Tuve
la ocasión de estar cerca de Tomás en distintas épocas y en muy
diversas circunstancias, lo que me permite trazar de él un perfil de
vida ligado a la historia de su pueblo y el nuestro.
Estuvo
aquí a comienzos de los años los años 70, durante el gobierno de
Velasco. Vino, desterrado de su país. Luego, a fines de los 80, cuando
llegó siendo Ministro del Interior del gobierno Sandinista. Y, más
recientemente, cuando desempeñó funciones como embajador de su país en
el Perú.
Tuve
la honra de visitar con él distintos lugares, como la Capilla del
Hombre, en Quito, construida por el célebre pintor ecuatoriano Oswaldo
Guayasamín, compartir tribuna en diversos actos, entrevistarlo para la
prensa, intercambiar opiniones en torno a aspectos de la política de
nuestro tiempo, y admirar su inquebrantable tenacidad, su vigorosa
voluntad de hacer, su integridad a toda prueba y su ironía.
Y
es que este Tomás -como lo dije antes- al igual que el apóstol bíblico,
no se conformó nunca con mirar la superficie: siempre quiso tocar fondo
y palpar con sus manos la realidad que lo rodeaba. La frase aquella de
Tomás de Aquino –“ojos miratus, manos palpatus”- bien pudo haber sido su
lema.
Su
vida fue una impronta de combate. Tuvo, desde la infancia, ideas y
propósitos de lucha. Sobre el suelo de Nicaragua había caído una
verdadera maldición: la “estirpe sangrienta” de los Somoza, que se
adueñaron del Poder entre 1934 y 1979.
Tomás,
a los 16 años, publicaría un periódico estudiantil, llamado
“Espartaco”. En 1954 estudiaba Derecho en la Universidad de León, y
desde el año siguiente vinculó su historia con la de otro valeroso
revolucionario: Carlos Fonseca Amador.
Un
hecho excepcional precipitó las cosas en el escenario político
nicaragüense: el 21 de septiembre de 1956, Rigoberto López Pérez, un
poeta, en la ciudad de León, acribilló a balazos a Anastasio Somoza
García -el dictador- y acabó con su vida. La represión no se hizo
esperar. Tomás fue encarcelado, entre 1956 y 1959. También lo sería
Carlos.
A
partir de esa experiencia, ambos se dedicaron por completo a la lucha
contra la dictadura. Todos sus esfuerzos se sumaron a una sola y
obsesiva tarea: construir la fuerza que fuera capaz de derribar a los
Somoza y forjar una alternativa liberadora para el pueblo de Nicaragua.
En 1961, fundaron el Frente Sandinista de Liberación Nacional, con el
que iniciaron la lucha armada, que concluiría 18 años más tarde, con la
victoria del pueblo, en julio de 1979.
Diversos
avatares conoció esta lucha. Los Sandinistas estuvieron perdidos en el
bosque, combatieron en medio de inhóspitos follajes, sufrieron la
persecución y la cárcel, la tortura y la bestialidad de un régimen
siniestro. Pero nunca se doblegaron. En esa lucha perdieron la vida
altas figuras revolucionarias, como el propio Carlos Fonseca Amador,
caído el 7 de noviembre de 1976. Encarcelado y sometido a un severo
aislamiento, Tomás alcanzó a escribir un sentido poema en su homenaje.
Tomás
estuvo encarcelado en varias ocasiones, pero entre 1976 y 1978 fue
sometido a los más brutales vejámenes que se pueden consumar contra
preso alguno. Aludiendo al salvajismo imperante en la época, él mismo lo
recuerda: “La represión fue implacable. Asesinaron -después de
horribles torturas- a decenas de campesinos. Uno de ellos, Oscar Armando
Flores, fue despellejado vivo. Sus gritos desgarradores aún vibran en
los oídos de algunos de sus familiares”.
Ricardo
Morales, otro hombre como él, aludiendo al drama de la prisión en las
condiciones en la que ella existía, alcanzó a decir a modo de profunda
reflexión:
La
cárcel / -tal vez sea bueno decirlo- / no es cárcel para mis huesos. /
Es locura / Encerrar los sueños es locura / -rabia, impotencia, bilis de
clase ya muerta / En la cárcel yo estoy fuera / los carceleros dentro.
Tomás,
que había permanecido cinco mil horas torturado y encapuchado, soportó
estoicamente todo. Llevado ante un tribunal militar para ser condenado,
admitió sus responsabilidades revolucionarias y sustentó su defensa
asegurando ante sus verdugos:
“Hoy,
el amanecer es aún una tentación. Mañana, algún día, brillará un nuevo
sol que habrá de iluminar toda la tierra que nos legaron los mártires y
héroes con caudalosos ríos de leche y miel”. Esta frase, luego sería
incorporada al Himno del Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Cuando
arribó el día de la victoria Sandinista, Tomás pudo integrarse a
funciones de gobierno en el régimen que se iniciara con augurios y
esperanzas.
Durante
diez años, entre 1980 y 1990, los sandinistas libraron una dura lucha
por forjar una sociedad de nuevo tipo. Acosados por el Poder Imperial,
afectados por la caída de la URSS y los regímenes socialistas de Europa
del este, pero también víctimas de errores propios, se vieron forzados a
entregar el Poder cuando fueron derrotados en disputados comicios en
1990. No obstante, en el 2007 retomaron la gestión del Estado y conducen
hoy los destinos de la Nicaragua Sandinista.
De
su gestión como Ministro del Interior en los años 80 se puede decir
muchas cosas. Quizá una de las más importantes fue poner en vigencia
-contra los adversarios del Sandinismo- un régimen excepcional: Centros
penales sin custodia y sin rejas, donde los condenados podían cumplir en
entera libertad sus penas. Para Nicaragua, en aquellos años, el
Ministerio de Borge era simplemente el “Centinela de la alegría del
pueblo”.
De esa época se registra la histórica venganza de Tomás Borge, que en distintas ocasiones Marcela Pérez Silva nos cantara:
Mi
venganza personal será mostrarte / la bondad que hay en los ojos de mi
pueblo / implacable en el combate siempre ha sido / y el mas firme y
generoso en la victoria / Mi venganza personal será decirte: / buenos
días, sin mendigos en las calles / cuando en vez de encarcelarte te
proponga / te sacudas la tristeza de los ojos.
Esa política se sintetizó en una frase que haría historia “Somos implacables en el combate y generosos en la victoria”.
Esta
noche tuvimos la oportunidad de conocer una faceta menos conocida de
este Comandante de Guerrilla: su vena poética. Recientemente fue
presentado el libro que hoy nos convoca “Poesía clandestina reunida”.
Marcela
se tomó el primoroso trabajo de compilarla y ordenarla, para que llegue
a nosotros de modo sugerente y maravilloso. Y Marco Martos prologó la
edición con la versación literaria que lo caracteriza.
Su
poesía es un pañuelo de hermosas expresiones literarias, rico en
contenido y bello en la forma. Es decir, es poesía legítima, creada al
calor de una lucha valerosa y a la luz de una vida ejemplar.
Y
aunque el tema reiterado en este libro es el amor como la más sublime
expresión humana, los ideales de Tomás perduran en la historia. Él lo
dijo:
No
sé si moriré / cuando canten los gallos / de este próximo invierno /
Mas si se enfrían mis manos / y desaparecen la malicia / y la ternura de
mis ojos / seguiré viviendo…
Y es verdad. Tomás vive en sus ideas, en sus acciones y en su poesía.
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Sonia Estrada. "Tomás Borge". Óleo sobre lienzo. 81x65 cm. Lima, 2017.
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