejor si la
izquierda “acepta” la existencia de estas nuevas macro-dinámicas para
mejor repensar una nueva gubernamentalidad socialista?
Anders Fjeld
Durante
los últimos diez años hemos visto en Europa grandes movimientos
populares defendiendo valores de izquierda, llevando a veces a
fortalecer la participación de partidos de izquierda en los juegos de la
democracia representativa. Se han dado muchas discusiones sobre las
esperanzas que acompañan estos movimientos, y sobre todo sobre una
posible reinvención de la izquierda –su tradición, su organización, su
visión de la sociedad. No más el partido clásico, jerárquico, con las
orientaciones “revolucionarias” ya determinadas y con un líder
“carismático” que garantiza las decisiones colectivas. Más bien una
confluencia de movimientos populares en un “partido” que intenta, en los
límites de lo posible, practicar la democracia directa y funcionar como
la voz de las voces. Políticamente se ha esperado, para luchar contra
la neoliberalización, una revalorización del Estado de bienestar con la
reintroducción de políticas keynesianas (orientadas hacia el pleno
empleo, la estimulación del consumo, la redistribución de las riquezas,
la protección de las clases bajas). Lejos de la idea de revolucionar el
capitalismo, el desafío ha sido triple: hacer vivir lo popular como
fuerza política; reintroducir hoy las políticas económicas que fueron
vigentes durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, antes
de la neoliberalización en los años ochenta; confrontar al capitalismo
globalizado y sus organizaciones supranacionales (que en muchos casos
administran y controlan las deudas soberanas –en el caso de la Unión
Europea controlan aún las políticas monetarias nacionales) y reafirmar
una soberanía económica nacional más importante.
Sin
embargo, las esperanzas se han transformado en decepciones. Después de
seis meses de negociaciones intensas y un plebiscito contra los dictados
de la “Troika” en 2015, Syriza, el gobierno griego, capituló y aceptó
las condiciones horribles de su “ayuda financiera” para poder continuar
“pagando” sus deudas. No logró dar más esperanza a la fuerza popular, ni
coherencia a su constelación frágil de varias izquierdas; no logró
implementar sus políticas económicas “modestamente” keynesianas con
sistemas sociales de protección de las clases medias y bajas; no logró,
para nada, confrontar al capitalismo globalizado. Las políticas
impuestas por la “Troika” en Grecia han sido tan absurdas (¡aun el FMI
está generalmente en desacuerdo con su viabilidad!) que dejan pensar que
constituyen la punición de todo un país por su “populismo
izquierdista”. En Francia, la elección del partido socialista ha sido un
fracaso total para la izquierda. Aunque de entrada no generaba grandes
expectativas con respecto a la realización de cambios significativos y
una lucha contra el capitalismo, no se podía anticipar hasta qué punto
este partido podía adoptar políticas de derecha. La reciente reforma del
trabajo, todavía muy rechazada, es de pronto la idea más absurda de un
gobierno que también ha practicado una represión brutal de movimientos
contestatarios (movimientos contra el COP-21, contra la reforma de
trabajo, contra las políticas de inmigración) bajo el extenso estado de
urgencia que le da a la policía fuerzas extralegales. Se podrían
mencionar varios casos semejantes.
¿A
qué se deben estos fracasos, relativos, parciales o totales, de los
movimientos sociales que convergen hacia la izquierda estos últimos años
(o al menos hacia una oposición a las políticas neoliberales y la
globalización capitalista)? La hipótesis más sencilla –y no por eso sin
interés– es la explicación clásica del poder de convicción ideológica.
Sería entonces el problema de la estrategia, del “trabajo de base”, del
discurso y del carisma de las personas mediáticas. En este sentido,
habría un problema con el lenguaje mismo de la izquierda: no ha
reactualizado su vocabulario, solo repite las mismas cosas que no
solamente han perdido su poder de convicción, sino que también se han
desarticulado de la situación actual. Esta idea, demasiado estratégica y
conveniente (“la izquierda en sí misma es buena, solo hay que modificar
y actualizar la manera de presentarla”), es quizá sintomática de
desafíos más profundos: la identidad de “izquierda” –sus valores,
reclamos y esperanzas– se constituyó en una sociedad que ya no es la
nuestra, y en lugar de replantear sus objetivos, pensar los nuevos
procesos sociales, la izquierda, posiblemente, se ha vuelto reactiva,
aún conservadora.
El
liberalismo clásico –enfrentándose a políticas keynesianas y
socialistas– ha pasado por una profunda reelaboración científica,
gubernamental e ideológica durante el siglo XX, llevando a fuertes
políticas neoliberales aliadas a los procesos de globalización
capitalista 1. ¿No se podría pensar que, tendencialmente, la izquierda
ha mantenido sus reclamos “clásicos”? Sus aspiraciones hacia una
reinvención de sus aparatos de representación política, para canalizar
mejor la confluencia de movimientos populares, han sido muy tematizadas
–y aunque han sido parcialmente decepcionantes, también hay experiencias
importantes que crean nuevos escenarios de aprendizaje y de
experimentación. Pero hay dos problemáticas importantes –que estructuran
cada vez más el nuevo orden mundial– que no son muy poco tematizados:
la financiarización de la economía y los nuevos regímenes del trabajo.
Si se mencionan, es típicamente de manera negativa (reactiva,
conservadora de lo que había “antes”) y no de manera propositiva. En
parte, sin duda tiene que ver con la tendencia izquierdista hacia la
diabolización del mercado privado, de toda dinámica empresarial y de los
bancos, pero sobre todo tiene que ver con las dinámicas perversas que
los caracterizan. La financiarización es una creación fantástica de
largas cadenas de deudas semi-ficticias que se basan en la toma del
riesgo y en la diversificación y “protección” de estos riesgos
–existiendo entre bancos nacionales y privados, fondos de inversión,
empresas, especuladores, etc., y, por supuesto –la mayor parte–, los
ciudadanos que no tienen parte activa en este mundo pero que dependen
cada vez más de él. Los nuevos regímenes de trabajo tienen que ver con
los procesos de descentralización del salario como base jurídica y la
organización hegemónica del trabajo (con sus derechos y protecciones),
llevando a lo que a menudo se llama la precarización: varias fuentes de
ingreso sin garantías, estabilidades o buenas protecciones jurídicas;
contratos cortos y proyectos con estatutos jurídicos en zonas grises
entre el desempleado y el asalariado.
En
lugar de la posición de denuncia, de la interminable crítica, y de la
defensa de una identidad tal vez ya perdida, ¿no sería mejor si la
izquierda “acepta” la existencia de estas nuevas macro-dinámicas para
mejor repensar una nueva gubernamentalidad socialista?
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21 de octubre 2016
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