Samir Amin: Crisis en “L”
SAMIR AMIN:
LA AFIRMACIÓN DE LA
SOBERANÍA NACIONAL POPULAR
FRENTE A LA OFENSIVA DEL CAPITAL
14/10/2016
Opinión
Los
análisis sobre la crisis que agita -de manera estructural- el actual
sistema capitalista llegan a ser de una esterilidad patética. Mentiras
de los medios, políticas económicas antipopulares, olas de
privatización, guerras económicas y “humanitarias”, flujos migratorios.
El cóctel es explosivo, la desinformación es total. Las clases
dominantes se frotan las manos frente a una situación que les permite
mantener y reafirmar su predominio. Intentemos entender algo. ¿Por qué
la crisis? ¿Cuál es su naturaleza? ¿Cuáles son ahora y cuáles deberían
ser las respuestas de los pueblos, de las organizaciones y de los
movimientos preocupados por un mundo de paz y justicia social?
Entrevista con Samir Amin, economista y pensador egipcio sobre las
relaciones de dominación (neo)-coloniales, presidente del Foro Mundial
de Alternativas.
Raffaele
Morgantini (Investig’Action): Durante varias décadas, sus escritos y
sus análisis nos dan elementos de análisis para descifrar el sistema
capitalista, las relaciones de dominación Norte-Sur y las respuestas de
los movimientos de resistencia de los países del Sur. Hoy hemos entrado
en una nueva fase de la crisis sistémica capitalista. ¿Cuál es la
naturaleza de esta nueva crisis?
Samir Amin:
La crisis actual no es una crisis financiera del capitalismo, sino una
crisis del sistema. Esto no es una crisis en “U”. En las crisis
capitalistas ordinarias (las crisis en “U”) las mismas lógicas que
llevan a la crisis, después de un período de reestructuraciones
parciales, permiten la recuperación. Estas son las crisis normales del
capitalismo. Por contra, la crisis actual desde los años 1970 es una
crisis en “L”: la lógica que llevó a la crisis no permite la
recuperación. Esto nos invita a hacer la siguiente pregunta (que es
también el título de uno de mis libros) ¿Salir de la crisis del
capitalismo o salir del capitalismo en crisis?
Una
crisis en “L” indica el agotamiento histórico del sistema. Lo que no
significa que el régimen vaya a morir lenta y silenciosamente de muerte
natural. Al contrario, el capitalismo senil se vuelve malo, y trata de
sobrevivir redoblando la violencia. Para los pueblos la crisis sistémica
del capitalismo es insostenible, ya que implica la creciente
desigualdad en la distribución de los beneficios y de las riquezas
dentro de las sociedades, que se acompaña de un profundo estancamiento,
por un lado, y la profundización de la polarización global por el otro. A
pesar de que la defensa de crecimiento económico no es nuestro
objetivo, hay que saber que la supervivencia del capitalismo es
imposible sin crecimiento. Las desigualdades con estancamiento, se
convierten en insoportables. La desigualdad es soportable cuando hay
crecimiento y todo el mundo se beneficia, incluso si ello es de forma
desigual. Como en los gloriosos años 30. Entonces hay desigualdad pero
sin pauperización. Por contra, la desigualdad en el estancamiento se
acompaña necesariamente de empobrecimiento, y se convierte en
socialmente inaceptable. ¿Por qué hemos llegado aquí? Mi tesis es que
hemos entrado en una nueva etapa del capitalismo monopolista, que yo
califico la de los “monopolios generalizados”, caracterizada por la
reducción de todas las actividades económicas al status de facto de la
subcontratación en beneficio exclusivo de las rentas de los monopolios.
¿Cómo evalúa Ud. las respuestas actuales a la crisis por parte de los países y de los diferentes movimientos?
Ante
todo, me gustaría recordar que todos los discursos de los economistas
convencionales y las propuestas que avanzan para salir de la crisis, no
tienen ningún valor científico. El sistema no saldrá de esta crisis.
Vivirá, o tratará de sobrevivir, a costa de destrucciones crecientes en
una crisis permanente. Las respuestas a esta crisis son hasta el
momento, lo menos que se puede decir, limitadas, poco fiables e
ineficaces en los países del Norte.
Pero
hay respuestas más o menos positivas en el Sur que se expresan por lo
que se llama “la emergencia”. La pregunta que surge entonces es:
¿emergencia de qué? ¿Emergencia de nuevos mercados en este sistema en
crisis controlado por los monopolios de la tríada (de los imperialismos
tradicionales, de la tríada Estados Unidos, Europa Occidental y Japón) o
de las sociedades emergentes? El único caso de emergencia positiva en
esta dirección es el de China que intenta asociar su proyecto de
emergencia nacional y social para su posterior integración en la
globalización, sin renunciar a ejercer el control sobre las condiciones
de esta última. Esta es la razón por la que China es probablemente el
mayor oponente potencial a la tríada imperialista. Pero también están
los semi-emergentes, es decir, aquellos a los que les gustaría serlo,
pero que no lo son realmente, como la India o Brasil (incluso en el
tiempo de Lula y Dilma). Países que no han cambiado nada en las
estructuras de su integración en el sistema mundial, permanecen
reducidos a la condición de exportadores de materias primas y productos
de la agricultura capitalista .Son “emergentes” en el sentido de que
registran en ocasiones tasas de crecimiento no demasiado malas
acompañadas por un crecimiento más rápido de las clases medias. Aquí la
emergencia es la de los mercados, no de las sociedades. Luego están los
otros países del Sur, los más vulnerables, notablemente los países
africanos, árabes, musulmanes, y aquí y allá otros en América Latina y
en Asia. Un Sur sometido a un doble saqueo: el de sus recursos naturales
para el beneficio de los monopolios de la Tríada y los ataques
financieros para robar los ahorros nacionales. El caso argentino es
emblemático en este sentido. Las respuestas de estos países son a menudo
por desgracia “pre-modernas” y no “post-modernas”, como se las
presenta: retorno imaginario al pasado, propuesto por islamistas o
cofradías cristianas evangélicas en África y en América Latina. O aún
respuestas pseudo-étnicas que hacen hincapié en la autenticidad étnica
de pseudo-comunidades. Respuestas que son manipulables y a menudo
eficazmente manipuladas, aunque dispongan de bases sociales locales
reales (no son los Estados Unidos quienes inventaron el Islam o las
etnias). Sin embargo, el problema es grave, por que estos movimientos
tienen grandes recursos (financieros, mediáticos, políticos, etc.)
puestos a su disposición por las potencias capitalistas dominantes y sus
amigos locales.
¿Qué
respuestas se podrían imaginar, por parte de los movimientos de la
izquierda radical a los retos planteados por este capitalismo
peligrosamente moribundo?
Una
de las tentaciones, que voy a descartar de inmediato, es que frente a
una crisis del capitalismo global, la respuesta buscada también debe ser
global. Tentación muy peligrosa porque inspira estrategias condenadas
al fracaso seguro: “la revolución mundial”, o la transformación del
sistema global desde arriba, por decisión colectiva de todos los
Estados. Los cambios en la historia nunca se han hecho de esa manera.
Han partido siempre de aquellas naciones que son eslabones débiles en el
sistema global; de progresos desiguales de un país a otro, de un
momento al otro. La deconstrucción se impone antes de la reconstrucción.
Esto vale para Europa por ejemplo: deconstrucción del sistema europeo
si se quiere reconstruir otro posteriormente, sobre otras bases. Debemos
abandonar la ilusión de la posibilidad de “reformas” llevadas a cabo
con éxito dentro de un modelo que ha sido construido en hormigón armado
para no poder ser otra cosa que lo que es. Lo mismo para la
globalización neoliberal. La deconstrucción, llamada desconexión aquí,
ciertamente no es un remedio mágico y absoluto, que implicaría la
autarquía y la migración fuera del planeta. La desconexión llama a la
inversión de los términos de la ecuación; en lugar de aceptar ajustarse
unilateralmente a las exigencias de la globalización, se intenta obligar
a la globalización a adaptarse a las exigencias del desarrollo local.
Pero atención, en este sentido, la desconexión no es jamás perfecta. El
éxito será glorioso si se realizan sólo algunas de nuestras principales
demandas. Y esto plantea una cuestión fundamental: la de la soberanía.
Este es un concepto fundamental que debemos recuperar.
¿De
qué soberanía está hablando? ¿Cree Ud. en la posibilidad de construir
una soberanía popular y progresista, en oposición a la soberanía tal
como fue concebida por las elites capitalistas y nacionalistas?
¿La
soberanía de quién? Esa es la pregunta. Hemos sido acostumbrados a
través de la historia a conocer lo que se ha denominado como la
soberanía nacional, la implementada por la burguesía de los países
capitalistas, por las clases dominantes para legitimar su explotación,
en primer lugar sobre sus propios trabajadores, pero también para
fortalecer su posición en la competición con los otros nacionalismos
imperialistas. Es el nacionalismo burgués. Los países de la tríada
imperialista nunca han conocido hasta el momento más nacionalismo que
ese. Por contra, en las periferias hemos conocido otros nacionalismos,
procedentes del deseo de afirmar una soberanía antiimperialista,
trabajando contra la lógica de la globalización imperialista del
momento.
La
confusión entre estos dos conceptos de “nacionalismo” es muy fuerte en
Europa. ¿Por qué? Pues bien, por razones históricas obvias. Los
nacionalismos imperialistas han estado en el origen de dos guerras
mundiales, fuente de estragos sin precedentes. Se entiende que estos
nacionalismos sean percibidos como nauseabundos. Después de la guerra,
la construcción europea ha dejado creer que ayudaría a superar este tipo
de rivalidades, para el establecimiento de un poder supranacional
europeo, democrático y progresista. Los pueblos han creído en eso, lo
que explica la popularidad del proyecto europeo, que sigue en pie a
pesar de sus estragos. Como en Grecia, por ejemplo, donde los votantes
se han pronunciado contra la austeridad pero al mismo tiempo han
conservado su ilusión por otra Europa posible.
Hablamos
de otra soberanía. Una soberanía popular, en oposición a la soberanía
nacionalista burguesa de las clases dominantes. Una soberanía concebida
como un vehículo de liberación, haciendo retroceder la globalización
imperialista contemporánea. Un nacionalismo antiimperialista, por tanto,
que nada tiene que ver con el discurso demagógico de un nacionalismo
local que aceptaría inscribir las perspectivas del país implicado en la
globalización local, que considera al vecino más débil como su enemigo.
¿Cómo se construye pues un proyecto de soberanía popular?
Este
debate lo hemos llevado a cabo varias veces. Un debate difícil y
complejo teniendo en cuenta la variedad de situaciones concretas. Con,
creo, buenos resultados, especialmente en nuestras discusiones
organizadas en China, Rusia, América Latina (Venezuela, Bolivia,
Ecuador, Brasil). Otros debates han sido aún más difíciles,
especialmente los organizados en los países más frágiles.
La
soberanía popular no es fácil de imaginar, porque está atravesada por
contradicciones. La soberanía popular se da el objetivo de transferir un
máximo de poderes reales a las clases populares. Estos pueden ser
tomados en los niveles locales, pudiendo entrar en conflicto con la
necesidad de una estrategia a nivel del Estado. ¿Por qué hablar del
estado? Porque nos guste o no, se continuará viviendo bastante tiempo
con los Estados. Y el Estado sigue siendo el principal lugar de decisión
que pesa. Aquí está el fondo del debate. En un extremo del abanico del
debate, tenemos a los libertarios que dicen que el Estado es el enemigo
con el que se debe luchar a toda costa, y que se debe actuar fuera de su
esfera influencia; en el otro extremo tenemos las experiencias
nacionales populares, especialmente las de la primera ola del despertar
de los países del Sur, con los nacionalismos antiimperialistas de
Nasser, Lumumba, Modibo, etc. Estos líderes han ejercido una tutela
verdadera sobre sus pueblos, y pensado que el cambio sólo podía venir
desde arriba. Estas dos corrientes han de dialogar, comprenderse para
construir las estrategias populares que permitan auténticos avances.
¿Qué
se puede aprender de aquellos que han podido ir más lejos, como en
China o América Latina? ¿Cuáles son los márgenes que estas experiencias
han sabido aprovechar? ¿Cuáles son las fuerzas sociales que son o
podrían ser favorables a estas estrategias? ¿Por qué medios políticos
podemos esperar movilizar sus capacidades? Estas son las preguntas
fundamentales que nosotros, los movimientos sociales, los movimientos de
la izquierda radical, militantes antiimperialistas y anticapitalistas,
debemos preguntarnos a nosotros mismos y a las que hay que responder,
con el fin de construir nuestra propia soberanía, popular, progresista e
internacionalista .
Traducido por Carles Acózar Gómez para Investig’Action
Del mismo autor
-Samir Amin: La afirmación de la soberanía nacional popular frente a la ofensiva del capital 14/10/2016
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