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PERÚ. LAS LECCIONES DE LA HISTORIA
Por Gustavo Espinoza M.
Diario UNO / Domingo 8 de agosto 2021
La lucha
de los pueblos se ha producido en distintas etapas y en diversos
escenarios. Pero siempre, ha dado los frutos que se buscaban. Muchas
veces, los pueblos han sufrido reveses y contrastes dolorosos y
trágicos.
Se
ha perdido el tiempo, pero, sobre todo, se han perdido vidas muy
valiosas. Esta es una verdad que fluye de la realidad universal, que
atraviesa los tiempos y el espacio, y que muestra las fortalezas de unos
y las debilidades de otros.
En
una sociedad como la nuestra, en la que se perpetuara por largos años
el oprobio y la injusticia, la fuerza estuvo en manos de los poderosos;
en tanto que las debilidades afectaron a las poblaciones vulnerables y
en particular a los trabajadores. Bien se puede decir que los opresores
mantuvieron en sus manos los resortes del Poder porque supieron manejar
recursos, y posibilidades.
Tuvieron
dinero, controlaron el sistema financiero, alentaron medios de
comunicación, dividieron a sus adversarios, y se empeñaron en borrar de
la cabeza de las gentes, todas las ideas; haciendo que los pobres no
pensaran en la lucha por sus derechos más elementales.
En el Perú ésta fue la señal que signó el bicentenario de una República que vivió virtualmente en bancarrota.
Durante
200 años la Clase Dominante trasmitió un mensaje fatal que hoy hace
crisis: los ricos son ricos gracias a su capacidad y a su trabajo; y los
pobres, lo son por ociosos y pusilánimes.
Se trata -nos dijeron- de una suerte de “orden universal”, basado en la naturaleza misma, cuando no en una voluntad divina.
Cuando
el pueblo fue tomando conciencia de lo írrito de esta oprobiosa “ley”
se produjeron diversas luchas. La historia las recuerda como episodios
fugaces: El Paro por la Jornada de 8 horas en 1919; las huelga mineras
de los años 30; la celebración del 1 de Mayo en 1935, enfrentando la
dictadura de Benavides; las heroicas luchas contra el Odriismo, en
Arequipa y Cusco en los años 50; la intensa movilización liderada por la
CGTP durante el Proceso Revolucionario de Juan Velasco; el Paro del 19
de julio del 77; las jornadas que alumbraron el surgimiento de la
Izquierda Unida.
Hitos de una historia que hoy adquiere continuidad, y otras dimensiones.
La
experiencia demuestra que la lucha de los pueblos adquiere modalidades
distintas. Las masas populares unas veces promueven insurrecciones, como
en Arequipa en los 50. Otras, grandes movilizaciones sociales, como la
de noviembre del 2020 que echó del gobierno a los aventureros.
Y
también participan en Jornadas electorales de las que salen
victoriosos, como lo confirma el triunfo de Pedro Castillo, el pasado 6
de junio.
Existe
una sola regla que regula esos procesos: el pueblo triunfa cuando está
unido y organizado; y sufre derrotas, cuando se divide y se anarquiza.
Así fue en el pasado y así habrá de suceder en el futuro porque la
historia -generosa- abre puertas; pero también castiga severamente a
quienes no saben usarlas.
El
poeta cubano Nicolás Guillen, con genialidad literaria nos enseñaba a
unir todas las manos para construir la muralla, abrirla para que entrara
una rosa y un clavel; y cerrarla, cuando llegaba el sable del coronel.
Pues
bien, en tormo al gobierno que inicia su gestión, liderado por Pedro
Castillo, es deber esencial juntar todas la manos, para construir esa
muralla y defenderla; pero también para impedir que sea violentada.
Es
una manera práctica de machacar la idea que Unidad y Organización son
garantía de avance y de victoria. Para ellas, hacen falta todas las
manos. Nadie sobra.
Y para defenderla, esas mismas manos deberán cerrarse toda acechanza.
El
enemigo -el fascismo a la ofensiva- pretende dividir y anarquizar al
pueblo. Coloca cuñas entre unos y otros explotando celos, rivalidades
menudas, desconfianzas, resquemores y prejuicios; pero alienta el
sectarismo y el hegemonismo, el caudillismo, la vanidad, y hasta la
ambición personal, que aún subsiste. Ataca en las plazas públicas,
denigra personas, azuza temores. Hay que cerrar esa muralla con firmeza.
Como
decía Mariátegui, en la hora de hoy, nada nos divide. “Todos debemos
sentirnos unidos por la solidaridad de clase, vinculados en la lucha
contra el adversario común, ligados por la misma voluntad revolucionaria
y la misma pasión renovadora”.
Hay
quienes, en circunstancias como ésta, se desalientan porque las cosas
no ocurren como creían que debían suceder. Sueñan con un cambio
pacífico, tranquilo, sosegado, sin violencia de ninguna clase, y
abrumado de aciertos, y alegría. Imaginaban un camino despejado, libre
de caídas, errores, manchas y reveses o infortunios; sin broncas que
enturbiaran sus delicados sentimientos.
La
realidad les dice que los cambios radicales, no se producen así.
Generan convulsiones, tensiones sociales, caos, e incluso desgobierno.
Poco a poco se van sedimentando y encuentran su propio derrotero con el
tiempo.
Cuando
los Bolcheviques tomaron el Poder en la Rusia de 1917, hubo Comisarios
del Pueblo -es decir Ministros- que no sabían siquiera dónde quedaba el
Ministerio que tendrían a su cargo. Pero lo manejaron sabiamente porque
actuaron con la simpleza y la honradez del pueblo. Eso fue allá, pero
también lo fue, en todas partes.
Cuando un modelo de dominación cae y surge una nueva concepción de vida, crujen los resortes de la sociedad
Aprender eso, será un modo de asimilar las lecciones de la historia (fin)
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