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Programa Mínimo: TRABAJO-EDUCACIÓN-SALUD.
PUEBLO Y CLASE DOMINANTE
Una sociedad dividida en clases sociales, es evidente como por producto del trabajo se separan en dos polos contrarios entre sí. Por un lado, el pueblo trabajador integrado por la mayoría de la población, es decir, por un 90%; por otro lado, una minoría de clase dominante integrada por solo el 10% de la población. En el centro, aparentemente neutral, se ubica el Estado, que se autoproclama, apolítico, anticlasista, que a la postre, los hechos lo desmienten, pues sus Gobiernos que periódicamente se instalan en su administración, no hacen sino traficar con los recursos públicos con las clases dominantes en el poder, y lo hacen en nombre del Estado.
Veamos. Una simple observación superficial geográfica del lugar donde convive aquel 90%, mayoría; y aquel 10%, minoría, nos informa a las claras que el pueblo trabajador es el gran mercado laboral donde aquella clase dominante va en busca de los brazos que necesita para explotar el trabajo ajeno a costa del pírrico salario impuesto por ley. El Estado, es el que se encarga de elaborar esas leyes, que desobedecidas por quienes deben obedecer, inmediatamente imponen la ley de la fuerza del Estado. Y ya todos sabemos cómo es ejecutado todo aquello en nombre de un Estado “neutral, apolítico, anticlasista”.
EL TRABAJO.
Las clases dominantes, minoría, son tales porque son las que concentran como su propiedad todos los medios de producción y de cambio; por tanto, tienen el control económico de la economía nacional y por ende, dominan y dirigen el control político del Estado en todas sus manifestaciones mediante una “democracia farisea u Oficial”.
El pueblo pone el trabajo social, colectivo, la producción social y son los explotados. Las clases dominantes imponen su propiedad privada sobre los medios de producción y de cambio, por tanto, se embolsan todo como apropiación individual de lo producido y son los explotadores. Vemos así el antagonismo irreversible entre el Capital y el Trabajo.
Cada crisis del sistema capitalista, le avisa que ha concluido su misión en la historia. Así como se muere de extrema pobreza, se muere también de extrema riqueza, si puede llamarse riqueza a lo que ha devenido hoy el capitalismo, vivir de la renta o financierismo, ajeno a sus orígenes en la producción y ahora una clase parasitaria.
Nunca ha estado el Trabajo, como hoy, tan cerca a su Emancipación. Solo le falta ORGANIZACIÓN.
EDUCACIÓN.
En el campo educativo vemos lo mismo, con otros detalles, de lo que ocurre en el terreno del Trabajo.
Las clases dominantes separan a sus generaciones e hijos desde el vientre materno. Crean sus propias escuelas, colegios y universidades privadas, cuyo presupuesto es privado, y donde son cultivados de acuerdo a su propio ideario de clase dominante y los cultores propios de su espíritu. Ya egresados, su progenie migra a Europa para hacerse de estudios post grado de doctor o máster en alguna de las universidades de prestigio, pues el cartón manda en una atmósfera tan superficial como artificial. Se cultivan en paz, pues su alma encontró todo hecho y no hacen más que aprender a recorrer el mismo camino por donde transitaron sus progenitores o antepasados.
En el seno del pueblo trabajador las universidades como las escuelas, colegios e institutos, se proclaman dependientes del presupuesto del Estado. Es de público conocimiento el pírrico presupuesto destinado a estos centros de educación a donde acuden los hijos del obrero, del campesino, de los empleados, en busca de una esperanza que se le muestra siempre esquiva.
Las universidades que deberían ser un centro de investigación científica en todos los aspectos que concurren a la vida interna como externa de la sociedad, no hacen otra cosa que dedicarse a la formación vacua e inoperante de las profesiones liberales. Invadida por el academicismo gaseoso no hacen otra cosa que soliviantar el espíritu atento y rebelde del estudiantado. La célebre reforma universitaria de las primeras décadas del novecientos, se ve ahora sus logros en la cara anémica de nuestras universidades. No existe para lo que debe existir.
Nuestras escuelas y colegios son los antecedentes inmediatos de lo que es la universidad actual.
Nuestros institutos. Es poco lo que el Estado tiene en este campo. Los privados son más abundantes. Pero su actividad choca contra el muro de su falta de aplicación. No somos un país industrializado. La técnica que es aplicación práctica, en contra de su voluntad, se vuelve académica.
A nuestros jóvenes profesionales universitarios como técnicos no les queda otra cosa que sumarse al mundo de los desocupados, que es el estribo donde pisa el paso a la informalidad. Al respecto, el señor Hernando de Soto, conocido trotamundos de los negocios, al referirse a la formalidad e informalidad, señalaba en plena campaña de su candidatura:” Lo difícil no está en combatir la informalidad, lo difícil está en hacer entrar a la formalidad, la informalidad”. Y a él, un hombre de derecha, no le falta razón, pues somos un país desindustrializado.
SALUD.
La secuencia en salud se desprende de la misma mata arriba señalada.
El 10% de clase dominante no tiene gran problema cuando se trata de la salud. Cuentan con clínicas privadas y médicos privados, incluso, a domicilio; pues don dinero, en esto como en muchas cosas más, es poderoso caballero. El seguro social de clase está asegurado para ese sector y el porcentaje de mortandad es muy bajo en esos niveles de condiciones privilegiadas de vida, nacidas del vientre sangriento de la pobreza y extrema pobreza de las masas trabajadoras.
En cambio, cuando se baja al sector mayoritario integrado por el pueblo trabajador, es decir, el 90% de la población, nos encontramos con la salud en el infierno. Los hospitales, dependientes del Estado, lucen con la cara demacrada de la muerte. Y esta realidad no es de hoy, es de siempre. La mortandad es altísima, sin diferenciaciones de edad y de sexo.
El trato que recibe la salud de las masas trabajadoras de parte del sistema dominante, no es sino la expresión absoluta del desprecio del factor humano productivo. Se le enajena el valor que tiene cuando el Trabajo es una veta de explotación hasta que se extinga, por la codicia y la mezquindad de la barbarie de la explotación del Capital.
Por eso, la Reivindicación universal del Trabajo, bajo nuevas condiciones materiales como espirituales de convivencia humanas, es el orto del nacimiento de un nuevo orden social. Por eso, la política como medio que persigue el propósito definido que la activa, el Amauta José Carlos Mariátegui señalaba: “La política se ennoblece, se dignifica, se eleva cuando es revolucionaria. Y la verdad de nuestra época es la revolución. La revolución que será para los pobres no solo la conquista del pan, sino también la conquista de la belleza, del arte, del pensamiento y de todas las complacencias del espíritu.” (COC.T.I, pág.158)
Héctor Félix D.
20.05.21
COLECTIVO PERÚ INTEGRAL
21 de mayo 2021
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